martes, 1 de octubre de 2024
Viaje al ambulatorio para una extracción de sangre
El viajero llega a la puerta del ambulatorio, está cerca de su domicilio y es una mañana calurosa pese a la temprana hora de la mañana, antes de misa de nueve. Es un
edificio de una sola planta y forma rectangular, el viajero ya lo conoce con el largo pasillo jalonado de puertas de distintas dependencias y consultas a los lados. La sala de espera está con gente y
el viajero nota que la cosa hoy va despacio, sabe de anteriores extracciones de sangre para analítica que suele haber cuatro sanitarias, nunca vio a un sanitario en la sala de extracción de sangre,
pero hoy atisba por la puerta abierta que sólo hay dos.
El viajero se sienta a esperar que la sanitaria en la puerta con la lista de usuarios para extracción de sangre le llame en voz alta. Se
ve que hay retraso porque dos personas se acercan a la sanitaria de la puerta para asegurarse de que están en la lista y la sanitaria les responde que hay retraso y que no se preocupen que las
llamará cuando llegue el turno. El viajero contempla el trajín mañanero del ambulatorio, con cola en el mostrador de atención, sala de espera para extracciones abarrotada de usuarios de todas las
edades salvo infancia. Hay otros que se dirigen a las entrañas del pasillo para consulta, barrunta el viajero, y personal sanitario entrando y saliendo. El interior es el típico de un ambulatorio que
se ve marchito añorando el esplendor de lo nuevo en la inauguración. Se ve que han tenido que intervenir en las paredes con una capa de pintura que parece más bien un envoltorio, puertas algo
descoloridas, una sensación no de viejo, mal cuidado e incluso destartalado, simplemente otro edificio que requiere mantenimiento y una buena capa de pintura aunque a simple vista se ve
bien.
La sanitaria de la puerta dice el nombre del viajero que se levanta y entra en la sala de extracciones donde le entregan, tras comprobar
su nombre, unas pegatinas que debe entregar a la sanitaria que le haga la extracción. Debe esperar unos minutos, sólo dos en realidad, a que quede libre uno de los dos puestos de extracción y capta
una conversación entre la sanitaria de la puerta y otra persona, está de espaldas y puede escuchar sin verlas, que comentan que haya hoy poco personal y el viajero se entera por la respuesta de la
sanitaria de que el personal ausente no se cubre. El viajero piensa para sus adentros que es la primera vez que ve físicamente la crisis de falta de personal sanitario que oye en la radio, lee en la
prensa y sale en televisión. Realmente admira a un personal sanitario que debe estar cara al público y sus quejas. Pero queda vacante un puesto y el viajero sale de la ensoñación y se sienta, entrega
las pegatinas a la sanitaria y estira el brazo derecho. Le pincha el brazo en una buena estocada, suave e indolora salvo un breve escozor y ve la sangre deslizarse por el tubo de goma hasta una
pipeta que la sanitaria maneja con maestría porque son necesarias tres, y cuando se da cuenta la extracción ha finalizado sin mareos de la impresión de ver salir la sangre por el tubo. Le aplica un
pequeño algodón en la zona del pinchazo sujetado por una tira de esparadrapo y le indica al viajero que lo apriete cinco minutos y sale de la sala de extracción para sentarse de nuevo en la sala de
espera, ya casi vacía sin gentío ni sillas ocupadas.
El viajero se percata de la presencia de una vecina, a su derecha y separados por cuatro asientos libres, y se saludan educadamente. El
viajero medita por un momento si acercase y dar un poco de palique, pero le da pereza comenzar una conversación de circunstancias comentando las respectivas causas de la visita al ambulatorio y una
letanía de dolencias. El viajero recuerda que para sus abuelos era casi un acto social dar palique con conocidos en las salas de espera de ambulatorios, hospitales y Urgencias, el viajero prefiere el
solaz de sus pensamientos y una actitud contemplativa sin molestar a nadie y que nadie le moleste a él. Mira el viajero el reloj y el esparadrapo, el primero marca casi las y veinte y el segundo
tiene una sospechosa marca de sangre extendida más de lo que suele ser habitual. Duda el viajero entre ponerse la chaqueta y salir o esperar un poco más, por un instante se imagina de regreso y que
la sangre le corre por la manga, pero un nuevo vistazo le permite apreciar que la mancha de rojo pálido no se extiende más y se pone reconfortado la chaqueta.
Sale al exterior del ambulatorio y mira el cielo así como el abrevadero en la acera de enfrente donde sabe por experiencia que sirven
buen café y galletita para acompañarlo, auténtico manjar para el viajero que ha tenido que ir en ayunas añorando el cafelito mañanero. Sin pensarlo dos veces se dirige a cruzar el...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 24 de septiembre de 2024
Viaje a comprar una bombilla
El viajero llega al escaparate del establecimiento, una tienda de electrónica que vende un poco de todo, desde despertadores electrónicos a bombillas pasando por
estaciones meteorológicas hasta pilas, también cambia pilas de relojes. La entrada es en forma de U y el pasillo a la puerta de entrada está flanqueado por escaparates en los que el viajero gusta de
detenerse cada cierto tiempo, le agrada ver cachivaches electrónicos y cada poco hay novedades tras el cristal.
La puerta de entrada está bloqueada por un mostrador, rémora de las normas de la pasada `nueva normalidad´ tras el confinamiento
domiciliario en la pandemia del coronavirus. El tendero de cachivaches electrónicos ya conoce al viajero de otras ocasiones y éste le solicita una bombilla, de luz blanca responde al tendero de
cachivaches electrónicos. Le muestra una bombilla de luz blanca pero al viajero le parece de reducidas dimensiones comparada con la que necesita recambio. Al viajero le gustaría comentar al tendero
de cachivaches electrónicos que la bombilla a sustituir la adquirió en el supermercado y sólo cumplió su función lumínica unas semanas hasta que una noche palideció hasta apagarse, aunque cuando el
viajero la desenroscó del aplique seguía con luminiscencia, el viajero hasta la puso en el suelo emulando al genial Tesla, pero no volvió a funcionar. El viajero no dice nada porque daría pie a una
conversación con el tendero de cachivaches electrónicos sobre las bombillas adquiridas en superficies de alimentación y mejor se calla. Finalmente el viajero se decanta por una más grande, sólo un
poco, pero que se ajusta a la bombilla a sustituir, no es cara y tampoco es barata, desde luego en el supermercado por poco más adquieres dos, barrunta el viajero para sus adentros mientras pasa la
tarjeta por el lector de la misma para pagar su adquisición.
El viajero da la espalda al tendero de cachivaches electrónicos tras despedirse y se para en el escaparate a su diestra dominado en su
parte central por estaciones meteorológicas, hay una que le agrada a la vista y se imagina el viajero la estación colgada en la pared sintiendo ese apetito consumista cuando ve algo que le gusta. Hay
varias de distintos tamaños aunque a simple vista tienen la mismas funciones y barrunta el viajero dejándose llevar por la ensoñación dónde quedaría fetén. Hay otro espacio dedicado a relojes,
digitales la mayoría con distintas pulseras, tamaños y esferas pero no despiertan la atención del viajero.
El viajero mira al cielo de una mañana, ya mediodía, algo nublado con una pequeña brisa y piensa que es buena hora para un cafelito
mañanero en su abrevadero de café habitual y se dirige a buen paso antes de que...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 3 de septiembre de 2024
Viaje a la clínica veterinaria con el gato
El viajero llega con alivio a la puerta de la clínica veterinaria, aunque el trecho es breve la cesta con el gato pesa sus buenos casi siete kilos y el gato se mueve de
vez en cuando. Duda el viajero en abrir la puerta y entrar a la clínica veterinaria porque cuando pidió cita le especificaron que el gato debía ir ligeramente sedado tras darle dos horas antes de la
cita una pastilla para tal fin. El viajero esperaba encontrar al gato medio sonámbulo, pero meterlo en la cesta ya fue toda una odisea. El gato no es del viajero, es de un familiar con movilidad
reducida, aunque se han hecho casi colegas a fuerza de verse cuando el viajero visita a su familiar. Hay una especie de liturgia cuando llega el viajero, el gato sale a recibirle y suelta un maullido
que responde el viajero con una de sus imitaciones gatunas, no tan famosas como sus imitaciones perrunas. Tras saludarse, el viajero le parte al gato unas lonchas de pavo, un par de ellas de esas
cuadradas, con las tijeras en un cuenco mientras el gato le pulula comunicándose con gestos que el viajero no entiende más allá del incordio del gato tocando los bemoles, el viajero le deja el cuenco
en el suelo y el gato se hace el místico esperando a que el viajero salga de la cocina...
El viajero cree que el gato se menea demasiado para estar sedado, al menos no lo está como otras citas anteriores para cortarle las uñas,
que le pesen y le hagan un reconocimiento básico en las orejas. La clínica es algo estrecha en dimensiones con el mostrador a la siniestra y la sala de espera en la diestra. Es una sala de espera
pequeña con una pared lateral llena de productos para mascotas, una fila de asientos que quedan enfrente de la puerta con un televisor emitiendo un canal documental de animales y no falta una ventana
que da luminosidad. El viajero mira el reloj porque pasan cinco minutos de la hora de la cita y observa como la recepcionista se ausenta, oye voces reconocibles, la chica de la entrada, la voz del
veterinario y una voz de mujer mayor. El viajero trata de mirar el documental que escupe el televisor, algo sobre insectos, y al ver en una pequeña mesa el mando a distancia le entra la tentación de
cambiar de canal, aunque se contiene...
El viajero se puso a mirar de nuevo la hora, uno de esos momentos de espera donde el espacio-tiempo se vuelve elástico y lento, cuando
aparece la chica de recepción, el veterinario y una señora ya entrada en años desde que entró en la edad de jubilación, que lleva de las correas dos chuchos, cada uno de distinta raza puede apreciar
el viajero que comienza a comprender los solícitos de veterinario y recepcionista con la buena señora y sus dos chuchos algo comatosos por cuanto el viajero pudo escuchar que ambos tenían tratamiento
que tomar y desembolsó más de cuatrocientos euros por la visita y las medicinas. Uno de los chuchos, auténtico felpudo con patas barrunta el viajero para sus adentros, se ha quedado mirando de malas
maneras la cesta con el gato en su interior depositada a los pies del viajero. Afortunadamente la buena señora y sus dos sacos de pulgas, otra cosa no parecían cuando el viajero pudo verlos al salir
la dueña con ellos de las correas, salieron antes de que el viajero, el gato y el chucho comatoso entraran en pánico contagiando a recepcionista y veterinario...
El viajero entra con el cesto en la consulta veterinaria, nada del otro mundo de dimensiones reducidas, una mesa de metal en el centro y
estantes con cosas veterinarias. El viajero saca el gato de la cesta y lo sujeta con temor porque definitivamente el gato está muy espabilado en comparación con otras visitas veterinarias
precedentes. El veterinario, un tipo con pinta de tal y esa seguridad en sí mismo de todo veterinario competente, indica al viajero que acaricie la cabeza del gato tras llevar un pequeño susto al
cortar la primera uña que hizo al gato revolverse, el viajero le sujeta con firmeza el lomo y simulando que le acaricia en realidad la aprieta el pescuezo a ver si se está quieto de una puñetera vez.
Con el pescuezo firmemente inmovilizado por el viajero, el proceso de cortar las uñas finaliza sin grandes sobresaltos, el pesaje arrojó unos rollizos casi siete kilos y en apariencia el gato está
sano como un roble gatuno...
El viajero paga en el mostrador y se despide de la recepcionista saliendo al aire fresco de la calle. El viajero enciende un cigarro,
agarra la cesta con el gato en su interior y se dirige a...
Pero ése, ya es otro viaje.
lunes, 5 de agosto de 2024
Viaje a la oficina de correos una calurosa mañana de agosto
Al viajero le han enjaretado recoger una notificación en Correos, es una mañana de agosto calurosa aunque el cielo esté encapotado, más neblina que nube que no deja
pasar los rayos de sol. Es una sucursal de barrio, con tres mostradores y se teme el viajero que al ser agosto y semana de festejos haya algo de gente, pero cuando llega a la oficina la cola asoma en
la calle. Dentro está sencillamente saturado, con un calor ambiental opresivo que las puertas abiertas no logran disminuir ante la falta de brisa refrescante. El viajero decide sacar un número aunque
saca dos, ha pensado que lo mejor antes de decidir dar la vuelta sin recoger la notificación mejor se da un pequeño garbeo, se toma un cafelito y vuelve a la oficina pasado el tiempo a ver si la cola
avanza. Siente alivio el viajero al salir al asfalto, la espera en el semáforo da un poco de alivio tras los calores de la sucursal atestada de gente.
Se para el viajero en un escaparate de cosas y cachivaches eléctricos, el interior tiene un variado surtido de electrodomésticos aunque
el escaparate lo domina la presencia de despertadores y radios de bolsillo. Hay de todos los tamaños y diseños, desde retro a vanguardista. Le llaman la atención los despertadores, los hay que hasta
iluminan la hora en el techo y también son variados en formas, colores y diseño. El viajero deja el escaparate y se dirige a un garito que conoció tiempo atrás y que tenían buen café. Apenas ha
cambiado nada, la misma barra, la misma camarera y casi los mismos clientes pese al tiempo transcurrido, uno de esos garitos de barrio que parecen seguir una liturgia diaria. Es la hora de una pinta
de vino, una caña fresquita, acompañado del pincho gentileza de la casa. El viajero cata el cafelito y nota que no es el de antaño, una pizca más fuerte pero puede tragarse sin que sepa a agua de
fregadero como en otros sitios.
El viajero se dirige de nuevo a la oficina bajo el calor mañanero y el interior está más desahogado, puede esperar sin tropezar con el
hombro, caderas y roces con otros usuarios. Pero hay un pequeño atasco en los tres mostradores, tres puestos en el mismo mostrador separados por una columna. Sale una funcionaria del interior del
mostrador por una puerta y atiende a los usuarios de recogidas, lo cual incluye al viajero. Atiende a la puerta que vuelve a cerrarse mientras la funcionaria entra a las entrañas de la sucursal y
regresa con el paquete, carta o bulto requerida. Es una funcionaria estricta, devuelve a un usuario al que le falta algo identificativo y a otra usuaria que le falta un papel, todo indica que se
trata de algo referente a un difunto pero al igual que el usuario debe abandonar la oficina sin recoger lo que venía a recoger. Al viajero le entra algo de temor pensando si faltará algún papel o
firma ya que viene de autorizado y revisa los papeles, todo parece estar en orden y sale un poco a la puerta para coger aire fresco, la cosa se demora porque la usuaria que precede al viajero viene a
recoger un bulto grande, una caja de cartón de tamaño considerable que dilata el trámite de entrega. El viajero observaba el trajín de los puestos en el mostrador cuando oye su número y procede a
entregar a la funcionaria el aviso y los papeles pertinentes. La funcionaria no tarda nada en volver con la notificación y el viajero sale satisfecho de haber esperado y ahorrarse otro viaje al día
siguiente, sale ufano al exterior y el sol comienza a asomar entre las nubes que se van dilatando a medida que ascienden hasta diluirse en tenue manto que deja paso al brillante sol de agosto. El
viajero decide encaminarse a la calle Tal donde ha visto días atrás una...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 11 de julio de 2024
Viaje por la ferretería
El viajero se para en el escaparate de la ferretería antes de entrar, necesita un enchufe múltiple y un destornillador pequeño de estrella para una pequeña chapucilla
doméstica. La ferretería tiene un amplio escaparate que hace esquina y permite adivinar un local amplio. El escaparate que observa el viajero tiene tres grandes ventanales, uno dedicado a cerraduras,
mirillas y manillas, algo impresionante piensa el viajero que mira con curiosidad las mirillas electrónicas, las manillas de latón dorado y con curiosidad las cerraduras de seguridad. Otea un poco el
ventanal aledaño y puede ver que muestra un arsenal de máquinas herramientas, taladros, radiales, máquinas para el jardín, artefactos extraños al viajero que aparta la mirada y se dispone a entrar.
La entrada es una puerta corredera de cristal que ya predispone la empatía del viajero. El local hace forma de `L´ y el espacio de entrada está compartimentado en estanterías y sus pasillos que el
viajero obvia porque están dedicados a menaje aunque le llama la atención el escaparate de la pared en el pasillo para ir al mostrador del fondo lleno de tostadoras, cafeteras y sandwicheras
apetecibles a la vista. Al llegar al mostrador gira a la derecha donde el local se abre a la sección de cachivaches relacionados con la cosa eléctrica, alargadores, regletas de diversos tamaños con o
sin interruptor de corriente y los enchufes múltiples objeto del viaje. Mira los precios el viajero aunque no pertenece al gremio de la electricidad y desconoce si son caros, baratos o ambos a la vez
ya que hay varios modelos de distintas marcas aunque a los ojos profanos del viajero son casi todos iguales. Ocurre lo mismo con los precios que se diferencian en más o menos céntimos y decide coger
el que tiene a mano, de tres tomas, descartando los más baratos de dos tomas. Le queda al viajero encontrar un destornillador de punta de estrella pequeña y se lanza a su búsqueda en el amplio local
donde encuentra un auténtico laberinto de estanterías y calles. El viajero se topa con todo tipo de utensilios como tijeras de podar y familia derivada, la sección de pintura con desfile en orden
militar de brochas grandes, pequeñas y medianas; pinceles grandes, pequeños y medianos; cinta de papel para proteger de manchas de pintura no deseadas; botes de pintura de variados colores y más
variados formatos de envase, dos mostradores bien atendidos y un ligero mareo de deambular a tientas y a ciegas en busca del jodido destornillador de marras y punta de estrella. El viajero nota que
está sufriendo una especie de narcolepsia en las profundidades de la ferretería, maldiciendo su suerte de encontrar rápido el jodido enchufe múltiple, de tres tomas, y que esté perdiendo la salud y
casi la consciencia en el mar ferretero en que han convertido el amplísimo local. El viajero atina a ver a un empleado desocupado en el mostrador y se acerca aliviado para preguntar por la sección de
destornilladores. El empleado le mira un segundo con cierto desdén y le indica que lo tiene a su espalda mientras se dirige a atender a otro cliente que porta un cachivache en las manos, sintiéndose
gilipollas por buscar en todas direcciones y no haberse percatado de la estantería de destornilladores. Escoge el viajero el desado y buscado destornillador de marras y busca dónde pagar. Ve una
pequeña cola de tres personas en otro mostrador al fondo y se une a la cola. Mientras llega su turno el viajero mata el tiempo observando productos tales como mini linternas de bolsillo, llaveros con
linterna de bolsillo, gafas de lectura, pilas de todos los modelos y tamaños. El viajero llega por fin al mostrador y paga dirigiéndose a la puerta corredera aledaña. El viajero echa un vistazo a los
artículos del escaparate que da a la esquina de la puerta de salida. De súbito el viajero deja de ver el escaparate y recuerda la ferretería cerca del barrio de su niñez y adolescencia que parecía
enorme con multitud de cosas atiborrando el local, la bata azul del dependiente y los cajones llenos de tuercas, tornillos de todos los tamaños que siempre le hacían preguntarse al viajero de
entonces cómo era capaz el ferretero de saber dónde estaba todo. El pitido de un coche saca al viajero de su abstracción y aprovecha para cruzar el semáforo y acercarse hasta...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 20 de junio de 2024
Viaje, inesperado, a la cisterna del inodoro
El viajero ha finalizado su descarga intestinal de la mañana y, de forma inesperada, se encuentra con el pomo de la cisterna del inodoro en la mano, perplejo ante tal
anomalía que enseguida pasa a la catalogación de avería. Observa el viajero que se ha soltado el tirador, un cromado pomo de forma redondeada que se tira de él y acciona el mecanismo de la cisterna,
pero esta vez el pomo se ha quedado en la mano y la cisterna no ha funcionado...
El viajero echa mano del móvil que afortunadamente llevó al baño para la descarga intestinal de la mañana y busca por Internet
información, lo cual resulta un tanto decepcionante porque ahora las cisternas del inodoro tienen pulsadores y no tiradores...
El viajero decide pasar a la acción y procede a quitar la pesada tapa de la cisterna tras desenroscar la tuerca que rodeaba al pomo y que
deja ver en su interior la varilla de plástico suelta del pomo y que precisa de retirar la tapa para operar en su interior, viaje desconocido para el viajero y de destino incierto, barrunta el
viajero para sus adentros mientras retira la pesada tapa y la coloca procurando que no se caiga y estalle en mil pedazos...
El viajero olfatea un instante y se ve que lo descargado de sus intestinos comienza a fermentar y la tapa del inodoro no es capaz de
frenar los efluvios aromáticos que comienzan a inundar la atmósfera del baño. El viajero acciona manualmente el mecanismo y siente y mira aliviado la descarga de agua limpiando el interior del
inodoro de la descarga intestinal de la mañana. No puede el viajero ver si la limpieza es total o precisa de la escobilla porque la tapa de la cisterna está sobre la tapa del inodoro y el viajero
observa con mezcla de asombro y perplejidad que ahora la cisterna no retiene el agua y sigue soltando la misma al inodoro. Se percata el viajero de que debe levantar la boya de la cisterna y
sujetarla como haría el mecanismo si no se hubiera soltado el pomo para que el agua no se vaya al inodoro y rellene la cisterna...
El viajero analiza como abordar la avería con una mano dedicada a sujetar la boya de la cisterna, tratando de alcanzar con los dedos la
varilla que debe ir enroscada al pomo, pero se ha introducido al interior del conducto de plástico que forma parte del mecanismo de la cisterna y aunque logra tocarla con la punta de los dedos se ha
introducido más y el viajero piensa con pavor que si se mete por la tubería la avería pasaría a mayores. Mete los dedos por una ranura, muy oportuna, que le permite subir la varilla con cuidado pero
necesita la otra mano ocupada en sostener la boya de la cisterna, así que la suelta y a toda pastilla se ayuda con las dos manos para coger la rebelde varilla que ahora está sujeta pero no puede el
viajero conectarla al pomo sin antes colocar la tapa de la cisterna lo que volvería a meter la varilla al interior del conducto del mecanismo...
El viajero echa un rápido vistazo al baño y se fija de que en un estante hay un cordel en un frasco de algo y al alcance de la mano, así
que suelta la boya que hace que la cisterna vuelva a soltar agua al inodoro durante un instante, el necesario para atar el cordel a la varilla del pomo. Sujeta los extremos del cordel entre los
dientes y con cuidado procede a colocar la tapa de la cisterna, primero apoyada en inestable equilibrio sobre la cisterna para introducir los extremos del cordel por el agujero, sujetar de nuevo con
los dientes los extremos y colocar la tapa en su sitio, enrosca de nuevo la tuerca, enrosca el extremo de la varilla al pomo y libera el cordel tirando de un extremo, pero el nudo ha quedado en la
varilla y la cisterna no funciona...
El viajero se sienta sobre la tapa del inodoro, observa los desafiantes extremos del cordel que asoman por el pomo y toma aire siendo
consciente de que debe volver a repetir el proceso, pero será un viaje más reposado, sabedor de los antaño desconocidos arcanos que rigen el mecanismo de la cisterna del inodoro...
El viajero se levanta y sale en dirección al armario donde sabe que tiene unos alicates y un destornillador para así...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 21 de mayo de 2024
Viaje, con la vista, a un funeral de cuerpo presente por la ventanilla del autobús
El viajero logra encontrar asiento tras tres paradas después de subir al autobús, es una parada céntrica y con conexión con otras líneas de autobús y sabe el viajero que
casi siempre queda asiento una vez se apea el gentío. Coge el asiento de la ventanilla, sabe el viajero por experiencia que a esas horas de la tarde, aún temprana, ya pasó el trajín de estudiantes
que llena el autobús tras salir de institutos y colegios, el autobús llega al hospital en el fin de trayecto pero tampoco se ven viajeros con destino al hospital...
El autobús se detiene despacio, la avenida está en obras y sólo hay dos carriles que deben dejarse paso mutuamente. Para el autobús
enfrente de una iglesia conocida del viajero, recuerda que allí se dijo misa por su bisabuela hace ya mucho tiempo aunque parezca que fue ayer, barrunta el viajero que fija su vista y se percata de
la presencia de gente y un coche de la funeraria delante de la entrada. El viajero observa el coche fúnebre que tiene abierta la portezuela trasera y el ataúd con su inquilino de turno asoma un
tercio de su longitud. Mira el viajero al pasaje y ve que alguien mira como él, otros que apartan la vista, pero el autobús sigue parado y el funeral de cuerpo presente, al menos parte del ataúd
presente a la vista, es un buen pasatiempo...
El viajero opina que seguramente hay retraso, no le parece habitual que la gente esté afuera y el ataúd asomando por la portezuela
trasera, el viajero recuerda funerales de cuerpo presente donde estuvo de asistente y siempre se sacó el ataúd de turno con rapidez y no comprende la escena que observa por la ventanilla. Tal vez se
retrasa el sacerdote, desde luego el cadáver protagonista está esperando como novio de la muerte con retraso de la novia...
De súbito, al viajero le viene a las neuronas que el ataúd asomando por la portezuela trasera del coche fúnebre se le asemeja a un
perrito caliente. El viajero trata de apartar el pensamiento jocoso, no le parece apropiado, sintiendo pudor porque sabe que un funeral de cuerpo presente es la última mirada a un ser querido, pero
el viajero se fija y, sí, parece un perrito caliente donde la salchicha es el ataúd y el coche fúnebre el panecillo...
El autobús arranca de nuevo, despacio, y el viajero ve deslizarse la escena en la puerta de la iglesia donde la gente sigue esperando
algo u alguien y el cuerpo presente espera en su mortaja de madera con tiradores. El autobús dobla a la derecha y el viajero se levanta en dirección al timbre para...
Pero ése, ya es otro viaje.
miércoles, 1 de mayo de 2024
Viaje a tomar el cafelito mañanero un primero de mayo
El viajero siente cerrarse la puerta del portal y observa el cielo. Está despejado y brilla el sol aunque no caliente tanto como brilla, con ligera brisa que azota aire
frío al rostro y hace meter las manos en los bolsillos. La calle está vacía con esa extraña sensación que produce un festivo a mitad de semana, que parece domingo aunque tiene personalidad
propia...
El viajero enfila la calle de su abrevadero mañanero, sin transeúntes salvo alguien en ropa de deporte y hasta el tráfico de la avenida
está huérfano de autos, furgonetas y autobuses, ni siquiera alguien en patinete o bicicleta. Los negocios cerrados y carentes de vida, tampoco hay muchos parroquianos cuando el viajero entra al
abrevadero, el tipo de siempre a esas horas sentado en la esquina de la barra, un hombre joven también habitual y un par de jubilados sentados en una mesa. Ambiente también extraño comparado con un
domingo. Pide el viajero su cafelito mañanero con la banda sonora a su siniestra del tipo joven que habla al tipo de siempre a esas horas sobre la actualidad del fútbol, repitiendo lo que el viajero
ha escuchado en la radio, leído en la prensa y visto en televisión. Pero el tipo joven habla con voz serena, sentando cátedra casi y el tipo de siempre a esas horas escucha atento como quien oye
llover o que le cuentan lo ya visto, leído y escuchado...
El viajero apura el cafelito mañanero y se siente reconfortado de la rutina en su abrevadero, que el mundo se puede ir al garete que la
rutina del abrevadero indica que pese a todo, todos y casi todas la vida sigue su curso...
El regreso lo disfruta el viajero como en la ida, sigue la calle desierta aunque el tráfico en la avenida ha aumentado ligeramente sin
llegar a cuajar como tráfico dominical. Sigue haciendo frío y se ven pequeñas nubes blancas seguridad de nubes algo más grandes teñidas de diferentes tonos de gris como una cortina que se cierra
lentamente como telón de fondo de un escenario. El viajero barrunta para sus adentros que se va nublando la mañana anunciando una posible tarde de llovizna...
El viajero siente cerrarse la puerta del portal y observa los buzones aunque al instante se percata de que hoy no habrá reparto de
correos y se dirige al ascensor para...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 4 de abril de 2024
Viaje a las entrañas de la lavadora
El viajero no ha terminado el primer sorbo del cafelito mañanero tras poner la lavadora, cuando ésta comienza a emitir unos ruidos francamente preocupantes, barrunta el
viajero que ya proyecta en su imaginación unos inesperados gastos para arreglar, cuando no adquirir otra, la lavadora...
Apaga la lavadora el viajero y pone el programa de aclarado y centrifugado. La cosa funciona los primeros ocho minutos, pero justo en el
minuto nueve deja de lavar y se pone a emitir de nuevo los cada vez más preocupantes ruidos, como golpes de martillo pilón. Apaga el viajero la lavadora y enciende un cigarrillo para pensar, pensando
qué bemoles le ocurre a una lavadora que no ha dado problemas en al menos una década...
El viajero llega a la conclusión de que es cosa del filtro, tras analizar el proceso de lavado y ver que hay agua en el interior que
impide abrir la puerta. No observa el viajero a primera vista la tapa del filtro, recuerda que siendo niño vio alguna vez cómo alguien sacaba el filtro y lo limpiaba, pero el frontal de la lavadora
es liso hasta el suelo. Se arrodilla el viajero para observar con más detenimiento y aprecia que en la parte baja hay una tapa que ocupa todo el frontal, decide intentar retirar la tapa, suave al
principio, con más intensidad entre medias y finalmente tirar con rabia compulsiva del jodido frontal. La tapa emite un sonido como a castañuelas y se suelta de una esquina, el viajero aprecia que
dispone de unas pestañas que encajan en la lavadora y con un tirón final logra arrancar la tapa de sus soportes. Lo que descubre el viajero le desconcierta porque no hay filtro, sólo una tapa de
rosca que procede a abrir con cautela y que vuelve a cerrar como alma que lleva el diablo cuando al poco de desenroscar la tapa comienza ésta a escupir agua mojando al viajero e inundando
progresivamente el suelo del cuarto de la lavadora. Cerrada la tapa, procede el viajero a escurrir el agua del suelo con la fregona mientras barrunta qué hacer...
Busca el viajero un recipiente para recoger el agua, pero la tapa está tan cerca del suelo que ningún plato, olla o palangana sirve
encontrando al fin un plato de barro para gulas que cabe para recoger el agua aunque la cosa se presenta tediosa y tarda el viajero veinte minutos en vaciar el filtro, cerrando rápido la tapa y el
suelo progresivamente inundado que obliga al viajero a volver a pasar la fregona, el café está frío y tiene ante sí el reto de mirar el filtro...
El viajero se siente turbado al verse como ginecólogo introduciendo su dedo, con cierta aprensión a que se quede atascado, en el orificio
íntimo de la lavadora, palpa algo sospechoso cuando vuelve a escupir agua, coge rápido el plato de barro para gulas y observa con sorpresa que salen un botón metálico de ropa vaquera, una pinza del
pelo y una especie de alambre fino y negro sobre el que destacan cosas de algo lanudo a lo largo del mismo...
El viajero procede satisfecho a cerrar la tapa del filtro, escurrir el agua del suelo y volver a colocar la tapa de forma suave y
cariñosa que pasa a ser de forma agresiva y furiosa hasta que la jodida tapa encaja de una puñetera vez, piensa el viajero que oye el tranquilizador `klak´ de que han encajado las
pestañas.
El viajero pone la lavadora en aclarado y centrifugado marchando todo a las mil maravillas, satisfecho del trabajo bien hecho y el
dinerillo que se acaba de ahorrar solucionando el entuerto. Cuando la lavadora termina, saca la ropa y, metida en un barcal, se dirige al tendedero para...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 26 de marzo de 2024
Viaje por la cafetería del hospital para almorzar
El viajero se ve obligado a comer en la cafetería del hospital, tiene un familiar en cirugía ambulatoria y tras una mañana en sala de espera y una tarde que se presenta
de espera también, quiere reponer fuerzas...
El comedor, aprecia el viajero al bajar las escaleras y ver en toda su amplitud la instalación, es grande salpicado de mesas y sillas. El
servicio es de ir recorriendo un mostrador y coger lo apetecible, disponible y más o menos apetitoso. No hay mucho barullo aunque la fila a lo largo del mostrador se mueve lenta, como atascada por
algún desconocido motivo. Coge el viajero una bandeja, cubiertos y un vaso; más adelante coge un bollo de pan tipo chusco. Algo pasa, donde se supone que debían estar las opciones de primer plato
están las cubetas cerradas y sobre la tapa que las cubre han desplegado una serie de bocadillos variados. Hay cierto ajetreo de personal y todo indica que hay problemas de cocina. Las cubetas con los
segundos platos sí están dispuestas: zanca de pollo a la naranja, así opina el viajero que ve gajos chuchurridos de naranja sobre los muslos de pollo, bacalao con salsa que el viajero deshecha nada
más verlo; paella que sirven en una especie de cuencos donde pierde el salero que tiene en un plato y acompañamientos consistentes en guarnición de guisantes y zanahoria o patatas fritas en láminas
imitando las de las bolsas. El viajero se decide por el pollo a la naranja chuchurría y guarnición de guisantes con algún trozo desubicado de zanahoria. Completa el retablo de la bandeja un vaso con
refresco de naranja, todo ello por ocho aurelios de vellón...
El viajero busca una mesa cerca de la ventana, no hay mucha intimidad aunque algo hay porque aún no ha llegado el barullo de la hora de
comer. Mira el viajero la bandeja y se lanza a por el pollo que presenta al partirlo un color blanquecino, tipo cadáver embalsamado de premier soviético, blandita a los pinchazos con el tenedor,
blanda al masticado y ese sabor insípido característico de la comida hospitalaria. Los guisantes son de buen calibre, verdor uniforme y masticado sin reticencias con insípido sabor de guisante
congelado, algo alegra algún trozo de zanahoria, acabando todo ello tragado con ayuda del pan. Un pan exquisito, piensa el viajero, que casi vale más por sí sólo que el resto del menú...
El viajero observa como la cola de usuarios aumenta, es la hora punta y se vislumbra ajetreo en la zona para personal del hospital en un
comedor aparte. En las mesas hay un poco de todo, familiares que comentan con gesto serio, algún niño que mira fascinado el mostrador con los alimentos expuestos, solitarios socializando por el móvil
y el rostro del viajero que le mira reflejado en el cristal de la ventana...
El viajero mira los restos de la zanca de pollo, que ha entrado bien y reconforta aunque se añore que supiera a algo, algún guisante
extraviado que no llama la atención del viajero ya con hartazgo de ave de granja avícola y casi medio chusco de pan que le sirve al viajero de postre y que se hace la promesa a sí mismo de que en la
próxima ocasión cogerá dos o tres para llevárselos a casa, así de rico y delicioso está el chusco de pan que gana en sabor a zanca de pollo, guisantes y zanahorias de guarnición...
Se levanta el viajero a depositar la bandeja con restos de su almuerzo, se siente lleno y satisfecho con la vejiga pidiendo cita. Busca
el baño con la mirada y lo ve al fondo. Se dirige con paso resuelto al baño, que se encuentra...
Pero ése, ya es otro viaje.
miércoles, 6 de marzo de 2024
Viaje por el interior del autobús municipal
El viajero sube al autobús, había gente, casi muchedumbre para los cánones del viajero, en la parada aunque al final sólo suben tres al autobús del viajero. Está
abarrotado el interior y el viajero sólo puede asirse de forma algo ortopédica a la primera barra de sujeción tras sortear un orondo y venerable anciano que se interponía entre el viajero y la barra
de sujeción. Apenas puede meter la mano y sujetarse de forma precaria a la barra, además el orondo jubilado tiene el rostro casi mirando al viajero y carraspea, hasta hay un simulacro de estornudo y
el viajero empieza a proyectar en su mente aerosoles cargados de virus gripales saliendo de las fauces del gordo vejestorio que empieza a ser motivo de estrés para el viajero...
Dos paradas después de subirse al autobús el viajero, se apea abundante pasaje en nutrida formación de salida por las puertas centrales,
parece que se hace sitio cuando hace su entrada una madre con su bebé en carrito, lo cual obliga al pasaje entre el que se incluye el viajero a salir del espacio reservado al aparatoso carrito de
bebé y su aparatosa madre en el manejo del mismo para maniobrar mientras el pasaje afectado se arremolina a las barras de sujeción donde buenamente pueden. El viajero podría decirse que está sujetado
por alambres, tal es la forma endeble en que ha logrado agarrarse a la barra de sujeción de tal manera que, cuando frena el autobusero, debe concentrar y repartir fuerza de equilibrio en las piernas
para evitar la fuerza centrífuga que le lleva en rumbo de colisión con el resto de apretujado pasaje en la zona central del autobús. Los imaginarios de aerosoles cargados de virus gripales dan paso
en la mente del viajero a presentir un frenazo brusco que le haga escoñarse contra alguien u contra algo, sintiendo incluso una pequeña taquicardia, la desasosegante sensación de
marearse...
El autobús se detiene en una parada de conexión con otras y mientras desagua otra muchedumbre por las puertas centrales logra el viajero
otear un asiento libre, observa que falta un cráneo que contabilizar en los asientos. Se dirige raudo y con ojos de ave rapaz buscando una liebre que echarse al buche, sorteando bolsos, cascos
musicales con patas y demás obstáculos hasta lograr sentar sus reales en el asiento libre. Hay un tipo de grandes dimensiones con pinta de estar algo ido, bien asentado con una de sus piernas
ocupando espacio vital de las piernas del viajero, que con disimulo de cortesía le da un pequeño toque que aparente que se está sentando y el compañero de asiento no se ha percatado hasta que siente
la rodilla del viajero. El tipo enorme ni se inmuta, ni un leve movimiento, un síntoma de que ha captado la colisión de rodillas. El viajero le mira girando la cara con el subterfugio de acomodarse y
ve que el tipo enorme está como en trance. Los miedos y taquicardias de ir mal sujeto dan paso a una pesadilla de un psicópata en el autobús donde el viajero es su víctima y justo estaba en ese
momento cumbre de la pesadilla cuando el tipo enorme le mira y comienza a moverse amenazadoramente hacia el viajero, que logra recomponerse y se levanta para dejar al tipo enorme bajarse en la
próxima parada...
Sube más gente y el viajero duda de si sentarse en asiento de ventanilla o de pasillo, observando que el nuevo pasaje es gente mayor y
con algún que otro problema de movilidad, una joven con un serio trastorno alimenticio que le hace tener un considerable volumen y un notas vestido de algo con gorra de beisbol y gafas de sol de
plástico. El viajero decide quedarse en asiento de pasillo, prefiere levantarse a ceder sitio en el asiento de ventanilla que pedir paso al llegar a la parada y que la cadera jodida, los trastornos
alimenticios o la sordera catatónica tarden en dejarle salir y se pase de parada...
Reemprende el autobús la marcha y el viajero se relaja satisfecho porque quedan tres paradas de viaje antes de apearse, viaja solo en los
asientos y el autobús va a buena marcha que le hará llegar a tiempo. El viajero se levanta cuando el autobús enfila su parada de destino y, con agilidad barrunta para sus satisfechos adentros el
viajero, hay un segundo en que permanece a merced del autobús con su brazo buscando la barra de sujeción con timbre y la otra mano suelta el asiento; segundo eterno donde el viajero puede visualizar
un frenazo brusco con él rodando por el suelo del autobús cuan largo es hasta los pies del autobusero. No ocurre nada y el viajero toca el timbre satisfecho y jurando y renegando para sí mismo que
nunca jamás hará el Tarzán trotando entre lianas cuando se levante del asiento. Las puertas se abren y el viajero echa un último vistazo al interior del autobús. Siente cerrarse las puertas del
autobús a su espalda, siente el ronquido del motor al emprender la marcha y respira aliviado de no haberse contagiado de gripe, ser víctima de un lunático y librar de salir rodando por el
suelo. Toda una aventura de viaje, piensa el viajero, cuando enfila en dirección a la...
Pero ése, ya es otro viaje.
sábado, 24 de febrero de 2024
Viaje por el viejo barrio
El viajero debe hacer tiempo para una cita y entra en la calle del barrio de su infancia. Tiene un aspecto mortecino de calle que vivió antiguo esplendor, al menos
esplendorosa en los recuerdos del viajero. Apenas reconoce los rótulos de los locales y donde había una fábrica textil que hacía que al mediodía salieran en tropel las operarias con sus batas azules
para tomar un tentempié y fumar un cigarrillo, ahora hay un edificio de viviendas que se ve mucho más nuevo que los del resto de la calle...
Han cambiado las puertas del portal y el viajero puede apreciar por el cristal de las mismas que han instalado un ascensor. Debe ser no
muy grande, barrunta el viajero para sus adentros, conocedor de las dimensiones del portal original. Sigue el restaurante ya con otro nombre, una frutería y la vieja mercería. Es curioso para el
viajero este reencuentro con su pasado y observa los edificios pegados unos a otros, ya entrados en años igual que los años han entrado en el viajero...
De los quioscos que conoció el viajero sólo queda uno, el más veterano ya no existe y en su lugar hay una pequeña tienda de objetos sin
valor salvo el que quiera darle el comprador. En realidad la mayoría de los locales comerciales están cerrados y no hay ambiente de gente como antaño, tampoco la panadería donde tantas veces iba a
coger el pan y se compraba el viajero un pastelito. Le vienen a la mente al viajero un montón de rostros que imagina ya fallecidos...
El viajero llega al límite de su viejo barrio y echa la mirada atrás, contempla la acera, los edificios, como quien mira una foto donde
la imagen se llena de fantasmagóricas escenas donde las calles vuelven a estar animadas con el trajín diario y el viajero volvía del colegio. Incluso si se concentra puede percibir los olores de
antaño. Ahora no hay nada de aquello, sigue todo igual a simple vista, como cuando se pasa por un pueblo de año en año y en apariencia no cambia nada aunque haya cambiado todo...
El viajero entra a tomar un cafelito en el restaurante aledaño al portal de su infancia y adolescencia. No conoce al personal y tampoco
al par de clientes que parecen custodiar sus vasos. Cuando el viajero se dispone a pagar, le dice el camarero que está invitado. El viajero se percata de que el rostro anciano que le hace una seña
amistosa es el carnicero, ya no existe la carnicería donde iba a comprar los encargos de niño y se acerca a él para saludarle y agradecerle la invitación. Es un encuentro curioso, piensa el viajero y
se alegra de verle como el viejo carnicero parece alegrarse de ver al viajero...
El viajero se despide con la promesa de que la próxima invita él, pensando en voz baja que seguramente sea la última vez que se vean.
Camina despacio el viajero y abandona el viejo barrio que también parece despedirse, al menos el viajero tiene esa ensoñación aunque el reloj le recuerda que han pasado los minutos y debe acudir a su
cita para unos asuntos en...
Pero ése, ya es otro viaje.
lunes, 5 de febrero de 2024
Viaje por la lavandería automática
El viajero llega a la lavandería automática, un local de no muy grandes dimensiones con cuatro lavadoras en una pared y tres secadoras en otra. Tiene suerte y ninguna de
las dos lavadoras que puede usar por las dimensiones de la prenda a lavar, un gran edredón que debe pesar lo suyo, barrunta el viajero, cuando está empapado de agua y que le obliga a mirar el máximo
de carga posible. Llega al local un hombre joven con su hijo de unos cuatro años que lleva puestas unas gafas de juguete mal colocadas de forma que lleva un ojo medio al aire y el otro cubierto por
el plástico colorado que simula un cristal...
El viajero agota su calderilla introduciendo monedas en la ranura de la lavadora, auténtica garganta profunda que devora monedas cual
Pantagruel hambriento. Logra el viajero introducir la cantidad del importe y pulsa el botón de poner en marcha la lavadora. Precavido, el viajero se ha agenciado el periódico del día con el que matar
la media hora de lavado. Hay asientos en la zona de lavadoras y secadoras, éstos últimos ocupados por una señora y una bolsa repleta de ropa que ha posado el hombre con el niño, que se dedica a jugar
con una de las cestas disponibles para poner la colada y debajo de una gran mesa que permite doblar las prendas ya lavadas y secadas. El viajero decide sentarse en la zona de lavadora ya que la zona
de secadora está copada por la señora, el hombre que se afana en doblar ropa y su hijo, a estas alturas y por lo escuchado es el padre, lo suficientemente lejos y entretenido para no tener el viajero
que decir ñoñeces al ñiño, que ha encontrado divertimento en intentar meterse en uno de los cestos con el consiguiente ruido y la voz de su progenitor indicando que no coja otro cesto y se apañe con
el que está jugando.
El viajero necesita cambio para la secadora y opta por acercarse a una cafetería cercana a tomar un cafelito y conseguir calderilla. Es
un local mortecino, con tres clientes, la televisión escupiendo un partido y el café, aunque no es agua de fregar, como que no sabe tan rico como espera el viajero de un cafelito. Ha conseguido
calderilla con el cambio de pagar el cafelito y ha cogido la galletita de cortesía que se come en el trayecto a la lavandería automática. Mira el viajero el reloj y una vez más le sorprende lo lento
que pasa el tiempo cuando se está esperando...
El viajero pone sus posaderas en el asiento y se dispone a leer la prensa cuando observa de reojo que el niño ha encontrado otro
divertimento con el cesto, ahora se dedica a arrastrarlo por el suelo de todo el local y se va a detener a los pies del viajero, que sin levantar la vista del periódico y tratando de aparentar que
está en otra nube observa con temor la cercanía del niño. El padre le vocifera que se aparte y el melodioso acento hispano del otro lado del charco se transmuta en berrido que impide al viajero
concentrarse en la lectura. Cuando por fin consigue leer un artículo, el amenazador ruido del cesto arrastrado por el suelo le alerta de la nueva presencia en las cercanías de sus zapatos del niño y
su artefacto de juguete improvisado que de nuevo se detiene justo antes de colisionar con los zapatos del viajero, que sigue haciendo como que la cosa no va con él y nuevo berrido del padre ordenando
a su retoño de que deje de molestar al señor...
Cuando quedan dos minutos para terminar la lavadora, el viajero se levanta y observa al ya algo repelente niño que se dedica a poner sus
manos por la superficie de aluminio de las máquinas lavadoras. El padre está a lo suyo y de cháchara con la señora y el viajero siente la intención de advertirle de que su hijo no debería tocar las
máquinas, no por dejar las huellas de sus manos en la superficie metálica, es porque hay señales en amarillo de peligro de electrocución, pero no dice nada como venganza por incordiar su lectura del
periódico y por llevar el temor de que sus rumbos de colisión arrastrando el cesto terminaran en choque frontal contra los zapatos del viajero...
El viajero espera ya a que la secadora termine su programa y vuelve a sentarse en la zona de lavadoras, aprovechando que el incordio
de niño está con su vociferante padre. Cuando estaba a mitad de lectura de un artículo de noticias locales, la señora se despide y le dice al incordio de niño si se va con ella. Para sorpresa del
padre, el niño accede y sale de la mano con la señora por la puerta, que queda justo a la izquierda del asiento del viajero al que la cháchara entre señora, padre y el hijo terminan de desquiciar la
lectura del viajero que respira con alivio cuando finalmente se van los tres dejando el local en reconfortante silencio. El viajero saca el edredón y trata de doblar semejante paquidermo de tela para
poder llevarlo en una brazada, la distancia al portal no llega a sesenta metros y tampoco trajo bolsa que permitiera introducir el edredón para su transporte. Coge el viajero la puerta de salida para
ir a...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 23 de enero de 2024
Viaje con la vista por el espejo de la peluquería
El viajero se sienta con la familiaridad que da el tiempo, ya son unos cuantos años cortando las greñas, con el peluquero convertido en una persona más del entorno
rutinario del viajero que se siente con ganas de viajar con la vista a través del espejo, con el local libre de los adornos navideños que estaban en la anterior cita...
El viajero se relaja mientras comienza el peluquero su tarea. Lo primero que llama la atención de la vista del viajero es un buda enorme
encima de una estantería. Es un buda gris que no transmite nada al viajero salvo recordarle sus propias lorzas al ver al buda y sus michelines que parecen aumentar por la postura. El viajero eleva la
mirada y observa que hay varios carteles referentes a herramientas de principios del siglo XX propias de una barbería y baja la vista para dar una fugaz mirada a los utensilios del peluquero
desplegados para su uso cuando haga falta. Sólo unas tijeras tiene antepasados en el cartel siendo el resto objetos con materiales y formas modernos y contemporáneos...
No pudo evitar el viajero la atracción del rostro, porque Marilyn Monroe es siempre Marilyn Monroe y luce viva y radiante en un anuncio
de cosméticos, detenida en el tiempo y anclada en la memoria siempre joven. Es un cartel publicitario y supone el viajero que es de finales de los 50´s o comienzos de los 60´s aunque se inclina por
la primera opción. No puede evitar el viajero recordar las circunstancias de la muerte de la actriz, tanta veces vista la historia por televisión...
El peluquero gira el asiento y vuelca el respaldo del asiento encajando la nuca del viajero en el borde del reposacabezas y cierra los
ojos al sentir la cálida caricia del agua. El techo es blanco y no hay nada de interés más allá de admirar el techo, con la mente en blanco y concentrando el sentir del agua mojando
su recién cortada pelambrera. Con maestría torera, el peluquero levanta el respaldo y gira el asiento dejando de nuevo al viajero ante su reflejo en el espejo donde habitan también el buda
gordo y gris, Marilyn Monroe y los antepasados de las tijeras...
El viajero observa su nuca reflejada en el espejo de mano del peluquero y reflejada a su vez en el espejo enfrente del viajero. Cumple
sobradamente el control de calidad del análisis del viajero, acorde a sus cánones que sólo una vez, la primera, tuvo que enseñar al peluquero que desde entonces ya sabe que es el corte de siempre y,
como buen profesional, pregunta imperturbable en cada cita del viajero a cortar el pelo. Guarda el peluquero el espejo y el viajeros se incorpora observado ya de pie lo que veía por el espejo,
pero no hay tiempo casi que ya está el peluquero, solícito, acercando la chaqueta el viajero que se la pone y se despide hasta la próxima cita, casi siempre transcurridas las mismas fechas desde la
última que ya es penúltima. Se despiden con camaradería y el viajero sale en dirección a...
Pero ése, ya es otro viaje.
miércoles, 3 de enero de 2024
Viaje a tirar la basura
El viajero cierra la puerta procurando no hacer mucho ruido, falta menos de una hora para la medianoche y sabe que hay alguien durmiendo para madrugar y los sonidos ya
tienen ese carácter nocturno donde todo se oye a diferencia del día donde los mismos sonidos quedan solapados por los sonidos diurnos...
Tiene el viajero que esperar por el ascensor, por el sonido sabe que se encuentra varios pisos más abajo y tardará unos segundos que se
hacen eternos como todos los segundos que suponen una espera, la cual al fin termina, con cierto desasosiego en el viajero en la espera con la sensación de que le observan, sugestión de mirar las
puertas con las mirillas, inofensivas en apariencia y que esconden un mundo tras las mismas. El viajero observa el ascensor mientras efectúa el descenso en el mismo. Presenta síntomas de
envejecimiento, un rallón que trata de ser algo y que ha debido de hacer alguien alto porque debe el viajero alzar la vista. La rejilla de las luces algo descolgada en una esquina y ruidos varios en
el exterior del ascensor a medida que desciende hacen al viajero recordar la historia de aquel astronauta chino que oyó como algo golpeaba el exterior de su nave orbital, algo así siente el viajero
cuando escucha los quejidos en el exterior de ascensor y se imagina cables que se encuentran al final de su vida operativa, o un barco que se hunde con el viajero de pasajero en su interior crujiendo
las cuadernas...
El viajero sale al vestíbulo hacia el portal, vestíbulo vacío e iluminado, en silencio casi molesto. En la calle siente el viajero frío,
no el frío de nieve de noches anteriores, pero agradable dentro del frío. El contenedor queda a pocos pasos flanqueado por coches aparcados que obligan al viajero a pasar de perfil procurando no
rozar un espejo retrovisor aquí, una defensa allá. El contenedor no está lleno y se traga la bolsa de basura con la satisfacción de quien se mete un manjar entre pecho y espalda, barrunta el viajero
para sus adentros dando vida gastronómica al contenedor. Cierra la puerta del portal despacio el viajero, es una puerta que se cierra sola con gran estrépito y molesta a los vecinos del primero
aunque siempre termina haciendo ruido por mucho cuidado que le ponga el viajero...
El ascenso es tan rápido como el descenso, con los ruidos quejumbrosos en el exterior del ascensor y la sorpresa de pequeñas vibraciones.
El viajero se mira en el espejo del ascensor aunque más bien parece el espejo mirar al viajero, tal vez aburrido de ver subir y bajar personas todo el día, toda la tarde y alguna de noche. El frenazo
final indica al viajero que ha llegado al piso, aliviado de salir del quejumbroso ascensor que sólo se queja con los ruidos nocturnos aunque el frenazo final no distingue la noche del día y se capta
perfectamente por los tímpanos. Introduce la llave y abre la puerta, la cierra despacio y echa la llave mientras piensa en ir al...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 26 de diciembre de 2023
Viaje por la ventana en Nochebuena
El viajero abre la ventana bien provisto de cafelito y de cigarrillo, ya se ha puesto pijama y bata sin faltar las zapatillas. Nota la cena de hace apenas un
par de horas, en compañía familiar y el recuerdo de las ausencias. Ya en casa, donde el árbol de navidad parpadea centelleante, quiere viajar por la ventana, despedirse de la noche y las
ausencias para recordarlas vivas y no ausentes, nada mejor que un reconfortante descafeinado calentito para un viaje nocturno...
El viajero observa más tráfico en la habitual avenida vacía de tráfico salvo alguna ambulancia a paso rápido y luces encendidas, algún
coche de policía que a veces pasa despacio y otras a toda velocidad, depende de la noche. El tráfico es constante salpicado por la distancia entre los coches, que pasan raudos a sus hogares, se nota
en el ruido ambiental que la noche transmite, sonidos que durante el día pasan desapercibidos ahogados por otros ruidos diurnos. También se ven personas abrigadas con bolsas en la mano que vuelven
andando, no son numerosos y en grupos de tres o cuatro a paso alegre para escapar del frío nocturno...
El viajero mira al cielo, libre de nubes en esta fría noche de Nochebuena pero con la contaminación lumínica de las luces urbanas.
Le vienen al recuerdo otras noches de Nochebuena donde los ahora adultos eran infancia y las ausencias protectoras y amadas estaban presentes. No es un recuerdo triste y sí agradecido, barrunta el
viajero para sus adentros mientras le pega un sorbo al café, cerrando los ojos y por un segundo viviendo el recuerdo. Pero el viajero no se detiene mucho en la nostalgia, es buena compañera en
instantes y más tiempo del debido lleva a la tristeza metafísica, no sabe el viajero si lo de metafísica es acorde y apropiado pero considera que le queda bien y da un poco de enjundia, pensamiento
volátil como el humo que sale por la ventana...
El viajero sale de su abstracción viajera por la ventana la noche de Nochebuena y se deja de metafísica y demás zarandajas porque el café
no da más de sí, el cigarrillo ya está apagado y se ve que el frío le han despertado las ganas de orinar, lo que le vendrá bien dado el volumen de bebida consumida en la cena, no para ponerse pedo,
que puede que algo también, y sí para que tras la sesión de aguantar biruje en la ventana grite la vejiga clamando clemencia y misericordia para ir al baño. El viajero echa un último vistazo a la
noche y siente que, pese a todo, le sigue gustando la Nochebuena y se dirige al...
Pero ése, ya es otro viaje.
viernes, 8 de diciembre de 2023
Viaje al supermercado una lluviosa mañana de diciembre
El viajero tiene que abrir el paraguas antes de pisar la acera bajo el soportal. Es una lluvia fina y constante, desde la ventana daba la impresión incluso de que no
llueve, que cambia de intensidad por momentos y que moja, con humedad en el ambiente y menos frío que la jornada anterior aunque ya no está para andar sin abrigo. El viajero mira con suspicacia el
paraguas al que la lluvia golpea sin piedad y sin pausa. Se lo dieron como obsequio, de buenas dimensiones pero cierta fragilidad a primera vista del viajero en varillas, que se mueven cuando
deberían estar quietas y con peligro de que si pilla una ráfaga de viento saldrá deformado. No hay viento y el viajero se siente más confiado en la solidez del paraguas y emprende camino al
supermercado...
El viajero disfruta del ambiente urbano, pocos viandantes y tráfico ralentizado por la climatología aunque sin atasco, fluidez de tráfico
parecido a una ola de lava que avanza lentamente. Es jornada laboral entre festivo y se nota en cierta calma, cierta merma en el latido urbano, sin escolares ni bachilleres, sin la gente habitual en
trajín diario. Se ven muchos carritos de la compra como el que lleva el viajero, fiel escudero en tareas de carga y transporte que se va mojando y parece mirar al viajero suplicando que le amparen
bajo el paraguas de la incesante lluvia...
El viajero camina tranquilo y relajado, con esa alegría de que al día siguiente es festivo en lugar de jornada laboral para unos y rutina
para otros. Al enfilar la calle del supermercado, extensa en longitud para el coche de san Fernando, aumenta el flujo de gente que va y viene de compras. No se ve gente joven y la mayoría son
pensionistas, en edad de jubilación a la vista....
Pasa el viajero por delante de unos de sus abrevaderos cuando va a la compra, se ve gente por los cristales, la mayoría en las mesas y
alguno en la barra, un local que invita a techarse de la lluvia y tomar un reconfortante cafelito. Pero el viajero decide no entrar, en contra de su costumbre de tomar el cafelito de la compra; lleva
el carro y el paraguas mojados a conciencia y se imagina el charco que provocaría el carrito y, de todas formas, ya añora estar en casa a resguardo de las inclemencias del tiempo decidiendo que mejor
acaba la compra y regresa raudo, ya se tomará el cafelito en casa o, mejor aún, ya de regreso en su abrevadero del barrio habitual...
El viajero observa que hay afluencia de compradores en el supermercado y tiene que cerrar el paraguas antes de entrar y siente en el
cogote las gotas de lluvia, que ha bajado en intensidad pero constante sin prisa ni pausa. Aún se moja al cerrar el paraguas para dejarlo en el carrito, hay un paragüero a rebosar, puede apreciar con
la vista por el interior mientras cierra el endeble paraguas de endebles varillas que tal vez no soporten una ráfaga de viento, y entra sin mirar al pedigüeño habitual en la entrada del supermercado;
al menos es el mismo de las últimas compras , a veces hay un pedigüeño joven de piel morena. El pedigüeño es un hombre ya entrado en años, sin apariencia de pordiosero y que habla por el móvil con
una mano mientras la otra sujeta un pequeño recipiente de plástico para dejar las monedas, es de plástico y se aprecian tres o cuatro monedas de color cobrizo con unas cuantas de color
dorado...
El viajero entra y busca con la mirada si hay sitio para aparcar el carrito de la compra y va recto hacia...
Pero ése, ya es otro viaje.
sábado, 10 de noviembre de 2026
Viaje por la joyería
El viajero entra en la joyería, un negocio que conoce desde su infancia y a un par de semáforos de su barrio de la infancia. Es un local pequeño que la distribución de
un mostrador en L, vitrinas en las paredes y una iluminación que resalta los metales valiosos de los productos de joyería a la venta, logra el conjunto que transmita amplitud, pequeña, pero
amplitud...
El tipo que atiende, más o menos de la misma quinta que el viajero por su aspecto, está ocupado con una venerable anciana y su joven
acompañante. El viajero la conoce de sus años mozos, tiene una discapacidad psíquica que la convierte en una mente entre infantil y adolescente aunque se desenvuelve bien, el viajero ha visto a lo
largo de los años como superaba su minusvalía dentro de sus posibilidades. Saluda la chica al viajero y se hacen las preguntas de rigor, le cuenta que la venerable anciana es su abuela y que cumple
cien años en abril. El viajero flipa un poco porque la venerable anciana tiene una quijotera privilegiada, sus manos se desenvuelven con soltura a la hora de probar relojes, puede observar el viajero
que busca algún reloj, y la conversación es fluida. Al entrar, el viajero le echó edad por el andador en que se apoya, pero sacado de la ignorancia por la chica, ésta le cuenta que está con sordera y
tiene problemas de equilibrio y el viajero se pregunta dónde hay que firmar para llegar así a ser centenario...
El viajero, calmada la conversación entre viejos conocidos que se tropiezan al menos una vez al año con la chica y su casi centenaria y
funcional abuela, se dedica a viajar por vitrinas y expositores. Hay de todo, colgantes, sortijas, relojes, cadenas, esclavas, figuras de vírgenes patronas y pendientes a juego con el colgante. Le
llama la atención un conjunto de pendientes y colgante con esmeraldas, diminutas rodeadas de un halo de oro. De oro son dos colgantes, sin cadena, de una Virgen patrona, una más pequeña que otra,
pero ambas de buen tamaño. El dorado metal brilla iluminado por la luz en el techo. El viajero no ve precios a la vista y se permite fantasear pensando en damiselas a las que regalar algo de lo
expuesto...
El viajero observa la pared al fondo del mostrador donde el dependiente atiende a la casi centenaria y venerable abuela de la chica
conocida del viajero. Hay un reloj de péndulo, pequeño comparado con otros. De bella factura aunque sospechosamente parecido, barrunta el viajero, a uno similar de tamaño que compró en la tienda de
los chinos hace más de una década. Le gustó al viajero desde que lo vio y un buen día adquirió el objeto de deseo. La cosa fue bien unos meses, cierto que con alguna ligera anomalía como retrasar la
hora o que el minutero entrara en colisión con una de las agujas horarias y se detuviera. El péndulo le dio más de algún susto y algún que otro disgusto, pero el viajero disfrutaba de su reloj de
péndulo y de la liturgia de ponerlo en hora cuando le daba cuerda. Lo de dar cuerda fue bien y fue la causa del desastre final cuando una noche, antes de acostarse, se dispuso a la liturgia de dar
cuerda al reloj. Es cierto que el viajero ya tuvo algún precedente de cierta dureza o resistencia del mecanismo de cuerda al girar la llave, pero aquella noche fue distinto. Las dos primeras vueltas
la llave giró bien, la tercera y cuarta con la habitual resistencia y reticencia al girar, pero la sexta fue como si el reloj tuviera tos y la llave se hundió en el mecanismo como nunca había
ocurrido para, finalmente en la séptima vuelta, el reloj sencillamente comenzó a emitir sospechosos ruidos y sonó a que algo se rompía en su interior...
El viajero sale de sus recuerdos relojeros cuando la chica se despide, al igual que su casi centenaria y venerable abuela que le dice que
la sordera es una jodienda. El dependiente, que ha observado al viajero de reojo como miraba la mercancía expuesta, le sonríe y pregunta qué deseaba, ya dirigiéndose al mostrador que parecía del
interés del viajero...
-Quería cambiar la pila del reloj- dice el viajero mientras sube la manga y procede a quitarse el CASIO barato y típico de
los 80´s.
El dependiente, aprecia la perspicacia del viajero, hace una imperceptible mueca de decepción de tendero que ve esfumarse una potencial
buena venta, incluso le mira de arriba abajo de forma casi imperceptible. El viajero no se inmuta, cual hidalgo en ayunas con palillo en la boca. Está orgulloso de su reloj CASIO negro típico de los
80´s. Le da la hora, en varios husos horarios; le despierta si hace falta y cronometra el tiempo que pasa si así lo desea el viajero...
El viajero se despide del tendero, no merece otro calificativo su trato a la clientela de clásicos de los 80´s de la industria relojera,
baratija hoy en la muñeca, tesoro heredado de incalculable valor para futuro propietario pariente del viajero. Al menos le responde a la despedida y el viajero se asoma a la calle, hay una
confitería cerca y llega un aroma que le impulsa en dirección a...
Pero ése, ya es otro viaje.
domingo, 29 de octubre de 2023
Viaje a través de la ventana tomando un café una noche de octubre
El viajero abre la ventana y siente el aire fresco de la noche mientras coge la taza con ambas manos, buscando el calor del café recién hecho. Es una noche con lluvia
que se agradece por el viajero ya un tanto cansado de calores fuera de tiempo, al menos fuera de calendario como si fuera aún verano y éste no fuera más que un recuerdo de otro verano que se funde en
los recuerdos de otros veranos que acaban siendo el mismo, engarzados unos con otros, a veces en orden y otras mezclados para formar un todo...
El viajero observa el tráfico de la avenida que conecta partes de la ciudad. Pasa un autobús de línea nocturno, de una frontera a otra
con parada en la ciudad. Supone que es ese autobús nocturno por sus luces y puede el viajero imaginar a otros viajeros como él, mirando la noche en movimiento por la ventanilla mientras el viajero
observa quieto en la ventana el movimiento del autobús que se pierde de vista siguiendo su camino. De vez en cuando pasa un coche, rápido sin pasar el límite de velocidad; un camión de recogida de
basura transita por el barrio, recogiendo su cargamento de basura en los contenedores con ruido que suena alto, pero sólo porque es de noche. Los edificios se funden en sombras, alguna ventana emite
luz de su interior aunque la mayoría están con las persianas, algún piso muestra su soledad interior con las persianas subidas y en oscuridad...
El viajero siente llamar su atención por un gato que se mueve en las sombras de luz de las farolas, silencioso y felino, ignorante de que
el viajero le observa desde lo alto en la ventana. Sale otro gato de la oscuridad y se reúne con el primero, lo cual no deja de maravillar al viajero por poder observar la vida de la fauna
urbana nocturna. Alguna vez, alguna tarde, el viajero ha visto a una señora dejar comida a los gatos y se pregunta dónde pasarán las horas del día...
El viajero toma el café mientras suena una vieja canción, a poco volumen, en su móvil. Trata el viajero de ver el cielo pero sólo se
vislumbran sombras nubosas que descargan una lluvia fina y persistente. El café ya ha enfriado un poco, de forma tenue, y puede el viajero tomarlo a sorbos. Ya no pasa ningún vehículo por la
avenida, el camión de la basura ya partió en busca del siguiente contenedor y los gatos se han perdido en la noche. Sólo un semáforo a lo lejos parece comunicarse con el viajero con sus
intermitencias de color. Una luz azul destella en la noche silenciosa, una ambulancia camino del hospital en una urgencia nocturna sin necesidad de hacer sonar su sirena, sólo los destellos de luz
azul y una velocidad alta permiten al viajero barruntar para sus adentros que se trata de una urgencia nocturna...
El viajero apura el último sorbo, la canción es pegadiza y la letra romanticona, apropiada para esta noche en la ventana, piensa el
viajero, de finales de octubre y lluvia otoñal. La mente viaja a su vez al recuerdo mientras enciende el viajero un cigarrillo, quiere acabar de escuchar la canción, de esas canciones inesperadas que
surgen en noches a la ventana...
El viajero termina el último sorbo, apaga la radio y echa un fugaz y último vistazo por el cristal moteado de gotas de lluvia. El
semáforo a lo lejos parece despedirse cambiando de color y el viajero piensa que es momento de retirarse, de dejar el paisaje a través del cristal y que será distinto a la luz del día. Coge el
viajero la taza y la deja en el fregadero y se dirige al baño porque siente que aprietan...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 5 de octubre de 2023
Viaje con peripecia para realizar un ingreso en ventanilla
El viajero sale al asfalto ufano, no por nada en especial, se ha levantado temprano para sus cánones a esa hora maldita en que los estudiantes entran a primera clase.
Debe hacer un ingreso en ventanilla, ni siquiera ha desayunado ni parado en su abrevadero habitual para el cafelito, la sucursal está en el barrio y salió sin chubasquero, hay nubes grises que van
tupiendo el cielo que era predominantemente despejado a primera hora de la mañana. Llega a la sucursal y se lleva una sorpresa al no ver clientes en su interior, de hecho ni siquiera hay una
ventanilla de atención al público, sólo cuatro mesas separadas por unos biombos que imitan juncos, al menos esa impresión causan al viajero. Se dirige a un empleado sentado en una mesa, el único a la
vista del viajero, que le indica que no hay ventanilla y que puede hacer el ingreso en el cajero, cosa que ya intentó el viajero el día anterior y salía un irritante mensaje de: operación no
autorizada consulte en la sucursal. El viajero no quiere interrumpir al empleado que ya se ha levantado de la mesa y dirige al viajero al cajero en la sala que media entre la calle y el interior
de la sucursal. El empleado se dirige al viajero con esa condescendencia de quien sabe los arcanos digitales y se encuentra ante un analfabestia digital, detallando al viajero cada paso a dar en la
pantalla táctil y que el viajero sabe de memoria. Con una sonrisa complaciente y de satisfacción, casi de superioridad intelectual, le dice al viajero que ya está, mientras éste cuenta mentalmente
tres segundos y antes del cuarto sale el mensajito de consultar en la sucursal. El viajero ríe para sus adentros cuando la sonrisa del empleado muta a cara de pasmo y sorpresa, balbuceando algo y que
indica al viajero que pase con él a consultar en el ordenador. La cosa se está complicando, barrunta el viajero, cuando el empleado se tira cinco minutos largos consultando su terminal sin poder
aclarar el entuerto y aparece de súbito otro empleado de una puerta cerrada y se suma a las indagaciones. El viajero añora su cafelito, parece que empieza a lloviznar y los empleados no atinan a dar
con la tecla adecuada. Finalmente, le indican al viajero que lo mejor es que lo ingrese en ventanilla, sabia deducción que el viajero discurrió por sí mismo el día anterior al intentar pagar en un
cajero de otra sucursal. Tiene el empleado la prudencia de advertir al viajero que la ventanilla sólo abre hasta las once y media de la mañana y una mirada a su reloj le indica al viajero que son ya
cerca de las diez. Le informan de que puede ir a la sucursal de la calle Tal o a la de la calle Cual y el viajero da las gracias, por nada piensa para sí, y sale de nuevo al asfalto.
El viajero decide entrar en un garito a unos pasos de la sucursal para decidir qué hacer y calmar su ansia del cafelito mañanero. No es
su garito habitual del cafelito y extraña desde el primer sorbo el cafelito habitual. Sale el viajero decidido a ir a la sucursal de la calle Cual, es más cercana y la llovizna invita a apurar el
paso. Al llegar a la sucursal observa que hay tres personas haciendo cola y otras dos para el cajero. Busca la maquina de sacar la vez pero hay que recurrir a la clásica pregunta de quién es el
último. El interior es amplio y hay una ventanilla con tres puestos y sólo atienden en uno. El viajero observa el reloj y ve que le queda menos de una hora antes del cierre de la ventanilla y
respira aliviado aunque se enoja para sus adentros cuando ve un rótulo en la pared que le escupe a la vista: su tiempo es oro y nos preocupa su tiempo. Siente el viajero el impulso de
gritar de rabia pero se limita a mirar para otro lado. Cuando por fin le llega el turno y espera que le pidan ingresar, la empleada en ventanilla le dice que se vaya con su compañera de la mesa
porque hay una incidencia a la hora de tramitar el ingreso en el ordenador. Se dirige el viajero a la mesa y la empleada le da un poco la turra con algo relativo a la cartilla y frota con
un paño la banda magnética, teclea un poco y mete la cartilla en las fauces de la impresora que emite un ruido sordo y escupe la cartilla. La empleada le indica al viajero que debe acudir a la
oficina central de la entidad y debe volver a la ventanilla a recoger el dinero que estaba en espera de solucionar la incidencia. El viajero echa una mirada furibunda al rótulo, se acuerda de los
muertos de los accionistas de la entidad bancaria cuando observa que apenas tiene veinte minutos antes de la hora del cierre y decide tomar un taxi.
La parada está al lado de la sucursal pero no hay taxis estacionados y la lluvia ya es tal. Por fortuna para el viajero aparece un taxi a
los pocos minutos y, una vez dentro, indica al taxista la dirección. El taxista arranca en cháchara opinando que la entidad bancaria causa contratiempos por su experiencia como taxista con otros
viajeros y otras chácharas. El viajero pone cara de haba, como si escuchara atentamente aunque en realidad está calculando el coste del trayecto porque salió de casa con lo justo para un
cafelito y poco más. El taxi para justo enfrente de la entrada de la sucursal principal y le cobra al viajero cinco euros y unos céntimos. El viajero, tras pagar al taxista y entrar en la sucursal
principal, busca con la mirada la máquina de sacar la vez. Hay un menú con distintas opciones y el viajero se equivoca un par de veces hasta que logra encontrar una opción con algo parecido a
ingresar en ventanilla y la máquina le escupe tres papelitos y cada papelito con una clave alfanumérica. El viajero se concentra en la pantalla que indica la clave alfanumérica y el puesto de
atención. Suena un sonido cada vez que sale una nueva clave en pantalla y el viajero por fin ve la suya en la misma y se dirige a ventanilla donde una empleada con gafas le atiende y cuando el
viajero le indica que quiere realizar un ingreso, mira al viajero por encima de las gafas y le dice que la ventanilla está cerrada para ingresos y le sugiere que hay que madrugar antes, todo ello con
una sonrisa que le parece sarcástica al viajero, al devolverle la cartilla. El viajero cierra un segundo los ojos y se imagina con un lanzallamas incinerando la sucursal principal, los
cajeros automáticos, esos estúpidos biombos que parecen juncos, a empleados y clientes, todo reducido a cenizas sin piedad por parte del viajero...
El viajero sale al asfalto, sigue la llovizna mojando al viajero que no tiene para un taxi y, resignado y cabizbajo, enfila en
dirección a su casa mientras barrunta que...
Pero ése, ya es otro viaje
martes, 5 de septiembre de 2023
Viaje en taxi al hospital
El viajero observa el cielo mañanero cuando empieza a caer una leve llovizna que moja pese a su levedad. El taxi tarda un poco y el viajero mira el reloj, debe acompañar
a un familiar al hospital para consulta del especialista y ambos visten ropa veraniega, amaneció soleado, pero los cambios de soleado a nuboso se suceden a intervalos hace varios días...
Llega el taxi y el viajero ayuda a subir a su familiar que tiene problemas de movilidad. El viajero disfruta de ver la ciudad por la
ventanilla, ver el tráfico que se espesa en algunas calles y el taxi se mueve ágil, como sólo pueden hacerlo los taxis, entre el tráfico y sólo es interrumpido por las paradas obligadas en los
semáforos que parecen esperar el momento justo para parar en seco la carrera. El familiar y el taxista comienzan una conversación al hilo de las noticias que escupe la radio, pero el viajero está
saturado de la actualidad y su mirada está fija en el cristal de la ventanilla, abstraído contemplando la ciudad que se va estirando hasta estar en la zona rural del municipio aunque cada vez se
urbaniza más, preparándose para su integración urbana. Lo percibe el viajero en cambios sutiles como parcelas que se han vuelto edificables, la instalación de infraestructura urbana para cuando
llegue el momento y hasta una conocida marca de supermercados se ha instalado pese a que sólo se ven las edificaciones de siempre, casas de planta baja o dos plantas de buena estampa y protegidas por
muros. Sin embargo, recordando algún titular, algún día llegará el metro conectando la ciudad con el hospital y es fácil imaginar las fincas ahora teñidas del verde de los prados convertidas en
edificaciones, una extensión urbana que inaugurará una nueva zona en expansión...
El viajero contempla los campos de deporte de la Universidad que tan bien conoce de su niñez donde jugaba pachangas. Han cambiado de
aspecto, el césped está cuidado y se nota que deben jugarse partidos oficiales. La gran novedad para el viajero es un campo de beisbol con su forma de diamante y ridículamente pequeño en dimensiones
a los que el viajero conoce de la televisión y el cine...
El hospital se acerca cada vez más a medida que el taxi avanza en su recorrido. No se ve mucho barullo, al menos los barullos que el
viajero conoció hasta que llegó la pandemia y se instauró el sistema de cita previa, para algunos un engorro aunque el viajero aprecia la nueva puntualidad y como el sistema hace que el proceso
sea más fluido. El viajero paga al taxista y ayuda a su familiar a salir del coche. Se dirigen a la entrada y, mientras el familiar introduce su tarjeta en la máquina que le escupe el papelito con la
clave de turno para consulta, el viajero se dirige al mostrador para solicitar una ficha para la silla de ruedas y dirigirse a...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 24 de agosto de 2023
Viaje mañanero con ola de calor
El viajero siente el calor nada más pisar la acera y dejar la confortable sombra del portal, el sol brilla con intensidad inusitada a esas horas, entre el mediodía y la
media mañana. Nota que caminar cuesta un poco, no por el esfuerzo al que ya está habituado el viajero, es por el calor al que no está acostumbrado y al que nunca pudo acostumbrarse el viajero, más
amante del frío y el fresco donde si se siente calor es sólo aliviarse quitando ropa...
Han pasado las fiestas de la ciudad y no se ven ya foráneos arrastrando sus maletas, algunos cargando el maletero y menos afluencia de
peatones en los semáforos, con tráfico ligero y sin atascos en los cruces. Las cafeterías también notan lo menguante del gentío de dos semanas atrás cuando había ambiente festivo con mercadillos
y actividades varias. Muchos locales están cerrados por vacaciones mostrando sus escaparates el interior en penumbra, los taburetes sobre las mesas y el viajero puede imaginarse una fantasmal
clientela...
El cogote del viajero nota el sol y comienza a sentir cierto calorcillo en ascenso en la nuca aunque llega por fin a la sombra tras
cambiar de acera. El semáforo está en rojo para los peatones y el viajeros se detiene aprovechando para recuperar resuello. Cuando se pone en verde, un titiritero, para el viajero tiene esa pinta
aunque en realidad es una mezcla de aspecto hippioso y payaso callejero que deleita la espera de los conductores esperando a su vez unas monedas al finalizar. Una niña y su madre, supone el viajero,
cruzan con él pero la niña se detiene al llegar a la acera y se queda fascinada mirando los malabares del hippioso payaso urbano y éste deja su actuación para los automovilistas en espera en el
semáforo y se acerca a la niña. El viajero observa la escena mientras sigue caminando y siente respeto por el artista callejero que antepuso la ilusión a las monedas de recompensa, es algo
reconfortante aunque el viajero ignora el porqué...
Definitivamente el viajero nota la pesadumbre del calor, han dado avisos de temperaturas altas e históricas y lo mejor sería quedarse en
casa a la sombra si se puede, barrunta el viajero mientras se fija en los operarios que están levantando parte del suelo de la avenida, entre el polvo y el calor. No les envidia el viajero que sabe
que los movimientos se vuelven lentos y el ánimo se agobia cuando hay tajo bajo el sol...
Llega el viajero a su destino, nota la sudoración en la cabeza, brotando despacio y que aumenta en intensidad mientras espera el
ascensor. Le apetece un vaso de agua fría y nota que se le seca la boca, entrando en bucle de sensaciones de agobio y el sudor en la cabeza. Abren la puerta y el viajero se dirige a...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 1 de agosto de 2023
Viaje a una extracción de sangre para analítica
El viajero sale a la calle, hora temprana para sus cánones madrugadores, y observa la radiante mañana de radiante sol. Acertó al salir en manga corta, dudó si llevar una
chaqueta ligera cuando se asomó a la ventana para decidirse, parece más tarde de lo que es y siente la irrefrenable tentación de tomarse un cafelito en un garito cerca del centro de salud, pero
recuerda que debe ir en ayunas por lo que se mentaliza en apartar la tentación del cafelito y pensar en otras cosas...
No queda lejos el centro de salud, un agradable paseo con el tráfico a siniestra, la sinfonía matutina de vehículos a motor, de paradas
atestadas aunque sin usuarios estudiantiles no hay tanta gente. La acera tiene una pequeña pendiente, de las que no se notan en las piernas recién descansado y que pesa en las piernas si se hace el
trayecto de regreso tras otra jornada...
El viajero llega al centro de salud y recuerda que antes de la pandemia y en otras extracciones de sangre solía estar ya atestada la sala
de espera que se extiende en línea recta, enfrente de las distintas puertas que dan a despachos de consulta y enfermería. El viajero informa de su presencia a una agradable sanitaria que toma nota y
comprueba la lista de usuarios. Espera el viajero sentado con otra media docena de usuarios para extracción de sangre. Está abierta la puerta de la sala de extracciones con tres mesas y otras tantas
sanitarias, enfermeras supone el viajero, jóvenes y amables con el personal. Es llamado el viajero y entra a la sala, se sienta donde le indican y extiende el brazo. Debe acercar la silla y por un
instante el viajero piensa que va a tocar un pecho de la sanitaria, que debe darse cuenta del azoramiento e indica al viajero que acerque más el brazo. Mira el viajero como la sangre llena la pipeta
de extracción y recuerda cuando entró sano a la consulta y salió convertido en una bomba de relojería andante, pero la sanitaria ya está colocando un esparadrapo en el lugar donde pinchó la
aguja...
El viajero espera cinco minutos con el brazo doblado, no hay sangre y se asoma al exterior por la puerta acristalada. Divisa el garito
del cafelito en la acera y siente que le invade la apetencia de un buen café y sale dispuesto a...
Pero ése, ya es otro viaje.
domingo, 23 de julio de 2023
Viaje a votar al colegio electoral
El viajero siempre disfruta de la fiesta de la democracia que es la jornada electoral y hace una mañana soleada en la hora de salir de misa, no porque el viajero sea
devoto de confesionarios y sacristías, es por la gente que fluye al colegio electoral al término de la misma...
El trecho al colegio electoral no es largo, un agradable paseíto y si bien no hay muchedumbre sí que hay un goteo constante de
ciudadanos, también la terraza de la cafetería está con clientela que va aumentando según salen del cercano colegio electoral. Es un colegio de primaria que trae recuerdos al viajero que se mezclan
en una amalgama de tiempos que abarcan desde que el viajero votó por primera vez y su etapa escolar. No falta el típico encuentro con el vecino y se saludan en la distancia como buenos
vecinos, eso piensa el viajero aunque luego en las reuniones de la comunidad salten chispas...
El viajero se pone a la cola de la mesa electoral, sólo hay dos votantes delante y contempla que a diferencia de la última cita electoral
hay más mesas de votación, incluso se despista al no ver su mesa en la ubicación habitual de otras votaciones. Lo abigarrado de la estancia que alberga las mesas produce la sensacional viajero
de cierto caos, pero todo se desarrolla en orden y concierto subiendo la admiración del viajero por la democracia con ciudadanos de distinto voto colaborando en las mesas y colaborando en
comportamiento quienes votan...
El viajero disfruta de la liturgia de emitir el voto y el presidente de mesa permite que sea el viajero quien introduzca los sobres
en la urna correspondiente, recuerda el viajero ocasiones en que el presidente de mesa introducía los sobres, más seguro para los integrantes de la misma evitar despistes que siempre hay, pero que al
viajero le parece una merma en la liturgia de emitir el voto. No es lo mismo para el viajero, quiere disfrutar del proceso breve y rápido, también simbólico en cierta forma...
Tras guardar su documentación, el viajero sale de la mesa electoral a donde siguen llegando ciudadanos a votar. Queda ahora la emoción
del recuento, de emociones para todos con alegrías y penas para otros. Lo importante es votar, aunque sea en blanco, y el viajero detiene su vista en una pareja que entra con su hijita. Mira todo a
la vez que pregunta cosas cogida de la mano y el viajero sabe que la semilla de la democracia ha ganado un terreno para desarrollarse, mérito de sus mayores que la llevan a compartir la liturgia de
emitir un voto y eso llena de esperanza al viajero...
El viajero deja atrás el colegio y medita que es un buen día para tomarse un vermú y encamina sus pasos al...
Pero ése, ya es otro viaje.
viernes, 14 de julio de 2023
Viaje en el coche de San Fernando en tarde de canícula veraniega
El viajero tenía planificado su viaje a los reinos de Morfeo habitual pero le surge viaje inesperado esa tarde donde reina el sol y calienta el asfalto, cuando el
viajero sale del portal siente un aire denso y caliente, no cálido sino caliente como si se hubiera metido en el interior de un horno. No ha caminado cincuenta metros y siente el viajero como su
cráneo se resiente a gritos del calor que parece hacer arder la piel...
Logra el viajero llegar a su abrevadero habitual y no pide el cafelito de costumbre y pregunta si hay botellines de agua fríos. Sale el
viajero de nuevo al asfalto, con ese calor inerte sin pizca de aire, los transeúntes buscando sombra en las aceras y el viajero varía su ruta habitual huyendo también del contacto directo del
sol. Cuando enfila una calle en sombra, siente el viajero una leve y tenue brisa de aire en movimiento que es como encontrar agua en un desierto...
Hay más gente en la calle de lo esperado una tarde con canícula y alertas por las altas temperaturas, 34º marca el termómetro urbano,
enorme, que oscila entre marcar la hora y señalar la temperatura. Son muchos grados para estos lares donde el calor es soportable y se aligera con brisas, pero esta tarde es distinta, es casi hostil
sentir tanto calor en el ambiente...
A mitad de trayecto el agua del botellín no alivia al viajero porque está ya a temperatura ambiente, desaparecido el frío refrescante y
convertido en orines de camello al paladar. El viajero agradece los servicios prestados y toma un último trago antes de depositar la botella en un contenedor de plásticos...
El viajero llega a su destino, ha logrado llegar sin sudar y se nota la cercanía de la playa en la brisa y el gentío, algunas en
bikini que no dejan de ser una alegría a la vista del viajero, aunque hace demasiado calor para ideas calenturientas, medita el viajero riendo para sus adentros cuando se adentra en...
Pero ése, ya es otro viaje.
domingo, 2 de julio de 2023
Viaje por la ventana al final de las fiestas del barrio
El viajero enciende un cigarro y abre la ventana, para que salga el humo y porque hace una noche algo bochornosa como anunciando lluvia. La verbena del barrio toca a su
fin tras cuatro días de ambiente verbenero. A diferencia de otros años y otras verbenas del barrio, han instalado una carpa que aloja la barraca, no está permitido llevar bebidas de fuera; no falta
una noria, pequeña vista desde la distancia, casi de juguete, que tiene una secuencia programada de luces que cuando cae la noche han dado alegría luminosa relegando el protagonismo de las farolas,
sombras y luces de cada noche...
El viajero escucha el sonido que transporta el viento, han cambiado la ubicación y queda algo más alejado de la ventana el sonido de
la verbena del barrio, sin reverberación que taladra impidiendo conciliar el sueño, es un sonido más depurado y sin estridencias, distinguiendo la voz solista de los instrumentos que unas veces
suenan a directo y otras a música enlatada que acompaña una voz o dos en directo. Hay algo de macabro en el ambiente cuando se apagan las luces de la noria y quedan las luces, mortecinas en la
ventana, de la barraca, apagada también una carpa que el viajero deduce que es un carrusel o similar, vueltas daba, medita el viajero...
El café ya está a temperatura tragable, ni muy caliente ni tibio, reconfortante en la noche y el viajero observa algo de gente, a cuenta
gotas, de regreso de la verbena, mañana es lunes y todo será un recuerdo más. El viajero apaga el cigarrillo, paladeando la última calada coincidiendo con el apagado total y el final de la verbena
del barrio que hizo recordar al viajero las verbenas de su vida aunque el peso de las ausencias se hace insoportable cuando los recuerdos afloran...
El viajero da un sorbo al café, aspira aire nocturno que huele a verano, otea la sombra de la verbena intuyendo más que viendo la noria y
la carpa. Cierra la ventana y el viajero asume que llega otro lunes otra vez mientras crujen sus intestinos y se aleja de la ventana para ir a...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 13 de junio de 2023
Viaje a la cerrajería
El viajero abre el paraguas antes de emprender la marcha, es una lluvia intensa, agresiva casi, pero sin aire con lo cual el agua no entra de lado mojando al viajero y
el paraguas cumple su función...
No hay muchos viandantes, algún alumno con su mochila a la espalda, señoras de compra pero nada comparable a un día soleado, aunque el
viajero agradece la lluvia y por un momento las nubes grises parecen de febrero más que de junio. El viajero disfruta del instante parado en el semáforo, mira alrededor las viejas y confortables
calles, apreciando los nuevos edificios y haciendo memoria recordando el antes de los mismos...
No sigue el viajero una ruta habitual y parece muy lejano la última vez que pasó por estos andurriales, la vieja y destartalada estación
de autobuses que le trae recuerdos de noches en el autobús en tránsito a ninguna parte; el instituto por el que parece que no pasa el tiempo en la fachada y hasta se para a mirar algún que otro
escaparate donde no se detenía desde hace varias temporadas...
El viajero cierra y sacude el paraguas en los soportales antes de entrar en la cerrajería, un local amplio que se hace pequeño entre
maquinaria, mostradores y vitrinas. Hay una pequeña cola y mientras un dependiente hace unas llaves su compañera atiende a una clienta, quiere cambiar la pila de una llave y, al parecer por lo que
logra capiscar el viajero, algo se ha fastidiado en la tapa que no cierra. La clienta comienza a gritar, más que hablar, que no desea una llave nueva y que si patatín que si patatán hasta que logra
ser atendida por el dependiente que también debe ser el encargado en ese momento. Al menos la cola empieza a moverse, no sin antes haber soltado la clienta al dependiente que para tener la compañera
que tiene, mejor está solo. Siente algo de solidaridad el viajero con la dependienta, más cuando el dependiente le aclara a la señora que la llave es de otra cerrajería, pero el daño ya está hecho y
se siente un silencio ambiental roto por las chorradas de la clienta. La dependienta atiende al viajero, sin atisbo de tristeza o indignación por ser difamada y menospreciada por la pesadita de la
clienta que sigue dando la brasa con su llave...
El viajero recoge su llave y sale a los soportales. Sigue cayendo agua, una llovizna suave, y el cielo tiene pinta de que va a abrir.
Abandona los soportales y se dirige a...
Pero ése, ya es otro viaje.
miércoles, 31 de mayo de 2023
Viaje con la vista a través del espejo cortando el pelo
El viajero se encuentra con un viaje inesperado debido a que su peluquero está en animada tertulia con una amistad, no parece cliente porque ya estaba cuando llegó el
viajero para cortarse el pelo. Vencida cierta nostalgia porque la cháchara del peluquero, un profesional que sabe qué cháchara dar a cada cliente y prudente a la hora de realizar su trabajo en
silencio ante el mutismo del viajero, se dirige a otra persona, fue entonces cuando el viajero vio la oportunidad de viajar a través del espejo y apreciar vistas que nunca se había detenido a
observar pese a llevar años como cliente del peluquero...
El viajero ve una vitrina con distintos productos, le recuerdan a su infancia con su madre peinando y echando laca al pelo de la clienta
de turno. Detiene el viajero su vista en unos cuadros en los que nunca había reparado salvo fugazmente, cuando se reincorporaba en el asiento tras el lavado de pelo y antes de girar para ponerse de
nuevo ante el espejo podía observar breves instantes los cuadros, luego frente al espejo nunca se detuvo como ahora...
Son cuadros de temática del gremio de la peluquería de caballeros, aunque ahora todos sean plebeyos consumistas, piensa el viajero.
Tienen la estética de principios del siglo XX, cien años que se dice pronto. Hay una lámina muy atractiva que muestra varios utensilios de la época. Es entonces cuando aparece ella, eterna su belleza
y sensualidad por la muerte prematura, pero es ella, es Marilyn Monroe anunciando un producto, posiblemente entre los 50´s y los 60´s. Es un retrato, sólo la cabeza, su rostro y un poco de cuello,
tiene esa sonrisa suya y el viajero recuerda de pronto lo que sabe de su muerte y su vida...
El viaje con la vista se termina de sopetón cuando el paisaje de la pared a sus espaldas queda eclipsado por su cogote que le muestra el
peluquero sin dejar la cháchara con el que parece una amistad, una muestra fría y carente de calor humano...
El viajero paga y el peluquero se digna a prestarle un poco de atención, sin dejar la cháchara, y el viajero mira el reloj, buena hora
para un cafelito. Se despide del peluquero hasta la próxima y se despide en secreto de Marilyn mientras sale a la calle y se encamina hacia...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 18 de mayo de 2023
Viaje por la biblioteca municipal
El viajero emprende el viaje ilusionado, como cada vez que viaja a la biblioteca municipal, y entra con una primera parada en el tablón de anuncios, una costumbre donde
el viajero palpa pulso de la ciudad entre anuncios de clases particulares, habitaciones compartidas para estudiantes y de vez en cuando alguno interesante sobre alguna actividad...
No es una gran biblioteca, es pequeña y coqueta donde no falta una sala de ordenadores donde quienes se inician en Internet o no pueden
costearse conexión en casa acuden por tiempo limitado asentarse delante de un teclado, de un terminal donde viajan por la red. Incluso fuera de horario y hasta en horas nocturnas, siempre hay alguien
aprovechando la señal inalámbrica de la biblioteca. La sección de novedades, colocadas en dos estantes y en un expositor giratorio, es parada obligada para el viajero que gusta después de recorrer
las secciones ordenadas alfabéticamente, mirando títulos, autores, de vez en cuando cogiendo un libro para ojear en su interior. Aunque siempre los libros parecen los mismos de cada viaje, sabe el
viajero por experiencia que dejando pasar una par de semanas o más sin viajar a la biblioteca municipal siempre ve algún título que no estaba en anteriores viajes...
Hay un apartado de discos compactos donde el viajero suele bucear y raro es la vez que no encuentra alguno que llevar en préstamo para
pasar al ordenador, ha recopilado una pequeña fonoteca bastante dispar y a su gusto. Agradece la sección de discos compactos porque le supone un ahorro y un lujo disponer de discos que poder pasar a
su ordenador y luego la liturgia de coger un CD virgen y grabar temas de la fonoteca particular. Se complementa la oferta con algunos DVD de variopintos temas y el viajero se detiene a echar un
vistazo. Observa la sala de reuniones donde se realizan diversas actividades, hay un grupo de escolares hablando en inglés, puede verlos porque es una cristalera lo que separa la sala de biblioteca
de la sala de reuniones...
El viajero ha escogido un libro de informática, algo añejo pero su ordenador también lo es, del que espera aprender algo de un programa o
aplicación. Las bibliotecarias ya son viejas conocidas y el viajero lo es para ellas, siempre tienen una sonrisa y una palabra amable e incluso dar conversación a usuarios y usuarias de edad avanzada
con paciencia...
El viajero se dispone a dejar la biblioteca municipal y medita que es una bendición poder disponer de cultura gratuita y reconoce para
sus adentros que la ciudad está bien dotada en ese sentido, al menos al viajero le facilita el acceso a libros que de otra forma posiblemente nunca hubiera conocido...
El viajero suelta un suspiro mientras observa el cielo salpicado de nubes y decide encaminarse a...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 27 de abril de 2023
Viaje a desayunar en cafetería
Es día de compra semanal para el viajero y, cuando tiene ánimo, gusta de desayunar antes de la misma. El lugar habitual donde el camarero ya sabe el deseo del viajero,
se encuentra cerrado por algún motivo que indica el aviso en papel pegado al cristal. Algo contrariado, el viajero otea las calles buscando un sitio donde desayunar el café con leche y porción de
bizcocho imperial que tanto le gusta...
Encuentra una cafetería tras patear las calles aledañas, un sitio conocido por el viajero de tiempos pretéritos, tan lejos en el
calendario y tan cercanos en el recuerdo. Se decide a entrar, local coqueto que parece pequeño y que se complementa con un piso superior generoso en mesas. El viajero observa y deduce que es un
negocio familiar, un tipo se encarga de los cafés en exclusiva, de movimientos lentos y sin prisa que recuerda al viajero aquel chascarrillo donde se afirma que los ha visto más rápidos y estaban en
un ataúd; una chica joven patea las mesas atenta a los encargos y una señora maneja los aparejos detrás de la barra mientras va llegando gente que se ve habitual del local, gente trabajadora que se
toma el descanso para el cafelito en la jornada laboral. La oferta de bocatas es sugestiva y variada, sin grandes alardes y sí bocados del gusto de la clientela...
La taza del café mediano es más pequeña que en la cafetería habitual del viajero y el trozo de bizcocho es generoso en grosor y cantidad
en un solo bloque, diferente de las dos porciones de bizcocho imperial con su azúcar glaseado que tanto gusta al viajero y sus lorzas...
El viajero ataca el bizcocho y se teme que sea un enorme trozo de bizcocho industrial con su sabor característico, que si bien sacia
cuando hay gana, puede resultar una ofensa en la liturgia de desayunar en cafetería del viajero. Está esponjoso, apetecible a la vista y, una vez en el paladar, grata sorpresa ya que tiene la textura
y sabor del bizcocho casero. Soporta bien la inmersión en la taza del café con leche, sin caer a pedazos cuando se lleva a la boca salpicando al viajero...
El viajero se recrea en los trozos finales, es un desayuno que satisface el ansia del desayuno y, aunque se recuerda el bizcocho
imperial, se queda satisfecho. Cobran algunos céntimos más y es cierto que la taza contiene menos café con leche, pero ha sido un grato descubrimiento y tranquilidad haber encontrado un local
alternativo...
Pega el sol cuando el viajero vuelve al asfalto, no a niveles de sartén y con una suave brisa que refresca y el viajero se pone las gafas
de sol y se encamina en dirección a...
Pero ése, ya es otro viaje.
miércoles, 29 de marzo de 2023
Viaje a la busca de buenos precios al supermercado
El viajero ha preparado el viaje a la compra minuciosamente, como atestiguan los múltiples folletos que han quedado en casa. Mirando, comparando, deteniéndose en los
productos, ha logrado el viajero planificar de manera concienzuda...
El viajero entra al supermercado y coge una cesta. Es media mañana y coincide con el recreo de los institutos y hay una manada de
adolescentes caminando entre mostradores y haciendo cola en la única caja abierta. Vociferan y se mueven ajenos al resto de compradores. Afortunadamente la cosa dura poco, apenas cogen una bolsa de
algo para picar o alguna lata de bebida con cafeína
Tras meditar un instante, el viajero decide hacer toda la compra en el mismo supermercado, pasar al plan B del viaje. Aunque el viajero
tenía predisposición a patear el asfalto para comprar en varios supermercados, hace algo de viento y amenaza lluvia, encontrando el viajero la escusa perfecta para pasar al plan B y camuflar lo que
no es más que pereza de pasarse la mañana recorriendo supermercados y cargar con el carrito por media ciudad...
El viajero quiere comprobar lo que dicen los telediarios y contertulios de radio de que la gente ha variado sus hábitos de compra. Lo
cierto, barrunta el viajero para sus adentros, es que en la pescadería no hay cola, de hecho no hay nadie. Tampoco hay cola en la carnicería, tan sólo dos clientas, y se nota que la gente recorre el
supermercado. De repente, se oye vociferar a una señora, discutiendo sin dejar hablar a la infortunada reponedora cajera que pasaba a su lado colocando productos de un palé. La señora se queja a
grito pelado de que las cosas están caras, tanto en este supermercado como otro que nombra. El viajero, al igual que el resto de compradores, pasa de la señora y sus gritos dejando a la infortunada
empleada aguantando con paciencia y profesionalidad a la pesada, también de lorzas, de la buena señora indignada por la inflación y la subida de los alimentos. No obstante, el viajero puede apreciar
que la señora, que sigue protestando aunque de forma menos vociferante, sólo lleva en la cesta un paquete de pan de molde y un envase de mortadela con aceitunas...
El viajero va cogiendo de aquí y de allá, tirando de congelados, alguna pieza de fruta, laterío variado y alguna que otra fruslería como
dos cajas de bombones que llevando dos cuestan menos que de una en una. Tenía el viajero intención de coger una caja de galletas de su marca de siempre, pero coge de marca blanca y observa una oferta
de chocolatinas que si llevas tres sale más barato que de una en una...
Han abierto otras dos cajas y hay gentío esperando para pagar. Abren otra caja más y avisan de que se pase en orden de cola, provocando
una estampida por pillar primer puesto en la nueva caja. El viajero ni se inmuta ya que lleva buena compra y prefiere que la señora jubilada, que sólo lleva dos cosas, le dé tiempo a colocar las
suyas. Pero la jubilada paga en céntimos y se eterniza buscando calderilla. El viajero observa resignado como el resto de cajas van pasando la cola de manera fluida. Cuando la jubilada logra pagar,
resulta que tarda otra eternidad en abrir la bolsa y meter sus dos cosas, de tal manera que ya están cobrando al viajero que debe descargar la cesta, pasar la tarjeta de puntos por compra y vigilar
cual depredador en abrevadero que la vieja no le birle nada como que no es la cosa...
El viajero mete la compra en el carrito de la compra. Mira el tique y comprueba que se ha disparado realmente la cesta de la compra
aunque logra mentalmente separar el costo de lo necesario de las fruslerías y resulta que lo que han subido de forma escandalosa son los bombones, el chocolate y la repostería industrial. Cierra el
carro de la compra y se dispone a salir cuando recuerda que debe pasar por...
Pero ése, ya es otro viaje.
miércoles, 8 de marzo de 2023
Viaje a la lavandería automática
El viajero llevaba barruntando este viaje hacía ya algún tiempo. Ha visto infinidad de veces en series y películas los locales de lavandería automática, con enormes
máquinas lavadoras a monedas, sillas para sentarse y aliviar la espera charlando, conociendo a desconocidos. Durante sus viajes, ha visto el viajero como surgían lavanderías automáticas. Una cosa
ajena a su cultura de tener lavadora en casa, si acaso alguna tintorería pero que no se parecía en nada a lo visto en la pequeña y en la gran pantalla. Ahora el viajero puede afirmar que hay una en
cada barrio, o una para varias manzanas, ya están aquí y ya forman parte de la jungla urbana...
La escusa para el viaje es lavar un par de mantas, un juego de sábanas y un edredón. Podría hacerlo en su casa, pero el tiempo es
inestable, el espacio para tender la ropa es interior y hay que sumar el gasto con los precios de la luz. Un sinfín, casi, de motivos para emprender el ansiado viaje, con remolque podría decirse ya
que utiliza el carrito de la compra para transportar la colada. El trecho, cercano, hasta el local se le pasa volando al viajero, emocionado ante la aventura hacia lo desconocido, quizás conozca a
una usuaria, o se hace colega de alguien...
El local ni es amplio ni es grande, es en su justa medida piensa el viajero ante el panorama de lavadoras y secadoras sencillamente
gigantes. Se decide por la que indica 12 kilos de capacidad, algo mastodóntico acostumbrado el viajero a su vieja y fiel lavadora de seis kilos de capacidad pero incapaz de centrifugar más de dos y
medio...
El viajero lee con avidez de neófito en estas lides lavanderas industriales las instrucciones. Tras manipular los botones varias veces
logra, por fin, acertar con la temperatura. Prefiere la gran capacidad porque el viajero teme que el edredón al mojarse se hinche cual dirigible. Utiliza el viejo truco de probar si su mano extendida
pasa sin problemas por la parte superior, acostumbrado a recurrir a veces al palo de la fregona para introducir la colada en su vieja y fiel lavadora, ésta industrial le permite meter la cabeza y
casi le entran ganas al viajero de meterse dentro, como en una cápsula espacial. No cede a la tentadora tentación y se dispone a meter las monedas, caro no es, tampoco barato, pero a los precios de
la luz sí sale rentable, medita el viajero mientras introduce las monedas...
No hay un alma ni los barullos y conversaciones que ha visto el viajero en cine y televisión. Hay una máquina de comestibles y otra de
café. Una repisa con revistas del corazón, cosa que sorprende al viajero de que sigan ahí sin que nadie las birle. La espera se hace llevadera, menos de treinta minutos, leyendo los diferentes
anuncios de un tablón de anuncios que no tiene ninguno...
El viajero se sobresalta cuando la lavadora automática empieza a centrifugar, vibra y se revuelve el bombo de forma ostensible y ruidosa.
Afortunadamente, la cosa no se desmadró como temía el viajero, solo, sin nadie que le echara una mano...
Afronta el viajero el trasvase a la secadora confiado, ducho ya en los arcanos de la lavandería industrial aunque no se percata que ni
hay que meter tantas monedas como en la lavadora ni tiene pomo de cerradura. Logra abrir la maldita portezuela de la secadora y le cuesta lograr la devolución de las monedas sobrantes, logra irritar
al viajero que empieza a maldecir y gesticular, cree que nadie le ve hasta que deja de ser creyente al ver la cámara de vigilancia...
El viajero nota la colada calentita, como uno de esos bollos pasteleros de desayuno recién hechos, le gusta sentir el calor y el olor a
limpio, no el añejo y rancio aroma que desprende en la ropa su vieja y fiel lavadora. Se dispone el viajero a dejar el local de lavandería automática y otea una cafetería, ha gastado menos en luz que
si hubiera lavado en casa y qué mejor celebración de descubrir un nuevo destino viajero que hacer un homenaje en forma de canapé y...
Pero ése, ya es otro viaje.
viernes, 24 de febrero de 2023
Viaje televisivo al primer año de guerra
El viajero cree que hoy, que se cumple un año de la agresión rusa a Ucrania, que debe rendir homenaje a las víctimas, las de ambos bandos porque el viajero piensa que
unos son víctimas de Rusia y los otros son los desgraciados hijos de Rusia enviados a un matadero sin causa y sin motivo salvo la egolatría del dirigente de turno que siempre está presente en la
historia de Rusia solo que en esta ocasión de este nuevo siglo que nos ha hecho retroceder cien años en dos décadas...
El viajero prefiere no pensar y comienza su pequeño homenaje viajando con el dial del televisor. Imágenes del comienzo, en realidad el
viajero sabe y lo comentó en su momento que la guerra comenzó en 2014. Pero la guerra que afecta al viajero y a toda Europa comenzó hace un año. Kiev bombardeada, largos convoyes de suministros rusos
de kilómetros de largo, presa fácil para los satélites marcadores de objetivos. Una guerra del siglo XXI con hechuras del siglo XX donde la órbita terrestre es un escenario más, igual que Internet,
igual que la televisión global. Lo llaman guerra asimétrica pero al igual que en todas las guerras la infantería es necesaria...
Una joven prematuramente marchita habla de las violaciones, en su caso una felación a punta de pistola de un joven soldado ruso,
seguramente, piensa el viajero, tiene una foto de su novia, incluso puede que hablara por teléfono...
El viajero observa a Putin darse un baño de masas, los mejores detalles de la propaganda soviética con el espectáculo televisivo
capitalista, destilado todo ello en propaganda. El viajero escucha a un político, nunca empuñará un fusil, todo su vigor se concentra en su mente atrapada en un cuerpo deforme, anclado a una silla.
Ha descubierto que Putin y su régimen son fascistas, pero ese régimen apoya los regímenes de izquierda que defiende el político y sus medios de comunicación globales alaban y dan voz e imagen a
sus compañeros, camaradas o como se denominen de su misma ideología, apoya que no se apoye militarmente a Ucrania y se tilda de progresista. Pobre tipo, piensa el viajero en clave metafísica,
descubrir que él mismo es un fascista si tilda de tal a Putin que apoya lo que quiere para sus compatriotas en el resto del planeta. Debe ser triste vivir del cuento, muy triste...
El viajero quiere terminar el viaje, no se acuerda de las víctimas y siente asco ante el cinismo político. Los edificios desgarrados de
vida con sus entrañas formando escombros, los soldados muertos en su juventud como en todas las guerras, los refugiados, los evacuados, los lisiados y los heridos mortalmente en su alma
aunque estén intactos. Sin sueños más allá de la próxima ofensiva, con pesadillas diarias escuchando las sirenas de alarma, el niño sin padre y la madre sin hijo arrebatada su vida en una
guerra tan absurda como todas las guerras. Putin escribe con sangre su paso a la posteridad cuando los muertos sean cifras y las historias recuerdos de viejas...
El viajero enciende un cigarro. El viaje, salvo el bañó de masas de Putin y las honras en Ucrania a los caídos, es lo de siempre. Ruinas,
un blindado con soldados montados que se muestran sonrientes, un viejo que pone flores a un túmulo de tierra que sepulta una vida arrebatada, esa niña que mira tras un cristal sin respuestas para
preguntas que aún no conoce. El viajero siente la guerra en su bolsillo, en la calefacción, la siente como el resto y mira la guerra por las noticias. Busca la luna, en creciente y piensa en cuantos
la observan en el campo de batalla, tal vez abstraídos como el viajero por un instante y decide que debe bajar la...
Pero ése, ya es otro viaje.
miércoles, 8 de febrero de 2023
Viaje al cielo nocturno desde la ventana
El viajero se ajusta la bata y toma un sorbo de café mientras observa el cielo nocturno desde la ventana, hace frío pero quiere aprovechar la noche despejada donde, pese
a la contaminación lumínica de la ciudad, tiene un rinconcito donde observar las estrellas. Una ambulancia se distingue por sus luces en el asfalto, no lleva puesta la sirena, sólo las luces, y
avanza rápido. El viajero supone que será una urgencia no tan urgente para poner la sirena o quizás es que la ausencia de tráfico evita tener que hacerla sonar para advertir al resto de
vehículos...
El viajero trata de identificar alguna estrella, torpe para orientarse en la bóveda celeste y recuerda las noches en el pueblo, con
cientos de estrellas visibles a simple vista y donde se entretenía buscando la Osa Mayor, la Osa Menor y poco más dada la ignorancia del viajero acerca de la situación de las estrellas en la bóveda
celeste. Eso era hace tiempo, desde entonces ha adquirido conocimientos rudimentarios y ya conoce qué estrella es visible según la época del año aunque resulte difícil ver estrellas en la
ciudad...
La atención del viajero regresa a la tierra al ver pasar un autobús de larga distancia y es imposible no recordar viajes en un autobús de
noche camino de ninguna parte. Apura la taza de café y se centra en orientarse en el cielo nocturno. Localiza un par de estrellas conocidas aunque no capta el resto que forma la constelación ya que
abarca la parte del cielo ciego por las luces de la ciudad...
Una estrella parece surcar el cielo, sólo es un avión que vuela a su destino, un tubo de aluminio lleno de gente a siete mil metros de
altura o más...
El viajero lamenta que no sea posible ver más estrellas y localizar una constelación. Le gustaría sacar el telescopio o los prismáticos
pero podrían confundirle con un mirón furtivo a la ventana. El viajero supone que nadie le vería pero no se atreve a sacar los prismáticos. Piensa que debería subir una noche al observatorio y unirse
a otros aficionados a observar la bóveda celeste aunque le costaría socializar y entablar conversación, no quiere el viajero ser un erudito, sólo aspira a conocer a las estrellas por su nombre y
saber localizar su posición...
El viajero cierra la ventana y observa el exterior, asfalto iluminado por tramos, avenida vacía de tráfico y sólo un camión de la basura
circulando. Echa un último vistazo alzando la vista, despidiéndose hasta otra de las estrellas, al menos de las dos que ha reconocido, también de otro par que no ubica en ese momento. Se sube el
cuello de la bata mientras piensa que igual están echando un documental sobre estrellas y el espacio, sería un bonito colofón quedarse dormido arrullado por el sonido de...
Pero ése, ya es otro viaje.
viernes, 27 de enero de 2023
Viaje, invitado, a comer de restaurante
El viajero se baja del coche y observa el bello paraje rural de las afueras de la ciudad, aunque cada vez forme más parte de los interiores de la misma, pero el
aparcamiento es una explanada que se va viendo poco a poco cercada por construcciones de vivienda. Pero el aire, la luz y el entorno engaña a los sentidos y se siente como una zona rural. La compañía
del viajero le habló durante el trayecto de sus recuerdos del sitio, una antiguo lagar donde se servían platos. Ha pasado mucho tiempo, barruntaba el viajero mientras escuchaba los recuerdos del
lugar...
El viajero y su compaña observan la edificación del lagar, y se percatan de que el restaurante se encuentra en un edificio anexo. Tiene
pinta de sitio fino, lejos de los garitos donde suele comer el viajero, menús del día para trabajadores, pensionistas y, como el viajero, quienes comen fuera de la rutina habitual. Este garito no
tiene nada que ver, puerta de buen ver, al entrar se nota trajín del personal muy coquetamente uniformado y en las mesas abundan las corbatas y gentes de profesiones liberales que libran de currar en
andamios, zanjas o puestos de conductor. Viajero y compaña sorprendidos del nivel, pero ya dentro del local sin lugar a recular, solicitan una mesa. El empleado se acerca a un libro a ver si hay mesa
libre, aunque el local no parece tan grande para tener libro de registro de mesas y el viajero se siente en una de esas escenas que ha visto en películas y se ríe para sus
adentros...
Otorgan al viajero y su compaña una pequeña mesa para dos comensales. Es un comedor pequeño, sigue razonando cabezonamente el viajero,
para tanta parafernalia pero se ve que la clientela disfruta de la comida, tal vez el viajero se siente un poco fuera de lugar y le dan ganas de salir fuera del mismo cuando inocentemente, casi
inocencia virginal de primavera, abre la carta y la vista se va con instinto de pocos ingresos a los precios. Compaña y viajero acuerdan pedir un par de cosas, nada extravagante ni exótico, algo que
gusta y se come pocas veces en casa y que siempre resulta agradable comer fuera. De bebida piden Rioja, no un vino sibarita, un Rioja conocido y agradable al paladar, aunque el viajero prefiere no
mirar la tarifa correspondiente al Rioja...
Nunca el viajero había visto en la vida real tal cantidad de personal, uno para el libro de mesas, otro que sirve el vino. El viajero
hace para sus adentros la observación de que parece reciclado de otra profesión, le falta algo de dinamismo aunque abre la botella con profesionalidad y sirve con prestancia, lástima que la jiñase al
final de servir cuando le cae una gota de vino sobre el mantel, síntoma de bisoñez y no dominar los arcanos de servir el vino. La mesa está pegada en un lateral a otra mesa, separadas por pared a
baja altura, donde el personal coge manteles, servilletas, copas y vasos, lo cual quita algo de intimidad a la hora de hablar. Otro camarero viene a servir los platos, éste ya veterano y con tablas
que acerca el rostro a la mesa cuando se inclina y el viajero comienza a ver aerosoles con virus flotando sobre su plato y ambientando el resto de la mesa. La comida está bien y en cantidad
razonable, el viajero ya se temía altos precios y mínimas raciones como se estila en sitios finos...
El viajero mira el reloj y ya ha pasado el tiempo, sin darse cuenta entre la charla, disfrutar del ambiente del local y de la pitanza que
le ha dejado satisfecho. Es hora de irse pese a que no apetece, pero la compaña tiene compromisos y el viajero sus cosas. El viajero sale despacio saboreando el restaurante, estos tiempos no permiten
saber al viajero cuándo volverá a disfrutar de comer a la carta en restaurante y además invitado. Al entrar en el coche deciden pasar por la zona de...
Pero ése, ya es otro viaje.
sábado, 7 de enero de 2023
Viaje desmontando el belén
El viajero medita sobre el paso del tiempo mientras contempla el belén, algo grotesco fuera ya de las fechas navideñas aunque el fin de semana parezca prolongarlo, pero
tras el fin de semana llegara un lunes normal y corriente otra vez, parafraseando al poeta. No es un belén complicado, es compacto salvo el ángel que está suelto y permite acoplarlo a la techumbre
del pesebre. Lo corona una estrella de navidad grande, resto de un adorno de árbol navideño que por alguna extraña razón nunca se sujeta como es debido y el viajero decidió reconvertirlo de adorno
arbóreo a complemento del belén. El conjunto está rodeado de una especie de guirnalda luminosa que parece descender de la estrella hasta quedarse estática encima de la escena del pesebre. Eso le
comentó una visita, que le parecía una hermosa y luminosa alegoría. El viajero no dijo nada entonces, uno por falsa modestia y otra por no discutir de interpretaciones más o menos alegóricas cuando
en realidad el viajero se hizo un lío al envolver el belén y al final le quedó un manojo de guirnalda que a su vista parecía más un estropajo que una alegoría luminosa. Sin embargo, decide bajar la
persiana y, una vez a oscuras, enciende las luces del belén y opina al verlas que con unas cuantas cervezas encima sí que podría parecer una alegoría de esas...
Tiene el viajero los embalajes de los distintos elementos que componen el belén. Quita el ángel, lo mete en su bolsita y procede a quitar
la guirnalda de luces. Al principio es una operación sencillas, sólo tirar siguiendo el hilo pero algo interrumpe el procedimiento, pega un pequeño tirón que logra que la estrella se caiga y arrastre
en su caída a la baldosa el cajetín de las pilas, éstas se esparcen tras el violento aterrizaje y el cajetín ha perdido su parte superior. El viajero, tras sujetar el belén, se pone a
recoger las pilas, son tres, que parecen querer jugar al escondite, una se ha metido debajo de la mesa y logra venganza de ser atrapada cuando el viajero se da un coscorrón con la esquina de la mesa,
de esos dolores craneales tras un golpe inesperado que van en crescendo. Horrorizado, ve que la tapa se ha desligado de sus ataduras a su otra mitad, comprobando que la tapa ya no tapa ni se queda
sujeta...
Superado el trance de las luces navideñas, hechas un ovillo y apretujadas de malas maneras y peores formas por el viajero, guarda la
estrella cerrando cuidadosamente las solapas, pensando que hay por delante doce meses. Coge la escena del belén, la enfunda en la bolsa y la mete en la caja, trata de meterla en realidad porque o
sobra escena de belén y ha crecido durante las fiestas o falta caja porque adelgazó durante las mismas. El viajero saca de la escena del belén y trata de meterla metiendo la misma de lado. El viajero
respira aliviado mientras cierra las solapas...
Ya no queda nada, barrunta el viajero para sus adentros tras meter las cajas en su lugar hasta diciembre. El mueble vuelve a ser un
vulgar mueble despojado de sus inquilinos belenísticos, la estancia pierde el ambiente navideño y vuelve la rutina de la vida diaria, esperando ya las carnavaladas. El viajero se ríe para sus
adentros con la dichosa guirnalda luminosa mientras va al baño y...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 29 de diciembre de 2022
Viaje por el asfalto a la cena de Nochebuena
El viajero sale al asfalto de la calle, ya anocheció aunque sólo son las ocho y media de la tarde. Hay un largo trecho por delante que el viajero siempre disfruta por
estas fechas. Hay gente en grupos a la puerta del garito habitual donde toma el cafelito mañanero, también en el garito suplente cuando está cerrado por descanso, avería o vacaciones el garito
habitual. Le gustaría entrar, ser parte del jolgorio bullicioso, pero anda el viajero justo de tiempo, le han dicho que en una hora comienza la cena, el anfitrión tiene que madrugar ya que trabaja a
la mañana siguiente...
Queda atrás el barrio y pasa el viajero ante su antiguo instituto. La fachada es la misma y sólo las ventanas de PVC blanco, que han
sustituido a las de aluminio, y un cartel en la puerta trasera indicando la entrada de los alumnos y alumnas de la ESO, suena diferente de la fachada que recuerda el viajero. Se pregunta qué habrá
sido de alguno de los profesores, que iban de avanzados pedagógicamente para al final no saber transmitir ni estimular al alumnado. Han derribado un edificio anexo que ha sido sustituido por un
aparcamiento de pago, un parking que dicen los cosmopolitas y paneles informativos...
La avenida está animada con las luces navideñas, coloridas y con motivos de la ciudad que quedan bien pero añora el viajero iluminación
navideña, un tanto laica en estos tiempos donde no se conserva la memoria y se desvirtúa el análisis de la misma con ojos de hoy, pero echa en falta belenes, reyes magos y todas aquellas figuras
que formaban las viejas bombillas. Hay gentío en las vinaterías, cafeterías y bares que el viajero encuentra a lo largo del camino, que cambia de barrio tras dejar atrás un paso de peatones. Hay
tráfico, hay gentío, hay luces y, sin embargo, el viajero presiente más que siente que falta algo, falta alegría que no se ve desde que empezó la pandemia. Le embarga una sensación de desasosiego,
como si todo el mundo estuviera fingiendo una normalidad sin alterar por virus, guerras y políticas...
El tramo final del viaje es pasada la plaza de toros, es un barrio bien, tranquilo en apariencia donde los dramas se dejan de puertas
para adentro. Al otro lado de la carretera abundan viejos chalets de desconchadas fachadas que en un tiempo fueron blancas. Han sido devorados por el crecimiento urbano y el abandono de sus dueños.
Pasa el viajero por delante de una iglesia y su mente viaja a Ucrania donde la población pasa estas fechas de fiesta y comilonas a oscuras y sin calefacción, pasan la nochebuena en la oscuridad de la
guerra...
Ya otea el viajero su destino y barrunta para sus adentros que ha echado en falta ver infancia por la calle, gentes con bolsas llenas de
cosas envueltas en papel de regalo. Tal vez, sólo tal vez, se está haciendo viejo y sólo es nostalgia del tiempo pasado y de rostros ausentes aunque siempre estén presentes en la memoria. Tampoco hay
muchas luces en las casas particulares y es la luz de las estancias que se refleja al exterior lo que indica el bullicio navideño...
El viajero toca el timbre y observa el cielo una última vez. Le abren la puerta y pasa al interior donde le llega un aroma de pescado al
horno que...
Pero ése, ya es otro viaje.
miércoles, 23 de noviembre de 2022
Viaje una desapacible tarde de domingo por la ciudad
El viajero emprende el camino y se abrocha la chaqueta, cae una lluvia fina que empapa el asfalto, intermitente por breves respiros que incita a retardar la apertura
del paraguas sintiendo las suaves gotas humedecer el pelo. Es domingo ya la tarde en declive antes de que la temprana nocturnidad reine pero ya con las luces del alumbrado público
encendidas...
Hacía tiempo que el viajero no quemaba suela un domingo por la tarde. Es la misma calle de otras horas, en otros viajes otros días de la
semana, pero este domingo tocaba visita obligando al viajero a cambiar su rutina dominical viajando a ninguna parte sin salir de casa. La calle tiene otra personalidad un domingo por la tarde, aceras
vacías y escaparates mostrando productos unos y las cicatrices de la crisis otros, el paisaje familiar y casi eterno de locales vacíos, sucios con el letrero de la inmobiliaria de turno...
El viajero se detiene en una tienda de ropa, observa con interés la mercancía expuesta de pantalones, polos, camisas. Nota que han subido
ligeramente los precios respecto al año pasado. No sabe cuánto exactamente pero la oferta de pantalones si se compran dos ha subido casi veinte euros. El viajero lo recuerda porque hizo compra de esa
oferta hace algo más de un año. La tienda es un local amplio que hace esquina con tres escaparates, uno dedicado a ropa de cama, otro a prendas masculinas y un tercero a femeninas. La lluvia aumenta
repentinamente y golpea con menos dulzura su cráneo, obligando a desenfundar el paraguas y retomar la marcha dejando atrás el escaparate...
Al menos, barrunta el viajero para sus adentros, apenas hay viandantes y se evita ir levantando, inclinando y esquivando paraguas propio
y ajenos, aunque la persistente llovizna obliga a no detenerse ante otros establecimientos. Hay ambientillo en las cafeterías y vinaterías que encuentra el viajero a su paso, de puertas cerradas e
interiores animados. Hay algún que otro indígena ya de pedete lúcido, y alguno no tan lúcido, que apartan las ganas del viajero de tomar un cafelito para recuperar resuello y hacer algo de tiempo a
ver si la lluvia cesa y le permite llegar seco a su destino, al menos a no mojarse más de lo que ya se ha mojado...
El viajero llega a su destino que nos es otro que el portal de su casa. Han puesto una verja para evitar que se formen algarabías de
jóvenes refugiándose de la lluvia y llenando el suelo del soportal de pipas y colillas. El viajero, que estrena entrar al portal por la verja, descubre que alguien ha cometido un error de diseño en
la puerta ya que no hay manilla de apertura. Como es la puerta de entrada por la rampa, tal vez se abra por dentro y decide palpar con la mano pero no hay manilla aunque sí una barra metálica que
forma parte del mecanismo de bisagra de la puerta. El viajero se percata entonces de que el fallo de diseño no es tal ya que la manilla se encuentra al otro lado...
El viajero mira con disimulo mal disimulado salvo para él, que nadie haya sido testigo de su torpeza y entra para ir al ascensor mientras
piensa para sus adentros de nuevo que mejor hubiera sido...
Pero ése, ya es otro viaje.
sábado, 5 de noviembre de 2022
Viaje nocturno en taxi a Urgencias
El viajero ve llegar el taxi y sale del portal a la noche, recordando aún el encantador tono de voz de la
operadora que atendió su llamada solicitando el servicio, una de esas voces que hipnotizan los tímpanos y hace sentir curiosidad por conocer más...
Siente el viajero el frío nocturno en los pocos pasos del portal al taxi. Se
sienta atrás y le indica a Urgencias del hospital. El taxista, cara de no muchos amigos y ese aire ausente que adoptan los taxistas, algunos, de concentrarse en la conducción arrullado por la radio,
le dice al viajero que cómo es que va a Urgencias sin mascarilla, que es obligatoria en el taxi le recuerda al viajero mientras le tiende una, el viajero se excusa y la rechaza porque siempre lleva
un par de ellas en el bolsillo, juzgando un tanto impertinente y de sobrado el comentario del taxista en tono serio y cara de tener menos amigos que antes. Pero el viajero encuentra en la
impertinencia poco amable el pretexto para no decirle ni palabra durante el trayecto y concentrarse en la siempre sugestiva ciudad nocturna que desfila fugaz a veces, al ralentí en otras y siempre
nostálgica...
El viajero contempla el centro de la ciudad, aún no es medianoche pero las
calles están vacías y los escaparates iluminados parecen una vela mortecina entre cadáveres de locales que se alquilan, eclipsando los escaparates de los negocios. Es una visión triste que aumenta al
detenerse en un semáforo. Recuerda el viajero la calle en otros tiempos, toda iluminada de escaparates que mostraban cosas sugerentes, o aquel viejo restaurante donde los viernes por la noche era
lugar de clientela cenando, en la barra charlando, pero ya no queda nada ya que derribaron el viejo edificio y ahora es un edificio más de viviendas...
No hay tráfico urbano y pasan las calles, los barrios, por la ventanilla
donde parece que es la ciudad quien se mueve y no el viajero al que la soledad nocturna de las calles le llevan al confinamiento domiciliario recordando el vacío diurno de esas mismas calles. No sabe
el viajero por qué le asalta ese recuerdo del que ya han pasado dos años largos. Tal vez ese surgir repentino del recuerdo sea un síntoma del trauma que mucha gente dice sufrir. No es recordar el
confinamiento en sí, sólo era un recuerdo fugaz al ver la soledad nocturna de las calles, le inquieta un poco ya que no le había pasado antes, quizás, sólo quizás, porque hasta ese momento en el taxi
no se había parado a pensar en aquellos días extraños, refugiándose la mente como mecanismo de defensa en la concentración de superar el día a día, una sucesión de sucesos que llevan a un día peor
que el anterior. Cuando el viajero oye en la radio que acompaña la jornada laboral del taxista que hubo peligro de que cayera un resto de cohete chino que obligó a cerrar el espacio aéreo unas horas,
siente el viajero ganas de correr a ninguna parte...
Se percata el viajero al dejar atrás el centro de la ciudad de que el eje de
la vida nocturna ha cambiado desde su mocedad. Ya no están los viejos garitos, no queda ningún tugurio, sin rastro de lupanares, sustituidos todos ellos por ordenadas calles de alumbradas aceras y
colmenas de cemento con las persianas cerradas. Las afueras se han convertido en barrios residenciales, no de alta estofa pero sí de pudientes habitantes que se mezclan con los naturales de siempre y
hasta queda alguna casita de antaño, otras se han reconvertido y reformado en chalets de dos plantas. Pero se imponen las mastodónticas edificaciones perimetradas con verjas y de zonas ajardinadas
sin que falte el cartel de prohibido el paso a toda persona ajena a la propiedad. Otro inoportuno semáforo lleva al recuerdo de zonas de prados, poco urbanizada la zona ahora residencial y donde la
noche tenía la banda sonora de trinar de aves, sombras de caballos pastando y cielo estrellado. Resultaría imposible ahora, medita el viajero mientras se reanuda la marcha, contemplar estrellas por
la contaminación lumínica que ha sustituido los sonidos nocturnos en silencio urbano más...
El viajero se recrea en el silencio sepulcral en el taxi, uno a lo suyo y el
otro con lo del otro. La zona rural sustituye el paisaje urbano, de poca iluminación sin estar a oscuras o en penumbra aunque algo inquietante si se fuera peatón a esas horas. El taxista respeta
señales y luces en ámbar pese a que todo está desierto aunque en las rotondas logra un ligero meneo del viajero que agradece haber cenado hace horas...
Llega el taxi con el viajero a Urgencias, hay ajetreo en la sala de espera y
en la zona reservada para ambulancias donde dos coches permanecen mal estacionados y una sanitaria les indica que no pueden aparcar ahí sin que parezca que le hagan mucho caso. El viajero paga al
taxista, añorando ya los cafelitos que no se podrá tomar tras este gasto inesperado. Entra el viajero a Urgencias y se dirige al...
Pero ése, ya es otro viaje.
viernes, 28 de octubre de 2022
Viaje, en espera, al maltrato infantil
El viajero comienza la espera diez minutos antes de la apertura de las puertas del colegio, acude a recoger a su querido sobrinito. El colegio está en la acera de
enfrente y el viajero ve a su izquierda a una pareja en compañía de una niña que lleva un perro de la correa. Faltan cinco minutos y para aliviar la espera se coloca los auriculares para escuchar
algo de música, una variopinta miscelánea musical de géneros, estilos y artistas...
La niña se acerca a la posición del viajero con el perro de la correa extensible. No debe tener más de doce o trece años a lo mucho,
físicamente ya una adolescente aunque su mirada es infantil, una niña feliz jugando con su perro. En un momento dado el viajero ve como el perro logra de un tirón zafarse de la mano que sujeta su
correa avanzando libre y suelto un par de metros. La niña acude presurosa a coger la correa que parece querer escabullirse a cada paso del perro. Logra cogerla y vuelve la cara de felicidad a su
rostro cuando el viajero escucha, sobresaliendo por encima del volumen de la música, al hombre gritar a la niña:
-¡Coge el palo del suelo! ¡Retrasada!
El viajero se quita un auricular y mira fugazmente a la pareja fijándose en el tipo, un auténtico energúmeno piensa el viajero mientras
observa como la niña no muestra reacción alguna de sorpresa, ira o vergüenza, como si tuviera asimilado que el energúmeno la llame retrasada...
El viajero se encuentra pasmado, girando la cabeza un par de veces para observar y ver a la mujer mirando para otro lado con el
energúmeno mirando con ira inquisitorial a la niña, buscando el viajero encontrar algo, un signo, una lágrima...
La niña está en su mundo, no sabe el viajero si por iniciativa propia o por la costumbre. Al viajero le gustaría preguntarle al
energúmeno si es su padre biológico y el motivo de que insulte a una niña que no ha cometido ningún acto para llamarla a grito pelado retrasada...
Las puertas del colegio se abren y sale una marabunta escolar. La niña grita un nombre y saluda con la mano a un niño que se aproxima a
la pareja y hace al viajero desistir de preguntar nada. Ve a su sobrino que se dispone a cruzar a la acera, se reciben con alegría aunque el viajero no se quita de la cabeza al energúmeno, de saciar
la curiosidad de si es el trato que recibe y emprende el camino de regreso charlando con su sobrino sobre la evolución de...
Pero ése, ya es otro viaje
viernes, 14 de octubre de 2022
Viaje por la ventana una noche de octubre
El viajero se asoma a la ventana, se acerca más bien, mientras enciende un cigarrillo. Le acompaña una taza de café y observa en general. Ya es de noche, noche de
octubre densa tan diferente de una noche de verano. La temperatura es agradable y observa el paisaje nocturno. De día los árboles, los edificios y las gentes tocadas por la luz del sol dejan paso en
la oscuridad a calles de penumbra que no invitan a pasear sin compañía...
Unos niños y niñas juegan a la pelota y a correr mientras sus mayores disfrutan en el interior del bar y el viajero recuerda cuando
era niño un viernes por la noche, la alegría de un fin de semana para jugar por delante, jugando con sus primos. La escena reconforta al viajero que medita sobre la situación actual y que hay
cosas que nunca cambian vistas desde la ventana una noche de octubre, de continuidad en las cosas que reconforta ante la incertidumbre que empapa todo...
El viajero ve un autobús, de los que viajan cruzando tierras, paisajes y paisanaje. Supone que parará en la ciudad y seguirá viaje para
llegar ya amanecido a su destino. Recuerda el viajero algún viaje en autobús durante la noche, buscando la posición, despertando al ladear la cabeza y el sonido del motor bajo sus pies recorriendo el
suelo, la radio que hacía compañía al conductor depositario de la vida de los viajeros. Le viene a la mente un viaje en especial, no recuerda el destino pero sí que estaba al lado de una mujer, ella
en la ventanilla y el viajero en pasillo. La mujer se durmió y en un momento dado su cabeza se apoyó en el hombro del viajero que sacrificaba su descanso para no despertar a su desconocida y ajena
acompañante que apoyaba la cabeza en su hombro...
El destello azul de una ambulancia sin sirena que devora el asfalto camino del hospital le aleja del recuerdo. El café ya está para tomar
sin quemar la lengua, apura un trago mientras el recuerdo se tiñe de tristeza, la ambulancia le recuerda a los ausentes...
El viajero cierra los ojos, escucha el sonido nocturno de la ciudad mezcla de sonido sordo de tráfico, las voces de los niños y
niñas jugando. Abre los ojos e imagina el mar al fondo del paisaje, se siente bien el viajero pensando en el mar, recuerda ciudades sin mar, sólo paisaje de tierra, y no es lo mismo. El mar es
libertad, soñar con viajes más allá del horizonte, ante lo desconocido e invita a la abstracción. Le ocurría lo contrario cuando viajaba por la ventana en tierras de secano, sabiendo que más allá
sólo había más secano y añoraba el sonido de la mar, el olor a salitre y ese murmullo lejano de oleaje cuando la noche está en su clímax y sus sonidos son audibles libres de contaminación
acústica...
El viajero, apurado el café y apagado el cigarrillo, cierra la ventana y recuerda que hay algo en la tele, de esos algos televisivos que
echan a horas intempestivas y el sueño se impone a las ganas de ver tal o cual emisión. Enciende la tele y se alegra al ver que aún...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 20 de septiembre de 2022
Viaje a tomar un vermú en domingo
El viajero entra en el local donde le esperan unas amistades familiares, ese tipo de familiares que se ven tan pocas veces que parecen amistades. Hay ambiente en el
local, observa el viajero mientras saluda con la mano y se dirige a la mesa. Piden vermú blanco, que queda bien un domingo entrada la mañana y pidiendo paso el mediodía...
El viajero escucha la conversación y saborea el primer trago, largo y cadencioso, ya que hace eones que no toma un vermú. Refrescante y
alegre en su trasiego bucal, reposado en el trayecto al estómago, chispeante al tercer trago entre charla y charla de la actualidad, del pasado y del incierto futuro que apura los vasos y pide
el viajero otra ronda, pequeño agujero en su economía sin domesticar pero toca invitar. Antes de que vuelva la camarera y se lleve los vasos vacíos, trata el viajero en estado anímico alegre y
cantarín de atrapar, intenta cogerla pero es imposible, la aceituna que se resiste a salir del vaso. Es todo un arte, barrunta el viajero de forma cabezona y el gaznate con síntomas de sequía,
lograr atraparla con disimulo...
El viajero divisa en lontananza que la camarera viene con la segunda ronda de vermús y decide, como que no es la cosa, hacer un rápido
movimiento de prestidigitación volcando el vaso y atrapar la aceituna en su caída, cosa que no logra pero sí salpica el pantalón con gotas de vermú. Observa cómo se retiran los vasos y la
aceituna parece mirar desafiante al viajero que se traga la rabia y un trago largo del vermú, algo acalorado, dejando seca la boca y embotado a la hora de pensar un plan para coger la aceituna del
segundo vermú, que se bebe rápido entre risas, bromas y comentarios sobre conocidos con esa alegría del hablar que da el vermú...
El viajero ve a Dios por una pata cuando la camarera trae los pinchos, unas patatas con salsa que el viajero cree que es mayonesa pero
sobre todo fija su mirada felina de depredador de aceitunas en vasos de vermú en el tenedor, pequeño pero suficiente para coger la aceituna...
Alguien pide otra ronda, entre comentarios de que se hace tarde y de que se puede apurar el tiempo, es domingo, soleado y esa hora tonta
de los domingos cuando se acaba el descanso y el reloj ya cuenta las horas para que sea un lunes otra vez. El viajero no pudo ni siquiera intentar coger la segunda aceituna ocupado en escuchar y
replicar, pero el plan sirve para la tercera, sibilinamente no ha consumido su pincho de forma que el tenedor siga disponible, le fastidia que la camarera sirve otra ronda de pinchos de ibérico y
queso manchego pero no para él que tiene las patatas sin tocar...
El viajero, ya con la tercera ronda de vermú a punto de secar los vasos y con la charla encarando últimos comentarios antes de
levantarse de la mesa, nota que el vermú es en realidad un brebaje que a medida que calienta deja de refrescar el gaznate, dejando un sabor amargo y lengua pastosa, de hablar con tropezones,
pero no está dispuesto el viajero a dejar escapar la aceituna una vez más. Cuando se levanta, al igual que sus familiares, hace un movimiento de capote con la chaqueta ya que tiene intención de
trinchar la aceituna con el tenedor tapado el movimiento por la chaqueta. Logra trinchar la aceituna pero el viajero siente que se marea como una peonza al tratar de llevarla a la boca y tiene que
apoyarse en el respaldo de la silla que se inclina y cae al suelo arrastrando al viajero que por instinto suelta el tenedor y se agarra a lo primero que pilla y que resulta ser el plato con patatas y
una salsa que el viajero toma por mayonesa, que se queda en la mano del viajero incluyendo un trozo de patata. Nota el viajero que todo el mundo le mira mientras sus familiares observan ora su mano
llena de mayonesa con trozo de patata, ora su brazo tapado con la chaqueta pero con la mano a la vista que agarra la silla que va inclinándose peligrosamente, casi a cámara lenta, y que arrastra al
viajero al suelo tras ella...
Tras un pequeño revuelo, logra el viajero incorporarse, limpiar la mano de mayonesa con trozo de patata y sacude la chaqueta, pésimo
capote de ocultamiento y que ha causado un pequeño desastre. Sale el viajero y sus acompañantes del local con la clientela mirando, algunos con disimulo y alguna con una risita mal disimulada y ya en
el exterior alguien propone ir a...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 8 de septiembre de 2022
Viaje televisivo a la muerte de una reina
El viajero supo al instante, cuando algo de refilón le llamó la atención del televisor sin sonido logrando que dejara la lectura para fijarse en las imágenes, que estaba
ante un momento histórico. Tuvo la confirmación cuando, sin quitar el silencio del televisor, saltó de canal en canal y todos daban la misma noticia...
Se detiene el viajero en los titulares de los rótulos, luego se fija en el trajín a la entrada de la última morada de la reina en tierras
escocesas. Pese a no ser ya alteza imperial no falta la solemnidad y su boato marca de la casa, real en este caso. Hace una parada el viajero en una mesa de tertulia televisiva interrumpido su ritmo
normal por la noticia de última hora y que eclipsa al resto de la actualidad. Sesudos análisis, comentarios de las imágenes y el papanatismo político habitual de la tertulia televisiva logra cual
piedra filosofal que sean entendidos en la monarquía británica pese a que renieguen de la propia, babeando como súbditos y tiñendo de ñoñería la noticia, ignorantes de lo propio y vasallos de lo
ajeno...
El viajero presiente que la muerte ya hizo acto de presencia pese a que no hay aún comunicado oficial pero hay signos, viajes de nieto
para acudir al lecho de la abuela, presentadores de la BBC con corbata negra y ese suspense solemne tan flemático y británico que da enjundia al hecho, grabadas en imágenes de vídeo y no cuadros que
reflejan un instante, las generaciones futuras podrán sentir lo que siente el viajero al verlo en directo...
El viajero baja de nuevo el volumen, no le interesan los comentarios de gentes ajenas al protocolo y que gastan saliva dando datos y
hasta opiniones, como si le importara a alguien. El viajero presiente que tendrá que soportar la turra hasta que finalice el funeral, reportajes de prensa, reportajes de televisión, reportajes
radiofónicos y no faltará la posibilidad de dar pésame virtual, cosas de la revolución digital en tiempos revueltos de revoluciones que sólo esconden rancios intereses imperiales...
El viajero medita mirando sin ver las imágenes que llegan desde Escocia recordando otrtos momentos que le hicieron viajar por la
televisión y viene casi al instante el 11-S pero también el 23-F, los JJOO de Barcelona y la Expo de Sevilla en 1992, mezclando efemérides en una mezcolanza de fechas e imágenes. El viajero se siente
afortunado como cuando mira imágenes de las guerras mundiales coloreadas y tratadas digitalmente que logran volver a la vida a gentes que son pasto de gusanos hace mucho tiempo y el viajero puede
visualizar una proyección del futuro, ya viejo y posiblemente anciano donde este viaje de hoy al fallecimiento de una reina sea historia...
Lo de ser pasto de gusanos despierta el hambre en el viajero que opina que es un buen día para comerse unas aceitunas como
cuando...
Pero ése, ya es otro viaje.
viernes, 2 de septiembre de 2022
Viaje por la ventana una noche de septiembre
El viajero no logra conciliar el sueño, no por nada en especial, tal vez el calor o puede que sencillamente no siente sueño. Se prepara un poco de leche caliente, ha
escuchado o leído en alguna parte en algún momento que la leche tibia induce al sueño. Enciende un cigarro y mira por la ventana. No hay tráfico, un fugaz camión de la basura y algún solitario
vehículo...
Mira el viajero al cielo pensando en que quizás sea una buena noche para ver estrellas y descubre con cierta desilusión que está nublado.
Llama su atención un destello azul, una ambulancia sin sirena pero con las luces de la misma dadas. Alguna urgencia y a estas horas no hace falta perturbar el descanso nocturno con aullidos de
emergencia...
Al fondo, oculta por una colina que es sombra en la oscuridad, asoma parte de una chimenea industrial con sus luces parpadeantes. Pasa un
coche de policía a gran velocidad siguiendo los pasos de la ambulancia y al otro lado de la ciudad que se ve por la ventana se aprecian más destellos azules. La noche y sus sombras, piensa el
viajero, ajenas al mundo onírico que se vive tras las persianas bajadas de los edificios. El viajero recuerda el turno de noche, vivir al revés y descubrir la gran cantidad de gente que trabaja de
noche...
Los árboles del cercano parque son tonos de grises en sus hojas verdes. No hay nadie por la calle, es un barrio tranquilo, piensa el
viajero mientras cierra los ojos y trata de concentrarse en los sonidos nocturnos. Hay un fondo, casi un murmullo, de ruido urbano. Es ese ruido que sólo se escucha de noche, mezcla de tráfico y
viento...
El viajero oye las señales horarias, ya es noche cerrada en esa hora maldita en que no se puede dormir pero hay que dormir. Apura el vaso
de leche y espera unos segundos a ver si le viene la somnolencia. No viene nada, lleva el vaso al fregadero y lo aclara, ya se lavará mañana, cuando el viajero ni se acuerde de la falta de sueño y el
paisaje diurno aleje las sombras nocturnas...
El viajero se mete en la cama y medita un segundo antes de viajar al mundo de los sueños si debería...
Pero ése, ya es otro viaje.
sábado, 6 de agosto de 2022
Viaje a las esquelas del periódico
El viajero emprende el viaje abriendo la primera página del periódico. Por alguna extraña razón, quizás manía o quizás algo aprendido, el viajero gusta de ver impresa la
esquela de algún difunto conocido, pariente o amigo, razón ésta última. Recuerda el viajero, le asalta más bien, el recuerdo de las ausencias mirando esquelas como ritual diario, era el viajero joven
en esa juventud donde la muerte queda lejana y ver esquelas resultaba tétrico. Con la lección aprendida tras realizar el viaje a las esquelas del periódico en anteriores ocasiones, ha pasado el
viajero a seguir el ritual de mirar siempre que tiene el periódico entre sus manos las esquelas, con curiosidad mórbida por si aparece algún nombre y apellidos de tiempos escolares, de instituto;
también por si aparece el inevitable familiar cercano de trato lejano hasta casi el desconocimiento del que no avisan del deceso y se entera el viajero al ver su nombre y apellidos, comprobando los
familiares y ver con sorpresa que era Funalita o Funalito...
El viajero viaja a tiro fijo en esta ocasión, sabe a quién busca y ya ha visto la esquela digital la tarde anterior al enterarse de que
su amigo dejaba este mundo. No es el viajero de ñoñeces fúnebres y es de la opinión de que la muerte, con su dolor por la pérdida, es sólo un instante y los recuerdos de cuando estaba en vida son el
noventa y nueve por ciento de los recuerdos aunque el uno por ciento sea una carga de nostalgia, dolor y ausencia que nunca le abandona...
El viajero llega a su destino. Es una esquela estándar de las que entran en el seguro, esperaba el viajero que fuera algo mayor, incluso
que hubiera varias de distintas entidades pero sólo viene la típica esquela informando de la hora del funeral, la capilla ardiente y relación de familiares cercanos...
Saca el viajero las tijeras y recorta la esquela, con imágenes que invaden su recuerdo del difunto en vida. Aparta el viajero la tristeza
inherente, concentrándose en recordar y disfrutando unos segundos de un recuerdo divertido, de cenas que terminaban en tertulia, de acompañarle despertando la curiosidad y los rumores de propios y
extraños, de hablar de la actualidad y de recordar a quienes se iban. Hace ya una eternidad de aquellos tiempos aunque solo hayan pasado unos años. El viajero toma consciencia de que su amigo y
amistad ya no volverá...
El viajero apura el café mañanero, caliente y reconfortante. Echa un vistazo a la ciudad, la porción de la misma que puede ver desde la
ventana, y guarda la esquela en una carpeta y piensa en donde colgar una foto del difunto. Barrunta el sitio de colgar la foto mientras coge el albornoz y se va al baño a darse una
ducha...
Pero ése ya es otro viaje.
sábado, 23 de julio de 2022
Viaje por el asfalto un día de verano
El viajero sale del portal y se pone las gafas de sol. No es un calor achicharrante como días atrás con temperaturas inhóspitas en las latitudes del viajero, sopla una
ligera y refrescante brisa pero la luz del sol es intensa...
El viajero para en su abrevadero habitual del cafelito mañanero. Ha cambiado de responsables y el viajero tiene esa extraña sensación de
añoranza o melancolía. No hay muchos cambios exteriormente, una máquina tragaperras más, una nevera de vinos en la esquina del mostrador robando el espacio de los parroquianos que solían ocuparla. El
personal es distinto aunque el café sigue estando rico y sigue el poner un churro, que el viajero ha de reconocer que están mejor que con la última etapa de los anteriores responsables con churros
demasiado turrados, con restos de fritanga del aceite o una masa blandengue y grasienta totalmente insípida...
De nuevo en el asfalto, el viajero se dirige al centro de la ciudad. Se nota la afluencia de foráneos, unos que vienen y otros que se
van, medita el viajero al ver a un grupo de jóvenes cargando las maletas en el coche cuando se detiene un instante en un local en alquiler de parada obligatoria para el viajero cuando funcionaba como
negocio; su escaparate era un deleite a la vista consumista con cachivaches electrónicos, equipos de óptica y un sin fin de cosas...
El viajero se encuentra con un conocido, antiguo vecino. Se saludan y charlan de lo que charlan dos antiguos vecinos y el
viajero le nota envejecido, han pasado años. Se despiden con agrado tras caminar un trecho juntos para alivio del viajero un poco saturado ya de historietas y anécdotas de antaño cuando eran
vecinos...
Comienza el viajero el camino de regreso. Ya está la mañana en su mitad, con aumento de gentío por el asfalto. Se desvía de su trayecto
habitual porque la acera está con demasiada muchedumbre y no le apetece ponerse mascarilla, sin respetar la distancia. Es verano, hace sol y en vacaciones la vida es maravillosa, queda lejos el
invierno...
El viajero ha llegado al portal y se percata de que cogió al salir el llavero que carece de llave del portal, llave extraña sin forma de
llave que abre electrónicamente. Espera que alguien entre o salga del portal y observa los edificios colindantes. Completamente ensimismado en sus pensamientos ve aparecer un vecino que le abrirá la
puerta y cogerá el ascensor tras...
Pero ése, ya es otro viaje...
sábado, 2 de julio de 2022
Viaje a la pastelería
El viajero nota el olor a pastelería metros antes de llegar al escaparate de la misma. Es un olor confortable, reconfortante, un olor desde que era niño, un aroma
familiar en suma que le hace mirar feliz el escaparate. Bollería, apetitosos pasteles...
Lástima, piensa el viajero mientras entra al local, que los pasteles no serán para él, son un presente de visita. Tiene en mente coger
sólo dos pasteles, uno por los precios y otro porque quien recibirá el pastelero presente no le conviene comer muchos dulces. Pero el viajero conoce de su gusto por las bombas de crema y el viajero
vio a Dios por una pata en la ocasión de sorprender con las deliciosas bombas de crema pastelera, desconocidas para la visita pero familiares al viajero de tiempo atrás, recuerdos que vuelven frescos
como si estuvieran sucediendo en ese momento...
La pastelería es un local de entrada rectangular con el viajero entre el mostrador y la pared, luego sigue al fondo donde se abre de
manera cuadrangular y hay mesas con sillas para tomar un café. La decoración conserva la esencia de principio de los 80´s con toques de final de los 70´s. No se ve desvencijado y, observa el viajero,
el tiempo le ha dado un toque clásico, de cuando era niño y veía a señoras tomando café con pastas a media tarde...
El viajero aprovecha que hay una clienta que está siendo atendida para mirar el mostrador. Hay triángulos de chocolate con interior de
hileras de bizcocho alternadas con hileras de chocolate, piononos apetecibles, ricos carbayones sin olvidar lenguas de crema y de merengue. Bombas las hay de tamaño normal y mini, auténticas
tentaciones al paladar las mini pese a que su precio puede calificarse de máximo para los presupuestos para visitas y pasteles que maneja el viajero...
Le atiende una joven dependienta, algo entrada en carnes, que coloca las dos bombas en una bandeja dorada de cartón. Surge de las
profundidades del local otra dependienta, no mucho mayor que la primera, que se hace cargo del envoltorio como si hacerlo fuera el distintivo de categoría profesional...
El viajero da las gracias a la dependienta algo entrada en carnes que parece devolver la sonrisa al viajero que sopesa las ventajas e
inconvenientes de enrollarse con una dependienta de pastelería algo entrada en carnes, llegando a la conclusión de que sería contraproducente para su colesterol semejantes tratos sentimentales que
ocultarían, por parte del viajero, meros intereses de tragaldabas de pasteles y bollería, sin romanticismo y sólo gula...
Parece estar nublándose la soleada mañana cuando el viajero sale de la confitería para encaminarse al domicilio de la visita
cuando...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 28 de junio de 2022
Viaje a la superficie comercial
El viajero entra con algo de emoción al centro comercial, desde antes del confinamiento domiciliario que no se daba una vuelta por sus entrañas. Es temprano, casi media
mañana de día soleado y de temperatura agradable. El viajero observa las galerías desde la planta baja, con tiendas de nombres reconocibles como marcas comerciales, no hay el ajetreo de otras horas
con gente joven deambulando entre tiendas y escaparates. El protagonismo a esas horas está en la planta baja que alberga un hipermercado rodeado de locales, desde copias de llaves a cafetería sin
olvidar tiendas de móviles y productos de videojuego...
El viajero coge una cesta con ruedas, tiene el asa a buena altura y sus ruedas giran bien. Pasa desorientado el viajero por la sección de
electrónica con cachivaches a jugosos precios aunque el crédito del viajero lleva tiempo exprimido entre pagar servicios y dejar pufos. Las piernas van en una dirección, buscando la sección de
menaje, pero sus ojos se escurren ante los productos ofertados, mirando precios con las piernas andando rápido para que el viajero no caiga en la tentación de los cómodos plazos y confortables
cuotas...
Observa el viajero la sección de electrodomésticos, mira de pasada la sección textil, ni se digna a mirar la sección de jardín y logra
ver en lontananza lo que busca: platos a buen precio...
El viajero iba con una mentalidad clásica a reponer vajilla, blancos, un par de platos llanos, otro par de platos hondos, un par de
platos de postre y una ensaladera, todo ello de color blanco. Sin embargo, el viajero se fija en unos platos de color negro, elegantes a la vista. Los platos hondos parecen inmensos pese a su
apariencia más pequeña comparado con los clásicos platos hondos blancos. Los platos llanos parecen inmensos, de fina elegancia en negro, ideales para poner los platos hondos encima. Los de postre son
los que más se asemejan a los platos de postre en blanco...
El viajero hace cálculos mentales, se le cuela el pensamiento a hurtadillas del teorema de Pitágoras sin venir a cuento, llegando a la
conclusión de que la apariencia es sutilmente distinta a su idea inicial pero la capacidad de contenido es la misma. Al viajero se le corta un poco el rollo cuando se percata de que los platos,
hondos, llanos y de postre, vienen en lotes de cuatro, dos más de lo planificado en cada categoría. Mira los precios y se queda gratamente sorprendido cuando ve que es bastante menos de lo
presupuestado, un presupuesto de oídas tomando algo y charlando con conocidos. No se lo piensa dos veces y se pone en modo centella para atravesar de nuevo las tentadoras secciones de más tentadores
productos que, cual sirenas a Ulises, tratan de atraerle al vértigo del consumo a crédito casi sin fondos...
Hay fila única y unas cinco cajas abiertas aunque sólo parecen estar funcionando tres. El viajero mata el tiempo observando sin ver,
abstraído en algún pensamiento fugaz que se interrumpe cuando le llega el turno. Al final los doce platos le han salido a uno con ochenta y tres aurelios de vellón cada pieza, no se detiene a
distinguir las diferencias de precio entre platos hondos, llanos y de postre, viene todo junto y se siente satisfecho, uno por saciar el afán consumista inherente a primeros de mes en las últimas y
dos por los platos en color negro que serán una nota de color en la cocina y en la mesa. Puede imaginar una verde ensalada de lechuga salpicada de sonrisas blancas de cebolla sobre el fondo negro del
plato, un alegre huevo frito con el contraste cromático de la yema y la clara sobre el negro del plato y qué decir de una porción de tarta helada en comunión y entrelazado cromático entre alimento y
plato. Nada que ver con una loncha de jamón york que parece más un luto que un alimento sobre fondo negro...
El viajero sale al aire fresco de la calle, ignora cuánto tardará en volver al centro comercial y se promete darse una vuelta este verano
a ver las galerías de los pisos superiores y acercarse a las salas de cine a ver la cartelera, promesa de amor que seguramente no será cumplida, medita el viajero mientras se encamina de regreso
cuando se detiene a...
Pero ése, ya es otro viaje.
viernes, 10 de junio de 2022
Viaje a la sucursal bancaria
El viajero disfruta del coche de San Fernando camino de la sucursal bancaria, es cuarenta de mayo y el viajero se ha quitado el sayo; hace un día soleado más de verano
que primaveral, de temperatura agradable para ir en manga corta. Ya se ven foráneos en la ciudad con mochilita a la espalda, pantalones cortos y gorra, mirando calles y escaparates. Hay también el
trajín diario del centro de la ciudad...
El viajero entra al vestíbulo de la sucursal bancaria. Hay tres cajeros automáticos, ocupados los tres y con cola de usuarios. A la
entrada de la sucursal hay que pararse y también hay dos personas esperando. Alguien se queja en uno de los cajeros, que esto es una vergüenza, que no hay quien se entienda con los
cajeros...
-Son los cambios. Con los cambios hay que tener paciencia.- Le dice al viajero una desconocida que espera como él.
El viajero recuerda entonces que la entidad bancaria ha sido fusionada con otra y, tras un poco de cháchara con la desconocida, se entera
de que han cambiado la web y las pantallas de los cajeros a la nueva entidad surgida de la fusión...
Aparece un tipo trajeado de mediana edad que pregunta quién va a ventanilla y quién a mesas. Tras ver a unos y a otros desaparece sin
decir nada más, aunque quienes van a ventanilla se atreven a entrar y hacer la cola dentro. Hay una máquina que da la vez en forma de papel con un número, pero no funciona y quienes esperan junto al
viajero escuchan a una empleada que comenta al teléfono que se va en breves de vacaciones. El viajero barrunta que la sucursal bancaria está ya dando vacaciones y eso explica el misterio de que con
las colas de espera que se forman sólo funcionen dos mesas de las siete que el viajero alcanza a ver con la vista...
Surge de alguna parte un empleado que por fin logra calmar al usuario del cajero, al que se le une un coro de comentarios de quienes
esperan acerca de la pésima calidad del servicio de la entidad bancaria desde la fusión. El viajero respira aliviado de no ser cliente, está haciendo una gestión a un familiar, pero medita de cómo el
usuario es vejado y humillado por la banca que aprovechó la pandemia para acelerar el proceso de digitalización y banca telemática creando una brecha generacional. Los cajeros presentan ahora una
pantalla más propia de tableta o móvil con demasiada información y opciones para gente mayor acostumbrada a las pantallas anteriores, de letras más grandes y opciones claras aunque les supusiera
teclear más. Ahora en el cajero los usuarios teclean menos pero si no están inmersos en la digitalización se convierten en analfabetos para operar con los nuevos cajeros...
Alguien se ha dejado una puerta abierta y el viajero y la desconocida pueden escuchar un entretenido diálogo entre una empleada y un
usuario que por fin logra ser atendido por alguien...
-¿No está la chica que me atiende siempre?- pregunta el usuario.
-A ver Fulanito, ¿quién te suele atender?- le responde la empleada con ese tono cansino y de hastío de escuchar siempre
lo mismo y con paciencia ante un usuario ya mayor aunque no anciano.
-A mi me atendía Mengano y...
-¡No! ¡Mengano ya no está en la sucursal!- le corta la empleada casi ofendida de que ose mentar a quien ya no
está- A ver, ¿de qué se trata?
-Es sobre los fondos de inversión que...
-¡Ah! Los fondos de inversión tienes que ir a la mesa siete.
-¿La mesa siete?-pregunta el usuario sorprendido.
-Fondos de inversión en la mesa siete, sí.
El viajero observa al usuario volver al vestíbulo a esperar y piensa que si el tipo tiene fondos de inversión no es un mindundi como el
viajero o el humilde pensionista que va al cajero. Si tratan así a un cliente, buen cliente con fondos de inversión, cómo será el trato a quien sólo tiene deudas...
Por fin el viajero es atendido, el empleado ya estaba al tanto de la gestión, y la cosa no dura mucho y cuando se da cuenta ya está en el
vestíbulo para salir. La desconocida habla con otra desconocida que no se aclara con el cajero...
-Son los cambios, son los cambios. Con los cambios hay que tener paciencia.
El viajero respira aliviado de abandonar el microcosmos de la sucursal bancaria y de no ser cliente de la entidad. Siente que hay algo de
hechos consumados por parte de la entidad y un fatalismo existencial de la masa usuaria ante los mismos. El viajero se siente afortunado de haber aprendido el manejo de banca telemática, no queda
otra, aunque siente un escalofrío imaginándose en un futuro cercano siendo él un analfabeto ante las innovaciones tecnológicas. El viajero aparta el escalofrío dispuesto a tomarse un cafelito en un
garito cercano que...
Pero ése, ya es otro viaje.
viernes, 27 de mayo de 2022
Viaje al cafelito mañanero
El viajero se abrocha la chaqueta, hace una mañana agradable a la vista, cielo azul salpicado de blancas nubes con algunas de tonos grises, pero hay brisa y sensación
térmica de fresco. Espera con la puerta del portal abierta a que entre un vecino, se saludan como buenos vecinos y sigue cada uno su camino...
El abrevadero mañanero del viajero ha cambiado de dueños, entre comillas ya que el viajero sabe que es un negocio en alquiler. Hacía unas
semanas que el local parecía mate, sin el gracejo del personal con la clientela, jubilados que han pasado juntos su vida laboral y que siguen juntos a esa hora maldita en que las respectivas
parientas les dicen que no estorben y salen al café, al reencuentro respetando las jerarquías laborales para ojos entrenados. El viajero recuerda que abría hoy tras cuatro días cerrado con ese trajín
de los locales cuando lo regentan nuevo personal...
No hay diferencias estéticas, sí una máquina de café nueva, casi futurista. Está el abuelete que acapara el periódico hasta que se sacia
de ojearlo, comentar en voz alta un titular al que nadie presta atención. La camarera es una novedad, el café sabe tan apetitoso como siempre y han aumentado la ración a dos churros en lugar de uno.
El viajero prueba un churro, en apariencia casi igual a los que guarda en el recuerdo, le falta el azúcar espolvoreado. De textura es insípido, casi grasiento como comprueba el viajero al dejar el
churro envuelto unos instantes en una servilleta que queda completamente grasienta...
Han cambiado la disposición de la máquina tragaperras a la que se acerca un jubilado, casi como que no va con él la cosa, firme en
posición de meter monedas con la mirada fija en la máquina. Es algo triste, piensa el viajero, jugar dinero sabiendo que siempre gana la máquina. El viajero gusta de reírse para sus adentros cuando
se queda mirando la máquina y el jugador de turno se percata y piensa que el viajero está al quite para jugar cuando se retire el jugador de turno. Se ponen tensos y se ve el ansia de yonki de
tragaperras que, temeroso de que le birlen el premio, juega compulsivamente, sabiendo que no es momento de combinaciones pero resistiéndose a retirarse. El viajero no es cruel y ya no práctica tanto
el absurdo pasatiempo...
El viajero ha disfrutado del cafelito mañanero, añorando al personal y contento de que el abrevadero esté de nuevo operativo. Lo del
churro lo pasa porque ha saciado alguna mañana ese apetito absurdo que entra cuando ponen un pincho o un grasiento churro que no sabe como los de antaño en la churrería. Han entrado dos mujeres y una
de ellas ha cruzado un instante su mirada con el viajero. Se sientan en la barra y mientras se levanta, el viajero observa la espalda de la mujer que se atusa el pelo. El viajero piensa que si gira y
le mira al pasar se sentirá afortunado mientras enfila la salida y se dispone al paseo antes de ir a...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 12 de mayo de 2008
Viaje a ninguna parte en la bicicleta estática
El viajero apura el cafelito mientras mira a la bicicleta estática que siempre le lleva a ninguna parte aunque sí que viaja la imaginación, el recuerdo, la añoranza, la
melancolía y tantos pensamientos que siempre acuden al viaje a ninguna parte en bicicleta estática...
Lo cierto es que el viajero hace tiempo que no viaja a ninguna parte en bicicleta estática, pero llega el veranito y convendría bajar
lorzas, así que se arma de tesón y ha sacado la bicicleta estática del trastero, desterrada hace tiempo por la preferencia del viajero por placeres gastronómicos más que por los placeres del deporte
a pedales, modalidad bicicleta estática...
El viajero revisa el equipo para el viaje, unas deportivas añejas y destinadas a servicios auxiliares como bajar la basura o dar pedales,
un pantalón de chándal huérfano hace muchas lunas de la chaqueta de acompañamiento, camiseta de manga corta acorde con la buena temperatura del día, una pulsera deportiva que fue regalo de cortesía y
de cuyas mediciones el viajero no se fía demasiado, mandos del televisor, prensa del día y una botella con un litro de agua. El viajero pensó en su día en adquirir un casco de ciclista, pero le
pareció dar la nota y que se vería algo ridículo si alguien llama a la puerta inesperadamente y le ven con el casco de ciclista...
El viajero se toma el pulso y la tensión, anota los parámetros antes y después, al menos tiene el viajero la intención, ya tan vieja como
la bicicleta estática. Comienza el viajero el pedaleo, suave y casi mortecino para que las piernas calienten. No encuentra el viajero acomodo en el sillín, ancho y que permite poner el culo a gusto
del viajero, pero cuando encuentra la posición ideal le da la sensación de que está ligeramente basculado de un lado, trata de corregir la posición una y otra vez...
El viajero nota seco el gaznate del trabajo de pedalear, esfuerzo más bien, y en ocasiones le embarga la sensación de que calza botas de
buzo, de que le resbala el pie en el pedal, de que no está en la posición correcta y de que podía estar mejor. Bebe con ansia refrescante un trago largo de la botella de agua. Mira la pantalla del
manillar que le indica hasta cinco parámetros distintos, la distancia, el tiempo, la velocidad, las calorías y hasta el pulso cardiaco gracias a dos sensores en el manillar. Ya lo había comprobado en
el último viaje a ninguna parte en bicicleta estática y por curiosidad repite la prueba. Pone el marcha el medidor de pulso cardiaco de la pulsera deportiva a la vez que toca los sensores del
manillar. Tras un minuto, marcan pulsos cardiacos distintos, la bicicleta marca hasta veinte pulsaciones más que la pulsera. El viajero echa otro trago al gaznate mientras medita sobre la diferencia
en las mediciones y decide restar diez del que marca la bicicleta estática respecto a la pulsera deportiva...
Saciada la curiosidad científica decide el viajero mirar algo en la televisión y sube la dificultad al nivel uno, que simula una leve
pendiente; tiene la bicicleta estática seis niveles de pendiente aunque el viajero nunca ha pasado el cero. Los pies notan la dificultad al igual que su trasero en el sillín y no puede el viajero
concentrarse en la televisión, un documental sobre el escarabajo pelotero, no encuentra grata la pendiente simulada y pierde el ritmo del pedaleo y casi pierde la compostura el viajero cuando movió a
la vez el pie que resbalaba del pedal, el culo buscando mejor aposento en el sillín y manipular el cuadro de mandos de la pantalla del manillar...
El viajero se nota acalorado y vuelve a nivel normal sin inclinación, parece que tiene un uñero que le hace la puñeta en el pie
izquierdo, tiene ganas de orinar tras trasegar agua como un poseso, la pulsera deportiva se ha quedado sin batería y nota las piernas cargadas, como si llevara pesas de plomo atadas a los
tobillos...
El viajero para el pedaleo, estira las piernas y levanta el culo del asiento como si hubieran sido escuchados los ruegos del mismo para
cambiar de posición. Han sido cinco minutos intensos de viaje a ninguna parte en la bicicleta estática y una batalla ganada a las lorzas. El viajero desmonta de su corcel estático y cual caballero
andante se despoja de su armadura de ciclista. Piensa el viajero que se ha ganado un buen bocadillo de chorizo frito y que a fin de cuentas la lorza es bella si se sabe apreciarlas. Decide que es
hora de devolver a la bicicleta estática a su destierro en el trastero, las viejas deportivas que la acompañen y que en caso de que las lorzas aumenten volverá al ejercicio, no con cinco minutos de
duro pedaleo, hasta diez si hace falta, piensa el viajero que se va a la cocina a poner la sartén y preparar el pan y el chorizo para...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 14 de abril de 2022
Viaje en el coche de San Fernando por la ciudad sin mascarilla
El viajero sale al asfalto de la acera, mañana de temperatura agradable que requiere ir forrado y con chaqueta, brilla el sol y calienta, un calor que se agradece tras
días de sol sin calentar...
Lleva el viajero la mascarilla puesta, ya no es obligatoria en la calle si no hay gentío en las aceras y dentro de pocos días será
optativa en espacios cerrados. Las noticias sobre la pandemia parecen relegadas por la guerra de Rusia en Ucrania, guerra del señor Putin aunque sea Rusia quien se lleve la mala fama y el régimen de
Putin esquila la lana a precio de la sangre de sus compatriotas y hermanos...
No hay mucha gente y el tráfico es escaso, se nota que es Semana Santa y los afortunados que pueden disfrutar de mini vacaciones se notan
en ausencia del trajín diario. Se fija el viajero en sus semejantes y la mayoría lleva la cara descubierta, colgando de la barbilla o en la mano como improvisada muñequera. Son las personas mayores
quienes más las llevan y decide el viajero que es hora de quitarla él también...
El viajero medita en el semáforo, esperando que se ponga en verde, sobre volver a estar en la calle sin mascarilla. Es una sensación
agradable, de temor recóndito a una séptima ola, de pensar en lo ocurrido y las muertes, las restricciones y el confinamiento. Han sido sólo dos años pero queda tan lejano el 2019, como si fuera en
otra existencia, en otra vida...
Vuelve el viajero a la vida con el semáforo en verde. Se ve reflejado en un escaparate mientras cruza el paso de peatones y sonríe al
verse sin mascarilla. La mete en el bolso de la chaqueta, lista para ser utilizada cuando entre a tomar el cafelito, igual no entra y sigue su camino respirando aire directamente, aire contaminado,
aire de aromas a cafetería, panadería y hasta de pescadería, como retomar algo que parecía un recuerdo lejano pese a su cercanía...
El viajero echa de menos la misteriosa mirada de unos ojos de mujer con su rostro enmascarado, ahora se puede apreciar belleza y
hermosura aunque sin el misterio oriental que daba la mascarilla, cruzando la mirada un segundo...
El viajero llega a su destino y saca la mascarilla del bolsillo. Se la pone con naturalidad, un complemento más de la vestimenta como
pueden ser unos guantes, una bufanda, un sombrero y hasta una boina. La pandemia no ha finalizado y aún tardará un tiempo, pero le ha sido agradable al viajero caminar como antes...
El viajero espera que le abran la puerta y entra al portal a la vez que...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 17 de marzo de 2022
Viaje al supermercado con huelga del transporte
El viajero observa, mientras toma el cafelito mañanero, que ya no se percibe calima en el ambiente, a diferencia del día anterior donde se instaló en eterno atardecer de
tonos anaranjados y lluvia de gotas de barro. Mira el televisor sin sonido, emite sobre el bombardeo de un teatro en Ucrania, repleto de refugiados en sus entrañas. El viajero apuesta consigo mismo a
que el régimen de Putin acusa a los ucranianos de ser los culpables de pulverizar un teatro repleto de refugiados en sus entrañas...
El viajero camina hacia el supermercado, hay huelga en el sector del transporte y las noticias hablan de desabastecimiento en las
ciudades. La gente se ha lanzado a comprar aceite de girasol, restringida su venta a cierta cantidad por persona, pero el pánico ha cundido y el sábado ya notó el viajero que el aceite de girasol
volaba de las estanterías. Recuerda el viajero mientras camina cuando estalló la pandemia y la gente acaparaba arroz por el confinamiento que se avecinaba. Sólo hace dos años que se vive con miedo,
no importa el tipo ya sea pandémico, de crisis económica, de guerra y hasta laboral, siempre miedo y la incertidumbre, lejos ya los tiempos de vacas gordas...
El viajero entra al supermercado, extrañamente tranquilo para ser mediodía y cuando coge un carrito y se encamina a la sección de frutas
y hortalizas la visión de los estantes vacíos que permiten apreciar la amplitud de la superficie a diferencia de cuando hay cajas repletas de productos de todo el mundo, pero no hay nada, tan sólo
algún producto en solitario. El viajero recuerda imágenes de Cuba o Venezuela donde hay colas y estantes vacíos en las superficies comerciales, breves instantes que escupen los noticiarios y no puede
el viajero evitar pensar en vivir a diario la búsqueda de comestibles y que estén los estantes vacíos...
La huelga del transporte se nota en frutas, hortalizas y productos lácteos. No hay problema en coger productos de limpieza y aseo,
embutidos y quesos, en general hay de todo pero falta lo principal y que llaman básico. La fruta aún puede conseguirse enlatada, al menos la piña y el melocotón, pero el viajero ya extraña la
presencia de sus yogures en la nevera...
No hay cola en la caja y se ven señoras con el carrito, ya entradas en años, que deambulan como desorientadas por las estanterías vacías
mientras comentan en voz alta para quien las escuche que no puede ser. Pero sí lo es...
El viajero mira el supermercado antes de salir y mira el recibo de la compra que es casi un 90% más barata de lo habitual en cada compra
semanal. El carrito va con algo por no decir casi vacío. Coge aire y piensa que, ya que ha sido una compra tan económica, tomarse un vermut, comer un pincho y ver si sigue aquella camarera tan mona
de la última vez. Se encamina decidido en dirección a...
Pero ése, ya es otro viaje.
viernes, 11 de marzo de 2022
Suplemento viajero cutre de The Adversiter Chronicle
Viaje por las noticias de la guerra de Putin en Ucrania
El viajero ha terminado de recoger los platos y se dispone a ver las noticias sobre la invasión a gran escala de Ucrania por parte del régimen de Putin en Rusia
siguiendo la mejor tradición soviética, retrocediendo el reloj de la Historia en una mezcla de nacionalismo y expansión territorial imperial...
Gusta el viajero de viajar a las noticias de la guerra por la radio, más inmediata y veraz en ocasiones la palabra que la imagen, que
como todas las imágenes de todas las guerras desde el siglo pasado están contaminadas de propaganda de ambos bandos. Sin embargo, el viajero gusta desde hace mucho tiempo de las crónicas de los
corresponsales de guerra, algo que echaba en falta en esas guerras lejanas hasta desconocidas que siempre tienen lugar, de crónicas parcas en imágenes. Pero esta vez es en Europa, enfrascada en otra
guerra civil que puede degenerar en mundial como las dos últimas grandes guerras civiles europeas. La guerra en la antigua Yugoslavia quedaba en cierta forma lejana y casi hasta ajena, una rémora y
canto del cisne del fin de la Guerra Fría...
Esta vez es distinto y el viajero no ha visitado las noticias con calma desde que Putin y su régimen decidieron que Ucrania era objetivo
militar de conquista a sangre, fuego y destrucción. El viajero ve los puntos fronterizos con el trajín de refugiados y personal de acogida dividido en policía, voluntarios de ONG´s, periodistas y
filas de personas que el viajero se encuentra en su día a día, no son gentes de tez extraña y lenguas incomprensibles en algún lugar del globo terráqueo...
La destrucción es la misma de los viejos noticiarios que alimentan los documentales, es en color y textura de vídeo mas las ruinas
humeantes, restos retorcidos de lo que el bombardeo ruso destruyó y que ahora son amasijos que permiten reconocer coches, autobuses y camiones. También amasijos de carne ensangrentada que eran
personas como el viajero y que ahora son víctimas sin nombre, sólo una cifra al final de la crónica. Cifras que en ocasiones parecen demasiadas y otras demasiadas pocas...
Tampoco el enemigo agresor tiene pintas de jóvenes fanatizados desde la infancia que ven en la guerra la meta de sus vidas para mayor
gloria de la nación. Son jóvenes y se ve el miedo en sus rostros, hay otros rostros en las noticias de soldados mayores, fanfarrones en sus uniformes de combate y que una vez muertos no se
diferencian de los ucranianos y del resto de muertos en las guerras...
El viajero escucha testimonios, a políticos mundiales, el rostro de Putin negando las atrocidades de sus tropas echando la culpa a
Ucrania y su gobierno nazi. El presidente ucraniano está lejos de la grandeza imperial de la que gusta envolverse el dictador ruso. Es un hombre sencillo, tan vulnerable como el viajero, barrunta
éste para sus adentros, de voz grave y lengua desconocida que transmite seriedad y determinación. La misma que sus compatriotas en la frontera donde otros europeos acuden en vehículos fletados de
manera particular evacuando refugiados. El viajero tiene sentimientos encontrados porque tiene la desasosegante sensación de que Ucrania está perdida y es cuestión de tiempo que capitule agotadas sus
defensas, aterrorizada su población y liquidado el Gobierno...
El viajero termina su viaje, la congoja tiene un acre sabor a tormenta que se avecina, imparable salvo que alguien pare en Rusia los pies
a Putin. Se acerca el viajero a la ventana donde la vida transcurre con las miserias y grandezas de tiempos de paz, acosados por la pandemia del coronavirus que ya no protagoniza el primer lugar en
las noticias tras dos años de protagonismo. No es el final de la misma lo que ocupa y abre los noticiarios, es la guerra, esa bestia despiadada que hacía tanto tiempo que no hacía acto de presencia
en la paz que nos hemos olvidado de cómo es, acostumbrados a la memoria selectiva de las anteriores, resucitando rencillas y odios antagonistas en nombre de ideales y liderazgos hace ya tiempo polvo
de estrellas...
El viajero se aparta de la ventana y siente la necesidad de salir a tomar el cafelito de la tarde y que...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 22 de febrero de 2022
Viaje a la tienda de electrodomésticos
El viajero disfruta en el coche de San Fernando de la mañana soleada, de un sol brillante que sin embargo no calienta a la misma altura, no tan frío como días atrás,
pero no sobra la parka aunque desabrochada, sin resultar pesada como se temía el viajero al mirar la mañana por la ventana apurando el cafelito mañanero. Necesita el viajero adquirir bolsas para su
aspirador, compañero fiel de los que sufren en silencio que sólo se le tenga en cuenta para tragar mierda...
Siempre que salía de casa, olvidaba el viajero reponer las bolsas, logrando que en la última aspirada la bolsa puesta en el aspirador se
dilatara al máximo. No lo usa mucho, generalmente una vez a la semana salvo que tenga visita infantil que requiere zafarrancho de limpieza cuando se acaba la visita...
Mientras camina, el viajero barrunta sobre el paso del tiempo, ha intentado adquirir las bolsas por el barrio en una de esas tiendas que
vende desde cafeteras a recambios de mandos de televisión y todo tipo de cosas para las que el viajero pensó que no existían recambios fuera del circuito de proveedores y marcas oficiales. En esa
búsqueda que resultó infructuosa, casi frustrante piensa el viajero, tuvo consciencia de que su fuel aspirador ya va camino de los once años, algo que no le había ocurrido antes, el aspirador
funciona a las mil maravillas y los dos paquetes de bolsas aguantaron hasta ahora...
Así que el viajero decide ir a la tienda de electrodomésticos donde compró a su fiel aspirador. Es una tienda de electrodomésticos de
toda la vida, al menos de la vida del viajero que siempre la ha situado en la vieja esquina, cambiando de estética pero regido por las mismas personas que envejecen a cada rejuvenecimiento del local
debido a los avances en electrodomésticos de consumo. De esos tenderos que atienden al cliente y le ofrecen lo que busca, le orientan en lo que se necesita y encuentran la forma de que el cliente
salga satisfecho, sin importar si se compra o no porque sale informado de la tienda y la tienda logra un cliente porque volverá...
En la tienda el viajero es atendido por el tendero de hace casi once años que le hace ver que el aspirador se ha quedado obsoleto, en el
sentido de que ahora los aspiradores son sin bolsa al módico precio de unos 50€ mientras que los recambios de bolsa salen a 12€ y, por tanto, la aspiradora sin bolsa, repanocha del momento en el
mundillo de las aspiradoras domésticas piensa el viajero mientras escucha al tendero, se amortiza en un pispás. Sigue el tendero su verborrea ilustrativa y el viajero barrunta para sus adentros que
si el recambio de bolsas le ha durado camino de once años y que la aspiradora funciona fetén, los doce aurelios salen más rentables que la aspiradora sin bolsa...
El viajero decide salir raudo sin dar el cante cuando el tendero se disponía a iniciar un recorrido por los modelos de aspiradoras sin
bolsa expuestas en la tienda, y aunque el viajero se pone ñoño al ver que el tendero sigue igual que siempre, no piensa gastar medio centenar de aurelios en una repanocha de aspiradora sin bolsa, su
viejo y leal aspirador hace su faena sin atragantarse y a las mil maravillas y tampoco apetece una gira guiada por los modelos expuestos y que no piensa adquirir. Decide que lo más sensato es seguir
el consejo del tendero y sacar una foto púdica de los bajos del viejo y leal aspirador de bolsa donde figura el modelo y referencia, a ver si hay fortuna y aún quedan existencias de bolsas de
aspirador para él...
El viajero enciende un cigarrillo, observa el cielo azul, la gente humana en su trajín diario, reconfortado de ver al tendero siempre
atento y amable, comportamiento inmutable que no logra alejar la pena que le embarga al pensar que ya no tengan existencias para su modelo de fiel y leal aspirador...
El viajero decide emprender una ruta de regreso distinta ya que...
Pero ése, ya es otro viaje.
viernes, 4 de febrero de 2022
Viaje por un barrio de la ciudad
El viajero llega al barrio caminando, es una mañana teñida de gris amenazando una lluvia que no termina de llegar, aire fresco donde se añoran unos guantes en ciertos
momentos del viaje. El viajero conoce el barrio de antaño aunque superficialmente, piensa el viajero para sus adentros ante el exterior urbano que descubre al adentrarse en el barrio...
El barrio que camina el viajero siempre ha estado presente ya que es colindante al barrio del viajero donde una avenida separa a uno del
otro, descendente el del viajero y ascendente el del barrio. Se percata el viajero de que en realidad ha pasado por esas calles, en su mayoría, cuando iba en auto. Ahora, en el coche de San Fernando,
el viajero descubre lugares comunes a otros barrios que ha conocido, con alternancia de construcciones ya algo avejentadas y de clase popular con un popurrí de estilos de edificios nuevos y recientes
con otros edificios más viejos que mutan de fachada que aplaque las humedades..
Hay bares de barrios, bares tabernarios de parroquianos fijos que se conocen sin hablar mientras se miran, de tercera edad jubilada que
deambula con la familiaridad de quien conoce el barrio. El viajero entra en uno y pide un café, reponer fuerzas y la galletita de cortesía son un respiro entre zancada y zancada. Se sienta en una
mesa y observa al paisanaje de rostros de piel arrugada, con síntomas de estragos por hábitos poco saludables. No hay gente joven, todos son jubilados aunque no falta el típico tipo aún joven que por
alguna extraña razón no sólo no está trabajando sino que se gasta lo que no tiene en la máquina tragaperras...
El viajero reemprende el camino, ya a mitad del barrio que se abre a sus ojos al conocido edifico de un centro comercial de alimentación,
estructura que marca un barrio moderno y en expansión, rodeado de edificios de fachadas coloridas que resultan un tranto extrañas al viajero poco acostumbrado a la riqueza cromática de los paneles de
vinilo, al menos el viajero piensa que son paneles de vinilo aunque no tenga ni pajolera idea de qué material están hechos...
El viajero espera en el lugar de encuentro cuando ve la figura familiar que le alza una mano y se dirige a su encuentro. Se saludan y
dudan de si ir a pie o andando a...
Pero ése, ya es otro viaje.
miércoles, 5 de enero de 2022
Viaje a poner la 3ª dosis de la vacuna
Iban a ser quince días, recuerda el viajero mientras hace cola para subir al bus. Ha tenido suerte y casi llegan a la vez a la parada el viajero y el autobús. Ha subido
el billete con el nuevo año, una subida pequeñita que se une a otras pequeñas subidas de las cosas. El viajero, al igual que el resto de usuarios, ya ni se molesta en mirar si hay gel
hidroalcohólico. Se ve que al viajero y a los usuarios les ocurre lo mismo por experiencia, que siempre que coge el autobús no hay gel. Tal vez, barrunta el viajero, los primeros usuarios de la
mañana madrugadora agotan el gel, o tal vez que simplemente no lo reponen...
No hay mucha gente en el autobús, pero se nota quienes van a vacunarse, al menos el viajero cree percatarse observando el pasaje. Unos
hablan en voz baja, otros miran por la ventanilla y la mayoría está alienada con sus móviles sin distinción de edad. El viajero aparta la vista que mientras meditaba se posó en el móvil de la
pasajera delante suyo. Está enviando y recibiendo mensajes y el viajero medita sobre cómo somos de inconscientes en nuestras comunicaciones, bastaría que el viajero se fijara para violar los
contenidos de los mensajes y asomarse a la intimidad mensajera de la usuaria del bus. Todo el mundo lo hacemos, piensa el viajero mientras se concentra en el paisaje urbano que desfila por la
ventanilla. Es un paisaje mortecino de una ciudad en pandemia y día gris plomizo de lluvia y algo de fresco...
El viajero se apea y se encamina hacia el pabellón deportivo donde le pondrán la tercera dosis de la vacuna para el covid. El viajero
está fatigado de escuchar a la gente, propios y extraños, comentarios sobre las vacunas, como si sirviera de algo discutir. La situación es la que es, piensa el viajero que considera que rechazar la
vacuna será recordado por las generaciones futuras como un reproche más que hacernos, de que tontos éramos. Para el viajero todo se reduce a no terminar entubado en la UCI, acepta que el mundo es un
ensayo clínico comparable en magnitud a las cifras que se invierten en buscar un remedio eficaz, pero el viajero se ve inundado por el pesimismo cuando piensa en los remilgos, bulos e ignorancias que
aún se permite la ciudadanía respecto a la pandemia. El viajero no barrunta tanto como en las dos primeras dosis y se inclina a creer que antes de que termine el nuevo año tendrán que suministrar la
cuarta...
Falta casi un cuarto para las cuatro de la tarde y está cerrado el acceso para la vacunación. Al viajero le parecía que ya había cola,
pero a cada minuto ésta aumenta y comienza a serpentear de forma espontánea la gente que se une a la cola. Hay de todas las edades de vacunación salvo infancia y algún joven, todos y todas unidos
bajo la lluvia en la cola...
Son puntuales para abrir el acceso y el viajero avanza despacio pero de forma continua sin pararse. El viajero siente admiración
observando al personal sanitario que se bate en la trinchera de la guerra al coronavirus, se les nota atareados para que la cola no se pare y sin embargo son amables, atienden a la persona si
necesita sentarse y el viajero cree que debe ser agotador estar día tras día al pie del cañón. El viajero se quita la parka y queda en mangas de camiseta, relaja el brazo como le indica la sanitaria
y le pone con destreza la vacuna que no supone para el viajero más molestia que la necesaria y que casi no se percibe. Antes de dejar sitio al siguiente pregunta si es la misma que las dosis
precedentes y le indican que es distinta. No pregunta el viajero por tocar las narices o protestar ofendido, la situación es como es y el cóctel de vacunas es efectivo, al menos eso entendió el
viajero buscando información en páginas especializadas. Tampoco sirve de nada preocuparse más de la cuenta, el viajero barrunta que dentro de un año la cosa será obligatoria dejando de lado los
prejuicios de negarse a la vacuna...
El viajero llega a la parada, no siente molestia alguna y se siente bien, con ganas de un cafelito y de que pasen las horas por si hay
algún síntoma raro, pero tampoco le preocupa más allá de lo normal y calcula si le dará tiempo para ir a ver a...
Pero ése, ya es otro viaje.
sábado, 18 de diciembre de 2021
Viaje de compras por Internet
El viajero llevaba tiempo y neuronas esperando hacer compras por Internet, uno porque desconfía de dar datos
bancarios a desconocidos, otro porque el viajero no se considera un consumista semi compulsivo. Al menos así se considera el viajero, usa lujo deportivo, espartano en la dieta y bebedor moderado a lo
que hay que sumar que apenas fuma, Un control de los instintos que hacen sentirse orgulloso al viajero de sí mismo y de lo cual se ufana cuando el asunto del consumismo sale o surge en una
conversación...
No es el viajero un analfabestia digital y sabe defenderse para buscar algo
en la web, pero aprovechando que es temporada de fiestas navideñas se decide por fin a probar el comprar alguna cosilla en ese maravilloso mundo digital consumista que tanto gusta y del que tanto
pregonan lo maravilloso que es. Tras barruntar dónde perder la virginidad para comprar por Internet, se decide el viajero por la afamada Jíneton, que ya le deja buen sabor de boca en su página de
inicio...
El viajero viaja de página en página de Jíneton y empieza a sentir cierta
ansiedad, son tantas cosas, son tan baratas, son tan sugestivas...
Al fin encuentra algo que llama su atención y hace un alto en camino. Se
trata de un sacacorchos de toda la vida y que siempre se acaba desmangando si es comprado en la tienda del chino de la esquina. Iba el viajero a pasar a la compra en sí cuando se detiene su vista en
las sugerencias que le hace Jíneton mostrando un sacacorchos maravilloso y dotado de sensores que indican la temperatura en la botella, vanguardista en su diseño. Consulta el viajero el grado de
satisfacción de otros compradores, unos dicen que está genial, alguno que llega hecho unos zorros y uno que, a saber qué cojones hizo, se amputó una falange del dedo meñique...
Se siente el viajero satisfecho de su experiencia comprando en Internet, ha
conseguido por pocos aurelios un sacacorchos que indica la temperatura de la botella, de diseño italiano, color azul fosforito y que se puede conectar, sin saber muy bien cómo, a Internet si se
descarga una aplicación en el móvil...
El viajero se levanta de la silla y enciende un cigarro en la ventana
deteniendo la vista en una botella de agua vacía y se percata de súbito, esa forma de percatarse de algo que induce a pensar que se sufre de desmemoria, que el viajero no toma vino. De hecho el
viajero sólo bebe agua y algún que otro zumo sin olvidar latas, pero nada que tenga corcho que precise gastar dinero en su sacacorchos figura en su dieta líquida...
Que cosas tiene Internet se dice el viajero mientras piensa a quién regalar
un sacacorchos estas navidades y se sienta de nuevo para viajar a Jíneton a ver si encuentra algo que le guste ya que si algo tiene claro es que no necesita del artilugio por
muy...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 2 de diciembre de 2021
Viaje por el escaparate
Es un comercio nuevo, de reciente apertura, en un local ya viejo, al menos para el viajero que ha pasado a lo largo de su vida infinidad de veces por ese local, siempre
de paso a alguna parte que iba cambiando según cambiaba la vida. Ahora es de electrodomésticos y objetos de consumo electrónico y el viajero decide viajar por el escaparate...
Es uno de esos escaparates que parecen más grandes que la superficie dedicada a la venta en su interior, de los que gustan al viajero que
aprovecha para dar una pausa a las piernas, encender un cigarro si se tercia y contemplar la mercancía expuesta, escaparate que ocupa toda una esquina, pulcro y de productos atractivos. Aquí un
teléfono móvil, más allá un aspirador que es la repanocha, algo al fondo pueden verse lavadoras y un par de frigoríficos...
Al viajero le llama la atención una radio de estilo retro, de finales de los 50´s, primeros 60´s. No le falta detalle y realmente parece
original, pero sabe el viajero que es una réplica china de precio un tanto desorbitado cuando al poco tiempo se cae un botón del dial o el dial pierde sensibilidad para pillar una emisora de forma
decente y ruido de fondo. Radios para estar puestas en un mueble, que se enciende de pascuas a ramos y los defectos de producción tardan años en salir. Al viajero le gustan las radios que son para
ser escuchadas y escudriñar las emisoras de forma pausada, cierto que ahora los móviles vienen con radio, pero el viajero es amante del dial como de los libros o el cine...
La segunda parte del escaparate no tiene cosas de interés para el viajero que escruta con la mirada los productos, todos innecesarios
para el viajero. Se acaba el escaparate, recuerda el viajero que antaño era una perfumería, y considera que el local es atractivo y se pregunta cuánto tiempo durará abierto. También se acaba el
descanso a los pies y el viajero se dispone a esperar el semáforo en verde para peatones mientras trata de...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 11 de noviembre de 2021
Viaje por el supermercado
El viajero entra al supermercado y observa que las dos personas que entran antes que él no se dignan a parar para echar gel en las manos y desinfectarse. Es obvio,
barrunta el viajero, que la gente se está relajando con el coronavirus y no puede evitar pensar en las noticias de la noche anterior donde informaban de repuntes en varios países de la Unión Europea
sin poder evitar cierto desánimo que es en realidad cansancio de la pandemia, un cansancio que no se manifiesta pero que se siente en determinados momentos y determinadas actitudes de sus semejantes,
pero lo comprende...
No hay mucha gente, algo de cola en la pescadería y frutería mas el viajero no debe parar en ellos, se limita a pasear entre las filas de
estantes cogiendo algo de aquí y algo de allá. Se para en el mostrador de los turrones y dulces navideños en una campaña navideña que cada vez parece empezar antes que antaño, al menos cuando el
viajero era mucho más joven y hasta entrado diciembre no se veían dulces y turrones navideños. Observa los precios, que parecen aumentar cada año en la misma proporción que se reducen las porciones
de turrón, antaño gruesas y contundentes y ahora ridículamente pequeñas de grosor...
Piensa el viajero que le falta algo y sigue con ese pensamiento cuando pasa por caja. Hay delante una señora mayor que se eterniza
buscando los céntimos sueltos y recibe la amable ayuda de la cajera que le rebusca en su monedero las monedas de céntimos de euro. La búsqueda provoca un pequeño colapso de forma tal que aumenta la
fila de quienes esperan a pasar por la caja. Suena un timbre y otra cajera aparece anunciando la apertura de otra caja. El viajero no se inmuta, espera con paciencia que la buena señora encuentre los
jodidos céntimos de una jodida vez, algo impaciente ya el viajero. Por fin le toca pasar por caja pero la venerable señora de los céntimos atasca ahora la recepción de los productos del viajero que
mira con recelo que la vieja no le birle algún producto, inquietudes sin duda provocadas por el estrés de esperar su turno. Por fin la señora se va y puede el viajero meter su compra en en carro de
la misma, un fiel escudero en las compras del viajero...
El viajero enfila la salida no sin antes echarse gel en las manos, nadie lo hace para salir, igual que casi nadie se pone guantes para
coger productos a granel. Allá ellos, piensa el viajero que vuelve a sentirse aturdido por pensamientos pesimistas de una sexta ola en ciernes que fastidie las fiestas navideñas...
El viajero sale a la calle y observa que hay una vecina a punto de entrar, se saludan con amabilidad vecinal y el viajero empuja al carro
mientras piensa...
Pero ése, ya es otro viaje.
viernes, 29 de octubre de 2021
Viaje a tirar la basura (II)
El viajero mira por la ventana, la calle indica que ha llovido pese a que el cristal no muestra gotas que le hayan golpeado. Parece noche cerrada y parece que esté
fresco. El viajero viste pantalón de chándal y decide ponerse un polar, por el frío, es un viejo compañero ya con sus años y que el viajero destina a uso doméstico si bien es válido para salidas a
bajar la basura...
El ascensor tarda en aparecer, el viajero juraría que va más lento de lo normal, coincidiendo con la última reparación cuando se quedó
parado. El viaje de descenso transcurre sin paradas, con los números de las plantas en el luminoso a medida que las traspasa al bajar...
Está lloviendo en la calle, esa lluvia sin brisa ni aire que cae vertical sin mojar los cristales. Si moja la lluvia el cráneo del
viajero que se consuela en que el suave caer de las gotas de lluvia no deja de ser un excelente masaje capilar. Le gusta al viajero sentir la lluvia fina, recuerda noches de vigilia bajo la
lluvia...
Es primera hora de la noche y, por un viernes, el contenedor no está a rebosar con la tapa sin poder cerrarse por la acumulación de
bolsas de la basura y el viajero no tiene que empotrar la suya a presión para poder depositarla en el contenedor. Esquiva los coches aparcados que le hacen pasar de perfil. Observa que llegan vecinos
al portal y aunque hace tiempo entra a la vez. El viajero es invitado a subir al ascensor, se nota, piensa el viajero mientras ascienden en un silencio sepulcral como sólo se da en los ascensores
entre dos vecinos de hola y adiós, que se han levantado la mayoría de restricciones, sólo visible la pandemia en que tanto el viajero como el vecino llevan puesta la
mascarilla...
El viajero se despide del vecino cuando éste llegó a su planta y mira de nuevo el indicador de las plantas, es un instante quieto en el
espacio tiempo, pendiente de un artilugio que sujetado por cables te sube y baja decenas de metros. El viajero despierta de sus ensoñaciones al pararse el ascensor, no sin una última e inquietante
frenada antes de abrirse la puerta. El descansillo huele a guiso mientras mete la llave en la puerta y se dispone a entrar y...
Pero ése, ya es otro viaje.
miércoles, 6 de octubre de 2021
Viaje a realizar una visita
El viajero se asoma a la calle, vistazo fugaz al cielo de la mañana en el umbral del portal, cielo mañanero de azul teñido de nubes
blancas, ligero frescor en el ambiente que no invita a manga corta, pero tampoco a chaqueta...
No hay mucho tráfico en las avenidas, tampoco es hora punta y el viajero pilla de momento los semáforos en verde para peatones, vigilando
a patineteros que surgen en la acera o se pasan el semáforo por las ruedas del patinete. El viajero ve otro establecimiento conocido que ya no es tal y sólo otro local en alquiler
de los muchos que pueblan las aceras. Dan un tono decadente a las calles y siente nostalgia el viajero de tiempo atrás cuando esa misma calle bullía de actividad y trajín, pero eso era el siglo
pasado, o puede que hace sólo un año...
El viajero se detiene para ver una destartalada tienda de fotografía donde parece haberse detenido el tiempo, siempre está en la puerta
una señora ya anciana para los cánones digitales. Es un viejo bajo en un viejo edificio donde el único ser vivo parece ser la señora de la puerta. Hasta el escaparate es una cápsula del tiempo con
cámaras de la era analógica y hasta un irónico cartel con el más irónico mensaje de que si se revela un carrete, pues te regalan una ampliación. Es como una carcajada sardónica del espacio-tiempo. El
viajero ha llegado a la conclusión tras años de pasar por delante de la destartalada tienda de fotografía y la señora a la puerta, de que debe haber alguna razón para tal anomalía espacio-temporal en
forma de tienda de fotografía. Es posible que deba estar allí para que no la echen por cuatro cuartos y demoler el edificio. El viajero trata de imaginar que piensa la señora a la puerta y se pone
triste por algún extraño arcano...
El viajero se detiene delante de una pastelería, es de las pocas que quedan de sus recuerdos de juventud e infancia. Piensa llevar media
docena de pasteles aunque según los mira le apetece más pillar una docena y volver de regreso a darse un homenaje, una idea tentadora y que le hace salivar como un poseso. Los precios ahuyentan las
ansias glotonas y el viajero decide que mejor unos croissant del obrador en la calle tal, los cálculos mentales arrojan que pagaría casi a dos euros el pastel y para su nueva economía en la nueva
normalidad supone una lavadora en hora punta de coste del megavatio; jodida crisis, opina el viajero que barrunta para sus adentros cómo apaciguar su ansia de los apetitosos, y caros, pasteles del
mostrador...
El obrador está en una calle céntrica, cerca y camino del paseo con vistas al mar. No tiene la clase de una pastelería ni el pedigrí de
una cafetería, pero tiene mesas con clientes tomando café y vende pasteles sin menoscabo de empanadas, barras de pan de diverso calibre y pelaje amén de infusiones y café. Decide llevar cuatro, que
valen como si fueran seis y el viajero recuerda que hace eones que no pisa una pastelería, que no quiere decir que no haya devorado pasteles...
El viajero toma un cafelito antes de ir a la visita. Es un local acogedor y que sirve buen café, escondido en una calle y donde siempre
parecen estar los mismos clientes. La televisión escupe noticias del volcán en La Palma y el viajero siente congoja pensando en qué pensaría si toda su vida quedara sepultada por la lava, con los
recuerdos, los lugares, todo convertido en lava ardiente como el café hoy...
El viajero pica al timbre aunque el portal está en obras y aparece un solar de Kabul tras una visita de la artillería talibán y da un
paso para subir a la visita y...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 16 de septiembre de 2021
Viaje al recuerdo de llevar la palma
Piensa el viajero en los versos del poeta que decían que si mirando hacia el mar es un buen lugar para irse a olvidar, el sofá del viajero es buen lugar para
sentarse a recordar...
El viajero recuerda aquel domingo de ramos en que ir a llevar la palma, un par de buenos puros y una docena de mejores pasteles, al padrino y la madrina. El viajero
sólo les veía una vez al año cuando en compañía de sus padres salía a las afueras nobles de la ciudad, ya terreno rústico, donde el padrino y la madrina tenían su casa, con amplios terrenos y todos
los artilugios y utillaje para hacer sidra. Recuerda el viajero los grandes, por no decir enormes, toneles que siempre parecían grandes y enormes cada año pese a que el viajero se hacía también
grande...
Para el viajero su padrino y madrina eran dos absolutos desconocidos. La gran casería que ahora el viajero veía algo vetusta y destartalada, había sido grande y
productiva en los tiempos posteriores al fin de la guerra civil española, un mundo ajeno al pequeño que era el viajero entonces. Siempre había escuchado el viajero por estas fechas a su abuela que le
contaba cómo entro de sirvienta siendo aún adolescente y cómo arrancaba minutos al sueño cuando le mandaban hacer camas y adecentar y dormitaba unos minutos. Siempre se refirió, hasta el día de su
muerte, al padrino y la madrina del viajero como los amos. El niño que era el viajero, siempre le embargaba la emoción escuchando a su abuela y, desde que tuvo seseras, la emoción era
una amarga ensoñación donde su abuela era una esclava y sus amos el padrino y la madrina...
Pero aquel año era especial para el viajero ya que por primera vez en su vida iba a ir solo a llevar la palma, los puros y los pasteles. Un hito en el crecimiento
del viajero que ya era adolescente y quedaba lejano el niño que fue el viajero hasta entonces. Tampoco le llevarían e iría en un taxi donde entró el viajero nervioso cargado de los
presentes...
Estaba nervioso el viajero cuando despidió al taxi y cruzó la entrada a la finca. Le extrañó no ver la algarabía de infancia y juventud, corrillos de los adultos,
siempre pensó el viajero cuando era niño que debieron ser amos de muchas abuelas a juzgar por la muchedumbre de ahijados, ahijadas y sus adultos, más esclavas...
Otra historia le viene al recuerdo al viajero donde escuchaba como madrina había enviudado de su primer marido y se casó con el que era capataz, padrino del
viajero. Siempre era encantador ese día con adultos y ahijados y ahijadas. La madrina era un ser distante y tenían una hija con minusvalía psíquica que siempre estaba en la cocina y al rebufo de la
madre sonriendo tontamente o callando tontamente...
El viajero llama a la puerta y le abre la hija de su padrino y madrina. Le mira con sorpresa y le invita a pasar, llega a la cocina y ve a su madrina sentada,
triste y mirando los pasteles y los puros. El viajero soltó las palabras que había barruntado en el taxi y estampó dos besos en las mejillas de su madrina que le miró fijamente y le comunica al
viajero que habían enterrado al padrino el jueves pasado...
El viajero se ríe regresando al presente cuando recuerda cómo quería que se abriera un agujero en la cocina que le tragase y le sacara de la cocina. El viajero
vuelve a pedir un taxi de regreso con la palma y los puros, no le pareció oportuno llevarse los pasteles, mientras pensaba que se habían acabado los viajes a llevar la palma y recibir el bollo.
También recuerda a su madre cuando llegó a casa y le contó lo sucedido, la cara de sorpresa y ver que no se habían enterado de la defunción del padrino...
El viajero finaliza el viaje al recuerdo sin nostalgia, disfrutando de lo bailado sin nadie que se lo quite, se levanta y piensa que es hora de tomarse un cafelito
para...
Pero ése, ya es otro viaje.
miércoles, 1 de septiembre de 2021
Viaje a la lavandería
La tarde se viste de gris y la masa transeúnte llevan chaqueta en su mayoría, piensa el viajero mientras camina acompañado de su fiel carrito de la compra, ocupado
hoy en menesteres de transporte. Debe el viajero lavar un pesado edredón y un cubre cama, ambos de calibre descomunal para la lavadora doméstica del viajero, así que ha decidido estrenarse en una de
esas lavanderías con lavadoras y secadoras que tantas veces ha visto en las películas de Hollywood. Ya llevan años en la ciudad unos cuantos establecimientos de lavado automático de ropa, pero nunca
antes el viajero ha sido usuario de los mismos...
El local se encuentra a unos centenares de metros y un par de esquinas del domicilio del viajero, que se alegra de haber elegido como transporte a su fiel carrito
de la compra, primero pensó en meter la abultada carga en una maleta, algo achacosa de una rueda que hizo temer al viajero que se quedara coja de la misma durante el trayecto por el pavimento de las
aceras, con esas pequeñas rendijas que quedan decorativas y que dejarían a las ruedas de la maleta del viajero pidiendo misericordia...
Entra el viajero al local, no hay nadie y sí una fila de lavadoras a un lado y al otro una fila de secadoras. El viajero mira las tarifas y no le parecen ni caras
ni baratas, sólo un descosido en su ajustado presupuesto mensual. El viajero sigue cual oficial prusiano las indicaciones, primero meter la ropa, operación sencilla, piensa el viajero, para quien
sabe dónde se encuentra la manilla de apertura. El viajero necesita pensar y decide mientras barrunta el misterio de la manilla de apertura de la lavadora. Se acerca a una de esas máquinas de cambio
en monedas introduciendo el billete por una ranura. Hay un aviso de que es sólo para clientes de la lavandería y el viajero se siente reconfortado porque entra dentro de tan selecto club. El viajero
introduce un billete de diez, pero el aparatejo le escupe el billete una y otra vez cual máquina poseída ante un exorcista. Ahora entiende el viajero cómo la dichosa máquina distingue entre clientes
y transeúntes aprovechados, sencillamente no hace distingos y trata a todos como no clientes negando el cambio...
El viajero sale del local para buscar un establecimiento donde cambiar el billete a monedas, hay tres en la acera de la lavandería. El primero no era muy boyante en
estos tiempos de crisis y tiene carteles de se alquila y suciedad como inquilina de larga duración; el segundo es una frutería pero cierra por las tardes; el tercero resulta ser una carnicería y el
dependiente, muy amable, atiende el ruego del viajero y camina a la caja registradora con esa expresión sutil de los tenderos cuando les piden cambio y no están seguros de tener el mismo, confirmando
las sospechas del viajero cuando el carnicero le dice que no, que no tiene suficiente y él mismo anda escaso de cambio...
El viajero vuelve al misterio de la puerta de la lavadora sin manilla, llama a un número de móvil que ve en un cartel avisando de que se llame en caso de
emergencia. La voz al otro lado del móvil explica al viajero que sólo tiene que tirar hacia fuera del asa, sin manilla o mecanismo similar, dejando al viajero cuando cuelga la llamada con cara de
gilipollas...
Solventado el problema de abrir la puerta de la lavadora, decide el viajero ir al abrevadero habitual para tomar un café y de paso conseguir el jodido cambio del
billete en monedas. Cuando la camarera le sirve amablemente el cafelito, le solicita el viajero que si es posible que le dé la vuelta en monedas, no le dice nada de la lavadora y afortunadamente la
camarera no hace preguntas sobre el motivo de tal petición...
Nunca pensó el viajero que entre las bondades de este tipo de lavanderías se puede contar la de quemar lorzas, medita el viajero cuando enfila de nuevo la acera de
la lavandería. De nuevo en modo prusiano, y tras cumplir el primer paso de meter la colada, pasa al segundo que consiste en elegir la temperatura. Tras estudiar el asunto detenidamente, el viajero
decide invertir un euro más, más bien lo decidió la lavadora cuando el viajero aumentó la temperatura de lavado en diez grados, y pasa al tercer paso, introducir las monedas, cosa que el viajero
solventa sin contratiempos inesperados, llegando al cuarto y último paso que consiste en dar al botón de arranque. Mira el viajero el tiempo que no llega por poco a media hora y contempla, algo
abatido ante la espera, el desolado paisaje del mobiliario del local. Hay mesas y unas cuantas sillas. En una mesa observa el viajero, en esas observancias de cuando no hay nada qué hacer salvo
esperar que pase el tiempo, un folleto donde la foto es un apetitoso pollo asado, se aprecia el brillo de la grasa y el color de la pieza lo vuelve más apetitoso, aunque se le indigesta la vista
pensando en la perspectiva de semejante pollo asado para una sola persona, además es de llevar a casa y la cosa pierde color, pero la foto del pollo asado es magnífica, piensa el viajero que ve que
con lo que cuesta el pollo asado puede el viajero comprar suministros para media semana...
Acabado el lavado, se dispone el viajero a poner la secadora, de manejo sencillo para un veterano, ya, del local como el viajero. Sólo dura siete minutos, puede
durar más pero también le cuestan más al viajero, que piensa que si no queda del todo seco, se pone en el tendal y a otra cosa mariposa. Acaba la secadora y mete los bártulos en el fiel carrito de la
compra. Has sido una buena experiencia, salvo pequeños contratiempos de novato en estas lides, para el viajero que ya puede ver películas de Hollywood y cuando sale una lavandería de Nueva York,
decir que él estuvo en una...
Al menos parecida, piensa el viajero mientras mira al cielo gris calculando si lloverá antes de llegar al portal. Camina decidido de regreso a casa cuando una
chica rubia no le mira al pasar y...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 3 de agosto de 2021
Viaje por el cementerio
El viajero alza la vista y ve un cielo gris y plomizo, casi amenazando lluvia, y se para ante la entrada al cementerio. El autobús le ha dejado a un trecho a pie,
se nota que es agosto porque hay animación en el merendero que hay antes de llegar a la iglesia parroquial preámbulo del camposanto...
La verja sigue igual, piensa el viajero, quizás con una mano relativamente reciente de pintura. Hace tiempo, años camino de década, que el viajero no pasea por el
cementerio. Iba con su abuela y mientras ella trajinaba en la lápidas de sus seres ausentes, el viajero gustaba de darse una vuelta mirando los nichos. No era por morbo ni curiosidad tétrica, algo
había leído el viajero sobre los cementerios y su encanto al observar tumbas con estatuas, panteones y lápidas de mármol. Pero el cementerio del viajero es de gente común que no sale en los libros de
historia, masa silenciosa cuyas biografías se resumen en los datos funerarios de fechas de nacimiento y fallecimiento. Son nichos anodinos, unos sobre otros y en hilera, con calles entre bloque y
bloque. Hay nichos vacíos con escobones, escaleras y útiles de limpieza, almacén improvisado a la espera de inquilino que lo ocupe y obligue a mover los trastos a otro hueco que esté
libre...
Se detiene el viajero ante un nicho atraído por la foto de una joven en la lápida. Murió joven, demasiado joven, piensa el viajero absorto en la foto y los
pensamientos que le surgen al mirar la misma, leyendo nombre y apellidos, pero no hay sensaciones, sólo la gélida frialdad de la foto que ha detenido un rostro joven en el tiempo...
El viajero llega al nicho de su abuela que está limpio y con flores. Siente el viajero una lágrima furtiva y aleja el recuerdo de la difunta para volver a la
memoria perenne de su recuerdo, pero el viajero está triste mientras se reprocha no venir más al cementerio, pero el viajero sólo ve un lugar donde se pudren los cadáveres tras su procesamiento en la
industria funeraria. Se fía el viajero más de los recuerdos que de las lápidas...
El viajero cruza el cementerio, hay flores pudriéndose en una esquina de la tapia, visión grotesca y metáfora del lugar, medita el viajero que cierra la verja al
salir y el sonido de óxido en el cerrojo le recuerda otras visitas, como si ese sonido fuera inherente al cementerio pese a las manos de pintura...
Comienza a chispear lluvia tonta que parece que no, pero moja, mientras se encamina a la parada del autobús y trata de...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 22 de julio de 2021
Viaje en autobús de línea
El viajero camina a la estación de autobuses bajo un cielo soleado, una bocanada de verano con días de bruma y lluvia, observa que todo el mundo lleva mascarilla. Es
domingo y las calles están vacías del trajín humano de los días de semana, sin apenas tráfico. Hay los notas de siempre fumando o con la mascarilla dejando al descubierto la nariz, allá ellos piensa
el viajero...
La destartalada estación de autobús parece más desvencijada que de costumbre, pero es que hace casi dos años que el viajero no acude a la
misma. No hay personal en las ventanillas de compra del pasaje, sólo un cartel que anuncia el horario de las ventanillas y dos máquinas expendedoras de billetes de la que sólo funciona una. No hay
mucha cola, pero el proceso de sacar billete en la máquina lleva un tiempo, ni corto ni largo, depende de la agudeza del usuario para manejar tales artilugios que permiten pagar en efectivo, con
tarjeta y hasta admite billetes...
Faltan unos minutos para la hora de partida y ya hay gente haciendo cola. Es un autobús moderno que debió vivir mejores tiempos, piensa
el viajero observando detalles de su interior que delatan que tuvo un pasado más glorioso, posiblemente haciendo largas rutas nacionales pero ahora descendido a autobús de línea
regional...
Cuesta más tiempo salir de la ciudad que el viaje en sí, medita el viajero mientras ve pasar la ciudad por la ventanilla. No hay muchos
viajeros y todos se apiñan por algún extraño arcano en las plazas delanteras. Cuando por fin sale de la ciudad, el paisaje rural es cada vez más urbano para el viajero que ya tiene edad suficiente
para apreciar los sutiles cambios en el paisaje...
No hay mucho tráfico en la autovía, esperaba el viajero atascos ante un día perfecto para ir a las playas, pero el tráfico es el de
siempre, incluso escaso para el día que hace, posiblemente porque los domingueros decidieron viajar desde primera hora de la mañana tras ver y escuchar en las noticias de los atascos de la jornada
anterior...
Los recuerdos del viajero apenas han empezado a volar cuando ya sale el autobús de la autovía para enfilar la entrada a la población de
destino. Ha pasado rápido, salvo la pesada lentitud del tráfico en la ciudad al salir, por los semáforos más que otra cosa. El viajero ha disfrutado del viaje en autobús y toma consciencia de que no
viajaba en autobús de línea desde poco antes del inicio de la pandemia. Otro recordatorio de que, pese a las apariencias, la pandemia lo condiciona todo...
El viajero desciende del autobús y observa el cielo azul mientras saluda a quienes vienen a recogerle para ir a...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 13 de julio de 2021
Viaje a por chuches
El viajero sale contento del portal en dirección al kiosco de la mano de su sobrinito, en una de sus visitas esporádicas al viajero. Está contento de la compañía y de
acudir tras décadas a comprar chuches...
El sobrinito da la turra al viajero, acerca del curso recién finalizado, del verano por finalizar y sobre videojuegos de extraños nombres
para el viajero. También del mundo del manga, universo remoto para el viajero de extraños tebeos, de extraños comic en las antípodas de lo que el viajero leía a la edad de su sobrinito. Son libros
que se leen al revés, cosas del Japón le aclara el sobrinito, y cuyas viñetas parecen cualquier cosa menos una lectura para la tierna infancia...
El kiosco es viejo en el bajo de un viejo edificio. Hace esquina y sus escaparates muestran diversos productos para el consumo infantil y
juvenil. El interior tiene forma de L siendo la línea vertical un mosaico de revistas y publicaciones en estantes. Al otro lado consumibles comestibles de todo tipo y condición. La línea horizontal
está dedicada enteramente a los chuches y el sobrinito del viajero le pide que le dé tiempo a elegir porque nunca había visto tantos chuches juntos y le solicita que le saque de la máquina unas
pastillas redondas de colores con chocolate en su interior...
El viajero afronta, no sin temor, enfrentarse al raro dispensador, una especie de cilindro donde a un tercio de altura está el mecanismo
dispensador así como espacio para colocar debajo un cartucho en el que caen las coloridas micro chocolatinas. El viajero busca dónde está la ranura para la moneda y ya el kiosquero le mira con recelo
detrás de un mostrador más propio de una caja bancaria...
El viajero se percata al fin de que sólo hay que girar una manivela. Coloca unos de los cartuchos disponibles sobre el dispensador debajo
del surtidor y gira el manubrio. Las micro chocolatinas del tamaño de un guisante aplastado de lata, se esparcen por el suelo con un ruido considerable y descubre el viajero con pavor que resulta que
hay dos dispensadores y que situó el cartucho receptor en el dispensador que no era. El Kiosquero sale raudo y con mala cara del mostrador, pero debe salir por el otro extremo del mismo y le da
tiempo al viajero de vociferar a su sobrino que piense lo que hace, que menudo lío ha montado, y acude al mostrador donde el kiosquero coge el cartucho y lo pesa mientras el vijero se queja de su
sobrinito y pide disculpas en su nombre...
Antes de salir el sobrinito del viajero le da las gracias al kiosquero porque, según dijo, llevaba dos años buscando unos chuches que por
fin había encontrado, pero el kiosquero ni le mira mientras da el cambio al viajero que mueve la cabeza ante el desaguisado que armó su sobrino...
El viajero sale a la calle con su sobrinito mientras el kiosquero se afana en barrer y recoger la sección del dispensador. El viajero
pregunta a su sobrino si paran a tomar un café y hacen el número del hijo de soltero ante la camarera, que siempre provoca charla animada y generosas raciones de pincho al viajero. Dice que sí el
sobrinito y emprende el camino al abrevadero vespertino del viajero mientras piensa que...
Pero, ése, ya es otro viaje.
viernes, 18 de junio de 2021
Viaje de regreso de la vacunación contra el covid 19 (2ª dosis)
El viajero no siente el pinchazo y quiere decirle a la sanitaria que también le ha puesto la primera, una de esas casualidades tontas, pero ya le está recomendando que
se siente cinco minutos y el viajero se corta de decir nada, tiene todo la mañana la sanitaria de trabajo y le parece que dar conversación es inapropiado ya que no hay tiempo de charlas, pero el
viajero está agradecido de la maestría de la sanitaria en aplicar la vacuna sin molestias para el usuario...
El viajero se sienta, ha puesto el cronómetro para medir el tiempo prudencial en la silla. Observa que la gente ya vacunada se saca una
foto del código para el pasaporte covid. El viajero no tiene previsto salir fuera de vacaciones pero ve cierta normalidad en la nueva normalidad en que la gente se consiga el pasaporte como si la
vida volviera a la normalidad en cierto grado, tan diferente hace tan solo un año...
El viajero se encamina a la parada y observa como despidiéndose del estadio de fútbol, nueva ubicación del punto de vacunación de la
primera dosis. Hace una mañana intempestiva, más propia de octubre que de junio, cielo gris, lluvia fina y constante que te empapa sin darte cuenta...
Sólo ha tenido el viajero que esperar dos minutos a que llegue el autobús. No va muy lleno y el viajero se sienta detrás del conductor y
mira la ciudad mortecina pore la crisis que se refleja en locales vacíos, aunque observa que proliferan los establecimientos de compra de oro, de empeños que alivien el mes, pero faltan muchos
negocios que formaban parte del paisaje...
Escucha en la radio, gusta el viajero de ir escuchando música o las noticias cuando sale de viaje, que el presidente de Cataluña visita
al prófugo de la justicia en Bélgica y piensa el viajero que le piden magnanimidad pero ve que no hay reciprocidad de la otra parte que no ve al viajero como compatriota...
El viajero apaga la radio, saturado de noticias de enfrentamiento institucional, de deslealtad institucional y falta de respeto por
quienes abogan que se les respete cuando no han respetado nada...
El viajero camina ya por el barrio tras dejar el autobús y decide tomarse un cafelito, aún no es mediodía y sabe que sirven en su garito
habitual un churro, o dos, recién hecho con el cafelito. Se siente reconfortado el viajero tras el cafelito y se encamina a casa bajo la lluvia fina que empapa el cabello sin darte
cuenta...
El viajero llega al portal, está contento de tener ya la vacunación completa. Dentro del caos de los tiempos de pandemia, el sistema
funciona y tiene un recuerdo para el personal sanitario mientras sube al ascensor...
Pero ése, ya es otro viaje.
viernes, 28 de mayo de 2021
Viaje a vacunarse por el coronavirus
El viajero llega a la parada del autobús cuando faltan seis minutos para el mismo, va camino del pabellón deportivo donde ha sido citado para recibir la primera dosis de
la vacuna por el coronavirus. No hay mucha gente esperando y el tráfico es denso, alguien tuvo la ocurrencia de rebajar la velocidad a veinte por hora y otra mente pensante ha cercenado las calles
que daban fluidez al tráfico, todo sea por ciclistas y patineteros que por alguna extraña razón siguen por las aceras cuando les da la gana, cree el viajero con experiencia en
esquivar vehículos no contaminantes mientras camina. El viajero no sabe mucho de mecánica y poco de contaminación, pero esa velocidad puede ser apropiada para vehículos eléctricos pero a motor de
explosión es una trituradora de embragues, de contaminar más al ralentí en los atascos que se forman día sí y día también en la ciudad...
El viajero sube al autobús y filosofar sobre las cosas del asfalto le ha hecho pasar el tiempo sin pensar en la vacuna. Está el viajero
preparado mentalmente pese al bombardeo diario de efectos secundarios, de esta vacuna sí pero con esa otra no y demás zarandajas sobre el tema. Sin embargo el viajero nota que siente un dolor en el
cráneo, como esos avisos de ictus y a la vez le dan pinchazos en el pecho como si le fuera a dar un jamacuco fulminante. El viajero se inquieta para sus adentros y se acojona, sabe de efectos
secundarios después de poner la vacuna pero no recuerda haber escuchado, visto o leído alguna cosa sobre efectos secundarios antes de poner la vacuna...
El viajero trata de salir del bucle de la autosugestión de efectos secundarios antes de la vacuna y observa la ciudad por la ventanilla
con las cicatrices de la crisis en forma de escaparates vacíos y anuncios de SE ALQUILA mientras pasan los recuerdos como la ciudad por la ventanilla del autobús...
Hay que andar un trecho desde la parada donde se baja el viajero hasta el pabellón deportivo. Vio por la ventanilla a gente con el
paraguas abierto pero si bien el cielo parece anunciar chaparrón logra sin embargo el viajero llegar a la cola sin sufrir una mojadura. El viajero se pone a la cola, inmensa pero que no se detiene y
aparece una sanitaria dando mascarilla quirúrgica a quien no la lleva y sí de tela o las FPP no sé cuantos que luce la gente en sus rostros...
La cola serpentea por el pabellón y el viajero cree captar cierta resignación en la cola, todos y todas iguales para el proceso de
vacunación. La cosa va rápido y tras dar los apellidos pasa a la cola que lleva a las jeringuillas. Se oye a un señor mayor vociferar y despotricar contra algo y contra alguien, pero tras las miradas
de curiosidad la cola vuelve a sus cosas con el vozarrón del señor mayor de fondo...
El viajero levanta la manga de su brazo y mientras trata de esperar el dolor del pinchazo, la amable sanitaria le dice que espere diez
minutos y que le avisarán en tres semanas para la segunda dosis. No deja de informar al viajero que le ha tocado en suerte la vacuna de PZIFER y el viajero ya busca asiento en la zona de espera tras
el pinchazo y opina que una inyección en el culo es más dolorosa que la vacuna, la verdad es que ni se enteró ni hubo falta de presionar la zona para evitar la posible sangre, pero ha sido un proceso
indoloro y rápido...
El viajero pone el cronómetro y espera que pasen los diez minutos de rigor. Hay algún usuario que no espera y se va pero el viajero aún
está acojonado por la sugestión en el autobús aunque pasan los minutos y el viajero sólo piensa en parar en su abrevadero habitual para tomar el churro que ponen en el café amén de que hay camarera
nueva en prácticas...
El viajero camina hacia la parada de regreso mientras piensa en el churrito calentito y se olvida de la vacuna, los efectos secundarios y
hostias en vinagre con la vacuna de las narices...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 20 de mayo de 2021
Viaje por las noticias en televisión
El viajero se sienta en el sofá para ver el noticiero en televisión. Hace tiempo que el viajero no viaja a la tele para ver noticias, prefiere la radio para estar
informado y no le gusta saturarse aunque la actualidad manda y siente el viajero la necesidad de alimentar su hambre de imágenes en las malas noticias que escucha en la radio...
El noticiero abre con la agresión marroquí, de su monarca, utilizando avalanchas de súbditos atraídos por la posibilidad del sueño europeo, de pisar territorio de
la Unión Europea por su frontera sur en la ciudad autónoma de Ceuta. Hay blindados en la playa y se han desplegado tropas lo cual es una imagen extraña para el viajero que no entiende tal agresión
fronteriza. Tampoco entiende el lío diplomático por dar asilo sanitario al gerifalte del Frente Polisario. Los problemas parecen multiplicarse, piensa el viajero, en la vieja España de las Españas y
hasta el cretinismo nacionalista y extremista se lanza en apoyo de la causa marroquí, todo sea por joder piensa el viajero...
El viajero se sobrecoge con las noticias y las imágenes de Israel, con las estelas de los misiles de las facciones palestinas y las estelas de los misiles de la
Cúpula de Hierro israelí. El mundo que dejó el presidente Trump a duras penas trata de recomponerse mientras la pandemia sigue...
Las noticias de la pandemia saturan al viajero. Está harto de conjeturas, previsiones y plazos que en realidad los marca el suministro de vacunas por parte de las
multinacionales. Al menos ya se habla de un pasaporte covid que permita la movilidad entre europeos, pero todo son proyecciones contando con la vacunación masiva y que no empeore el contagio con la
movilidad veraniega...
Cuando llegan los deportes el viajero ya no presta atención y ya piensa en salir a estirar las piernas, respirar aire urbano contaminado, de la paz dentro de las
bélicas circunstancias a todos los niveles...
El viajero apaga el televisor, seguirá escogiendo la radio para escuchar las malas noticias, y mira por la ventana qué tal pinta la tarde, soleada con gente en la
calle, niños en el parque, paseantes con su mascota. El viajero enfila la puerta con animo de pasear por las calles...
Pero ése, ya es otro viaje.
sábado, 3 de abril de 2021
Viaje al mundo del videojuego
El viajero está de celebración del cumpleaños de su querido sobrinito, doce primaveras como doce soles...
Se está en la sobremesa con los convidados, poco más de media docena de familiares que disfrutan de la inocencia del niño, que ha crecido rápido y parece que fue
ayer cuando vino al mundo y no era más que un bebé. Pero ya está a punto de dejar la infancia y el viajero se acerca a su vera a ver qué le cuenta...
El querido sobrinito da la turra al viajero hablando de videojuegos, con términos que el viajero desconoce y se ve obligado a aceptar su
invitación a echar una partida. Es un niño sin hermanos u hermanas y el viajero, sin mucha gana de jugar, le sigue la corriente no sea cosa de que se traumatice, piensa el viajero para sus
adentros...
El viajero observa a su querido sobrinito encender la consola, una anodina carcasa que no parece tener botones y el viajero recuerda la
última vez que jugó a un videojuego, en aquellas máquinas grandes donde había que meter una moneda y había una botonera para los distintos movimientos y acciones, pero el viajero no logra recordar de
qué era el videojuego, aunque recuerda los grafismos y los sonidos. Logra el viajero hacer memoria y le cuenta a su querido sobrinito que jugó en su época a Space Invaders. El querido
sobrinito mira al viajero con una mueca y le dice que esa época es la prehistoria del videojuego logrando que el viajero se vea como un dinosaurio en un museo, posiblemente traumatizado ante la
etiqueta de prehistórico que le ha puesto su querido sobrinito...
El viajero agarra el mando que le pasa su querido sobrinito, un artilugio con botones y gatillos, lejos de aquellos mandos que conoció el
viajero consistente en una barra multidireccional y un botón. Pero lo que tiene entre las manos, si bien reconoce el viajero sus dotes ergonómicas, parece más un mando futurista. Se sorprende el
viajero de que no tenga cables, que vibre en un momento dado y hasta tiene un altavoz oculto de donde salen voces y sonidos...
El viajero se acojona un poco cuando sale en pantalla un aviso de que puede producir mareos, náuseas y ataques epilépticos en algunos
usuarios y que hay que acudir al médico de inmediato e inmediatamente dejar de jugar...
La cosa va de carreras de coches con un conocido personaje infantil. La carrera da comienzo y el coche de su querido sobrinito sale
disparado pero el del viajero se queda quieto y el querido sobrinito le advierte de que hay que tocar tal botón, mover tal gatillo y circular en determinada dirección, pero el querido sobrinito acaba
las tres vueltas al circuito y el viajero sólo ha conseguido moverse unos metros y estrellarse contra una pared...
Después de una docena de intentos logra el viajero acabar una carrera, el último y casi a más de dos minutos respecto al resto de
corredores. Sin saber si es debido al frenesí de imágenes en movimiento, siente el viajero cierto mareo y decide dejar al querido sobrinito concentrado en el videojuego, hace ya varios minutos que el
viajero no es objeto de su atención y está ensimismado en su mundo...
El viajero vuelve al mundo de los adultos en el convite y levanta comentarios de que parece algo pálido, de que se pasó quizás con la
bebida en la comida. El viajero, pensando en que ha sido tildado de prehistórico por uno y poco menos que de borracho por los otros, se dirige al baño a refrescarse la cara...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 9 de marzo de 2021
Viaje a tirar la basura
El viajero apura cerrar la bolsa de la basura, apenas quedan doce minutos para el comienzo del toque de queda y, repentinamente, el viajero recuerda cómo eran las cosas
hace un año, con las primeras luces de alarma de un virus que se creía lejano...
El viajero baja la basura escuchando música, le resulta relajante el jazz con diálogo entre el saxo y la trompeta con un suave murmullo de batería pero no logra la música atenuar el sonido del
ascensor cuando lo llama, a esa hora maldita en que los sonidos de la escalera suenan mucho más que durante el día...
El viajero se concentra en la música mientras comienza el descenso en una caja de aluminio colgada de cables, ya tuvo algún susto en forma de quedarse atrapado entre dos pisos y las vibraciones del
ascensor se imponen al sonido de jazz y el viajero se queda quieto, sabe de la tendencia del ascensor a quedarse parado de súbito si se menea más de lo que se menea habitualmente...
Al abrirse la puerta del ascensor el viajero se encuentra con un vecino y su perro, ya mayor y sin raza de pedigrí, el típico perro ratonero que llaman. Se saludan como buenos y civilizados vecinos y
el viajero sale en dirección al contenedor, que se encuentra a rebosar de bolsas y hasta hay un viejo electrodoméstico que alguien ha dejado a su vera, trozos de lo que fue un electrodoméstico más
bien...
El viajero aprovecha para fumar un cigarro, hay una ligera brisa de viento fresco y el viajero observa sin atención el entorno de edificios con persianas ya bajadas, alguna luz en una cocina, una
cortina que deja pasar luz y la extraña sensación que impera a punto de empezar el toque de queda...
No hay gente salvo algún paseante tardío de su mascota, algún coche que aparca pero la sensación es de extraño vacío ambiental, ese extraño vacío que se plantó en las vidas desde hace un año...
El viajero abre el buzón cuando vuelve al portal, el ascensor parece esperarle con sus fauces abiertas y resulta rara la sensación que embarga al viajero mientras saca un folleto de publicidad del
buzón que ni siquiera mira y estruja hasta formar una bola de papel...
El ascensor llega a la planta del piso del viajero, la puerta se cierra despacio como si se resistiera a quedarse sin ocupantes hasta la próxima jornada y el viajero le echa un último vistazo, como
despidiéndose hasta mañana.
jueves, 11 de febrero de 2021
Viaje al frente de la guerra del coronavirus
El viajero ha de prepararse de forma repentina e inesperada tras recibir la llamada de un familiar para acompañar al mismo a urgencias. No ha tenido tiempo el viajero de
preguntar la causa, hay antecedentes en el familiar que ante la duda obligan a acudir a Urgencias...
Es recogido el viajero por un taxi, la situación obliga al dispendio, y observar la ciudad por la ventanilla aparca la preocupación del viajero, ha ido otras veces de acompañante al hospital pero no
visitó el frente si bien sí la vanguardia en esta guerra biológica, vanguardia en sala de espera vacía con sillas separadas por el muro de una cinta roja y blanca, sin grandes aglomeraciones en los
ascensores, pero el conjunto resultaba macabro porque en las entrañas del hospital las tropas de choque, sanitarios en lugar de soldados, mascarillas en lugar de cascos y sofisticadas armas de
extraños y ajenos vocablos para el normal de usuarios y usuarias, la retaguardia...
Urgencias presenta el aspecto bélico, no hay gente esperando en la sala y en el exterior, hace mal tiempo pero sin el gentío habitual y al viajero le viene a la mente las quejas de antes de la guerra
del coronavirus donde trataban de concienciar a la masa usuaria de que se acudía a Urgencias innecesariamente y se podía esperar al día siguiente para ir al médico, solo que esta vez está vacío de
gentío y no está abierta la sala de espera. El viajero da su teléfono en ventanilla y le recomienda el funcionario que espere en el coche o bien se vaya y avisarán cuando el familiar salga de
Urgencias. Hay un vigilante de seguridad en la puerta, a un lado, pero el viajero no nota estar en el frente aunque ve a su familiar entrar en las fauces de Urgencias y le recorre un escalofrío
porque detrás de las paredes se libra una lucha a muerte...
Es una mañana, casi entrando la tarde, intempestiva, con fresco tirando a frío si sopla el viento y nubes amenazantes de lluvia, pero el coche de San Fernando es descapotable y sin calefacción salvo
el chasis de ropajes del viajero. No sabe muy bien qué hacer, antes Urgencias podía significar un mínimo de tres horas de espera entre pruebas, reconocimientos y análisis, pero en este nuevo
escenario de Urgencias por la pandemia el viajero desconoce los tiempos...
El viajero se armó de la prensa al salir de casa, claro que el plan era esperar en la sala de espera y leer para matar el tiempo, mas no se puede estar en la zona aledaña a Urgencias, el viajero
piensa rápido y se le ocurre el refugio de la parada del autobús observando el cielo con recelo mientras se abotona el abrigo y se dirige a la parada formada por varias marquesinas y toma asiento en
una. Se dispone a leer el periódico a resguardo del viento que aparece y desaparece pero la cadencia de autobuses es casi constante con breves paradas de cinco minutos y se forman colas que hacen
pensar al viajero que si bien puede leer a techo, está expuesto a la cercanía con los viajeros y hay personas mayores que precisan de sentarse más que el viajero que no es más, piensa, que un
usurpador...
El viajero se acerca al recinto infantil donde hay varios juegos de parque como tobogán y demás pero también bancos alrededor del parque. Hay una señora tan abrigada como el viajero sentada en
actitud que el viajero supone de espera como le ocurre a él. Se sienta en un banco y repara en la gran carpa blanca, blanco inocuo de carpa de convites, bodas, bautizos y celebraciones, pero es el
blanco de trinchera en cuyo interior se combate, contraste con el parque infantil donde un niño observado por su padre juega inocente, como ajeno a la guerra de sus adultos...
Se levanta viento y entorpece la lectura del periódico al viajero que gusta de que las hojas no se descoloquen y pasar las mismas. Levanta el viajero la vista y sabe por la hora que la larga cola de
viajeros se debe al cambio de turno en el hospital. Forman una fila india con distancia entre ellos y se fija en sus caras, no serias pero tampoco alegres, caras de cansancio, de resignación ante el
destino que les ha puesto en primera línea del frente...
Recibe el viajero un mensaje de su familiar en Urgencias, todo va bien y está a la espera de unos resultados y le dice al viajero que, teniendo en cuanta su circunstancia, sería mejor que se fuera,
pero el viajero espera ya que no llueve aunque la espera es corta porque a los veinte minutos, lentos como son los minutos cuando se espera, su familiar aparece...
El viajero y su compaña ya están en el autobús esperando que inicie su recorrido. Mira el viajero por la ventanilla como se aleja el hospital, como se aleja el hedor de la guerra que flota en el
ambiente, es un hedor sugestionado por el bombardeo de noticias desde hace casi un año sobre la pandemia, pero que existe aunque los profesionales de la sanidad logran que visitar el hospital sea un
incordio sin más, pero se palpa de verdad el temor a que colapse el sistema porque todo está al ralentí...
El viajero ve un merendero por la ventanilla ya en ruta de viaje de regreso...
Pero ése, ya es otro viaje.
viernes, 5 de febrero de 2021
Viaje a la panadería
El viajero mira al cielo de la mañana, gris y espeso como las gotas de lluvia que caen, de ritmo lento y
constante, de esa lluvia que parece no ser tal pero te acaba empapando si te paras, piensa el viajero mientras se sube el cuello y emprende el camino a la panadería...
Hay poca gente en la calle como si por fin se hubiera tomado consciencia de la gravedad de la pandemia y su contagio. En la terraza de la cafetería que pilla de paso al viajero hay irreductibles
sentados en una de las mesas de la terraza, hay que apoyar a la hostelería, cierto, pero el tiempo no acompaña para sentarse en una terraza, con la humedad y el frío que parece querer regresar tras
dos días de tregua...
Mira el viajero la farmacia vecina de la panadería y recuerda las colas cuando comenzó la pandemia a tocar a la puerta, ahora ya no hay colas pero sí en la panadería, dos clientas donde la que es
atendida parece no tener prisa y está dando la lengua y la turra a la dependienta que de vez en cuando mira de reojo al viajero que se moja a la puerta; la otra clienta espera dentro su turno, se
autoriza un máximo de dos clientes dentro del local gracias a sus dimensiones, pero al viajero la clienta que no deja de hablar con la dependienta comienza a parecerle una auténtica petarda. El
viajero ha notado el fenómeno parlanchín en otros establecimientos como el kiosco, comprende el viajero que son tiempos de soledades y nadie con quien hablar para muchos y muchas de sus semejantes
sufridores de la pandemia y sus condicionamientos sociales, pero hasta la dependienta parece dar la razón al viajero cuando le mira fugazmente como pidiendo disculpas...
La petarda parlanchina termina por fin la cháchara, que no aminoró pese a percatarse de que el viajero espera bajo la lluvia, que la mira serio cuando se cruzan. El viajero respira aliviado de
esperar dentro del local y se recrea en los productos expuestos, aquí unos mujís de apetitosa crema pastelera, allí unos croissants de tentador apetitoso hojaldre, más allá se exponen delcias
pasteleras de las que el viajero ignora el nombre pero que le hacen salivar mientras el tenue aroma penetra en sus fosas nasales y le recuerdan al viajero otros pasteles de otros tiempos...
El viajero pide su barra de pan y no puede resistir a solicitar que le despache un par de delicias de hojaldre, las suficientes para saciar su gula pastelera e insuficientes para causarle estragos en
forma de colesterol y lorzas, aunque el viajero ya se sintió engordar un par de kilos sólo con el aroma pastelero que inunda el ambiente del local...
El vajero sale con su pan bajo el brazo, cobijándolo en su cuerpo porque ya no dan bolsas y la saca de papel es sensible a las mojaduras porque sigue lloviendo cuando el viajero emprende el camino de
regreso...
Pero ése, ya es otro viaje. miércoles, 20 de enero de 2021
Viaje por el periódico
El viajero aposenta sus posaderas en el sillón al pie de la ventana, es una mañana nubosa como amenazando lluvia pero sin llegar a ella y el viajero observa un instante
el trajín que le muestra la ventana...
Una vez a la semana gusta el viajero de viajar por la prensa escrita, puede y la mira en edición digital salvo el día del viaje que espera a la edición impresa en sus manos. Le gusta la liturgia de
mirar la portada y las noticias destacadas para ser destacadas en la misma, mirando el encabezado y decidiendo cuál de los mismos debe esperar a la lectura de viaje reposado o viaje fugaz a la letra
pequeña. El viajero usa gafas, sus prismáticos los llama él que se sabe condenado a tenerlas de compañeras inseparables en uno de sus mayores placeres terrenales como es la lectura...
Le gusta al viajero el periódico, local como si la ciudad fuera una capital importante y no una pequeña de periferia que dicen los entendidos. Recuerda el viajero escenas del pasado de sus mayores
mirando el periódico y tal vez por ello el viajero tiene la costumbre, una vez a la semana que la cosa está chunga y es un lujo adquirir prensa diaria, pero el día que toca viajar por la misma el
viajero se rasca el bolsillo y destroza la hucha para permitirse un pequeño lujo. Piensa el viajero que hay quien gasta en sellos o en prendas con logotipo y, por tanto, el pecado del viajero no
puede ser tildado de derroche aunque sí de gastos extras...
Lee el viajero las noticias locales, de una ciudad que siempre está siendo cambiada, se cambió para facilitar el tráfico y se cambia ahora para restringir el mismo en esta época de patinetes y medios
de desplazamiento no contaminantes, luego habrá que volver a cambiarla para adaptar a los coches la periferia del centro porque los negocios han mudado ante la imposibilidad de mantener locales en el
centro sin acceso rodado. Palpa el viajero el ánimo de la masa lectora en las secciones dedicadas a epístolas y comentarios de la ciudadanía. La pandemia lo protagoniza todo, incluyendo las esquelas
funerarias que ahora ocupan dos hojas completas y las edades son reflejo de los datos de mortandad entre los abuelos y abuelas, algunos sólo personas. Observa el viajero las noticias de proyectos a
financiar con los fondos europeos pero pese a sus grandes pretensiones hay alguno que el viajero se pregunta qué tiene que ver semejante proyecto con las necesidades reales de la recuperación, pero
intuye el viajero que falta tiempo para eso y primero es conseguir la vacuna en producción industrial a tope...
La salida de Donald Trump de la Casa Blanca sorprende al viajero por las circunstancias que la rodean, con la Guardia Nacional custodiando el acto y la ciudad, el millonario ausente del relevo y esa
sensación extraña que el viajero no sabe definir pero que preocupa un acto ajeno en un país ajeno y con personajes ajenos, como si el cambio de presidencia en EEUU fuera vital para comenzar a
derrotar estos años de sustos, sobresaltos y miedo, mucho miedo...
El viajero pasa a la cosa política con los típicos duelos dialécticos entre socios de gobiernos, típicos cagamentos políticamente correctos entre las oposiciones y una vez más se altera la paz de los
muertos en la Guerra Civil comparando una tocata y fuga por una estafa política con las y los represaliados y exiliados de la dictadura vencedora. El viajero recuerda a su kameraden del pueblo, un
joven que le pilló el inicio en la zona republicana y acabó su servicio militar en la zona nacional y vencedora; típico veterano socarrón con la vida y la muerte que decía que había sido rojo, azul y
no fue amarillo porque no tuvo cirrosis; que viajó de auto-stop con alemanes de la Legión Cóndor, que eran amables y no como los italianos que gustaban de salpicar a los que iban a pie. Me pregunto
qué les diría a los nuevos neocomunistas, nacionalistas extremistas y neofascistas que juegan con su memoria de combatiente y luego de superviviente a la dictadura, pero ya está muerto...
El viajero se ha puesto triste, triste de la actualidad, triste de la realidad y de los tristes recuerdos como son las ausencias, tal vez por su estado de ánimo o porque no hubo jornada
futbolísticas, el viajero pasa casi de refilón por la sección deportiva y se salta los datos económicos que el viajero reduce a estragos de guerra y economía de guerra, la cosa es así aunque el
Sistema quiera mantener la ilusión de normalidad dentro de lo posible que no es otra cosa que seguir consumiendo y producir para consumir mientras la hostelería entra en barrena y les birlan el
cierre para no poder solicitar rescate...
La última página lega a su fin y a su fin llega el viaje del viajero, pausado, lleno de sensaciones, medita mientras dobla el periódico como quien se despide de un compañero de viaje, un desconocido
que acompaña con su charla, sus historias y del que se despide con un hasta la próxima sabiendo que nunca más volverán a verse, triste destino para los periódicos impresos opina el viajero mientras
tira el periódico a la papelera y recuerda una vieja canción acorde con sus acordes para el momento...
Pero ése, ya es otro viaje. sábado, 26 de diciembre de 2020
Viaje a la cena de Nochebuena con pandemia
El viajero ha conseguido por fin llamar a un taxi, es Nochebuena y le ha costado estar a la espera con el teléfono móvil para que le atendiera la operadora. Es una noche
oscura y fría digna de tiempo navideño donde sólo faltan los copos de nieve...
El viajero entra al taxi aún con el olor a comida rica y buenos guisos que pudo olfatear sin remedio al coger el ascensor en el descansillo, impotente ante la avalancha de fragancias culinarias que
detectaba su olfato y se acuerda de cuando era niño y veía el trajín en la cocina de su abuela, pero no quiere el viajero caer en la típica melancolía navideña donde van faltando comensales...
Están las calles mortecinas y le recuerdan al viajero que deje las ensoñaciones y vuelva a la realidad. Tiene un diálogo con el taxista, que procura el viajero cortar en cuanto le es posible ya que
el taxista coge carrerilla y entre la mampara de separación y las mascarillas no se entiende mucho. Pero el viajero ha dado una dirección, calle Tal esquina con Cual, y el taxista se muestra
inquisidor porque no logra ubicar la dirección indicada. Finalmente el viajero escucha al taxista que le informa de que, aunque parezca casi una avenida en línea recta, la calle Cual se llama en
realidad Pascual, lo cual embarga el ánimo del viajero que se siente un poco ridículo por no saber tal información. Afortunadamente el viajero sabe por el taxista que casi todo el mundo tiene la
misma confusión y se permite una crítica a las autoridades municipales competentes que cortan en dos calles lo que por línea recta y continuidad sin cruces debería ser una sola con un sólo
nombre...
El viajero no aporta ningún comentario y respira aliviado de que el taxista, como buen profesional, sabe cerrar el pìco y no gastar saliva en cháchara con el viajero, que gusta además de ir en taxi
en silencio, observando la ciudad y sus cambios con su propio cambio reflejado en el cristal de la ventanilla...
El viajero abona la carrera y se aprieta el cuello de la chaqueta mientras se encamina al portal. Antes de entrar al mismo, el viajero echa un último vistazo a la calle cuyas luces navideñas tienen
algo de irónico porque la gente se está muriendo ahí afuera, los vivos tratan de imitar la normalidad con el telón de fondo del toque de queda, pero todo resulta más dantesco cuanto más trata el
viajero de abstraerse de la realidad con la pandemia del coronavirus...
El viajero siente un repentino escalofrío cuando abre el desvencijado ascensor y aprieta el botón para subir a cenar...
Pero ése, ya es otro viaje. jueves, 3 de diciembre de 2020
Viaje a tomar un café con la hostelería cerrada
El viajero otea la mañana por la ventana, anuncian que la cosa irá a peor a medida que entre la tarde, y observa que, aunque frío, las nubes no tapan del todo el cielo
mañanero. Hace días, ya semanas, que la hostelería está cerrada y el viajero echa de menos el cafelito. Sin embargo puede ver cada mañana que uno de los bares que puede apreciar desde la ventana sí
que permanece abierto y anuncia algo en la pizarra, así que el viajero termina de convencerse de que es buen momento para tomar un cafelito mañanero y palpar el asfalto...
El viajero camina entre semejantes que, si bien llevan la mascarilla, no respetan distancias ni al prójimo, aquí una pareja de jubiletas charlando casi tocándose y obstaculizando el paso, allí una
amalgama de usuarios de autobús apelotonados en la marquesina. Desolador piensa el viajero, consciente de la magnitud de la pandemia...
A la puerta del local han puesto una mesa que impide el paso al interior y sirve de mostrador, hay dispuestos azucarillos, tapas de plástico para el vaso y apetitosos acompañamientos de bollería,
pinchos y bocatas de distinto tipo y pelaje. Se fija el viajero mientras espera que le sirvan el cafelito de que el hostelero es un tipo combativo, hay folios en el cristal donde se llama a la
movilización contra el cierre hostelero impuesto por la autoridad competente, que son varias y variopintas, medita el viajero mientras lee los llamamientos a la solidaridad con el gremio...
Deja el viajero unos céntimos de propina, no van a ningún sitio pero al menos sabe el viajero a qué bolsillo van, cosa que no suele ocurrirle siempre que deja otras propinas, voluntarias pero
obligatorias. Mira el viajero la marquesina con asiento pero está ocupado, alguien que espera otro autobús que el que acaba de pasar...
La mirada del viajero se cruza con la de un desconocido que acaba de tomarse un café al lado de la papelera, algo apartada de la ruta peatonal y el viajero se dispone a sustituir al desconocido.
Puede quitarse la mascarilla pero se la vuelve a poner entre sorbo y sorbo. No tiene remordimientos el viajero, ayer hizo un viaje a la compra y el gentío se salta la distancia social, la distancia
en la cola y hasta una mínima distancia brillaba por su ausencia. El viajero saborea el café, un cafelito raro tomado al lado de una papelera, y se pone solidario con las tesis del gremio hostelero,
hay más seguridad sentado en una mesa tomando el cafelito a dos metros del vecino más próximo que las escenas que vivió en el supermercado...
El viajero apura el último sorbo del cafelito, lo tira a la papelera, echa un vistazo a sus semejantes y le entra un temor a una tercera ola, tan devastadora como la primera y ésta segunda mientras
se sube el cuello de la chaqueta, mete las manos en los bolsillos y emprende el regreso a casa...
Pero ése, ya es otro viaje. jueves, 19 de noviembre de 2020
Viaje por el cielo nocturno
Está el viajero ilusionado pese a que el toque de queda obligue a estar cerrado su abrevadero nocturno, pero poniendo al mal tiempo buena cara, se ha animado a viajar
por el cielo nocturno aprovechando que desde una ventana puede ver al mismo...
Es un viaje que siempre quiso hacer y que nunca pudo llevar a cabo como tal, siempre condicionado por el tiempo que obliga a quitar tiempo al descanso, la contaminación lumínica de la ciudad velando
la visión y algún que otro trecho fugaz cuando el viajero está por andurriales y villorrios donde las noches despejadas son un espectáculo para la vista y el resto de los sentidos, obnubilado cuando
tomaba consciencia de su pequeñez ante la magnitud de la bóveda celeste...
Lleva desde el comienzo de la pandemia y en sus fases de confinamiento domiciliario el viajero barruntando el viaje y se prometió a si mismo, que si volviera a darse la circunstancia, no dejaría
pasar la ocasión de realizar tan anhelado viaje. Se preparó para la singladura nocturna leyendo un poco, buscando algo y desempolvó unos prismáticos que llevan hibernando lustros, en opinión del
viajero tras rescatarlos del fondo de un armario. Están en buen estado, al menos eso opina el viajero tras someter a examen el instrumento óptico, las lentes parecen limpias, no pesa mucho y al mirar
como prueba por la ventana a través del prismático, el viajero se siente satisfecho de tener una herramienta adecuada y a coste cero...
La noche está despejada y la Luna luce con esplendor aunque en la ventana de observación ésta no se ve y sí estrellas que a medida que la vista del viajero se adapta a la oscuridad relativa y las
luces de ciudad son menos contaminantes que en el resto de ventanas. Observa el viajero con la vista y trata de identificar alguna constelación, las típicas que sabe todo el mundo como la Osa Menor y
Osa Mayor y suspira por su ignorancia supina del resto, las ha visto infinidad de veces en fotos, dibujos y textos pero nunca el viajero pudo prestar mucha atención a las constelaciones hasta
ahora...
El viajero agarra prismático con la seguridad del novato en estas lides y, tras calcular con su vista, se acopla el artilugio a la vista y trata de enfocar la estrella que ha localizado a pelo. El
viajero, a los pocos segundos, baja los prismáticos maravillado por el alcance de los mismos, es tan grande la capacidad de aumentar de sus lentes que sólo ha visto la oscuridad del espacio, tal vez
demasiados aumentos que impiden ver objetos cercanos como las estrellas brillantes. Vuelve a observar por el prismático y trata de visualizar Venus mientras piensa en la magnificencia de las
distancias estelares, que las estrellas se ven cercanas a ras del suelo pero que con un buen aparato óptico puede el viajero imaginar conceptos como años luz...
El viajero reconoce para sus adentros que no tiene ni pajolera idea de identificar y mucho menos localizar objetos celestes con prismáticos y que seguramente deberá hacer un desembolso que pensaba
ahorrado para adquirir unos prismáticos acordes a su bisoñez como astrónomo, se le cuela en sus pensamientos que quizás haya otro universo que esté atrayendo al suyo...
Decide el viajero mirando el reloj que ya son horas de retirarse a sus aposentos, dichoso de ver la inmensidad espacial, algo decepcionado porque esperaba ver sus añoradas estrellas y se dispone el
viajero, bostezando de sueño, a guardar su herramienta. El viajero se queda un segundo mirando sorprendido los prismáticos cuando se disponía a cogerlos para poner los protectores y ver que, si bien
había quitado el de los visores, no había hecho lo mismo con los del frontal y que la magnificencia de la oscuridad del cielo nocturno no era por la capacidad de llegar lejos de las lentes y sí su
torpeza supina de no quitar los protectores. El viajero lanza improperios a las estrellas, el cielo, el fabricante de los prismáticos y a su torpeza supina mientras, ofuscado, guarda los trastos,
cierra la ventana y se dirige al dormitorio para viajar al reino de Morfeo...
Pero ése, ya es otro viaje. miércoles, 14 de octubre de 2020
Viaje a la vacunación contra la gripe
El viajero observa la parada de autobús, inicio de su viaje de acompañamiento a un familiar que será vacunado dentro de la campaña que se realiza cada año. Ojalá, piensa
el viajero, fuera la ansiada vacuna contra el coronavirus que terminara con la nueva normalidad...
El autobús no va repleto como esperaba el viajero pero sí ocupados los asientos y alguno y alguna de pie agarrados a las barras, no hay distancia de seguridad recomendada aunque se trata de mantener
la misma. Es un día gris y lluvioso a través de las veladas ventanillas del autobús. Sube poca gente en cada parada y puede el viajero sentarse...
Se encuentra con el familiar al bajar en la parada que lleva al centro de vacunación, un polideportivo. Se ve gentío a la entrada y enseguida se informa el viajero que está cerrado y se están
agolpando usuarios y usuarias citadas por teléfono aunque no hay colas ni orden ni concierto. Todo el mundo parece desconcertado. Uno graba con móvil el gentío, otro farfulla quejas al sistema
sanitario embozado en su mascarilla. El resto, junto con el viajero, están a la expectativa ya que, en apariencia, sencillamente no hay nadie que parezca personal sanitario. El sonido de las
embozadas quejas, que encuentran su público entre el gentío, hace meditar al viajero de que siempre tenemos que protestar por algo, que estamos tan cebados del bienestar que no vemos que el sistema
sigue funcionando y que les citan y se acuerdan de que hay colectivos vulnerables, pero ya no vemos lo conseguido, nos hemos acostumbrado y nos hemos olvidado del ayer...
Un coche llega y se bajan personal sanitario que sacan del maletero diversos maletines y una nevera portátil, van raudos pero sin prisas, conocedores de su oficio y de la hostilidad del personal que
descarga en ellos y ellas la rabia, ya no les aplaudimos y sí les exigimos. Por las puertas de cristal se ve cómo montan los dispensarios de vacunación, tienen trajín y aumenta entre el gentío los
murmullos de quejas, de tonos de ofensa por esperar y que les citen para no entrar a la hora citada...
El viajero debe caminar bajo la lluvia a la salida de los dispensarios de vacunación, situada en otro extremo del pabellón. La lluvia golpea el paraguas del viajero que recuerda a sus mayores que ya
no están aquí, que no deben vacunarse y no sufren la incertidumbre del futuro inmediato y el riesgo del coronavirus. Echa un último vistazo al pabellón deportivo reconvertido como en las películas de
catástrofes en centro sanitario, aún hay orden, aún funciona el sistema pero nos quejamos, no el viajero que es consciente de la situación, pero sabe también que si le hubieran citado es muy posible
que fuera otra voz indignada...
El viajero charla con su familiar mientras deciden si ir a tomar un café, que entra bien a esas horas...
Pero ése, ya es otro viaje. jueves, 24 de septiembre de 2020
Viaje por los sueños
El viajero se percata de su entorno, sin sobresalto ni angustia, como si de alguna forma se dejara simplemente llevar, como parte del paisaje que deja atrás. Conoce
el camino, tantas veces recorrido tiempo atrás y un viejo a la puerta de una casa le saluda con la mano. El viajero quiere responder al saludo pero ya lo ha dejado atrás, va el viajero en bicicleta y
siente de repente el manillar entre sus manos, acariciándolo con suavidad como quien se reencuentra con una vieja amistad pero algo llama la atención del viajero y ya ve a lo lejos su destino, al
menos el viajero sabe que es su destino y una sensación sobrecogedora le invade, el asfalto ha dado paso a un camino de tierra, bacheado y peligroso, hasta el paisaje es distinto y se tiñe de
progresiva oscuridad. El viajero agarra fuerte el manillar y trata de frenar la bicicleta pero ésta no quiere detenerse del todo y el viajero se apea y ve la bici andar un metro antes de caer al
suelo que se convierte en un barrizal a medida que aumenta la lluvia que pilla desprevenido al viajero y trata de guarecerse en algún sitio, pero no ve nada salvo un paisaje de edificios vacíos. El
viajero sale a lo que parece el viejo parque donde iba de niño, todo está quieto, en silencio salvo una mujer que, de espaldas al viajero, tira comida a los pájaros, pero el viajero reconoce algo
familiar y se acerca a la mujer que le da la espalda pero se desvanece entre la niebla que surge de entre los matorrales...
El viajero se despierta empapado en sudor, aún es temprano pero se levanta y mira por la ventana el paisaje urbano donde todo está igual
que siempre. Por un momento, el viajero cree que sigue viajando en el sueño pero las ganas de orinar le devuelven a la realidad y se dispone a viajar al baño...
Pero ése, ya es otro viaje.
jueves, 3 de septiembre de 2020
Viaje a comprar un regalo por Internet
El viajero vierte el café humeante mientras paladea su aroma y piensa en el viaje inmediato que debe de realizar para encontrar un
regalo. Tras barruntarlo con la almohada, tiempo amenazante de lluvia y no muchas ganas de salir al exterior, sensación de desgana que el viajero cree inducida por el pasado confinamiento
domiciliario, amén de un poco harto de las compras en la nueva normalidad, decide el viajero que es hora de perder su virginidad en el mundo de las compras por Internet. Lleva tiempo el viajero
resistiendo la tentación de hacerse consumista electrónico como mandan los cánones imperantes, pero la pandemia no tiene visos de remitir y ante la perspectiva de otro confinamiento el viajero cree
llegada la hora de ir de compras por Internet...
El viajero se sienta al teclado y, mientras cabalga cual amazona por la Amazonia, se siente afortunado de no pecar de consumista
compulsiva, es el viajero persona de temple, que sabe parar a tiempo y tirarse en marcha si hace falta antes de pecar de consumista compulsivo pero se para en aparatos electrónicos mas no encuentra
un regalo apropiado pero sí unos auriculares para sí...
El viajero pasa sin pena ni gloria por la sección de electrónica pero se detiene en papelería donde no encuentra un libro apropiado de
regalo por cuanto el receptor del regalo sólo mira un libro si forma parte de un videojuego. Descartado un regalo literario, el viajero visita la sección de deportes donde se enamora de un chándal
que, piensa el viajero, le quedará como un guante...
El viajero finaliza su viaje algo desencantado porque tanta fama y tanta mística con lo comprar por Internet y no encontró un triste
regalo aunque regresa del viaje con un chándal nuevo, una arrocera y unos flamantes auriculares que encima recibirá en su domicilio...
Pero el viajero se percata de que si hubiera ido de viaje de compras normal en la nueva normalidad posiblemente hubiera encontrado el
regalo y no dejaría el teclado con la inquietante sensación de que ha picado como consumista compulsivo ya que se ha gastado sus buenos aurelios en unos auriculares que no usará porque no los usa, un
chándal que se quedará en el armario porque el levantamiento de vaso en barra fija no requiere del mismo y una cosa que hace arroz cuando nunca lo come...
Al menos, piensa el viajero, se ahorra el taxi.
jueves, 13 de agosto de 2020
Viaje a desayunar en la nueva normalidad
El viajero se levanta temprano para los cánones de un veraniego neoagosto de una extraña neonormalidad pero tampoco es madrugar y sí el
ansia de desayunar...
Una vez al mes, por motivos sanitarios y económicos, gusta el viajero de tomar un desayuno en una cafetería que descubrió por casualidad
caminando en otros viajes por esa esquina de la ciudad, picando esa curiosa curiosidad que surge a veces en la vida donde por alguna extraña, misteriosa e insidiosa razón resulta que no se calma
hasta que se visita el sitio de marras. Cuando el viajero se decidió a entrar era una misteriosa mañana de julio donde se percató de que la cafetería había vuelto a abrir tras el parón por el
confinamiento. Tiene una amplia terraza pero el viajero gusta del interior y dada la hora era momento apropiado para desayunar pidiendo un café con leche mediano mas al darse cuenta de que hacían
croissant a la plancha no tuvo el viajero más remedio que pedir uno para acompañar el café...
Saborea el viajero la mañana, nublada pero calurosa hasta para llevar un simple chubasquero, hay trajín de bolsas con dueño, sin duda por
la cercanía de un supermercado y el viajero se da cuenta de que la nueva normalidad tiene algo de fantasmagórica, de mascarillas como en China que tan lejos quedaba cuando empezó
marzo...
Aparta el viajero los pensamientos tenebrosos cargados de incertidumbre en el futuro inmediato, se sienta y pide mientras la televisión
escupe noticias pero el viajero se abstrae observando el interior de la cafetería, mesas a la distancia, clientes a la distancia y todo tan distante y tan irreal a la vez...
El café con leche sabe a tal y el viajero se regodea gastronómicamente, deleitándose en untar la mantequilla y la mermelada, saboreando
cada bocado como si fuera el último. Recuerda el viajero cuando se podía fumar un cigarro con el café, el humo flotando en el ambiente, ahora comienzan a prohibirlo hasta en las terrazas y se alegra
el viajero de haber dejado el hábito, que no el vicio...
Viaja el viajero por el recuerdo mientras apura el último sorbo de café en esa calma del desayuno donde la barriga llena y el ambiente de
verano dan un respiro a lo cotidiano, enmascarados y separados. El viajero no se levanta sin haber dejado propina, pequeña calderilla que en estos tiempos tanto agradece la hostelería aunque el
viajero barrunta que pocos establecimientos aguantarán otro confinamiento si llega a producirse. Sale a la calle el viajero y observa un viejo en un banco que...
Pero ése, ya es otro viaje.
miércoles, 29 de julio de 2020
Viaje al estanco en la nueva normalidad
El viajero observa el día
soleado que termina de animarle para ir al estanco, el viajero había elegido un mal día para dejar de fumar como fue el día del inicio del confinamiento domiciliario y durante el mismo pudo racionar
su consumo hasta disminuirlo en dos tercios, pero hay que alimentar el tercio restante y el viaje al estanco siempre es agradable con día soleado...
Sale el viajero del portal portando la obligatoria mascarilla y se pone las gafas, que pega el sol y molesta a la vista, pero tras caminar diez metros un vaho como
niebla empapa los cristales y durante unos cuantos baldosines podía decirse que el viajero caminó a ciegas. Se quita las gafas para que desaparezca el vaho y se las pone, pero se empañan una y otra y
otra vez...
Atribulado, el viajero llega al estanco y observa un artilugio en la entrada para desinfectar las manos en lugar del confortable expendedor de gel desinfectante pero
no sabe el viajero cómo funciona, si poner las manos encima del artilugio, si por debajo u enfrente, desorientado el viajero por el dilema decide observar de reojo que nadie le observa y prueba de
las tres maneras por si acaso, cosas de la tecnología desinfectante...
A la hora de pagar sufre el viajero otra desorientación momentánea cuando se dispuso a recoger el paquete bajo la mampara del mostrador y la estanquera se lo daba por
un lateral, cuando el viajero se percata y cambia al lateral, la estanquera ahora se lo pasa bajo la mampara, excusa para fijarse las miradas y sonreír en complicidad casi picaresca, de fugaz
fijación mutua entre dos desconocidos...
Sale del estanco el viajero aún con los ojos de la estanquera clavados en su retina y medita que quizás más que alimentar la ansiedad del vicio del tabaco puede que
el viajero siga fumando para tener la excusa de ir a por tabaco pero es por ver a la estanquera y emprende el camino de regreso...
Pero ése, ya es otro viaje.
miércoles, 8 de julio de 2020
Viaje a la biblioteca pública en la nueva normalidad
El viajero tiene ganas de salir a pasear y cuenta con una buena excusa como es ir a devolver un préstamo a la
biblioteca aunque sea sabedor de que le espera un castigo por devolver fuera de plazo pero éste cumplió en pleno confinamiento. En un gesto de magnanimidad las autoridades bibliotecarias ampliaron el
plazo de entrega a todo el mes de junio aunque el viajero ha dejado pasar el plazo porque en la nueva normalidad sacar libros en préstamo de la biblioteca pública es una verdadera jodienda que priva
al viajero de disfrutar revolviendo con la vista las estanterías repletas de libros. Opina el viajero que se pierde la liturgia en la frialdad de dar al personal de la biblioteca los datos para que
le busquen el libro...
Hace sol y calienta si le da al viajero en la cocorota, podría haber cogido el autobús pero quiere el viajero aprovechar para caminar y quemar lorzas porque si
bien pasó el confinamiento sin engordar sí que desea perder un kilo y medio, está el viajero entre dos tallas de pantalón y quiere adquirir unos que no le queden holgados pero teme que una talla
menos le oprima las carnes así que espera que soltando kilo y medio de lorza pueda cambiar de talla sin traumas...
Debe el viajero esquivar al prójimo que se salta la distancia social alegremente como si no fuera cosa de todos. De las mascarillas mejor no hablar, de bufanda, de
colgante de una oreja, en la mano. En todas partes menos en la cara lo cual causa un halo de depresión y miedo a la incertidumbre por un instante que trata de dejar atrás en su
pensamiento...
El viajero se detiene delante del escaparate de una tienda que ya ha mencionado en anteriores viajes, se ve que no ha resistido el parón económico por la pandemia
porque está de liquidación por cierre. Escaparates marchitos como las flores de una semana en una sepultura, estantes con contenido pero vacíos en comparación al antes. Echará en falta el viajero lo
que era, aún es, una parada casi obligatoria y casi mística donde el viajero tomaba resuello para el resto del viaje y miraba las cosas expuestas, todas ellas apetecibles para el espíritu consumista
y siempre demasiado caras para el viajero que sólo recuerda una ocasión, hace años, en que entrara a comprar algo. Es triste la ciudad que se va desvaneciendo y muta casi imperceptiblemente pero
palpable para el viajero que ha visto la ciudad mutar un par de ocasiones en su vida, recuerdos que se instalan sin pedir permiso siquiera...
El tráfico vuelve a ser el habitual, tal vez un poco menos por las mismas fechas que el año pasado, la pandemia parece lejana hasta que la vista vuelve a la realidad
y ve las mascarillas en los rostros, pero hay ambiente veraniego, terrazas ampliadas comiendo acera, trajín urbano pero teñido de algo raro el ambiente y se nota en las miradas fugaces, el apartarse
ya casi instintivamente cuando el otro no se aparta. Hay miradas hermosas tras ojos preciosos con ese halo de misterio oriental que les da la mascarilla piensa el viajero por un fugaz instante al
cruzar su mirada con una desconocida...
El viajero se lleva un chasco cuando llega a la biblioteca pública y ve un cartel que indica que está cerrado por obras hasta nuevo aviso, cosa que no deprime del
todo al viajero porque ha sido una buena caminata y un viaje placentero dentro de todo lo placentero que es hacer algo en la nueva normalidad...
No perdona el viajero el cafelito mientras medita si hace el camino de regreso andando, en autobús o combinar ambos que aprieta el calor y llevar la mascarilla es
como estar en un traje de goma bajo el sol, piensa el viajero...
Pero ése, es otro viaje.
martes, 30 de junio de 2020
Viaje al hospital en la nueva normalidad
Se despierta el viajero,
le despierta su fiel despertador a codazos sonoros, tan expectante como cuando se acostó y se prepara un café mientras otea un amanecer nublado y fresco...
La expectación del viajero es por partida doble: acompañar a un familiar a una prueba y, la segunda, el viaje al hospital, establecimiento sanitario que nunca
fascina al viajero como destino de uno de sus viajes, pero siente cierto inconfesable morbo por viajar al hospital en la nueva normalidad. Sabedor el viajero del morbo, oculto y pecaminoso que le
produce el viaje, termina por animarle y apurar el café con optimismo...
Llega el viajero a la entrada del hospital, el familiar ya le espera en la sala de ídem que presenta un aspecto algo sobrecogedor. Es un día festivo de semana pero,
supone el viajero, tratan de aligerar las listas de espera que se han hecho esperar más con el confinamiento domiciliario, la pandemia y el parón en las actividades que no fueran imprescindibles. Por
eso no hay nadie salvo su familiar y las sillas de la sala de espera están ocupadas cada tres asientos en dos de los mismos por bandas rojas y blancas que escupen al viajero que el destino de su
viaje también se ve alterado por la situación sanitaria...
Al entrar un sanitario toma la temperatura al viajero con un termómetro de pistola, como los que el viajero veía en febrero por la tele en China que estaba tan lejos
como lejano queda el mes de febrero. Escupimos tanto para arriba, medita el viajero mientras le deja pasar el sanitario y se frota con desinfectante las manos, que ahora nos cae un chaparrón. El
viajero acompaña al familiar por el pasillo donde el puesto vacío del cuponero, la barrera que impide el paso a la cafetería y un kiosko mortecino sin clientes, todo ello le crea al viajero una
atmósfera irreal, casi onírica pero que es pesadilla, esas escenas tantas veces vistas por el viajero de películas o series que trataban de reflejar lo que sería el caos. No hay zombis, no hay
soldados ni hay destrozos, es peor, sólo hay silencio y salas vacías, ascensores que suben y bajan, algún miembro del personal, pero sobre todo el silencio del vacío...
La prueba dura poco, el suficiente para que el viajero trate de llegar a la cafetería para tomar un café y que un amable celador le indicara que si quería el viajero
un café, lo mejor era acercarse al tanatorio y tomarlo allí, una cruel ironía casi macabra en plena pandemia, piensa el viajero...
El viajero ayuda a su familiar a subir al coche y echa un furtivo vistazo a la entrada del hospital, quiere captar la imagen porque sabe el viajero que cuando todo
esto termine, serán recuerdos que contará, con la calma que da vislumbrar el fin del camino, cuando fue al hospital en la nueva normalidad...
Arranca el coche y se va el viajero...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 9 de junio de 2020
Viaje a tomar el cafelito en vísperas de pasar a fase tres de la nueva normalidad
El viajero se levanta
animoso, cosa nada rara los viernes, porque tras casi tres meses de abstinencia por fin el viajero podrá tomarse el cafelito mañanero, eso piensa mientras se prepara para salir no sin antes colocarse
la mascarilla. Es de las de precio oficial y al principio el viajero pensaba que con gastarse diez aurelios tendría para un mes. Pero las mascarillas se quedan cortas cuando hay que ponerlas sí o sí
para salir o entrar en algún sitio...
También el viajero tiene mono de bus municipal, de contemplar como pasa por la ventanilla el paisaje urbano y su paisanaje, pero el viajero ha visto incrementadas
sus lorzas y también gusta el viajero de contemplar el paisaje urbano y su paisanaje en el coche de San Fernando. Recuerda el viajero la opresión del vacío en el asfalto durante el confinamiento y
agradece poder volver a ver las calles con trajín aunque sea atenuado...
Lo cierto es que el viajero no nota el trajín que esperaba, casi ansiaba desde un lejano mes de marzo, hay el justo como si fuera un domingo animado pero flota ese
aire enrarecido de la nueva normalidad. Además nota las piernas pesadas, desacostumbradas ya al camino, pero el viajero sonríe satisfecho cuando ve al fondo el viejo barrio donde está el local donde
gusta de tomar el cafelito mañanero cuando sale al camino del asfalto...
El viajero se desilusiona un poco al entrar y ver una grosera banda marrón que se extiende a lo largo de toda la barra, restos de fase dos que se resiste a ser
quitada mientras se afanan los hosteleros en prepararlo todo para la fase tres. Se sienta el viajero guardando distancia con el vecino de dos mesas más allá, se miran fugaces como dos presidiarios en
el patio de la cárcel y luego siguen a lo suyo...
El viajero se siente reconfortado cuando le sonríe la camarera y charlan sobre el confinamiento con las preguntas de rigor sobre la salud de respectivas familias. El
viajero la contempla mientras la escucha y nota que ha engordado y se nota el paso del tiempo en su rostro que sigue cautivando al viajero...
El viajero reconoce para sus adentros que esto no es tomar el cafelito, no es lo mismo aunque sea igual, nunca el viajero echa más de diez minutos y tampoco se
relaciona con los parroquianos, pero le gusta al viajero ser dueño de su tiempo y de sus distancias, pero falta algo, una pizca de algo, algo sin más, pero falta...
El viajero se despide, sale a la puerta y enciende un cigarro mientras mira de reojo el viejo barrio, ya achacoso antes de la pandemia y que ahora luce descolorido
con los locales comerciales al ralentí...
Comienza el viajero el viaje de regreso con una mezcla de alegría, alivio y temor al futuro incierto...
Pero ése, ya es otro viaje.
martes, 28 de abril de 2020
Viaje al cajero en estado de alarma y confinamiento domiciliario
El viajero sale del
portal y se para un momento, saboreando el vacío en el asfalto, para percatarse de que el paisaje urbano oprime cuando, como ahora, está vacío de sus transeuntes, del tráfico. Pero el viajero ya no
puede eludir por más días acudir al cajero para solventar un par de pufos ineludibles...
Hay mucha gente con mascarilla pese a que no son obligatorias y hasta se puede ver a alguien con mascarillas que más parecen equipos autónomos de respiración en el
espacio exterior, con dos enormes filtros que más parecen de lavadora que de nariz y boca, algún resto de material de trabajo reconvertido a mascarilla que da a su dueño aspecto de tropa
imperial...
No hay cola en el cajero y, pero tarde, el viajero lee la recomendación de que se usen guantes. Mira el viajero su dedo índice con el que tecleo su clave y no sabe
qué hacer con él a la vez que le comienza un intenso picor a un lado de la nariz que hace que el viajero entre en pánico...
Intenta el viajero teclear con el llavero hasta que se cae de la burra y logra discernir que la pantalla táctil recibe ese nombre porque se usan los dedos y no
herramientas de todo tipo y pelaje que lleve el viajero a mano en el bolsillo...
En plena faena de tecleo en la pantalla táctil, siente el viajero a un molesto chucho que lleva de la correa un transeúnte, no se inmuta ni se mueve el viajero pero
el chucho sí para entrar en trayectoria de colisión con las piernas del viajero que debe apartarse un poco mientras el transeúnte se acerca al viajero que siente el aliento del dueño del chucho en el
cogote al no respetar éste la distancia de distanciamiento social que ordenan las autoridades...
El viajero ya no puede más entre el picor de la nariz, el dedo índice posiblemente convertido en colonia de primavera de los virus, su nuca en destino de vacaciones
para los gérmenes presentes en el aliento del transeúnte y bacterias presentes en la pantalla táctil y emprende raudo cual cabra legionaria el camino de regreso donde debe parar en el kiosko y que
dispone de líquido desinfectante a la puerta...
El viajero manda a hacer puñetas la poesía del paisaje, el asfalto, la naturaleza o las piernas de la vecina, sólo piensa el viajero en una cosa, sólo una cosa piensa
el viajero, llegar a casa y meterse bajo una ducha jabonosa...
Pero ese, ya es otro viaje.
martes, 3 de marzo de 2020
Viaje por la tele de cable
El viajero se ha equipado
adecuadamente para el viaje con una fuente de palomitas, zumo multifrutas, cojín favorito y mando de la televisión...
Sabe el viajero que es un viaje siempre incierto lo de viajar a la tele por cable pero que, sin embargo, tiene sus satisfacciones. La primera, que en días ventosos
y de inclemencia del tiempo, el sofá es un buen vehículo para viajar por los distintos canales, cosa que siempre fascina al viajero que se siente afortunado de vivir en una era donde es posible
conocer mundo cómodamente repantigado en el sofá...
Comienza el viaje por los canales generalistas, paso sin paradas en parajes ya conocidos de todos los días y algunas noches y se dirige directamente al bloque de
canales dedicados al cine. El viajero se detiene cual crucero para echar un vistazo a los parajes urbanos, del lejano oeste, de birguerías saltimbanquis del género de acción y, la parada más intensa,
mirando aquella vieja película en blanco y negro que vio en su infancia...
El viajero ni detiene sus mandíbulas mascando palomitas acompañadas de breves tragos de zumo ni detiene más tiempo su viaje para adentrarse en los parajes de los
canales deportivos, de encuentros en diferido, campeonatos de billar clásico, las inefables carreras automovilísticas en sus distintas modalidades sin que falte el fútbol, pero el viajero mira pasar
estos canales por la ventanilla del reojo y se prepara para el siempre estimulante paisaje de los canales de documentales...
Aquí el viajero se detiene a observar, catar la esencia de lo ocurrido en otros tiempos, pasar a vagones de tren que recorren continentes a pulso de guía de viajes
que porta el presentador inglés cual victoriano viajero, ciudades y pueblos a vista de pájaros, maravillas de la ciencia, claves ocultas del futuro y tantas y tantas vistas
maravillosas...
Está fatigado el viajero, detenido en el apeadero de la modorra tras devorar palomitas como un poseso, con los dedos de los pies doloridos de pasar canales con el
pulgar y atrapado en un momento publicitario que vislumbra antes de dormir y viajar al mundo de los sueños donde...
Pero ese viaje, ya es otro viaje.
martes, 4 de febrero de 2020
Viaje por Internet
Se sienta el viajero
enfrente de la pantalla y comienza a viajar en ese nuevo viaje por el mundo digital, mundo nuevo también, que es Internet...
El viajero comienza el viaje digital mirando el buzón, siempre sorprendido el viajero porque recuerda cuando auguraban un buzón digital donde dejaríamos de recibir
propaganda y publicidad pero resulta que aquel futuro ya es presente y el viajero no deja de recibir correos electrónicos de lo más variopinto referentes a publicidad, propaganda, intrigantes
noticias desde un exótico país africano donde el viajero es beneficiario de tropecientos mil dólares...
Cierra el viajero el buzón extrañando que no lleguen correos electrónicos que no sean dignos de ser eliminados y se dirige a mirar un poco la prensa, tramo del viaje
de lectura reposada, de mirar titulares y, de vez en cuando, pinchando en uno concreto para leer más...
El viajero, para sus adentros, se sonríe pensando en sí mismo convertido en un venerable anciano mirando prensa y se pregunta si será en un banco con un ejemplar
impreso y desea que si llega a ser tan entrañable abuelo Cebolleta aún conserve salud y mente para mirarla por el dispositivo que se lleve entonces para tales menesteres...
Abandona el viajero las praderas digitales de los titulares en los periódicos y entra a la sucursal digital de su entidad bancaria, tecleando despacio para que no se
enteren de su presencia, echa un vistazo fugaz a las telarañas de sus caudales y respira aliviado de que no haya alertas de busca y captura a su nombre, pero viajar al banco por el mundo digital era
también una promesa de futuro cuya avanzadilla era el dinero de plástico u tarjeta...
El tiempo pasa rápido, barrunta el viajero, casi tan rápido como sus visitas a comercios, escaparates, tapia de red social para llegar al final del trayecto,
convertido casi en liturgia diaria pero rutina al fin y al cabo, consciente el viajero de lo rutinario de sus viajes por Internet mientras se prepara para salir a...
Pero ése, ya es otro viaje.
viernes, 17 de enero de 2020
Viaje al kiosko
El viajero, al menos una vez a la semana, viaja al kiosko a comprar la prensa. No lo hace el viajero porque esté ávido de conocer la actualidad impresa, alcanza a ojear la
misma en las ediciones digitales, pero al viajero le gusta la sensación de ser sábado, sentarse en su rincón predilecto de lectura, sentir el tacto singular del papel de periódico, ponerse la gafas
para leer los titulares, de pasar las hojas o buscar una sección determinada antes de pasar a una lectura reposada. Sabe el viajero que no deja de ser una de sus múltiples majaderías, inapreciables
para el prójimo como todas las majaderías de los mortales...
Llega el viajero al kiosko y tiene delante dos personas, vecinos del barrio en un kiosko de barrio donde todos se conocen, donde
la rutina se convierte en costumbre y puedes adivinar, según la hora del día, si fulanito está tomando un cafelito y si fulanita sale a tal hora a coger el pan. Aunque en realidad son conjeturas del
viajero pese a que coincida con fulanito o fulanita...
Es un kiosko amplio, cuidado y limpio con su mercancía a la vista y en diferentes secciones. Un mostrador de revistas y prensa en
forma de L separado por un expositor de la sección de chuches y gominolas. No faltan las ofertas de lanzamiento de colecciones en fascículos, objetos que el viajero descubre que son promociones de
distintas publicaciones: un jersey de lana, un bolso para adolescentes y tantas y tantas cosas que están abigarradas como infancia en un orfanato esperando que alguien les acoja en
adopción...
Mientas espera su turno, la señora delante de él se ha enrollado con la kioskera hablando de algún tema y el viajero sigue el
protocolo de estos casos que indica que hay que esperar con paciencia, que la clienta tiene su liturgia de dar la cháchara y que la kioskera también debe armarse de paciencia y no meter prisa que la
clientela somos muy puñetera y nos gusta dar la vara...
Pide el viajero la prensa pero la kioskera ya conoce la rutina compradora semanal del viajero: parco en palabras y no dar la brasa
para que no le den la brasa al viajero, que mientras espera la devolución del cambio, piensa en otros kioskos de su existencia en un viaje por el recuerdo que se infiltra en el pensamiento como una
neblina para...
Pero ese viaje ya es otro viaje, piensa el viajero mientras comienza el viaje de regreso a casa.
martes, 31 de diciembre de 2019
Viaje al fin de año
A veces, el viajero viaja sin previo aviso ni moverse de su casa, pero viaja con la mente. Son viajes que surgen de repente, un crisol de recuerdos hilvanados por algún motivo
y que obnubilan el espacio tiempo, viajes tan intensos como breves, efímeros como un pensamiento...
El viajero ojea el periódico y, sin más, se apea de las gafas, aparca el periódico y observa la ventana con el filtro de la
cortina, se da cuenta de que es el último día del último año en cuenta, cuenta atrás para empezar un nuevo ciclo, un nuevo año y el viajero ya mira sin mirar porque está viajando a otros fin de año
que se agolpan queriendo ser los primeros de la fila, los recuerdos más recordados y le cuesta a la mente del viajero hacer que guarden disciplina y orden cardinal. El viajero piensa que deben temer
que no se les recuerde o queden relegados a una página más del calendario vital, sin importancia, anodinos de evocar y que se evocan porque tienen que estar, ordenados en fila y cada uno con sus
cosas que son las del viajero...
Nota nostalgia el viajero y desea acabar el viaje a la vez que espera que se prolongue unos segundos más, hasta que los rostros son
nítidos y los recuerdos cobran vida, pequeños instantes de grandes momentos. Pero es peligroso viajar así, se puede perder el control y entonces todo se tiñe de tristeza, cosa que el viajero no
piensa permitir y menos en Nochevieja...
Mira el viajero las uvas mientras se apea del recuerdo y pone punto final al viaje a otros fin de año. También las uvas parecen
mirar al viajero, igual que miran las viejas fotos con rostros ausentes, una Nochevieja más.
viernes, 13 de diciembre de 2019
Viaje de visita en el hospital
Se apea el viajero en la
última parada del bus municipal que es en el propio hospital, viaje a sus entrañas para visitar a una amistad que está ingresada. Ya son horas de nocturnidad sin alevosía, sin saber a ciencia cierta
si ya está tan oscuro porque el cielo está nublado u que el sol se acuesta temprano, a esa hora maldita del hospital en que las visitas se despiden con azoramiento y la plebe ingresada se prepara
para la cena...
Hay poca gente en el hall de la entrada, espacioso, amplio y limpio con filas de asientos frente a oficinas cerradas descansando del trajín de la mañana, pero
ahora con las oficinas cerradas, mostradores vacíos y sólo el sempiterno cuponero con el chiringuito abierto donde el viajero compra dos cupones, uno para sí mismo y otro para el paciente que va a
visitar. No tiene el viajero fé en el azar del cupón de los ciegos, pero es sana costumbre que vio en otras visitas en otros hospitales y piensa el viajero que no es plan regalar un cupón y que toque
sin tener él otro...
El pasillo que conduce a los ascensores está poblado de visitas que salen del hospital, con prisa como si quedarse más tiempo del imprescindible trajera mal fario;
otros y otras con gesto serio y caminar cansado con la chaqueta en la mano de quien ha pasado un mal trago y no falta el sufrido celador, enfermera o de la limpieza que cogen el ascensor porque están
trabajando y se admira el viajero de su abnegado esfuerzo porque todo funcione aunque el viajero siempre oye quejas sobre el hospital como niños pequeños con un valioso juguete entre sus manos y que
lo desprecian...
El ascensor es enorme, piensa el viajero, y está vacío salvo por su presencia que se repite en el espejo, es un ascenso a una planta alta y el viajero piensa en lo
que se piensa a solas en un ascensor que es pensar en todo y nada, en otros ascensores en otros hospitales con otros enfermos, algunos ya sentenciados en vida, pero el recuerdo se tiñe de recuerdo
mitigando el dolor cierta anestesia emocional que se crea en el alma cuando haces de lazarillo de enfermos ya sentenciados, aceptando la muerte como constante en la ecuación y ya sin preguntas,
esperando que llegue la respuesta sin ansiar ni desear saber la misma pero con la certeza de que el momento de la respuesta, si la hay, avanza inexorable a su encuentro...
Entra el viajero en el ala hospitalaria donde está la habitación que busca, aunque el viajero ha entrado cual miura y se percató de su error cuando era el ala de
impares y su destino en el ala de los pares. Hay ya bandejas de la cena en su carro, buen momento para visitas hospitalarias donde se puede ser útil ayudando a servir la cena o bien salir pitando
para no molestar la misma, cruel sistema pero al viajero no le gusta ni fascina ir de visita al hospital o tomar algo en la cafetería, hubo un tiempo pero ahora el viajero siente que es tiempo de
elegir los tiempos como puede ser ir de visita al hospital...
El viajero asoma el cuello y ve a su amistad y, tras una fugaz mirada al pasillo con el trajín del personal, ruidos de otras habitaciones, el aroma a cena
hospitalaria, un volumen de televisión que se cuela en el pasillo, todo ello se concentra en un denso segundo y respira aliviado porque está en viaje de visita y no ingresado sin billete de
regreso...
viernes, 8 de noviembre de 2019
Viaje bajo la lluvia de noviembre
El viajero inicia el trayecto en el coche de San Fernando mirando de reojo al cielo, un lienzo de grises de distinta densidad que parecen reflejarse en el asfalto tiñendo de
gris el paisaje urbano. Los paraguas en manos de los transeuntes alivia al viajero la pesadumbre existencial de cargar con paraguas, pesadumbre de no poder meter la mano en el bolsillo buscando calor
existencial por cuanto el viajero es peatón que no gusta de alforjas...
Pero hay jornadas de viaje en que resulta inevitable cargar con paraguas, un veterano plegable de precio económico que no cubre
como debiera a su dueño, que se oxida en la punta de las varillas y si hay ventolera, se abre a la inversa cual arácnido de pesadilla, pero reconforta su presencia al viajero que la mayoría de las
veces decide no abrirlo esperando a que escampe o que cuando se decide por fin, cesa el aguacero...
Camina el viajero haciendo el camino sin mojarse de momento y se anima a seguir el trecho que falta. Al igual que en cada viaje
desde que empezó la crisis económica, el viajero se entristece ante el paisaje de locales cerrados, calles que antaño estaban vivas aparecen ahora moribundas, mortecinas, como gritando en silencio
que la gente haga caso de la calle, pero seguimos caminando y supone el viajero que, al igual que él, también otros viajeros urbanos viajan con el recuerdo de las calles antaño...
Cosas del paso del tiempo, barrunta el viajero cuando siente en su cocorota una molesta y casi dolorosa gota que cuando el viajero
reacciona ya está comenzando a diluviar de nuevo y los paraguas florecen en el paisaje urbano. El viajero hace un rápido cálculo mental que no es tan rápido como la lluvia que trata de empapar su
ropa y se mete al refugio de un soportal. Otro negocio cerrado y otro local en alquiler, el viajero siempre se paraba a mirar su escaparate y, recordando al voleo, calcula el viajero que estuvo
abierto casi treinta años...
Lo que se abre es el paraguas del viajero que camina ahora tratando de ir a contra viento y que el mismo no desbarate las varillas,
a la vez que trata de evitar otros paraguas en un duelo de nervios cuando se cruza con otro transeúnte a ver quién se aparta el primero, duelo que suele perder el viajero dado el poco calibre de su
paraguas plegable...
Llega el viajero a su destino y trata de sacudir el agua del paraguas y se mete dentro del local a tiempo de evitar una racha de
viento que hace inútiles los paraguas. Mira el viajero por el cristal y las gotas velan la imagen como un velo de mortaja, golpea la lluvia el cristal y el viajero pide un cafelito que caliente el
cuerpo y temple el alma, porque al viajero le gusta noviembre mientras piensa, como cantaba el poeta, que ojalá aquella rubia le mire al pasar...
martes, 8 de octubre de 2019
Viaje con percance en el ascensor
El viajero ha cerrado la
puerta y se aproxima al ascensor para llamar al mismo. Es un ascensor ya con unos añitos y es cierto que últimamente el viajero percibe inquietantes vibraciones en determinados pisos cuando
desciende, ni muy lento ni muy rápido...
Entra el viajero en el ascensor y pulsa en la botonera para bajar al portal. Tiene un espejo y el viajero se mira fugazmente y que sus pintas están dentro de
parámetros aceptables para el Sistema y recuerda a su querido sobrinito cuando observa el luminoso que indica los pisos que van pasando aunque en realidad sea el viajero el que pasa por ellos
transportado en el ascensor...
Pasa un piso, pasa otro y medita el viajero si el trance de la muerte será como verse metido en un ascensor viendo los números de los pisos bajar o subir cuando de
repente el luminoso pasa a tener dos inquietantes rayas en lugar del número del piso, nota el viajero una vibración extraña que se transmite desde la planta de los pies por todo su cuerpo, nada
diferente a otras vibraciones precedentes en otros viajes en ascensor últimamente con la diferencia de que esta vez el ascensor se queda quieto con un brusco frenazo para ser un
ascensor...
El viajero se queda perplejo, desorientado sin saber en qué piso se ha detenido bruscamente el ascensor y nota en toda su plenitud y consciencia de que cada vez que
se mueve, aunque sea ligeramente, el ascensor se menea y aumenta el desasosiego de saberse metido en una caja de endeble aluminio y que si se sueltan los cables la caída asegura traumatismos. Pero el
viajero comienza un proceso mental de racionalización de la situación, de alternativas de rescate y mantener la cabeza fría sin caer en el pánico, pero su dedo va por libre de tales pensamientos de
calma ante la calamidad y ve cómo el dedo pulsa compulsiva y catatónicamente el timbre de alarma...
Unas voces familiares de vecinas, y deduce que debe estar entre el segundo y primer piso, le reconfortan porque van a tomar las medidas oportunas para su rescate. El
viajero saca el móvil para avisar de que llegará tarde a la cita y trata de no menearse mucho para no sentir el inquietante bamboleo del ascensor. Oye el trajín de las vecinas pero su dedo va de
nuevo por libre y vuelve a retomar el timbre para escándalo de las vecinas que vociferan al viajero que el rescate está en marcha...
Se sorprende el viajero de la independencia operativa de su dedo, cual dron de emergencia que cumple su trabajo sin importar las órdenes neuronales del viajero y
piensa que debería hacérselo mirar por un galeno, mientras cierra el puño para encerrar al díscolo dedo, completamente histérico, piensa el viajero...
Llega el rescate en forma del vecino del sexto, o del séptimo ya que al viajero le falla la memoria, y sigue sus indicaciones que no son otras que mantener pulsado el
botón de apertura de las puertas, aunque su dedo sigue en pleno ataque de pánico y en lugar de mantenerlo pulsado como le indica el vecino pues lo toca intermitentemente hasta que el viajero cambia
de dedo y logra seguir las indicaciones...
Al abrirse las puertas, el viajero observa con inquietud que está un poco más abajo de la puerta del ascensor en el piso y le resulta más inquietante el recuerdo de
historias de gente cortada en dos por un ascensor mientras que el amable vecino, ante la mirada de las vecinas, indica al viajero que tendrá que salir rápido. El viajero piensa que hasta el vecino lo
ve chungo porque, aunque no lo manifieste, que si el ascensor desciende mientras el viajero trata de salir, se acabó el viaje y la sección...
Al final el viajero logra salir ágil y airoso respirando aliviado. Quiere dar las gracias pero las vecinas y el vecino ya están enfrascados en las vicisitudes de la
última reunión de vecinos y el viajero se va dando las gracias y meditando que nunca se sabe donde puede estar la desgracia, el percance de tener un accidente que le mate o le cambie la
vida...
El viajero se dispone a bajar las escaleras y...
Pero ese, ya es otro viaje.
viernes, 20 de septiembre de 2019
Viaje al universo de los 11 años
El viajero, al acostarse,
había tomado las debidas precauciones alarmistas en forma de cinco alarmas a intervalos para lograr ser arrancado del reino de Morfeo o de los encantos oníricos, que no sabe nunca el viajero como
serán sus sueños nocturnos...
Por fortuna, el viajero fue previsor porque de las cuatro primeras alarmas ni siquiera se perturbó en sus sueños y le despertó la quinta porque se repetía a
intervalos, aunque el viajero tuvo que saltar de la cama sin abrir los ojos porque ya pasaban casi quince minutos de la hora programada. Pero el viajero disfruta de esos madrugones para acompañar a
su querido sobrinito al colegio, crece la criatura tan rápido que el tiempo se desliza y se pierde entre los dedos, con alegría porque crece y cierta neblina extraña y sobrecogedora porque también
significa la progresiva decrepitud del viajero...
La ducha logra efecto balsámico y el café recién hecho recarga las pilas del viajero, que se fuma un cigarro en la ventana y recuerda otras madrugadas, otras alarmas
para despertar, aunque el viajero sólo se deja invadir por el recuerdo de los mundos perdidos por el inevitable, pero nada cruel opina el viajero, paso del tiempo, tiempo que olvida el viajero por
soñar despierto y enfila el pasillo para sumergirse en la vorágine de hacer tareas de canguro a horas intempestivas cuando el viajero aún está en el primer sueño...
Ya está el viajero saliendo con su sobrinito y el sol ya ha salido e inicia su rumbo hacia el medio día. Por lo general el querido sobrinito del viajero deleita al
mismo con interminables turras sobre el maravilloso mundo de los vídeo juegos cuando tienes once años, el viajero no cata las delicias de ese mundo desde el siglo pasado y términos como mundo
abierto, youtuber o gráficos tridimensionales le suenan al viajero como escuchar arameo arcaico porque en sus tiempos los gráficos eran poliedros...
Cuando terminó el pasado curso, el querido sobrinito del viajero tenía un año menos y ahora en el inicio del nuevo tiene un año más, cosas del espacio-tiempo,
barrunta el viajero mientras su querido sobrinito empieza su letanía sobre vídeo juegos. El viajero le escucha como recuerda haber escuchado a la madre y le mira ausente del mundo maravillado en su
universo donde ya ha comenzado a realizar una lista de vídeo juegos de nueva hornada que piensa pedir a los Reyes Magos la próximas navidades...
Llega el autobús a la parada y el viajero sube tranquilo, hay pocos usuarios de los servicios de transporte municipales y su querido sobrinito puede subir sin que el
viajero se preocupe de los zurriagazos que reparte a diestro y siniestro mientras alcanza su asiento favorito al final del pasillo como cuando hacen el viaje de regreso, donde alguien es alcanzado
por la mochila para riesgo de gafas, costados y narices del infortunado que reciba el zurriagazo...
Ya comentó el viajero en otros viajes de canguro con su querido sobrinito, que es amigo de dar limosnas al prójimo con cargo a los dineros del viajero, que ya
escarmentado de su afán de amor al prójimo desvalido por parte de su querido sobrinito suele apartar todos los días las monedas de uno y dos céntimos que cuando llega el momento son un buen puñado
para un niño de once años y simple calderilla que no llega a un euro para el que pide limosna. Piensa el viajero si el día de mañana, cuando su querido sobrinito sea un adulto y el viajero alma de
ancianidad, si será tan generoso y cree el viajero que mejor le toque la lotería para la vejez, que si ahora valen poco, el día de mañana los céntimos valdrán menos aún...
El viajero ve ya el colegio, con el trajín de adultos y niños a la puerta mientras su querido sobrinito le comenta que necesita una cantimplora para llevar a
gimnasia, comentario que sin que el viajero lo sepa implicará que se pase buena parte de la mañana buscando una cuando en realidad lo que necesita es un clásico botellín para llevar agua, pero el
querido sobrinito...
Aunque el viajero ya se ha despedido de su querido sobrinito para que entre en clase y el viaje en busca de una cantimplora que es en realidad una botella, ya es otro
viaje.
jueves, 5 de septiembre de 2019
Viaje a primero de septiembre
Cuando el viajero se retiró
a dormir a esa hora maldita en que los bares están a punto de cerrar, que cantaba el poeta, hacía una noche de agosto, de verano con el cielo estrellado. Cuando el viajero se despierta y se asoma al
cristal de la ventana tras subir la persiana, hace un día gris, lluvioso de ritmo cadencioso que empapa el alma si te quedas quieto a la intemperie; un día que es el primero de septiembre y como
queriendo dejar claro que se fue agosto, que se va el verano y se anuncia el otoño con el día nuboso, la mañana gris, fuera una declaración de principios de septiembre...
El viajero sale a la calle, un viaje corto hasta el kiosko, que está en la esquina. No hay nadie en las aceras,
si acaso una solitaria bicicleta cuyo ocupante pedalea a buen ritmo con la escusa de no mojarse y la ventaja de estar vacías de peatones las aceras. Piensa el viajero que no es día de andar en
bicicleta ni las aceras para que circulen por ellas, aunque recuerda el viajero cuando tenía bicicleta y sabe reconocer el recuerdo de libertad que era pedalear en las vacías aceras, tomando atajos
que no tiene el asfalto. Pero ahora el viajero es usuario del coche de San Fernando y en lugar de sensación de libertad le viene a la mente el angustioso pensamiento de una pierna escayolada por
atropello de bicicleta, cosas de la edad, piensa para sus adentros el viajero, pero no tanto en su caso que sigue pedaleando aunque la bici no tenga ruedas y le lleva a ninguna parte donde las
fronteras las marca el pensamiento...
Le gusta al viajero comprar el periódico los domingos. Porque vienen más hojas que leer, más suplementos y casi
un estatus porque el viajero tuvo muchos domingos en los que no podía leer el periódico tranquilo y sentadito en el sofá. Son domingos que el viajero no considera perdidos y ahora recuperados, es
sólo el solitario e íntimo placer de haber alcanzado un anhelo, de los que no tienen importancia, de esos pensamientos que te embargan y te hacen soñar con leer en el sofá cuando la lectura era un
vistazo rápido, a veces fugaz, en la barra del bar tomando un café porque era domingo y tocaba trabajar...
Camina el viajero de regreso y da una vuelta a la manzana, triste y solitaria a diferencia de un día por semana,
como si se hubiera detenido el tiempo, y el viajero no deja de librarse de la perplejidad que le causó acostarse en agosto y despertar en septiembre...
Llega el viajero al portal y echa un último vistazo a la calle, teñida de gris y bañada por una fina llovizna
mientras se cierra la puerta del portal y enfila el viajero al ascensor.
miércoles, 14 de agosto de 2019
Viaje a la Feria
Llega el viajero a la ciudad que se encuentra en su semana grande de festejos que culminan el día
del patrón de la ciudad. Hay tráfico, más del habitual, y pulula gente por las aceras. Los ropajes delatan que es época de vacaciones, de chanclas y riñoneras, mochilas y macutos que atestan el
autobús municipal donde ocupan sitio un cochecito de bebé y una silla de ruedas motorizada. Los usuarios y usuarias se apretujan en el espacio del pasillo que queda libre y cuando se apean el
cochecito de bebé y una parada más tarde la silla de ruedas motorizada, el espacio se amplia y ahora el viajero puede viajar holgado al igual que el resto...
Se apea el viajero del autobús y enfila el paseo hasta la entrada del recinto ferial. Como torrentes que desembocan al mismo
río, la gente se agolpa a la entrada donde unos hacen cola para la taquilla, otros pasan sin pagar merced a las invitaciones y alguno con cara de despiste parece buscar a alguien. Entra el viajero al
recinto y le resulta inevitable recordar otros veranos, aunque la verdad es que salvo los inevitables cambios, estos resultan familiares y le recuerda al viajero que aunque lleva más de una década
sin visitar la feria, todo parece seguir igual y en su sitio. Hasta las personas que pasean y curiosean parecen las mismas...
Tal como recordaba el viajero, las exposiciones en el exterior tienen el reclamo de los automóviles con ofertas de feria pero el
viajero, propietario del coche de San Fernando, no le tientan las tentadoras ofertas y se detiene a observar unos cuantos modelos clásicos que están expuestos a precios muy
modernos...
Hay demasiada gente para el gusto del viajero que siempre huye de las masas para evitar que sean las masas quienes le persigan a
él, ello pese a que es un día laborable y de temprana hora mañanera, pero ya hay colas para ver las exposiciones y los locales de distintas empresas. El viajero opta por ignorar las mismas y sigue
paseando, visitando recintos donde se exponen desde peladores de patata hasta aspiradoras de alta tecnología sin olvidar muebles, pero el volumen de personas mirando hace que la cosa no sea muy
relajante...
De nuevo en el exterior, la pituitaria del viajero reconoce el familiar y confortable aroma de comida en la parte de la feria
dedicada a la gastronomía de alpargata donde se busca una degustación gratis, aunque sólo sea un miserable café porque es una grata sensación comer de gorra...
El viajero abandona la feria porque no busca nada en concreto, no hay dineros para gastar. Sale el viajero por la puerta
enfrentándose a una masa de gente que busca llegar a la entrada, una anomalía con patas que en contra de la corriente avanza en sentido contrario, casi huyendo, casi escapando...
El viajero se para un momento y observa el recinto ferial ya lejos de la entrada y piensa que es confortable que las cosas que
formaron parte del pasado sigan vigentes como la feria, porque el viajero guarda gratos recuerdos y le reconforta ver que la Feria sigue con su magia de antaño, atrayendo visitantes a sus
fauces...
Es verano, son fiestas y hay Feria, piensa el viajero mientras la Feria se aleja por la ventanilla del autobús que le lleva de
regreso.
jueves, 11 de julio de 2019
Viaje por el pasillo
Hay ocasiones en que al
viajero le invade y viaja con el blues del calor de la soledad. No es una invasión agresiva, ya no desde que el viajero tiene ausencias que llorar y es desde hace el suficiente tiempo como para que
el viajero haya aprendido a no resistirse y que huir es una quimera sin salida. El viajero deja que le empape como un fantasma que atraviesa su cuerpo, una ola grande en la que ha aprendido a
surfear, a dejarse llevar por el calor de la soledad que le va empapando de forma inesperada...
Entonces, el viajero busca el calor de los suyos que ya no están y habitan el pasillo, lo suficientemente largo para que de sus paredes cuelguen fotos de los
ausentes, ahora no hay casi fotos y el viajero no tiene prisa en colgar más de las paredes del pasillo, como si ese pensamiento de deseo infantil alejara el espectro de la muerte y el dolor de la
ausencia...
El viajero se detiene en la foto, cierra los ojos y recuerda el ser ausente hasta que la memoria destila instantes, unas veces como si fuera una foto de imagen fija
pero poco a poco la imagen cobra vida y el viajero viaja, viaja en el espacio tiempo y puede sentir aquel instante concreto que lleva a otros...
En este punto del viaje por el pasillo con el blues del calor de la oscuridad, la muerte pierde su misticismo y el miedo a lo desconocido porque de alguna forma la
vida es sueño porque cuando se viaja por el recuerdo, soñamos...
Se sueña sin pesadillas porque nos recreamos en el instante del recuerdo, aunque en el recuerdo la vida sigue como siguió y surgen otros recuerdos. El viajero,
llegado a ese punto del viaje, sabe que es hora de coger de nuevo el tren e ir a otro apeadero. Ahora el viajero ya sueña mientras siente que la soledad comienza a desvanecerse y el viajero siente
como un avión cuando suelta su carga y se eleva al perder lastre que dificulta su vuelo...
Surge una lágrima, furtiva y dolorosa, necesaria pero no necesariamente balsámica, que también. El viajero llega al final de su viaje a la par que termina de barrer
el pasillo. Este tipo de viajes son agotadores, piensa el viajero, mientras contempla el verano que muestra el cristal de la ventana y echa una furtiva mirada a las fotos del pasillo y se siente
acompañado de alguna forma, aunque sea simple y humana sugestión...
El viajero abre la ventana, un acto simbólico para que la soledad que se aleja le aparte de su mirada y busque otro pasillo donde habitar por unos instantes, otra
alma que destile una lágrima mientras el viajero, terminado el viaje, sueña con deseo una copa con un buen brebaje de buena bebida destilada.
sábado, 25 de mayo de 2019
Viaje al juzgado
Casi le sobresalta al
viajero el despertador, aunque esperaba su llamada a interrumpir el sueño. El viajero tiene una pequeña, pero jodienda, alteración en el sueño que hace que cuando pone el despertador a horas
madrugadoras le resulta difícil conciliar el sueño. El viajero lo ha intentado todo a lo largo de los años: radio, música, leer, tele, incluso a intentado contar ovejitas, pero cuando llega el
momento de conciliar el sueño, se queda más despierto que si hubiera tomado un litro de café. Tiene el viajero el consuelo de que al final se duerme a altas horas, muchas en la esfera del reloj,
pocas para yacer con la almohada...
El viajero se prepara el café mientras otea la ciudad por la ventana, un día nuboso que parece que quiere llover y disimula que ansía el sol. El viaje de hoy es a
los juzgados por un motivo de trámites entre familiares, nada grave ni pendenciero, uno de esos asuntos que requieren dar vueltas buscando legajos, sacar fotocopias y gastar en trámites. Uno de esos
casos en que todas las partes están de acuerdo pero hace falta refrendarlo en el juzgado por la autoridad judicial competente. Pero el viajero piensa que por algún extraño arcano, los temas de
juzgado siempre le dan contratiempos, cierto que sin llegar a ser dolores de cabeza, pero incordian la rutina vital. Al viajero no le fascinan ni los hospitales y sus múltiples dependencias como
usuario, ni los despachos de abogados y menos la sucursal del banco. Pero el viajero está tranquilo porque no tiene orden de busca y captura, que él sepa, porque estas cosas sabes cómo entras pero
nunca cómo sales. La última experiencia de ese tipo del viajero es que entró sano a la consulta de su médico de cabecera y salió jodido, una bomba de relojería andante fueron las palabras del
galeno...
Al viajero le recogen en coche, una atleta del salto olímpico por la ventana; es un viaje rápido y llegan pronto por lo que el viajero se deleita viajando por el
juzgado. Hay togados y togadas, un escáner de seguridad y un amplio vestíbulo más grande que el apartamento del viajero, que piensa en cuántos casos habrá flotando en el pasillo, cuantas tragedias,
dramas o simplemente rencillas...
Van llegando familiares del viajero, que proviene de una familia bien avenida, de recuerdos de la infancia, de décadas sin verse ni hablarse, encontradizos en
velatorios, de esos familiares que por alguna razón saludan como desconocidos, como si fuéramos culpables los hijos...
Ha sido un viaje corto, breve, de trámite y tomando un café tras salir del juzgado, el viajero percibe que siente alivio, que no le gustan los juzgados, pero el sorbo
del café y la charla antes de la despedida ya hacen soñar al viajero en un plácido viaje a la siesta aunque aún no sea mediodía...
sábado, 20 de abril de 2019
Viaje a la compra
Despierta el viajero atento
a la luz que se filtra por la persiana, es el viajero de rutinas y gusta de ir este determinado día a la compra semanal...
Huele a café recién hecho y se toma en albornoz el viajero su negro desayuno, contento porque no llueve aunque esté algo fresco para la época. Se acompaña el
viajero de su fiel escudero, el carrito de la compra, y sale a la parada de bus municipal, esperando que no esté colapsado de pasajeros y pueda acomodar el carrito en el hueco entre asientos que deja
la rueda delantera. Han sido cálculos de acierto-error dar con la mejor combinación horaria para ir sentado y el carrito acomodado. Si el hueco está ocupado por alguna maleta o un bolso, es un
engorro de escudero entre piernas y pies, siendo la repanocha que suban dos carritos de bebé o el inválido de la silla motorizada que maniobra sin respeto a tibias y peronés que tengan la desgracia
de estar en el sitio reservado a carritos y carromatos. Pero el viajero atina desde hace varias compras y realiza el viaje sentado, observando la ciudad a través de la ventanilla. A veces, se cruza
con otro autobús y el viajero se encuentra de pronto observando y siendo observado por otro viajero...
El viajero ha dejado amarrado a su escudero cual montura de caballero y empuja el carro de la compra. Hay poca gente, la mayoría comprando el pan, bollería y algo de
fruta, compras rápidas del día o del momento. Hay dos típicos jubilados mirando la sección del bazar, calibrando taladros y brocas, mientras enfrente una cliente mira bragas. El viajero mira
plátanos, hermosos los caros y chuchurríos los baratos, así que prefiere mandarinas, salieron buenas la semana pasada y prueba suerte de nuevo. Pasa de largo por la sección de panes y bollería,
industrialmente apetecibles pero saludables para las lorzas que el viajero no debe permitirse...
El viajero afronta la fase más difícil de la compra, que no es otra que pillar los yogures favoritos del viajero. En teoría deben venir seis de sus dos sabores
preferidos e indispensables en su nevera, pero el muy ladino personal del establecimiento se ve que pone de los que nadie debe llevar. Pero el viajero sabe que en las cajas intermedias y de abajo, sí
están los que busca y entra a saco, tratando de no llamar la atención...
Gusta el viajero de observar los distintos productos, aunque tiene claro lo que quiere comprar, pasada la época de darse caprichos confitados, azucarados y
chocolateados, pero le gusta ver los estantes, ese salmón de oferta, esas gambitas cocidas de dudoso saludable aspecto y la carne embalsamada en las bandejas y tantas y tantas cosas
ricas...
El viajero duda si llevar papel higiénico, piensa que le llegue pero si lo lleva no le llega la capacidad del carrito, pero prefiere prevenir con exceso de rollos que
tener que recurrir a sustitutos de tacto áspero y proceso doloroso...
Está el viajero en la parada, con su fiel y repleto escudero, esperando poder coger el asiento del final donde puede ir sentado y con el carrito al lado y con fácil
salida al llegar a la parada. Asdoma el bus y el viajero...
Pero ése, ya es otro viaje.
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martes, 2 de abril de 2019
Viaje a la peluquería
El viajero mira la hora, esa hora
maldita de la tarde donde aún es temprano y no parece tarde. Pero gusta el viajero de llegar un poco antes para ojear la prensa y comerse un caramelo que tiene siempre para sus clientes el
peluquero...
Ha cambiado el tiempo y de cielo despejado en la víspera se ha pasado a cielo encapotado, vestido de tonos grises y bajada de las temperaturas, como si el invierno
librara una última escaramuza antes de rendirse a la primavera. Hay obras en el pavimento, poca gente de paseo, pocos parroquianos en la cafetería donde el viajero devora un churro recién hecho que
le han puesto con el cafelito. Está calentito y bañado en azúcar y siente el viajero en su paladar el sabor de antaño, de aromas a churros y fritanga con la música de las atracciones de fondo, donde
el viajero no es tan alto y le acompañan rostros que ya no están en este mundo. Se maravilla el viajero una vez más de cómo el sentido del gusto y del olfato atrapan los recuerdos, más nítidos que
ver una fotografía, dinámicos lo cual aumenta ese pequeño instante de desasosiego cuando el viajero vuelve a la realidad, rodeado de extraños en un extraño bar, piensa el viajero mientras apura el
cafelito y se quita la tristeza, al menos se la guarda porque siempre le acompaña...
Apura el peluquero la faena del cliente mientras el viajero se aposienta, se mete un caramelo en la boca y se dispone a mirar una de las múltiples revistas que hay a
disposición del cliente en la mesa, situada acogedora junto con un sofá de dos plazas, logrando un micro ambiente de agradable sala de espera. No le da tiempo al viajero a detenerse en un artículo
concreto de la revista cuando es llamado a sentarse para su corte de pelo. Lo de siempre pregunta el peluquero sabedor de la respuesta del viajero, que se mira al espejo tratando de notar deterioro
en el rostro, pero es el deterioro de siempre que nunca es el mismo, parece escupir al viajero el espejo a modo de reproche. ..
El peluquero es jornalero de su oficio, poco hablador si el cliente no habla, dicharachero si hay conversación, siempre atento y nunca impertinente, pero el viajero
no es de hablar, sabe poco de fútbol, sabe mucho de nada y a veces se olvida de lo que pasa, abstraído en sus pensamientos. Cuando se da cuenta, tiene el viajero su cabeza en remojo y antes de darse
cuenta ya está en manos del secador. El peluquero es atento con sus clientes y, tras dar un rápido cepillado, amablemente acerca la chaqueta para que el cliente meta las mangas, trato dieciochesco
piensa el viajero, que sale a la calle con su nuevo corte de pelo, que es el viejo corte de siempre, con algo más de frente...
jueves, 28 de marzo de 2019
Viaje de alborada a la parada
Suena la primera de las tres alarmas que pone el viajero cada vez que toca de levantarse aún de madrugada, ya antesala de temprana alborada y luminosidad primaveral, porque al
viajero siempre le asalta ese incordio de duda que es pensar que no oirá el despertador, que se dormirá porque estuvo en vela pensando en madrugar...
Lo que no confiesa el viajero es que le gusta madrugar a esa hora maldita en que se duerme con soñar, el silencio como murmullo
en las paredes y recordar viejos tiempos a esas horas. Pero el viajero se despierta cinco minutos antes de la primera alarma, lo cual es inquietante y fantástico a la vez. El viajero observa el techo
y como las rendijas de la persiana indican una leve y tenue diferencia de luz que indica al viajero que es mejor levantarse porque sin querer, asoma el sueño y se desvanece la consciencia, que no le
gusta al viajero que le interrumpa el sueño una alarma por muy despertadora que sea...
El viajero se toma el café mientras las volutas de humo del cigarrillo salen furtivas por el hueco de la ventana abierta. Entre
sorbo y sorbo, ya casi despierto del todo, el viajero contempla el crisol de paisajes que tiene la suerte de disfrutar junto con las gaviotas, paisaje nocturno que clarea de luces de farolas, de
persianas bajadas y tibios sonidos de aves...
Sale el viajero a la calle, hay un trecho hasta la parada del autobús y parada previa a tomar el cafelito de un garito que abre a
esas horas. Le gusta al viajero un café mediano, que se dice. Ya lo ha citado el viajero en otros viajes: buen café pese a la cutrez del local, olorcillo reconfortante y aromático a las papilas
gustativas a pinchos recién hechos en la parrilla. Ya hay parroquianos, tres o cuatro, siempre a esas horas; sabe el viajero que llegan antes de que abra el bar de otras ocasiones más madrugadoras.
Se ve que son jubilados pero el viajero siempre se pregunta de qué irá su historia porque intuye que tienen la rutina horaria y de ver la tele mientras ojean la prensa, sin hablar salvo algún
comentario, como si más que viejos parroquianos del garito fueran una bien avenida familia. Hoy entra alguien mientras el viajero saborea el café y la galletita cuando se percata de que es un viejo
conocido de la adolescencia del viajero. De aquella el tipo era un niño ya en la primera adolescencia, nunca le cayó ni bien ni mal pero el viajero se compadece de su aspecto, un hombre entrado en
lorzas, de andar casi mecánico y esa mirada que parece bovina pero es la típica de una persona con problemas de salud mental cuando está medicada...
El viajero se alivia al ver que se reconocen y le tiende la mano que el viajero le estrecha con sinceridad, aunque se ve que está
medicado, parece compensado aunque el lastre químico se delata en su lentitud y pausa en el trato. Quiere el viajero invitarle a un café, pero se arrepiente al ver que le pide al camarero un refresco
del tiempo, y un vaso lleno de cubitos que él irá usando...
El viajero decide seguir su camino, por como le saludaron cuando entró, sabe el viajero que el fantasma del pasado entrado en
lorzas y medicado es conocido y puede que hasta parroquiano también de esas horas de alborada, así que mejor dejar en sus manos al tipo, conocido de cuando era un niño y que han hablado más en los
últimos cinco minutos que cuando eran niños...
El viajero enfila los últimos metros hacia la parada, hay que cruzar un par de semáforos, mientras la actividad en el barrio pasa
de modo nocturno a modo alborada en forma de taxistas que llegan a la parada, furgonetas de reparto de pan a locales que apenas han encendido sus luces. La parada está vacía, el viajero mete las
manos en los bolsillos y sigue meditando sobre el tipo del bar, un conocido y un fantasma del pasado y opina el viajero como conclusión, mientras ve que el bus ya se acerca, que sigue viendo en esa
mirada abotargada al niño aquel pese a la capa química, el paso del tiempo y el deterioro evidente a todos los niveles, esos pensamientos mezcla de recuerdos y de rostros...
El viajero se dispone a entrar al bus haciendo valer su derecho a subir primero, hay dos usuarias en la parada con él, pero a esas
horas suele ir casi lleno y los asientos se cotizan a precio de oro. El viajero se sienta y emprende el autobús su marcha...
Peso ése, ya es otro viaje.
sábado, 23 de febrero de 2019
Viaje al cajero automático
El viajero saborea el café
matutino, también saborea la liturgia de preparar la cafetera, la clásica y no esas vanguardistas de cápsulas, servir la dosis mañanera y tomar a sorbos aún calientes mientras otea el tráfico de esas
horas donde algunos y algunas entran y hace ya unas cuantas que otros y otras han fichado. Una mañana que anuncia frío en las prendas de los viandantes abajo en las aceras. Pero es una liturgia y una
rutina reconfortantes, de que es un día más o un día menos, según se mire piensa el viajero, que planea la salida programada desde que hace un par de días se quedó sólo con calderilla y aunque tira
de tarjeta para compras, no le gusta al viajero andar sin cuartos por si hay un imprevisto, siempre esperando que sea asequible y no pase de la veintena de euros...
Aparta el viajero las tribulaciones sobre su poder adquisitivo mientras echa una mirada de reojo al boleto de apuestas en quien tiene el viajero depositadas
grandes expectativas, no carentes de esperanza, de tener un golpe de fortuna aunque sólo sea por saber qué se siente siendo millonetis. De momento el viajero sabe lo que es tener sólo
calderilla y se acicala para salir al exterior, un agradable paseo hasta la sucursal de su banco, además de mañana hay transeuntes que mitigan el temor a que atraquen a uno, que puede ocurrir a
cualquier hora, pero siempre es más seguro de día que de noche andar sacando dinero. Le viene a la mente del viajero la estampa del pedigüeño al lado del cajero y trata de no caer en la paranoia de
que es un observador a la caza de pardillos en el cajero...
Mientras camina, el viajero medita sobre los cajeros y la popularidad de las tarjetas y viaja al recuerdo de antaño cuando una tarjeta de cajero era símbolo de
estatus y el niño que era entonces miraba fascinado lo que llamaban dinero de plástico. Recuerda el viajero que decían que en el futuro sería el sustituto de los billetes de papel, pero
dijeron tantas cosas que hacían soñar al viajero siendo niño como colonizar la luna o que habría robots; pero el futuro ya es presente y pasado y la gente maneja el dinero de siempre y cuando se
agota tira de la tarjeta, por alguna razón el sueño se ha vuelto pesadilla y la mayoría se endeuda con uno y con otro...
Llega el viajero al cajero y hay una usuaria gestionando en el mismo y el viajero se siente una vez más incómodo como siempre que le toca hacer cola, no por él sino
por la usuaria que puede pensar mal y se ríe el viajero para sus adentros cuando una vez entró con sus gafas en un banco y la cajera pensó que iba a atracarla, luego se echaron ambos unas risas y el
viajero quiso volver a verla pero la cambiaron de sucursal y nunca más supo de ella, historias de cajeros, piensa el viajero como título para un guión de serie por canal de pago que le haga
millonario, pero el cajero escupe el extracto y el viajero regresa a la cruda realidad de ver su exiguo presupuesto para seguir viviendo con lo puesto cual hidalgo de antaño con mecenas
tacaño...
viernes, 4 de enero de 2019
Viaje al centro comercial
El viajero otea el cielo
desde la ventana mientras apura el café mañanero, ese primer café que sabe a gloria y que se ha convertido ya en rutina, siente el viajero cierta paz metafísica mientras otea qué tiempo hace y
observa el tráfico, la gente deambulando y esa reconfortante sensación al ver por la ventana el trajín diario de que es un día más y estamos para contarlo. Pero el viajero aparta los pensamientos y
ve que, si bien hace una mañana soleada, las personas humanas deambulan abrigadas hasta las orejas, detiene la vista en una pandilla de adolescentes que también van protegidos contra el frío, señal
inequívoca ésta de adolescentes abrigados de que hace un frío de cojones...
El viajero sale a la calle y nota el frio con sensación térmica de baja temperatura, pero brilla el sol y eso siempre anima, sobre todo porque las líneas de
autobús que suele utilizar el viajero no paran cerca del centro comercial y barrunta el viajero que vale más ir andando que malgastar un viaje que le dejará de todas formas un trecho que caminar, no
es que no haya líneas de autobús que paren cerca del centro comercial, es que el viajero las desconoce...
Una vez más las cicatrices de la crisis económica asoman en la piel de asfalto de la ciudad, locales en alquiler y poca gente con ánimo consumista que hacen al
viajero recordar otras mismas fechas en otros años ya cumplidos pero el viajero no sabe si ha caído en la trampa de lamentar el paso del tiempo, ejercicio inútil y doloroso piensa el viajero, que
asume que los hábitos de compra han cambiado y que la crisis por algo se llama así. Pero el viajero gusta de estas fechas, tal vez precisamente porque tiene buenos y gratos recuerdos de otros años
por estas fechas...
Camina el viajero entre la masa peatonal, poca masa para hacer una barra de pan piensa el viajero, que trata de mirar escaparates aunque no hay nada que llame su
atención o le desvíe de su objetivo de ir al centro comercial para gastarse los cuartos en una tienda tradicional, pero la ley de la cartera manda y el viajero sopesa el hecho de que los precios del
centro comercial son más competitivos en la carrera de vaciar la cartera, poco abultada y casi nada de contenido monetario, pero las piernas responden, el cuerpo mantiene el equilibrio y el viajero
sigue soñando de vez en cuando, todo ello pesa más en la balanza que el ansia consumista incapaz de satisfacer el poder adquisitivo que se precisa para unas compras dignas de estas fechas mas el
viajero vuelve a la realidad cuando ve a un tipo pidiendo una limosna, aunque maneja el móvil y piensa el viajero que el sistema ha logrado que todos estemos localizados, sin utilidad aún pero que
seguramente en relativamente poco tiempo sea una realidad porque ya todos disponen de terminal y sólo falla la capacidad de procesamiento. Así que el viajero hace invisible al tipo que pide limosna y
sigue caminando, contento y satisfecho de tener salud y no tener que pedir limosna...
Llega el viajero al centro comercial, a su entrada, y echa un último vistazo a la calle, saboreando tener dinero en la cartera porque sabe casi con certeza que,
cuando salga de comprar, la cartera vacía salvo algo de calderilla, tendrá.
jueves, 27 de diciembre de 2018
Viaje de regreso tras la cena de Nochebuena
El viajero enciende un
cigarro y mira al cielo nocturno, despejado y a temperatura impropia de un mes de diciembre que encara su recta final. Atrás queda la cena en familia, casi con más ausentes que presentes, y una
visita de última hora con una botella de coñac con cierto aire al Fernando Esteso en su mítico anuncio de Coñac La Parra, chiste televisivo de anteriores
navidades cuyo recuerdo cabalga a lomos del dolor de los ausentes y que logra aliviar las nuevas presencias. Pero al dejar atrás el calor familiar y emprender el solitario camino de regreso, los
ausentes se hacen presentes, hilvanadas imágenes sin orden cronológico, volver a la vorágine donde la abuela se afanaba durante horas y cuya mayor felicidad era ver a todos y todas cenando a la
mesa...
El viajero aparta el recuerdo cuando el umbral del dolor se hace intenso y observa la ciudad, latente en la oscuridad con
alumbrado público como testigo que ilumina a otros viajeros que vuelven de sus cenas de Nochebuena, algunos y algunas con bolsas, con niños y niñas alrededor que caminan en un jolgorio de infancia en
una noche especial. El viajero sintoniza NEBULOSO y se queda quieto ante el semáforo que da luz verde a coches inexistentes como si el asfalto fuera de los peatones, de gente joven vestida de bautizo
que encara la madrugada con aire de fiesta y de pasarlo bien...
El viajero viaja entre el paso de sus piernas y la marcha de los recuerdos que se amontonan como si tuvieran prisa en tener su
momento de efímera existencia en el pensamiento, en la memoria y el viajero se pregunta si todo aquello es tiempo pasado para al final barruntar que simplemente eran otros
tiempos...
Le gusta al viajero la ciudad en noche de Nochebuena y encara la avenida con ánimo porque si bucea en su interior descubre que le
gusta la navidad, le gusta la liturgia de poner los adornos, de ver a la gente animada o al menos aparentar que les anima. Pero el viajero cree que la pena de la ausencia no es inherente a las
navidades, no menos que otras fechas en el recuerdo. El viajero tiene buenos recuerdos de sus navidades, pero cada navidad es distinta siendo igual todos los años, así que aprieta el paso porque ya
siente el cansancio de una caminata que sirve además para bajar la barriga y generar digestión tras un sabroso pescado en salsa mariscada, que el viajero teme se pegue a sus paredes intestinales con
el consiguiente colapso en la salida...
Noche de Nochebuena donde la ciudad, de regreso, es un teatro de la oscuridad, piensa el viajero mientras echa un último vistazo y
apura el cigarrillo...
jueves, 29 de noviembre de 2018
Viaje al peluquero
El viajero tiene viajes ineludibles
al cabo del mes e ir al peluquero es uno de ellos, siempre más gratificante para el viajero que viajar al médico u visitar al banquero, al primero porque se entra sano y se sale enfermo y al segundo
porque, una vez que te estrechan la mano, hay que contarse los dedos, que cantaba el poeta...
Le gusta al viajero ir al peluquero, es inevitable si no quiere andar con greñas, pero siempre por el camino recuerda el viajero cuando era niño y le acompañaba su
abuelo. Era un peluquero viejo, el viajero recuerda nítidamente aquel peluquero y su peluquería, mayor de mandilón blanco, poco más alto que su sillón de peluquero, canoso y de bigote y que no paraba
quieto. El niño que era el viajero le miraba con esa mirada de susto cuando un niño ve el mundo de los adultos, el olor flotando en el ambiente...
Camina el viajero al peluquero en una mañana fría, de cielo gris con cleros azules que alumbran la esperanza de que se imponga el sol pero que se oculta en cambio
tras asomar fugazmente. Su peluquero es profesional de la vieja escuela: dos sillones, una pequeña estancia que sirve de salita de espera con una mesa bien surtida de caramelos y revistas con la
prensa diaria...
Pero sigue la mente del viajero recordando aquel viejo peluquero al que le llevaba su abuelo. Pese al tiempo transcurrido, siempre vuelve a aquella mañana en que fue
con su abuelo. El viajero recuerda mientras sigue caminando que había dos clientes, tres con él, esperando a que finalizase al que estaba delante. Recuerda perfectamente el olor a colonia y que había
cháchara entre los clientes en espera y el peluquero que hablaba a la vez que hacía su faena...
El peluquero actual del viajero sabe de su oficio, habla pero si el cliente no es de hablar, respeta el silencio mientras hace su trabajo con afán y si tercia
conversación, nunca entra en polémica, claro que el viajero es parco en conversación porque su mente suele estar en otra parte, en realidad el viajero encuentra tedioso el proceso de corte de pelo y
se abstrae con el resultado de que reina el silencio por lo general cuando se corta el pelo...
Otra vez, como cada vez que el viajero viaja al peluquero vuelve aquella mañana con su abuelo, conversación animada pero sucede entonces lo que al viajero le parece
su primer trauma de la infancia. Miraba el niño que era el viajero como cortaba el pelo aquel viejo peluquero, puede vivir de nuevo como mira con fascinación y temor al viejo peluquero afilar la
navaja de rasurar, como, sin parar de hablar, inclina la cabeza del cliente para rasurar la patilla y, como si lo estuviera viviendo de nuevo, el chorro de sangre salir, la cara de susto del cliente,
la cara de pasmo mientras ruega disculpas...
El viajero cree recordar que volvió a casa y pidió a su madre no volver a ese viejo peluquero con su abuelo. Pero es sólo una invención porque no recuerda el viajero
si volvió y más bien presupone que dejó de ir porque se murió, aunque el recuerdo del recorte con sangre sigue vivo...
Llega el viajero a su peluquero y antes de entrar se despide del recuerdo de su infancia, de su difunto abuelo, de la sangre que era más oscura de lo que aquel niño
creía porque nunca había visto sangre de verdad. Le saluda el peluquero que apura su trabajo final con el cliente en el sillón y el viajero, de esa forma casi furtiva inevitable mezcla de pudor y
falsa vergüenza, coge un caramelo, se sienta y espera su turno.
viernes, 16 de noviembre de 2018
Viaje a recogida en el colegio
El viajero no tenía previsto
viaje a ninguna parte salvo donde siempre, pero recibe el aviso de que recoja a su sobrino en el colegio. Los viajes a recogida en el colegio son del agrado del viajero ya que le permite combinar el
viaje en el coche de san Fernando y en el bus municipal, es un trayecto con la distancia idónea para no gastar suela de zapato en demasía pero sí para desentumecer las piernas y quemar algo de lorza,
de ver escaparates, de observar el pulso de la ciudad en esa hora maldita en que unos se preparan para salir de trabajar y otros para entrar al trabajo...
El viajero se toma un cafelito en el abrevadero del barrio, regalan un churro con el cafelito y el viajero considera que el aporte energético vendrá bien y siempre
viene bien ver a la camarera, agradable a la vista y agradable en el trato al cliente. Aún saborea el churrito cuando se mete de lleno en el trayecto como peatón urbano donde ve las mismas cicatrices
de la crisis que ha visto en otros viajes por la ciudad...
Ya hay adultos esperando la salida de los colegiales a las puertas del colegio aunque faltan diez minutos que aprovecha el viajero para echar un cigarro, hace sol
aunque está fresco y el viajero se detiene a mirar como avanza la obra del edificio de viviendas que se está levantando enfrente del centro escolar y el viajero se sorprende de lo rápido que avanza
ya que han llegado a la última planta. No es el viajero un turista de trabajos urbanos, de parar a ver cómo cavan una zanja o levantan un andamio, para el viajero la construcción de un edificio es
una metáfora del paso del tiempo...
El viajero camina a la parada del autobús aunque antes su sobrino le hace parar porque hay un limosnero sentado en la acera implorando caridad. Su sobrino está
educado en el amor al prójimo y en la noble virtud de la caridad aunque aún no le han enseñado a que no sea con dinero ajeno, más concretamente de la cartera del viajero que sufre en los diez
céntimos de euro que acaba de donar su sobrino y que le desequilibra el presupuesto de gastos viajeros. Al poco de dar la limosna, el viajero debe parar de nuevo porque la criatura quiere chuches
aunque tiene el detalle de preguntar al viajero si tiene dinero para tal gasto. El viajero, confiado, saca la calderilla del bolsillo y se dispone a contar cuánto hay a la vez que pregunta al
niño:
-¿Cuánto quieres?- pero antes de acabar la frase, la mano del niño en
hábil movimiento de prestidigitador, ya arrebató la calderilla de la palma de la mano y se ha metido raudo en el kiosko dejando al viajero mirando su palma de la mano vacía.
El sobrino del viajero carga una mochila a la espalda y cuando entra en el
autobús lleno de viajeros aunque sin llegar a estar atestado, siembra el caos a base de zurriagazos con la mochila a quienes tienen la desgracia en ese momento de ocupar los asientos a la vera del
pasillo, pero la infancia es la infancia y el pasaje no protesta y hasta le deja llegar a su sitio preferido que es en la parte de atrás...
El viajero y su sobrino caminan el trecho hasta el hogar de la criatura, agradable paseo con buen tiempo y trayecto de mil
demonios cuando hace mal tiempo, además la cháchara con el niño hace que el viajero disfrute, recordando cuando él era el escolar y siempre logra sorprender al viajero con su ingenio, su humor y su
inteligencia aunque le haya despojado de toda la calderilla y le guste dar limosna con dinero ajeno y el viajero piensa con sorna que muestra indicios de ser candidato a la carrera
política...
Pero al llegar a casa el niño hace una carrera para llegar a su habitación y el viajero ha terminado su función de recogida en el
colegio, para su sobrino ya es historia el viaje y el viajero además del viajar tiene material para escribir y antes de emprender el regreso, el viajero escribe una nota indicando que hubo unos
gastos no programados que espera le sean abonados por los progenitores y el viajero esboza una sonrisa pensando en la escena cuando le pregunten por 23€ en gastos de chuches y limosnas y el niño
alegue que sólo se gastó 1€ ente uno y otro, bendita inocencia piensa el viajero de regreso mientras busca un cajero...
martes, 23 de octubre de 2018
Viaje en el sofá
El viajero llega a casa tras
ser compaña en visita al especialista a un sitio que al viajero le ha llevado al recuerdo, comenzando uno de esos viajes que surgen de improviso, sin avisar ni síntomas de su inmediata
presencia...
El viajero estaba en la sala de espera y de repente el moderno edificio y la moderna planta de consultas al especialista, tras fijarse sin querer, en uno de esos
inevitables momentos que surgen en toda sala de espera donde no piensas nada y piensas en todo, así sin querer los modernos tabiques desaparecieron, las modernas sillas desaparecen y el viajero tiene
una perspectiva visual de alguien que ve como un niño, una sala enorme con innumerables sillas y el viajero pregunta a su compaña el nombre del médico de cabecera que le trataba de niño. Cuando
recibe la respuesta, el niño se ha hecho hombre y la perspectiva visual vuelve a la normalidad, a la moderna sala de espera de modernas sillas, pero el viajero ya no logra apartar esa triste levedad
del ser aunque el viajero ya aprendió a ignorar la tristeza y recrearse en los matices que fugazmente vuelven a la memoria, el peso del tiempo y el paso del polvo que se ha posado sobre la
imagen...
Llegado a casa, desembarazado del traje urbanita, cómodo en zapatillas y un café en la mano, el viajero se sienta en el sofá y prosigue el viaje iniciado en la sala
de espera, ha bajado la persiana y sintonizado NEBULOSO*...
Trata de recordar al médico, lo intenta con tesón y sin embargo recuerda que tenía el pelo canoso, que sus pacientes le llevaban siempre un presente a la consulta,
pero no recuerda su voz ni sus rasgos con definición, ocultos bajo un tenue velo. El viajero sabe que el tren del recuerdo desaparece igual que aparece pero no le entra ansiedad de retenerlo por más
tiempo, hay que dejar que se vaya para que vuelva de nuevo y de inesperada manera, pero mientras medita el recuerdo ya se ha ido, todo vuelve a sus parámetros y la realidad vuelve a filtrarse por la
cortina y la ventana con la persiana medio bajada, lo suficiente para que ilumine y permita fugaces sombras que se mueven sin ser vistas, que afloran de las sepulturas, que saludan y se van dejando
al viajero en su sofá con la taza de café en la mano...
El viajero ha regresado y el recuerdo ya sólo es otro recuerdo...
jueves, 11 de octubre de 2018
Viaje de regreso...
Regresa el viajero y regresa
contento porque los viajes de regreso suelen ser motivo de contento. No importa el origen en un viaje de regreso, piensa el viajero, y eso en cierta forma, sin saber explicar el porqué, le pone
contento...
El viaje de regreso reconforta porque el viajero está cansado, no un día difícil o un día complicado, un día de trajín de aquí para allá, de saber a qué hora se
empieza la jornada pero no se sabe a qué hora se sale. Mira el viajero la ciudad por la ventanilla del autobús municipal, es víspera de festivo y se nota en el ambiente de la ciudad, salvo por las
chimeneas de la fábrica que nunca paran de escupir a la atmósfera...
Le gusta al viajero que sea víspera de festivo y de que éste caiga en viernes, el mejor día de la semana y la mejor noche del fin de semana. Mañana queda lejos y a la
vez, se le ve demasiado cerca, como siempre pasa con un festivo entre semana, menos mal que están el sábado y el domingo de por medio y no existe esa macabra sensación de un festivo lunes, o
miércoles...
El viajero no está triste ni está contento, está de regreso y sueña con una cena agradable, con esa serenidad que da siempre el regreso tras una jornada de ajetreo en
jueves, ese día bastardo de la semana y que es hoy víspera de festivo...
El viajero echa un último vistazo, mira al cielo, mira el asfalto y se empapa de ruidos urbanitas antes de meter la llave en la cerradura, antes de acabar el viaje de
regreso de ninguna parte...
martes, 2 de octubre de 2018
Viaje para extracción de sangre
El viajero se despierta
aliviado porque puede tomarse el cafelito del desayuno. No entiende muy bien que tenga tanta ansiedad cuando sabe que no tiene que ayunar pese a que dentro de dos horas le sacarán sangre para una
analítica, pero mientras se prepara el cafelito ya levantado y medio desperezado, se le escapa una sonrisa que alivia la siempre preocupante preocupación que supone andar de médicos...
Hace un sol de agosto pese a que ya es otoño, esa palabra que da igual qué mes o día sea del año, pensar en otoño es siempre un regreso a otros lugares y rostros,
un suspiro de añoranza por el verano que se ha ido y tratar de vislumbrar el que vendrá. El viajero aparta los pensamientos y se concentra en el escaparate que siempre mira cuando hace la ruta en el
coche de San Fernando...
Llega el viajero con tiempo al centro de salud y fuma un cigarro, contempla el barrio que aún trata de despertar, un parque aún vacío de niños jugueteando, mascotas
olisqueando y seres humanos hablando en los bancos, sentados y parlanchines, alguien comiendo un bocadillo y la luz del sol. Es temprano pero hace sol aunque aún son mayoría las sombras entre
fachadas de edificios, sombras de fachadas donde habitan las sombras dormidas con la persiana bajada...
Aunque la sala de espera está atestada de usuarios y acompañantes, el viajero sabe que la cosa va rápida y que llaman a intervalos regulares, de levantarse raudo con
el papel en la mano y ya casi arremangado...
Le toca la extracción con una joven y guapa chica a la que la bata blanca sienta como un guante de seda y el viajero fantasea con hacer el numerito del mareo para ser
recogido en sus brazos, aunque se lo piensa mejor cuando ve la fornida enfermera de al lado y seguro que le toca ser recogido por ella, entonces la fantasía del viajero se hace pedazos cuando siente
el pinchazo, mira la sangre llenar el tubo y se sorprende una vez más, como cada vez que ve sangre, de lo oscura que es...
Sale el viajero a la calle y mientras emprende el viaje de regreso, piensa que dentro de una semana posiblemente entre a la consulta sano como una manzana y salga de
la consulta jodido y nada contento, pero faltan siete días y el viajero se pone las gafas y piensa que está hermosa la ciudad esta mañana de otoño con sol de agosto...
miércoles, 22 de agosto de 2018
Viaje en domingo por autovía
El viajero se ha levantado animado porque la persiana filtra rayos de sol, al menos la iluminación exterior
suficiente para intuir que hace una mañana soleada cuando abre los ojos tras una noche de plácido sueño aunque no recuerde más que retazos del mismo. Por otra parte el viajero ha sido invitado a
comer y ello conlleva un viaje en autobús, en poder mirar por la ventanilla el paso fugaz del paisaje y esa extraña sensación de que pasa el paisaje fugazmente al igual que los pensamientos que se
vuelven recuerdos...
El viajero se ha duchado y prepara su café mientras termina de confirmar por la ventana, ya sin persiana, que sí
luce el sol, temperatura agradable y una buena comida en grata compañía en lontananza. Cuando sale a la calle se deleita en esa quietud de domingo donde el asfalto no ruge por tubos de escape como en
días por semana, laborables, cuando el sonido urbano alcanza molestas cotas de decibelios; tampoco hay muchos peatones, alguno con la prensa debajo del brazo, parroquianos del cafelito en el bar y
hasta los semáforos parecen tomarse con calma su cambio de colores como si fueran conscientes de que no hay tráfico con prisas y peatones cruzando apresurados, todo es calma casi onírica para el
viajero que nunca deja de viajar en sueños, en pensamientos, en recuerdos...
El viajero ya está aposentado en su asiento, se amarra el cinturón de seguridad porque el viajero sabe que subirse a un vehículo, sea cuál sea, es meterse dentro
de un tubo de acero y encomendarse a Dios y al Diablo para ser estadística de fiabilidad del transporte y no una estadística negativa en forma de recuento de fallecidos, pero el riesgo siempre lo hay
aunque sea un pequeño porcentaje y le puede tocar a cualquiera en cualquier viaje por cualquier medio de transporte. No puede evitar el viajero reírse para sí mismo pensando que la vida es igual
porque la muerte siempre se presenta en cualquier momento y ello tranquiliza al viajero porque igual riesgo tiene el avión, el tren y hasta la alpargata que no puede evitar que su usuario resbale y
se rompa el tobillo por no hablar de trastabillar y pegar con el cráneo sobre el asfalto...
El autobús entra en la autovía, reciente de construcción pero que parece que llevara toda la vida ahí, pero el viajero conoció la vieja carretera nacional y sabe que
la autovía llegó muy tarde, recordando que lo que ahora es un trayecto de poco más de dos cuartos de hora era a veces un suplicio de casi tres horas, camiones y autobuses que ralentizaban una sinuosa
carretera donde, según los mayores, habían soltado un burro para hacer su trazado. Tiempos pasados que no son tales hasta que el viajero nota que esos tiempos pasados ya son parte de sus propios
tiempos y de su propio pasado, una triste levedad del ser que el viajero aparta observando el autobús, el hueco donde una vez hubo un televisor, aspecto por los asientos y ciertas comodidades que
hacen suponer al viajero que en otro tiempo debió de ser un autobús de trayecto largo y recuerda el viajero otros autobuses en otros viajes, largos también...
Detiene el viajero la vista en el conductor, el viajero está sentado en la tercera fila, ventanilla derecha, y tiene una vista privilegiada. Medita el viajero sobre
el trabajo de chófer de autobús, del chófer de camión que se pasan su jornada laboral sentados y con los cinco sentidos atentos, humildes trabajadores en cuyas manos se deposita la vida de sus
pasajeros, el gran olvidado de un viaje alegre, sentado por debajo del nivel de la fila de asientos, lo suficiente para marcar una distancia, acompañado en su jornada laboral de la fiel amiga que es
la radio cuando es compañera de tajo. No envidia el viajero la profesión de chófer...
El autobús sale de la autovía y el cartel de una nueva ciudad pasa fugazmente por la ventanilla como versos de un poema, los viajeros comienzan a removerse en sus
asientos, aquel coge algo del compartimento superior, otra apaga su móvil casi con dolor y el viajero que suspira porque ha sido un viaje rápido y en el fondo le gusta aquella vieja carretera con sus
recuerdos y se plantea que la próxima vez elegirá la ruta vieja, esa que para cada pocos kilómetros y el viajero sonríe ante la perspectiva de una buena comida en buena compañía, un día soleado de
maravilla y que le sigue gustando viajar...
martes, 7 de agosto de 2018
Viaje a la sucursal bancaria
Se levanta el viajero temprano pero
después de maitines, esa hora tonta en que se mira el despertador y se duda, se busca una excusa para seguir en brazos de Morfeo. Pero es uno de los días buenos del mes, es día de pago aunque a veces
el viajero recibe largas en el cobro, pero ya es una liturgia acudir a la sucursal bancaria para comprobar el ingreso. Hace calor en la ciudad pero sin llegar a la ola que azota otras tierras que son
la misma, el cielo tiene intenciones de teñirse de gris y hay una ligera brisa que refresca animando el ánimo del viajero para realizar el trayecto, ni largo ni corto pero tampoco
sinuoso...
Se nota que es verano, se nota que es agosto porque el volumen de tráfico es casi nada comparado con fechas
normales cuando las vacaciones son un proyecto y los proyectos parecen posibles para luego llegar el fin del verano y de las vacaciones, claro que el viajero conoce pocos afortunados de disfrutar de
agosto y se consuela en su caso pensando que el mejor mes es septiembre y también era septiembre la única quincena libre del cuadrante...
La cicatriz de la crisis económica recorre la ciudad y sus barrios, locales mugrientos por fuera y lo que se ve
de dentro, negocios nuevos, negocios viejos y piensa el viajero mientras sus pies devoran asfalto y su mente traga recuerdos que las calles recuerdan aunque la ciudad muta y todo es lo mismo sin ser
nada igual, como ese viejo local, ahora dispuesto para ser alquilado y donde antes había un negocio...
Entre pensamiento y pensamiento el viajero encara la recta final camino de la sucursal y se ríe para sus
adentros recordando aquella vieja letra de una vieja canción de un tiempo más viejo a cada día que pasa y que decía que si das la mano al banquero cuéntate los dedos. El viajero hace cuentas y se da
cuenta de que nunca ha visto su soldada en la mano, todo son extractos, consultas por Internet y sabe que se la ingresan pero a la misma velocidad, si no más, se la cobran sin tiempo a sacarla en
efectivo. Que efímero es el dinero y que efímera puede ser la vida divaga el viajero mientras mira una guiri de buenas piernas, apura el cigarro y se dispone a entrar al banco y sale un suspiro de
sus labios porque entra con dinero y sabe con certeza que saldrá debiendo...
jueves, 19 de julio de 2018
Viaje de regreso a casa
El viajero encara uno de
esos viajes que, no por ser el trayecto conocido y el destino un destino diario, no deja de ser un viaje de sensaciones. El viajero debe esperar unos minutos por el autobús urbano que le lleve de
vuelta al hogar y mientras aspira el humo del cigarrillo, echa una última mirada, que sabe a ciencia cierta que no es tal, al hospital donde tuvo vigilia las últimas semanas...
Hace una tarde espesa de verano con tiempo de comienzos de primavera, ese tiempo raro según la plebe y de cambio
climático según los expertos y que la ciudad sufre en forma de olas y espuma de mierda del sistema de alcantarillado escupida al mar y que rebota en los cuerpos de los bañistas lo que lleva al
viajero a preguntarse si será cosa del cambio climático o falta de infraestructura adecuada que cuando llueve fuerte resulta insuficiente para asumir la mierda de la ciudad...
Mira el viajero el edificio del hospital que esconde a la mirada de los transeuntes la falta de presupuesto para
contratar más personal, personal profesional que soporta incomodidades laborales y lo suple trabajando más y mejor pese a pacientes insoportables, caprichosos y soberbios en el trato, el viajero lo
sabe porque en los momentos de relax en la noche, todo se oye y escuchaba al paciente insolente con el personal, otros dormían con respiración fatigosa y el viajero recuerda a un familiar muerto de
cáncer de pulmón...
Pero el viajero aparta la melancolía de lu ausencia que llamamos Eternidad, que decía el poeta, y se alegra
el viajero de que esta vez le ha tocado alegría, esa alegría con alivio que supone siempre un alta médica y abandonar el ingreso hospitalario. Pero sabe el viajero que el hospital, los hospitales,
esconden historias que se repiten una y otra vez, historias de llanto y dolor ante una muerte que para todos resulta inevitable, ilusión y esperanza cuando alumbra una nueva vida que esperamos tenga
un mundo mejor cuando les toque visitarnos en el hospital, historias de dolor, de tratamientos invasivos, de prolongadas convalecencias, de paciencia en urgencias, de ilusión al comprar un cupón de
lotería al salir...
Vuelve el viajero a la realidad de la marquesina de la parada porque su autobús ha llegado y toca despedirse
hasta otra del hospital y cuando saca el billete siente un halo de alivio por regresar a casa y que todo siga igual...
jueves, 21 de junio de 2018
VIAJE AL AEROPUERTO
El viajero está en el andén esperando que el autobús abra la puerta, debe de faltar poco porque están abriendo las puertas del maletero, y como siempre que se encuentra en un
andén es como si nunca hubiera salido del mismo, los intervalos de tiempo desde la última vez que estuvo esperando en el andén se difuminan y le embarga al viajero el alma de transeúnte explorador de
estaciones de paso, de paradas para ir al baño, fumar un cigarro, comer algo si se tercia y regresar al asiento para proseguir el viaje...
El viajero se acomoda en el asiento al lado de la puerta trasera, más espacio para los pies, más
espacio que se ve por la ventanilla oteando el paisaje fugaz, de autopista un tramo hasta entrar en una ciudad donde son visibles cicatrices de otros tiempos, centros de diseño vanguardista de blanca
cúpula que va perdiendo claridad para dejar ver suciedad. El viajero lo imaginaba más grande pero se deja asombrar por el diseño mientras el autobús enfila en dirección a la estación de autobuses,
parada rápida, lo justo para cargar maletas y viajeros para el aeropuerto...
El viaje se vuelve lento, el autobús no vuelve a la autovía y tira por la carretera vieja lo cual
anima al viajero que disfruta mirando por la ventanilla, reconociendo parajes de cuando el viajero viajaba de noche y era sensación de libertad. El viajero mira la hora y de momento se cumplen los
tiempos marcados de cuarenta y cinco minutos de viaje...
El viajero ya está en el aeropuerto, pequeño y coqueto, con personas que llegan y salen. El
viajero tiene tiempo de tomar un café y se sobresalta ante los precios de la cafetería, lo que uno se ahorra en el billete se lo gasta en comer si sucumbe a la tentación de comer. La pantalla anuncia
el vuelo que espera y echa una última mirada al interior del aeropuerto y el viajero cree que...
Pero ese, ya es otro viaje.
jueves, 19 de abril de 2018
Viaje urbano en primavera con sol de verano
El viajero mira el calendario para asegurarse de que está el mes de abril vigente porque por su ventana hace una mañana de julio u agosto, brilla el sol esplendoroso sobre el
asfalto mientras el viajero apura el café matutino, ese primero que sabe a gloria y que se pasa añorando en cada cafelito posterior. El viajero debe salir a la calle por una compra olvidada del día
anterior siendo a priori un apacible viaje por las calles de la ciudad y decide el viajero usar el coche de san Fernando mejor que el autobús municipal.
Va el viajero ligero de equipaje y de ropaje, camiseta de manga corta, un polar que corte el
viento si lo hubiera y gafas de sol. No falta música ya que el viajero sintoniza NEBULOSO al salir a la
calle para escucharlo con auriculares. Camina el viajero con decisión, paso constante, ni rápido ni despacio sino todo lo contrario aunque en ocasiones deba acelerar para adelantar peatones de paso
cansino ocupando la acera, deteniéndose ante un escaparate donde el viajero aparenta poder adquisitivo mas sólo contempla productos sin afán de adquirirlos, consuelo de consumista en horas bajas y
finanzas ya subterráneas, pero soñar es gratis, piensa el viajero mientras sonríe para sus adentros pensando en el tendero que creía ver una venta potencial y vuelve al vacío de su tienda y soledad
tras el mostrador a la espera de un cliente que en esta ocasión, como siempre, no será el viajero...
Suena Richard Clayderman al piano y el viajero siente una sensación onírica, como siempre que se sumerge en el paisaje urbano de
peatones, transeuntes, coches, camiones y autobuses que hacen ruido hasta que se acostumbra el oído anulando la música de los auriculares. No se acostumbra el viajero a ver las cicatrices de la
crisis económica en forma de locales antaño rebosantes de negocios ahora cerrados y con locales en alquiler. Algunos se alquilan y cambian de negocio, otros son más tétricos y macabros mostrando
antaño escaparates impolutos llenos ahora de polvo y mierda acumulada sintiendo el viajero un ligero desasosiego que le hace meditar mientras se pone verde el semáforo en si esos locales no son una
metáfora de la vida y de la muerte al acordarse de aquellos tiempos y quienes ya no están en este mundo...
El viajero empieza a notar el calor en el cogote de esta mañana de abril con sol de agosto y comienzan a cocer los pies tras patearse
bajo un sol de mil demonios el asfalto, sensación abrumadora cuando descubre que la superficie comercial está en obras y debe caminar a otro barrio, demasiado cerca para coger el autobús y demasiado
lejos para ir andando, pero el viajero considera estúpido gastar un viaje en un trayecto tan corto así que se arma de valor, enciende un cigarro y emprende camino al otro barrio...
El viajero llega por fin y está hasta los huevos del sol, del calor y de patear como un condenado media ciudad donde el viaje de
regreso se proyecta en su mente como un suplicio de peatón bajo un sol achicharrante.
Suena Lie to me de Jonny Lang que trae al recuerdo del viajero un rostro de mujer mientras
espera el bus de regreso y se dibuja una sonrisa en su rostro pensando que es un día de abril mentiroso con calor de un día de agosto cuando debería estar nublado y casi lluvioso, pero llega el
autobús y el viajero sube buscando asiento, que ya estuvo bien de caminar, a ver si va a reventar...
viernes, 23 de marzo de 2018
VIAJE A LA COMPRA
El viajero se despierta sin prisa pero tampoco con pausa logrando alargar el confortable fin de sueño unos minutos más. Se levanta y otea en la ventana qué tiempo hace ya que
el mapa del tiempo que vio en el noticiero nocturno pone como siempre algo de sol, nube y lluvia, así siempre aciertan supone el viajero que se prepara un café y sonríe de poder hacerlo un día
más...
El viajero tiene la liturgia semanal de ir a la compra lo cual supone una excusa para estirar las
piernas y palpar el pulso urbano a pie de calle. Viaja acompañado en esta ocasión de su fiel y leal carro de la compra, gran invento según el viajero para compras sin vehículo particular. Toma el bus
y logra colocar a su fiel y leal compaña en un hueco y así poder el viajero buscar acomodo en los asientos. La ciudad se desliza por la ventanilla y trata el viajero de ver diferencias desde la
última vez que la ciudad se deslizaba por la ventanilla pero no capta grandes diferencias, si suprime el rostro de los peatones y conductores, siempre son los mismos y las mismas, debe detenerse a la
par que el autobús en el semáforo para ver los rostros, ver que no son los mismos y las mismas creando una tranquilidad al viajero que vuelve a ver a los mismos y las mismas cuando el bus reinicia su
recorrido tras la pausa semafórica...
La luz de primavera ya se nota pese a un ambiente gélido que el viajero prefiere al calor del sol,
pero es inútil renegar porque volverán los calores porque también será una vuelta a los colores reconfortantes del verano que pasará como otros veranos. Pero el viajero no deja paso a la melancolía y
mira de reojo que su fiel y leal carro de la compra sigue en su rincón y no es apropiado por algún amigo de lo ajeno, lleva el viajero el tabaco en un bolsillo del carro de la compra y sería una
jodienda que se lo birlaran, pero sigue en su sitio y el viajero se deja llevar por el paisaje urbano cuidando de no quedar ensimismado y pasar de la parada donde se apea y siente el viajero que la
magia del viaje, esos instantes de espacio tiempo en que la mente vuela, se termina porque llega el momento de bajar del bus...
Hay un trecho hasta la superficie comercial, brilla el sol y los viejos edificios lucen algunos en
su fachada una sonrisa renovada que hace al viajero meditar unos segundos sobre que bien sienta el maquillaje en algunas fachadas, igual que en algunos rostros piensa el viajero que llega a su
destino y se pone en modo compra semanal, añorando el viaje acabado pero que volverá dentro de una semana si el viajero puede seguir viajando y no se lo lleva el olvido en su último
viaje...
sábado, 24 de febrero de 2018
VIAJE AL CALOR DE UN BLUES
El viajero a veces, en
ocasiones no contadas porque hace tiempo que ha perdido ya la cuenta, hace un viaje al calor de un blues por el mundo de los recuerdos, mecido por los acordes de una guitarra que escupen los
auriculares. Hace frio en la calle y hace frío en el pasillo, el sol declina y un autobús de línea se otea en la distancia y el viajero recuerda un viaje en autobús que son todos y el autobús es
siempre el mismo. El viajero era joven, vuelve a sentir el tacto del cristal cuando cogía el autobús para ir al pueblo con su abuela, también con su abuelo pero es ella quien impregna las emociones
de la nostalgia por el tiempo pasado...
Un parpadeo y el autobús es el mismo pero el paisaje de la ventanilla cambia igual que cambia el destino, viajes
de libertad y de juventud, de futuro incierto y camino desconocido que visto ahora ni era para tanto ni tanto era, pero el paisaje discurre, ahora es de noche y a su lado viaja una mujer, no una
chica, una mujer. Lleva una boina y al viajero, de aquella, le parecía francesa porque el viajero había visto alguna vez que las chicas parisinas se ponían boina. El viajero despierta de una cabezada
entre el ronroneo quejumbroso en ocasiones del cambio de marchas que se transmite a lo largo del suelo y se transmite a la planta de los pies. La mujer se ha dormido y apoya su cabeza en el hombro
del viajero que teme moverse para no despertarla, que siente la fragancia de su perfume y no puede vitar una oleada de pensamientos, el pasillo de luz mortecina con la banda sonora de la radio que
acompaña al conductor en su trabajo mientras los viajeros a su cargo dormitan, tratan de hacerlo o como el viajero insomne para no despertar a la mujer que duerme apoyada en su hombro...
Ha terminado el blues, el viajero ha casi terminado el cigarrillo y suena Bob Marley logrando que el viajero
vuelva a la realidad de la ventana donde otea una ambulancia cuyas sirenas tililan pero sin sirena, a gran velocidad y el viajero termina su viaje al calor de un blues pensando si el paciente de la
ambulancia también habrá llegado al final de su viaje...
El viajero apaga el cigarrillo, mira al cielo despejado y ya nocturno donde destaca la silueta de un avión, hace
frío, poca gente en las calles y un pasillo vacío.
martes, 16 de enero de 2018
Viaje a la biblioteca con idas y venidas por despiste y averías
El viajero mira por la
ventana mientras se toma el cafelito matutino y el cielo anuncia mañana despejada y soleada mas el viajero observa a la gente que va abrigada y decide dejar el chubasquero por una prenda de más
abrigo. Debe el viajero viajar a la biblioteca donde se provee de material de lectura. El viajero está optimista como la mañana soleada, es un paseo que sirve para hacer ejercicio y tonificar las
piernas, podría coger el autobús municipal pero la biblioteca está a solo dos paradas de la suya y siempre le presta al viajero dar un paseo hasta la biblioteca...
El viajero sale del portal y se encamina en la dirección correcta, hay una pequeña subida pero el viajero se lo
toma como un deporte de esfuerzo. Hay tráfico y peatones pero una vez finalizada la cuesta el tráfico es más fluido y los peatones se pueden contar con los dedos de la mano. No cae en la tentación de
entrar en la cafetería que hay de camino a la biblioteca, hace poco del cafelito mañanero y se plantea que igual lo deja para el viaje de vuelta.
Como siempre hace el viajero, mientras sube en el ascensor a la biblioteca del moderno y funcional edificio
municipal, echa mano a la cartera en busca del carnet y descubre con horror y pavor que se ha dejado el carnet en casa, lo sacó de la cartera para tenerlo a mano y seguramente se le olvidó encima de
la mesa, o tal vez lo ha extraviado lo cual hace que el viajero se acuerde de todos los santos para sus adentros. Ofuscado y enrabietado debe el viajero limitarse a devolver el préstamo y sale de la
biblioteca como un toro, pensando en que ahora deberá hacer otro viaje si quiere material de lectura siendo la alternativa dejarlo para otro día y mientras tanto leer alguno de los múltiples folletos
publicitarios que a diario dejan en el buzón...
El viajero enfila el regreso que se le hace ameno y prefiere deleitarse a la vez que se mentaliza de tener que
repetir el trayecto. Casi sin darse cuenta llega a casa, sube en el ascensor, recoge el jodido carnet y baja de nuevo en el ascensor, sale del portal y tira rumbo a la biblioteca de nuevo no sin
antes asegurarse al menos una docena de veces de que el carnet está en su poder. La cuesta de los cojones al inicio de la ruta se convierte en una rampa de puerto y las piernas piden misericordia a
su dueño, que reduce el paso y decide que ahora sí se tomará el café en la cafetería. Sólo hay una pareja que parecen agentes comerciales y la camarera. El café está rico y el viajero decide
desprenderse del mal humor consigo mismo y sale de la cafetería con propósito de enmienda y encomienda de volver al optimismo. Espera que se ponga el semáforo cuando se detiene en un rápido vistazo
en la fachada del centro comercial próximo a la biblioteca y las apagadas luces de la pasada navidad adquieren un tinte grotesco en plena cuesta de enero y el viajero recuerda volver a clase tras las
fiestas y sentir la misma sensación grotesca de lo que antes era alegría ahora es un andamio con bombillas esperando a que lo retiren hasta las próximas navidades...
El viajero disfruta entre los estantes de la biblioteca y comienza la liturgia de buscar título, de hojear, de
pasar páginas o mirar contraportadas. Escogido un título, el viajero se acerca al mostrador donde el probo funcionario le mira con cara de asombro y le indica el cartel encima del mostrador donde se
puede leer que hoy y mañana no hay préstamo de libros por avería del sistema. El viajero siente que en su interior estallan llamas de azufre y vapores de sulfuro ante tal demostración de despiste por
parte del viajero tras patearse dos veces el camino de ida y quedarle una segunda del de vuelta más volver dentro de dos días...
El viajero regresa al hogar rezongando y el ruido insoportable del tráfico es banda sonora de su cabreo y
frustración que le invade a cada paso, ya cansado y cansino del viaje de regreso, idas y venidas como la vida misma y el recuerdo constante de cómo se puede ser tan gilipollas. El viajero toma la
decisión de realizar medidas preventivas y avisa en el curro que ha cogido la gripe, baja la persiana y se mete en la cama de la que no piensa levantarse hasta que haya pasado día tan aciago y lleno
de paseinos arriba y abajo, abajo y arriba una y otra vez y cierra los ojos con temor de que haya sido una pesadilla y volver a la realidad donde se repite el sueño una y otra vez. El viajero busca
la postura cómoda y recuerda ese viejo dicho que dice que hay días en que es mejor no levantarse de la cama....
lunes, 25 de diciembre de 2017
Viaje a la Cena de Nochebuena
El viajero no tiene prisa,
se prepara con calma pero a la vez con cierto temor por cuanto han dejado de circular los transportes públicos municipales y si el viajero no quiere hacer el largo trayecto a su destino a pinrel
deberá de conseguir un taxi, lo cual a horas de cena y siendo veinticuatro de diciembre se antoja un trabajo digno de caballero andante en busca de hazañas por una fermosa doncella...
El viajero espera a llegar al portal para llamar un taxi, su casa está cerca de las estrellas y teme que
mientras coge el ascensor llegue el taxi, se impaciente y se vaya. Marca el viajero optimista el número y descubre con pavor que una voz grabada le informa de que están las líneas colapsadas y que
llame pasados unos minutos...
Y los minutos le pasan al viajero entre ensoñaciones de otras noches similares y aferra con fuerza la bolsa con
regalo para soltar el lastre del dolor de los ausentes pero perennemente presentes, pensando en los que llegaron los últimos, pero el bálsamo de torna amargo y la nostalgia se impregna. El viajero
entonces se traslada a los buenos momentos, recordando las ausencias con vida, con sacrificio para que las navidades fueran eso y no dolor de sus ausentes...
El viajero regresa al portal y marca y marca volviendo a marcar mientras desfilan por la acera personas que por
una vez se sabe a dónde van, donde quiere el viajero ir pero no responden a sus llamadas así que comienza a caminar a la parada de taxis fundiéndose en un paisaje urbano de asfalto y luces de ciudad
adornadas con luces de navidad, los y las transeúntes se cruzan en su camino y por una vez el viajero sabe a dónde va la gente. Hay tráfico, hay vorágine en el ambiente, vuelven los recuerdos y
regresa la nostalgia pero el viajero se percata de que nunca le abandona y siempre le acompaña, pensamiento reconfortante porque el viajero sabe que la muerte es el olvido y es entonces, cuando se
abandona sin resistencia a las sensaciones y recuerdos, que han vuelto porque nunca se han ido y el viajero enfila a la parada reconfortado para disfrutar de los vivos...
El viajero logra un taxi libre cerca de la parada e indica su dirección al taxista, observa por la ventanilla
mientras el coche se pone en marcha una dotación de bomberos y policía logrando que el viajero tenga un pensamiento de solidaridad con quienes trabajan en esta noche espacial y especial recordando
alguna que otra nochebuena que le tocó pringar...
Pasa rápida la ciudad por las ventanillas, ráfagas de escenas eternas de asfalto urbano. El taxista apura los
semáforos en ámbar pero es prudente cuando hay que serlo. El viajero quisiera decirle algo pero piensa que sonaría a tópico mas tampoco el viajero es amante de cháchara con barberos y chóferes aunque
el trayecto toca a su fin y el viajero apura un segundo para empaparse de la ciudad en fiesta navideña. Se baja el viajero del taxi, toma aíre y ve que a la entrada de su destino hay un árbol de
navidad y vuelve a ser niño, aunque la mirada ya no sea inocente, un segundo...
martes, 5 de diciembre de 2017
Viaje en autobús de línea en tarde invernal
El viajero sale a la luz de
la tarde a la calle paraguas en mano; tuvo que adquirir uno esa mañana porque el que tenía heredado, esos paraguas que se heredan al cogerlo del paragüero y que nadie reclama pasado el tiempo o a
tiempo pasado alguien advierte de que era suyo, cuando fue a cerrarlo sonó una pequeña explosión y se soltaron cuatro varillas condenando al paraguas al contenedor de la basura y al viajero adquirir
uno nuevo. Es pequeño, plegable y reforzado contra el viento según el tendero, el viajero lo abre porque comienza a diluviar con viento y cuando llega a la estación de autobuses descubre por mojadura
que tal vez debió de comprar uno grande, que tal vez sólo sirva como solución a la lluvia fina y constante pero no para lluvia diluviante y vientos huracanados para las latitudes donde se mueve el
viajero.
Busca el viajero el andén tras adquirir su billete y un horario como si tener en papel los horarios le
protegiera de retrasos o anulaciones que le dejaran tirado en una estación de autobús, pensamiento que le recuerda al viajero un viejo blues y otros tiempos. Pero se sacude la melancolía de antaño y
sube a coger asiento, hay pocos viajeros y puede elegir, se sienta y mira por la ventanilla...
Es un servicio discrecional así que el autobús enfila la vieja carretera nacional, sinuosa y rica en paisaje de
una tierra que recibe el diluvio de agua agradecida tras semanas de sequía y se ríe el viajero para sus adentros pensando en la Ley de Murphy que afirma que
basta que el viajero decida viajar para que cambie el tiempo y comience a diluviar. El paisaje familiar de la carretera nacional hace ensoñar al viajero y se detiene un segundo a escuchar el motor
pero ya no es aquel renqueante de cuando viajaba con menos años, de un tiempo pasado que se fue con los ausentes y sus pies ya no transmiten la vibración y se escucha a las marchas hacer rugir el
cambio, sólo la carretera sigue igual de sinuosa, las casas de aldea en sus orillas poco han cambiado o bien se están derrumbando...
Apenas hay tráfico salvo algún vehículo esporádico y el autobús soporta bien y
con potencia las curvas y subidas de la sinuosa carretera y por una vez, supone el viajero que por el mal tiempo, no aparece el inevitable ciclista que ralentiza la marcha y castiga el motor. Está a
gusto el viajero contemplando la ventanilla y abstraído en sus pensamientos mientras observa sin mirar como el agua resbala por el cristal al igual que los recuerdos por su pensamiento cuando casi
sin darse cuenta ve que el autobús ha llegado a su destino. El viajero se apea, enciende un cigarrillo y se sube la cremallera del abrigo y piensa en lo rápido que ha pasado el trayecto en autobús,
igual de rápido que ha pasado la vida en sus recuerdos...
El viajero se aleja de la estación de autobús y apaga la melancolía de los
ausentes para fundirse con el paisaje de calles y aceras teñido de lluvia, algo de viento y mucho frío.
martes, 7 de noviembre de 2017
VIAJE AL PELUQUERO
El viajero se despierta de su siesta terapéutica algo ofuscado, un inoportuno timbrazo de un inoportuno agente comercial, supone el viajero que no se dignó a mirar quién era
porque nunca recibe visitas, que le despertó en lo mejor del sueño. Al final estuvo en ese incómodo duermevela cuando se despierta faltando poco para tocar el despertador aunque, una vez más, cuando
sonó estaba otra vez dormido. Se levanta mirando de reojo el reloj y cavilando si le dará tiempo a tomarse un café, la peluquería queda cerca y se aventura finalmente a preparar una taza. Se viste
sin prisa y mucho menos con pausa, afuera en la ciudad llueve y el viajero considera apropiado llevar el chubasquero pero la ensoñación termina y apura el café aunque la mitad se va por el fregadero,
la premura del tiempo es real y el peluquero es puntual a su cita con los clientes cuando piden cita...
Llovizna, el cielo encapotado y gris aumenta la sensación de oscuridad prematura que le embarga desde el cambio al horario de
invierno. La gente apura el paso mientras el asfalto recibe la humedad que se queda repelida en su superficie y el viajero siente que añora el verano, al menos las tardes de verano pero el catálogo
publicitario de juguetes en el buzón le devuelve a la realidad consumista de que ya es navidad en pleno otoño, pero no se resiste a ojear la oferta de juguetes con la excusa de mirar algo para
regalar a su sobrino aunque en realidad los mira comparando los que había en su época y ve con cierto agrado y una pizca de nostalgia que los nombres son los mismos y se maravilla con unas gafas
virtuales y piensa por un fugaz instante, fugaz pero denso de materia del recuerdo, que ojalá lo hubiera podido disfrutar...
El viajero enciende un cigarro y apura el paso, no mucho porque al viajero le gusta sentir la lluvia sobre su cráneo y filosofa
consigo mismo durante un par de segundos sobre las noches que pasó bajo la lluvia. El tiempo apremia, quedó a y media y faltan menos de cinco minutos, pero el viajero disfruta porque cortar el pelo
es una liturgia, un hito temporal que recuerda el inexorable paso del tiempo y el tiempo se vuelve otra vez elástico y espacio-temporal porque vuelve el recuerdo de ir con su abuelo a cortar el pelo
que se apaga como quien cierra un álbum de fotos con la intención de volver a él como el viajero vuelve al peluquero que le saluda al entrar y le pregunta cómo está. El viajero gustaría de decir que
se siente un poco gris como la tarde y que se ha acordado de otros tiempos, pero no dice nada, y se dispone a la pelada... sábado, 15 de julio de 2017
Viaje a ninguna parte
Sale el viajero dispuesto a
patear un poco la ciudad, uno por deporte y otro porque se ha quedado sin saldo suficiente en su tarjeta de bono bus. Hace una mañana fresca y de verano y el viajero piensa en cómo pueden soportar
temperaturas saharianas en otras partes...
El viajero aprovecha para ver fachadas ya que deberá acometerse una renovación de la misma. Le viene a la mente al viajero la fachada porque se ha encontrado con
un vecino y charlaron sobre el tema, pero el recuerdo del viajero viaja a otra era, cuando los trenes partían del norte en reconversión y crisis, como ahora y en realidad el viajero se echa unas
risas consigo mismo recordando que desde que tiene uso de razón siempre hubo crisis, es cierto que vinieron las vacas gordas y cuentas gordas con el capitalismo del ladrillo, hoy un
recuerdo.
El viajero camina por la avenida y observa el parque donde paran los yonkis finos de la ciudad, muchos de la generación del viajero que entonces eran jóvenes
peligrosos que te atracaban a la cola del cine o te apartabas de su lado cuando les veías venir con el colocón del caballo. Están demacrados pero han sobrevivido y conseguido de alguna manera tener
ingresos, pero parecen cadáveres andantes la mayoría, desdentados y el rostro prematuramente anciano...
El viajero se apena al recordar una ciudad viva y comercial que ahora sigue siéndolo pero con locales cerrados, una especie de Chernobil cuando el viajero se para a
mirar el interior de un local por el cristal, sucio y con carteles de que se alquila...
El viajero esquiva a un ya talludito joven que gambea por la acera con su bicicleta ignorando el carril bici. Sabe el viajero que uno no hace un ciento, pero hay
ciclistas que deberían hacer un cursillo para andar en bici. Tal vez algo retrógrado, tal vez se hace viejo, tal vez, sólo tal vez se ve patético porque también él anduvo en bicicleta y ahora hace
pedales pero su bicicleta no tiene ruedas pero el viajero está contento con su pequeña burra, como él la llama.
Poco a poco el viajero se acerca a su destino, una oficina del sistema que le ha puesto una vez más en busca y captura, pero eso ya
no preocupa al viajero que ha llegado al paseo de la playa y cierra los ojos, y sueña, y recuerda durante tan sólo un segundo mientras sigue caminando rodeado de otros seres humanos que en una gran
cantidad pasean obnubilados ante la pantalla de sus cachivaches digitales, el viajero también pero para escuchar música mientras camina a ninguna parte por la ciudad antes de llegar a su
destino...
Está hermosa la ciudad vestida de verano.
jueves, 22 de junio de 2017
VIAJE AL TANATORIO
El día amaneció sin que el
viajero tuviera intención de moverse de su rutina habitual, esa que a veces se interrumpe y se añora si se prolonga la ausencia, pero una llamada no por esperada menos inesperada le hace viajar a uno
de esos sitios que el viajero sabe que a lo largo del viaje vital hay que visitar y visita ineludible cuando la muerte se lo lleve...
El viajero medita mientras se prepara sobre la muerte, lo efímero de la vida si se mira atrás y lo rápido que pasa cuando el camino por recorrer es un viaje más
corto que el camino ya recorrido. Además es una hermana de su padre al que el viajero despidió en ese mismo lugar hace ya una eternidad aunque sólo hayan pasado un puñado de meses, mas la ausencia
será eterna ya para el viajero que ha aprendido a base de despedir a seres queridos y amados que la muerte ajena es en realidad, pese al manto de la tristeza inconsolable, un momento para alegrarse
de seguir vivo, claro que el viajero es consciente de que tal filosofía es posible que esconda el miedo y disfrace de valor la indiferencia, pero el viajero ya ha visto demasiados ataúdes que
despedir y por otra parte le consuela el hecho de que la muerte es una constante en la ecuación de la vida...
El viajero viaja en autobús al tanatorio, en las afueras de la ciudad y aledaño al complejo hospitalario, en un enclave de parroquia rural donde la zarpa de la ciudad
ya deja su huella, no con urbanitas, pero sí con mobiliario urbano que se anticipa al futuro de expansión de la ciudad cuando pasen las épocas de vacas flacas. Hay varias líneas de autobús que le
llevan a su destino al viajero y elige la habitual, ésa que cuando el viajero no tiene prisa atraviesa la ciudad como un cuchillo y permite al viajero tomar el pulso a la misma, de recuerdos cuando
recorría sus calles, de rostros que son recuerdos para finalmente recordar lo rápido que ha pasado, pero el viajero no se deprime, al contrario, encuentra más motivos para estar contento porque el
viajero, mientras ve la ciudad a través de la ventanilla, cree que los recuerdos son en realidad la manifestación palpable de la soledad, inherente por otra parte a la condición mortal del ser
humano, y la única salida es hacerse su amiga...
Se ríe para sus adentros el viajero mientras el pasaje sube y baja en las paradas, historias transversales a la historia del viajero que recuerda ahora a quien va a
despedir, sin mucho trato diario y casi ninguno en realidad, pero recuerda ser niño, pasear con quien ahora es cadáver listo para su procesamiento de la mano, de jugar en su casa, recuerdos que de
súbito afloran a la memoria, de consuelo pensar que ha descansado porque el cáncer no descansaba nunca y la había condenado prematuramente...
El viajero se apea, observa el hospital, recuerda como si hubiera pasado una eternidad despedir a su padre y llevar a su casa en coche a su tía, hermana del mismo.
Hoy el viajero acude a despedirse de ella y mira al cielo encapotado de verano y de reojo al hospital, antesala a veces del tanatorio y el viajero, aunque triste y melancólico de una nueva ausencia,
cierra los ojos y se alegra de seguir vivo, de continuar el viaje a ninguna parte salvo morir que es la vida...
sábado, 4 de febrero de 2017
Por la ciudad en autobús municipal
El viajero ha dormido
poco pero abre los ojos diez minutos antes de que suene el despertador, siente el viento aullar y la lluvia la ventana golpear, es aún de noche y el viajero se hace el remolón hasta que suene la
segunda alarma, cosas del viajero que no es capaz de despertar de la primera, pero al fin se sacude la pereza somnolienta y se levanta.
El viajero prepara un café y lo toma observando la calle, pensando que es la primera vez que madruga para tomar
el autobús municipal desde hace años, tantos como tiempo tuvo coche, pero el viajero ha prescindido del mismo y ahora es peatón. La ciudad se vuelve incómoda para los vehículos particulares con
carriles bici que comen aparcamientos y los intentos de peatonalizar una ciudad que no es vetusta sino moderna y el viajero siente añoranza de tiempos pasados que siempre son mejores que los
presentes porque los recuerdos sólo se recuerdan si son buenos y se entierran si son malos...
Sale el viajero a la calle, aún nocturna porque no hay luz y de súbito deja de llover y de ventear mientras
clarea. Hay que recorrer un trecho para coger la línea que interesa al viajero y mientras cruza semáforos ve que pasa un bus, el suyo, y se mentaliza de que habrá que esperar diez minutos, que al
viajero le parecen muchos pero al embargarle esa sensación da hastío mezcla de aburrimiento y pesadumbre sabiendo que habrá que esperar, sin marquesina la parada, sin café para tomar en un bar porque
es temprano y está cerrado el local...
El viajero llega a la parada, un poste con horarios y ruta del autobús, se entretiene mirando precios de la
cafetería cerrada porque si se para a pensar recuerda el viajero ser niño y esperar el autobús escolar, con aquella niña que también lo cogía y a la que nunca dijo nada en todos aquellos días que
juntos esperaban el autobús. La recuerda porque la ha visto hace poco, pero es incapaz de recordar cuándo, paseando por la calle, ya mujer como el viajero hombre, pero reconoció su rostro. El viajero
vuelve a la realidad y llegan a la parada dos mujeres que deben conocerse de a diario y el viajero percibe que ya falta poco para que llegue, se siente novato y algo idiota por perder el primero y
estar esperando pero disfruta de la calle que se despierta, los sonidos y el ambiente húmedo de temporal de viento...
Sube el viajero al autobús, repleto de trabajadoras muchas de ellas en el hospital donde termina la línea, logra
encontrar asiento y aunque siguen subiendo mujeres en cada parada, no cede su asiento, no le sale o no le apetece porque está a gusto sentado viendo transcurrir el asfalto por la ventanilla,
escuchando sin querer las quejas de una mujer que dice que le ha costado levantarse esa mañana, pulso obrero de mañana en la ciudad. Se suceden las paradas, ajetreadas a esas horas y el tráfico ya
está presente en las calles. El viajero no echa en falta tener coche, últimamente no disfrutaba conduciendo salvo de noche, la gente en coche parece que tiene prisa y una rotonda es una incógnita
porque la mayoría no saben usarla, las bicicletas pese a los carriles, flamantes carriles bici, siguen gambeando entre los coches y saltándose semáforos. Por otra parte el viajero estaba harto de
pagar por aparcar, por circular, por asegurar, por revisar, una fuente de ingresos para el sistema de la que el viajero estaba saturado, sabe que un día se levantará y deseará volver al volante, pero
está en modo peatón y disfruta de sensaciones perdidas y le encanta palpar el pulso de la ciudad y sus habitantes en el autobús municipal.
El viajero se apea, sigue sin llover aunque el agua fluye por las alcantarillas y desagües. Se ajusta la
chaqueta y se va a buscar a su sobrino al que llevará al colegio y que será su primer viaje al mismo en autobús, una iniciación que tal vez cuando sea tan veterano como el viajero recuerde en una
ensoñación, en un pensamiento en la parada del bus...
martes, 15 de septiembre de 2015
RIO QUENTE
En el Estado de Goiás de América del Sur, concretamente en Caldas Novas,
vivía don Bartolomeu Bueno da Silva, allí tenia su gran familia y una granja de lo que vivía toda su familia, poseía grandes terrenos para alimentar sus animales, poseía un gran rebaño de vacas y
caballos.
En un rincón de una finca cuando segaba la hierba con su maquina segadora
notaba un sonido extraño una y otra vez, le daba mucho para pensar.
Un día se presentó con sus dos hijos mayores y su cuadrilla de empleados, con
la idea de explorar que había en el subsuelo de esa finca.
Su idea era que podía descubrir una mina de plata, en el Estado de Bolas se
descubrieron minas de oro, plata y piedras preciosas, y el pensaba que allí había alguna cosa extraña por el sonido que emitía su segadora.
Sondearon un día y otro hasta que se llevó la sorpresa mayor que podía
esperar.
Don Bartolomeu fue el pionero de adquirir ese tesoro en su finca, el tercer
día de la exploración salio con una fuerza inusitada un chorro de agua muy caliente, y es que habían encontrado que debajo de la tierra corría un río de agua de altas temperaturas, exactamente la
primera que salió con el impresionante chorro tenia 67 grados centígrados.
Pasó los informes al Gobierno, comenzaron los tramites para su exploración,
adquirió una gran partida de terrenos al lado del suyo, trasladó su vida y la de los suyos y su granja a este lugar.
Lograron con su extensión y maquinaria dividir el agua del río en varias
direcciones de su finca, rebajar las temperaturas del agua dirigiéndola a diferentes piscinas construyendo 19 seguidas unas de otras y de distinto tamaño.
Fue creando unas y otras, para niños, para jóvenes y para mayores, instalo
dos de ellas especiales en forma de pozos, donde el agua estaba a 40 grados, a una de ellas le puso el nombre del Gobernador y a la otra el de la Gobernadora sin especificar quien eran, de esta forma
siempre llevarán los mismos nombres.
Dos años tardó en construir un complejo turístico nunca encontrado en el
mundo, y unos meses más en ponerlo en marcha.
Si tenemos la suerte de disfrutarlo aunque sea solamente una vez deja
recuerdos inolvidables.
En el año 1991 tuvimos la suerte de visitarlo, viajamos hasta Río Quente por
cinco días, desde Sao Paolo, y no podíamos imaginar lo que íbamos a conocer.
Nuestro primer asombro fue entrar en una piscina, tenía en el fondo arena
roja, al pisar en la arena notábamos un cosquilleo que nos sorprendió gratamente, era que el agua limpia brotaba despacio desde el fondo, el efecto era súper agradable, se notaba el fino movimiento
de la arena en la planta de los pies.
En una de las piscinas instalaron una gran sombrilla construida con las ramas
de la caña de azúcar, una barra donde dos o tres camareros servían bebidas y zumos de frutas tropicales, así como pinchos exóticos que sabían a gloria, altos taburetes los encontrábamos anclados
dentro del agua.
Otra piscina estaba continuamente para jugar en ella, con animadores que
orientaban a los bañistas, hacían concursos y la gente se divertía a lo grande.
La Sauna de Vapor tenía capacidad para 375 personas era, enorme, sus bancos
eran de piedras de colores así como sus muros, de entre las piedras brotaban ramas de eucalipto, y en el centro hay un enorme árbol de este producto con hojas de colores que despedía un aroma
especial, es salud para los asmáticos, para catarros y para sanear los bronquios, salud cien por cien.
También construyeron un gran hotel, un restaurante compuesto por un buffet
donde nos servíamos a nuestro gusto, mas tarde un segundo hotel y un tercero mas, lo mismo para el desayuno que para el almuerzo, como alimentos eran de una gran variedad, en dulces, verduras,
pastas, legumbres, carnes, y pescados, todo ello producido en las mismas fincas del complejo, era tan abundante y amplio el horario que a partir de las seis de la tarde se cerraba , bien seguro que
no era necesario una cena.
La decoración era preciosa, cada día se cambiaba, y toda consistía en adornos
de flores y frutas tropicales, mostrándonos figuras distintas y maravillosas.
En una acera que continuaba alrededor de los hoteles, construyeron edificios
de muy poca altura, se componían de dos pisos y un bajo comercial cada uno de ellos, seguidos unos de otros, en los pisos vivían cada uno de los hijos de Don Bartolomeu y sus familias, también sus
empleados con los suyos, creó con su industria muchos puestos de trabajo, dio mucha vida a aquellas tierras que antes fueron solamente de hierba para pastar sus ganados.
Las tiendas en cada una de ellas había para comprar toda clase de artículos,
como bañadores, toallas y toda clase de accesorios para deportes, en la mayoría lo que había era toda clase de joyas, diamantes en bruto, diamantes pulidos, esmeraldas, rubíes, piedras preciosas y
semipreciosas y de objetos maravillosos, así como recuerdos de aquellas vistas tan fantásticas, todos estos artículos los transportaban de las minas del Estado de Goiás, minas que se encuentran cerca
de Río Quente, Sao Paolo, de Brasilia y de grandes ciudades cercanas, por lo tanto acude muchísimo turismo, los fines de semana y festivos está a rebosar de gentes que van con sus familias a
disfrutar y a descansar.
Siempre existe sol y calor, así que incluso en el invierno suele estar muy
concurrido.
No se puede andar con dinero en el bolsillo, ya que todos éramos turistas de
bañador, ¿Cómo entonces se podían hacer compras?
Esto si que es sorprendente y fantástico, crearon un Banco donde
entregaríamos los cruceiros o dólares, nos los cambiaban por sartas de plástico de varios colores, cada color significaba un valor diferente, esas sartas iban engarzadas unas con otras, se colgaban
del cuello, como es normal al ir haciendo compras o pagar en la cafetería el collar menguaba, hasta que se convertía en una pulsera y mas tarde en un anillo, esto a me dejaba tan asombrada que no lo
podía ni creer de verme unos días en un lugar así.
Tanto a mi marido, a nuestros amigos Teresa y Pedro como a mí, nos despertó
en grande querer saber la historia de un lugar que hasta ese momento había sido desconocido para nosotros.
Llegamos a saber que todo lo que existe en ese bello mundo es producido en
Río Quente.
Disponen de su propia emisora de televisión, prensa, una biblioteca para
relajarse leyendo, una guardería infantil al aire libre, un gran lago donde se recoge el agua de la lluvia, convirtiéndola en agua potable y fresca para el ser humano, campos para el ganado de leche
y de carne, una enorme granja avícola, huertas para recoger legumbres y verduras, exóticos árboles frutales de productos que no conocíamos y muchos más.
Existen toda clase de alimentos que el ser humano puede desear y que se
necesita para una vida sana.
Es un lugar único en el mundo para pasar unos días de ocio, descanso y relax,
además de saludable y hermoso.
Caridad Santamarta
sábado, 22 de febrero de 2014
Auténtica edición de lujo con la colaboración de la escritora Caridad
Santamarta (Spain) que una vez más nos agasaja con uno de sus escritos para deleite de los lectores y lectoras de The Adversiter
Chronicle.
Un saludo y agradecerle una vez más su gentileza permitiendo que disfrutemos y compartamos
su alegría de vivir que se convierte en placer de lectura y gozar del privilegio de su amistad.
Sin más preámbulo, con todos ustedes: Caridad Santamarta
VIAJE DE ENSUEÑO*
A lo largo de una vida suceden cosas que no esperamos, a veces se llega a la realidad de cumplir un sueño, o una ilusión que
se ha tenido durante un tiempo, otras ocasiones se presentan sin haberlas soñado ni haberlo deseado nunca.
Algo de esto me ha pasado a mí, nunca imaginé que haría un viaje que resultaría tan interesante y que fuera a ser
inolvidable.
Durante más de un año estuvieron invitándonos a mi marido y a mi, unos amigos a visitar su país, (amigos que tratábamos
solamente por correspondencia durante veinte y cinco años) Sao Paolo (Brasil).
Todo lo que viajamos por esa parte de América nos gustó muchísimo, porque tuvieron la osadía de llevarnos a todas partes que
creían ser interesantes de visitar.
Desde esta gran ciudad hicimos una excursión a Foç de Iguazú para visitar las cataratas.
De Sao Paolo salimos por la noche en un autobús, nos llevaría veinticuatro horas de viaje, sería pesado, pero valía la
pena.
Cuando llegamos a Foç de Iguazú nos alojamos en el hotel Carimáx, donde después de ducharnos bajamos al restaurante a cenar
y pudimos descansar.
Despertamos temprano y tomamos un autobús local, Pedro y Teresa querían ir con tiempo suficiente para poder ver todas las
cataratas, incluyendo las que quedaban del lado de la Argentina.
Fue una experiencia maravillosa.
En el Parque Nacional del lado brasileño existen doscientas setenta y cuatro, era un espectáculo fascinante, ver tantas
caídas de agua tan cristalina y azul que se ofrecían a nuestra vista, nos gusta mucho la naturaleza, pero jamás pudimos imaginar que contemplaríamos un lugar tan hermoso.
Nuestra vista no alcanzaba para visitarlas todas, por los accesos que teníamos para pasar por los verdes senderos y
pasarelas construidas de madera, y para verlas todas y contemplarlas desde la altura también, subimos en un ascensor todo de cristal.
De esta forma no nos quedó sin contemplar ni una siquiera, nos dábamos tiempo para fotografiar tanta belleza.
Era todo un contraste fascinante, ver caer el agua transparente, tan limpia y tan azul, de tantas cascadas de diferentes
alturas, algunas de ellas llegan a los ochenta metros de altura, y abarcan un ancho de tres kilómetros, sobresaliendo de tantos terrenos de un verde limpio, y que tan solo se movía con la fuerza del
agua, lucían varios Arcos Iris a la vez, por su cantidad y fuerza del agua en contraste con el sol.
Este Parque Nacional esta declarado como Patrimonio de la Humanidad por La UNESCO y catalogado como una de las siete
maravillas del mundo.
Tomamos otro autobús pasando por el Puente de La Amistad para visitarlas por el lado de La Argentina.
En este Estado solamente existen ochenta y seis, pero son aún mas bonitas, a pesar de que el agua es un poco turbia porque
baja el agua con mas fuerza.
Por una pasarela construida de madera llegamos a la orilla de la mayor catarata, llamada La Garganta del Diablo.
Lleva ese nombre por la forma en que baja el agua, no hace falta ser muy inteligente para darse cuenta, de que tiene la
forma de una boca muy grande y muy abierta de un enorme animal, resultaba asombroso.
En esta catarata es donde con mas furia baja el agua, muy cerca quedan los ríos Iguazú y el Paraná.
Cuando estos dos ríos se unen da la impresión de estar contemplando el mar, tiene nueve kilómetros de ancho, llegan a la
Central de Itaipú la mayor Central Hidráulica del mundo.
Todo ello es un paraíso de agua en Foz de Iguazú.
No debo seguir con el relato, seria muy largo de contar, fue una experiencia tan maravillosa que jamás podré
olvidar.
Caridad Santamarta
*publicado con autorización de la autora
http://www.caridadsantamarta.com/
martes, 27 de agosto de 2013
Viaje a Argüero, Villaviciosa
La noche antes el viajero fuma un cigarro en la ventana mientras otea el cielo iluminado de luces de
ciudad y espera que no llueva, ya le baja la moral tener que ir a una misa por el alma de un familiar. El viajero no es amigo de misas y funerales salvo los imprescindibles pero no puede negarse a
ir...
Amanece buen día y el viajero emprende el viaje tras haber desayunado, duchado y leer titulares de
prensa. Decide ir hasta Villaviciosa por la autovía y luego ir paralelo a la ría para llegar al Gobernador y seguir hasta la parroquia de Argüero.
El viajero fue en su juventud carne de estaciones de autobús, de ver pasar por la ventanilla mientras
trataba de dormir despertando a cada bache o con el crujir inquietante de las marchas rascando, penumbra de vídeo en la tele y el murmullo de la radio escupiendo noticias deportivas que permitían al conductor concentrarse en su trabajo...
Al viajero le han embragado estos pensamientos porque ha llegado a
Argüero y resulta reconfortante ver a un lugareño en la terraza del chigre y conocerle, esa sensación de llegar a casa que se añoraba en tránsito nocturno a ninguna parte o de tardes pasando por
localidades ribereñas a la carretera nacional en que fugazmente pasaban personas sentadas en otras terrazas pero desconocidas y que rápido pasaban por la retina, al menos tan rápido como veloz era el
autobús...
La misa es a las seis y sorprende al viajero la cantidad de beatas y
algún otro beato. El cura es insolentemente joven, motero, barbudo y sin llegar a melenudo. Trata de ser profesional en su monserga sermoneada y utiliza metáforas cuando menos subversivas si las
hubiera sermoneado hace sólo veinte años y el viajero se imagina al joven sacerdote en Centroamérica en los 80´s. Es un cura temporal a la espera de que venga el nuevo titular, del que dicen que es
del Opus, pero nadie sigue la conversación al viajero cuando trata de enterarse de algo...
Sale el viajero de misa harto de levantarse y sentarse, escuchar
gorgoritos de letra litúrgica, las metáforas del barbas y perder un aurelio que echó al cepillo, más que nada por el qué dirán que por devoción, pero el viajero se distrajo durante la media hora de
liturgia contemplando la iglesia, su techo de madera, las figuras de santos y vírgenes...
Tras despedirse, el viajero para en El Recreo a tomar un café y
saludar a conocidos que fueron durante años sus vecinos, el viajero siente el calor humano de los presentes y echa de menos por un instante a sus amigos Pipo, Mino y Caballa, que le fueron dejando a
medida que le dejaban conocerles.
Pero ya hay nuevas generaciones pidiendo paso y el viajero emprende
el regreso no triste, pero sí algo melancólico. Para a repostar en Venta Las Ranas y sigue la sinuosa carretera para coger la autovía en Quintes, o Quintueles aunque en realidad la entrada a la
autovía está entre medias...
El viaje transcurre en pensamientos de recuerdo, de las guerras del
agua y el bus de las 08:00, de cenas y parrilladas, de noches de billar en dudoso estado cognitivo, de charlas y tertulias...
El viajero llega a casa, enciende un cigarro, se asoma a la ventana
y mira las estrellas que se ven en Argüero porque las luces de la ciudad no permiten verlas brillar...
"Ni a pata ni alpargata y mucho menos a la Alcarria", suplemento viajero cutre
Suplemento viajero cutre de
The Adversiter Chronicle
Viaje a Villaviciosa
El viajero no se levanta ni temprano ni tarde, a esa hora maldita de despertar
para ir al trabajo donde la tentación de seguir durmiendo o alegar migraña craneoencefálica para escabullirse un día ojos de los superiores es rabiosamente tentadora al calor furtivo del último
minuto bajo las mantas…
La previsiones anuncian día de lluvia y lo cierto es que a primera hora de la
mañana el cielo está gris e incluso han bajado ligeramente las temperaturas.
El viajero se consuela pensando durante el trabajo y oteando furtivamente las
ventanas que le espera un apacible viaje a la villa de Villaviciosa pero ya le pilla la lluvia a la salida camino del coche y prefiere tomar la autovía al menos en el viaje de ida y quedar en
suspenso el de vuelta ya que si acompaña el tiempo le gustaría volver por la carretera nacional, una serpiente de asfalto con tramos mal peraltados pero un paisaje sencillamente donante de serenidad
para el viajero calmado, una porque al viajero no le gusta correr y piensa que matarse en la carretera por correr es una estúpida forma de morir, por otra parte las señales de velocidad son claras y
no permiten pasar de sesenta en mucha parte del sinuoso trazado.
El viajero va a noventa por hora, cien como mucho. Uno porque el coche es
utilitario y otra porque el viajero gusta de escuchar música mientras se relaja con el paisaje a la vez que disfruta del placer de la conducción.
No hay mucho tráfico, es hora ya de almuerzo para el obrero, y sólo unos
camiones son sus encuentros en la conducción más varios coches que pasan zumbando.
El viajero recuerda otros viajes a la Villa, a Lugás… Jornadas que empezaban
temprano en la sinuosa carretera nacional que se salpicaba de camiones, tractores y un viaje fatigoso para el conductor y tedioso para el viajero…
Lo que no le gusta al viajero es que no puede apreciar la belleza del valle de
Peón ya que su altura en el asiento se lo impide y anota mentalmente hacer el mismo viaje pero en autobús desde cuya atalaya de pasajero se tiene una preciosa vista del paisaje a medida que se cruza
el viaducto, de pilares majestuosos e imponentes si se observan en el fondo del valle.
El conductor no deja de sorprenderse del enorme túnel partido en dos que
atraviesa la montaña y disfruta de la música observando de reojo un cielo cada vez más gris.
La radio escupe noticias y noticias sobre la crisis económica, crisis de poder
adquisitivo para caprichos y cosas mundanas que nunca darán la felicidad y sin embargo han hecho infeliz a todo un país y parte de un continente…
El viajero llega a Villaviciosa y camina hacia la Plaza del Ayuntamiento. Están los mariscadores de protesta
perenne de miércoles de mercado. Las pancartas destilan rabia, impotencia y la sardónica ironía de gracejo astur como esa en que demandan cambiar el puesto al alcalde y concejales.
La ría presenta síntomas de necrosis y los mariscadores presencia de ánimo. El
viajero puede imaginarse a los mariscadores de concejales pero le cuesta imaginarse a la mayoría de la corporación trabajando de mariscadores. Las lorzas son incómodas para agacharse y las uñas
cuidadas de los pies no son aptas para sumergirse en la basa.
El viajero fuma un cigarro mientas espera compañía y piensa que los mariscadores
son utilizados y cuando dejen de ser útiles les sacrificarán como se hace siempre en estos casos. La ría da bocanadas reclamando asistencia médica y aquí se discute quien produce más mierda animal o
humana, quien caga más a la ría y nadie mira que ya es tarde para una culpabilidad que es de todos. La ría necesita voluntad sin fisuras y sólo se discute subvencionar una actividad que se extinguirá
con el ecosistema…
El viajero no quiere ser demasiado ecologista cuando el ecologismo se ha
convertido en otra institución del sistema, otra cosa corrompida más inherente a la actividad humana...
Está tomando convidado el viajero a un vino por un viejo kameraden de batallas
ganadas y guerra perdida sólo que el kameraden supo cambiar a tiempo de bandera y lealtad.
No hay nada de malo en ello, pero el viajero no termina de acostumbrarse a que
nadie se cree prescindible o la hora de renovar puestín.
Escucha el viajero argumentos de miedo de una guerra encarnizada que se aproxima
y siente pena de su exkameraden, cagado de perder su puestín por culpa de estrategia política…
Se despide el viajero, sin rencor y sí pena, de ver una vez más la naturaleza
humana imponerse a la ética, pero el viajero sabe que los milicianos siempre serán al fin ciudadanos acabada la guerra y se impone lo mundano sobre lealtades y morales. Siente envidia el viajero ya
que un mercenario sólo ve la paz como el preludio de otra guerra y ya presiente las batallas que se librarán, incruentas pero que causarán daño…
Para el viajero en el Hotel La Casa España y se toma un café. Aún le queda una tarde de trabajo por delante
instalando un ordenador. El viajero confía en que su madre por fin decida conocer los misterios desvelados de la informática y salga de su aislamiento voluntario al irse el amor de su vida. Ha pasado
el tiempo pero el viajero ha visto durante el mismo como su madre se marchitaba de pena y dolor…
Quiere pensar el viajero que para su madre también ha llegado la primavera y el
dolor sea una cicatriz dolorosa que no le impida disfrutar de la mucha vida que le queda. El primer paso es que el viajero le arranque el ordenador y es un trabajo ya que llevará sus buenas par de
horas.
El viajero de regreso al coche pasa por delante de la Casa de los Hevia… Bueno,
lo que han dejado que parece un feo mazacote adosado a una casa antigua. Al igual que pasa con la ría, a nadie le preocupó de veras perder un patrimonio histórico así que por qué iban a preocuparse
por un patrimonio natural…
El viajero regresa por la carretera nacional ya que la tarde está soleada y la carretera seca. Disfruta del paisaje hasta
Venta Las Ranas donde echa gasolina, poca, que no son tiempos de quemar gasofa.
Han prohibido los adelantamientos en gran parte del tramo a la ciudad aunque en
el cruce de Quintes y Quintueles, tanto monta monta tanto, coge la autovía para entrar en la ciudad.
El viajero aparca, llega a casa, ordena sus papeles y enciende un cigarrillo que
cantaba el Sabina y una vez más se maravilla de la Villa. Es un sitio con duende, que te enamora por poco que te asomes al concejo…
El viajero fuma en la ventana mientras se nubla el atardecer y piensa que es
urbanita pero se siente dichoso de saber disfrutar del paisaje urbano, el paisanaje rural y la tristeza ante la degradación de una ría parte del paraíso natural…
"Ni a pata ni alpargata y mucho menos a la Alcarria", suplemento viajero cutre
Suplemento viajero cutre de
The Adversiter
Chronicle
El viajero no logra conciliar el sueño. Le atrae la idea de visitar la Cuenca
Minera con su paisaje urbano lineal y las calles que se pateó con un familiar desahuciado de cáncer, la liturgia de los mineros en los chigres, escasos y enfermos pese a que algunos son terriblemente
jóvenes. La juventud perdida entre una industria en extinción, las drogas y sentimiento de gueto con historias de familiares muertos en la mina o jóvenes mineros muertos en la carretera. La
compra del cupón para visitar al familiar postrado. Paisaje alterado por la autovía y la burbuja inmobiliaria que creó dos orillas urbanas, una moderna, dinámica donde los monos de faena han sido
sustituidos por moda consumista. Y la otra orilla, al pie de vía de casas de paredes desconchadas, de carretera general por centro urbano, de esquelas de huelgas y manifestaciones, del alma de un
mundo que ya no existe…
Es la otra parte del viaje la que induce a la
pereza viajera. Por disponer de tiempo debe el viajero adecentar y dejar en estado de revista las lápidas de algunos de sus muertos.
Al viajero no le fascina la muerte a la que ve como un negocio terrenal más. El
viajero aprendió hace una eternidad que los muertos deben llorarse en recogimiento íntimo y que venerar un montón de restos en un lugar acotado es otro parque de atracciones más, pero miente el
viajero si piensa que no le afecta… Sentimientos encontrados que hacen al viajero levantarse a esa siempre inoportuna sensación de orinar en noches de vigilia inesperada cuando más se necesita dormir
para estar fresco al día siguiente.
El viajero vuelve a la cama con reconfortante sensación de alivio y se acurruca
ya sí cansado y deseando dormir, el ruido de la ventana indica que deben ser cerca de las seis y así se queda dormido mientras barrunta mentalmente que hasta las diez que suene el despertador sólo
quedan cuatro horas y que la mañana en el cementerio puede ser agobiante como una mañana de resaca, pero finalmente se queda dormido mientras la radio escupe el primer noticiero de la
mañana…
El viajero se desplaza al cementerio como
copiloto. Al viajero le gusta conducir de noche y de día ir de pasajero siempre que tiene oportunidad porque aún sigue mirando por la ventanilla y maravillándose de la belleza del paisaje y los
lugares como cuando era niño y desconocía a donde llevaban aquellos mundos fugaces de cosas, seres, animales, construcciones, que sólo duraban un segundo en su retina. Por eso al viajero le gusta
viajar en tren, porque el viajero vuelve a sentir el abrigo de la infancia cuando mira un paisaje a través de la ventanilla de un coche sin sentir el frio del mundo adulto que siempre terminaba por
colarse en la manta de la inocencia infantil…
Hacía dos años que el viajero no emprendía la ruta donde la Autovía Minera parece que haya estado ahí
toda la vida cuando el viajero recuerda la apertura de los túneles de la carretera general y el avance que significaban. Carretera de túneles y mortal bajada que se tornaba en macabra subida al
regreso. El viajero recuerda la muerte de un joven que sacó el carnet de moto a la vez con la diferencia de que el viajero cerró los ojos cuando se examinó y el chaval había sido motero desde crío.
Viajaba con su hermana en la grupa, murió decapitado al chocar con un camión, esos camiones de aquellas carreteras asturianas, renqueantes y cargados hasta los topes que te hacía reducir a segunda y
frenar para no comerte la defensa trasera. Sus padres tenían el Bar Semáforo y su funeral hizo que un cuélebre motero se desplazara a rendirle homenaje. El viajero nunca ha vuelto a subirse
a una moto aunque le gustaría tener una Harley para recorrer la carretera…
Aparta el viajero pensamientos que le retrotraen
al pasado, ese tipo de pasado brumoso donde el resultado es siempre el mismo: que gilipollas somos de jóvenes…
No es que el viajero se considere un gilipooooollas, pero sí que de joven hay una fase de gilipollez que sólo
descubres décadas después cuando el ejercicio de mirar atrás es pausado, sereno y sin remordimientos ya que ser gilipollas de aquella no significaba más que simplemente eras inocente, éramos
inocentes en cierto sentido y cuando ves juventud sonríes porque la gilipollez nunca muera y siga regenerándose instintivamente generación tras generación…
Considera el viajero que tiene pensamientos demasiado trascendentales y
profundos para un viaje tan corto aunque el factor de ir a limpiar lápidas convierte todo en normal.
Acompaña al viajero un amigo, un buen tipo de esos que deberíamos tener el
placer de conocer por ley en nuestro periplo vital. Es el técnico el limpiar lápidas, es conductor prudente y si bien no se prodiga en charlas, al menos cuando abre la boca no es un
cretino.
El cementerio queda en la ruta de una ascensión, esas ascensiones que salpican
las parroquias, de casas desvencijadas, de desvencijados moradores robinsones de una era desaparecida que te hace pensar que si Alejandro Casona viviera vería satisfecha su afán de venganza por la
aldea perdida que la industria minera destruyó. En realidad el viajero cree que el escritor sentiría la misma pena al ver los restos del cadáver de la minería que busca refugio en el sector servicios
y el turismo rural. Pero el viajero sabe los caminos que llevan a chamizos escavados en la dura roca, alguna historia de aquellas casas a pie de ladera, de siegas de prados con niveles de inclinación
no aptos para el ciclismo en ruta…
El cementerio, a pie de carretera, donde normalmente puedes aparcar a la vera de la entrada e incluso meter el
coche, está colapsado de utilitarios que serpentean aparcados como serpentea la carretera en su ascensión.
El viajero filosofa al bajar la carretera andando desde donde está aparcado el
coche que cuando toque regresar la subida va a ser un rompe piernas, no tanto por el esfuerzo como por el calor que augura un cielo despejado con aire fresco y la multitud que pulula entre nichos y
sepulturas con algún que otro panteón.
Antes de llegar, se hizo parada a coger flores, otra vertiente del negocio y
alivio para las floristerías aunque el viajero considera absurdo gastar caudales en cosas que acaban muriendo atufando el ambiente y que cuando viven antes de marchitarse te roban el oxígeno
mientras duermes, pero a los difuntos les gustaban y acaba el viajero entrando partícipe en la liturgia del negocio de la muerte, uno de cuyos dogmas es que hay que comprar flores…
No es grande el cementerio aunque muestra una anarquía arquitectónica en su diseño y hay una explanada donde el
viajero al pisar se percata de que está pisando sepulturas, de infantes en su mayoría a las que el paso y deterioro del tiempo han dejado en paisaje salvo alguna cruz que salpica la misma y te indica
que hay alguien enterrado donde pisas. Fijándose tras la sensación macabra de pisar campo santo, el viajero se percata de que hay otros indicadores de que pisa muertos cuando perímetros de ladrillo
erosionado que apenas sobresale unos pocos centímetros indican el contorno de una sepultura.
Enciende el viajero un cigarro mientras observa a personas afanarse en dejar a
sus muertos con la sepultura adecentada, pero al final, como cada vez que debe ir al cementerio, termina paseando la mirada por los panteones. Piensa el viajero que un panteón sí es un lugar digno
para venerar el recuerdo y el dolor de la ausencia de los seres queridos, conocidos y amados. Aunque le sobrecoge al viajero imaginarse a sí mismo en recogimiento de dolor en un panteón pudiendo
imaginar la inmensa soledad que le embargaría, es mejor que el espectáculo de desconocidos alrededor de su recogimiento y desconocidos vecinos de nicho de los difuntos…
El viajero se sonríe recordando momentos de los dueños de los restos cuyas sepulturas el acompañante del viajero
limpia a buen ritmo y sabiamente aconsejado por el viajero limpia y adecenta con presteza. El viajero lee para sí mismo los nombres de los difuntos y les dedica el recuerdo de algún momento pasado
junto a ellos. Piensa el viajero que es el único homenaje decente que se les puede hacer por su parte aunque les recuerda que no le gustan los cementerios, no por su contenido pero sí por el vacío
que emanan, no es un silencio de soledad, es un silencio de intrascendencia y percatarse por un momento que la vida tiene fin. Si estar vivo es amar entonces el recuerdo y las flores de pensamientos
hacia quienes ya no están seguramente, opina el viajero, los cementerios son estériles como bálsamo.
Pero sabe el viajero que un día estará si sobrevive con la necesidad seguramente de buscar consuelo a la ausencia
en ir a ver las lápidas de los seres queridos y llevarles flores. Es por ello que el viajero si rezara, rezaría para irse él primero…
El viajero y su acompañante regresan al coche y piensa que no ha sido una mala
mañana de vísperas de difuntos, que las lápidas han quedado en estado de revista y que si lo pudieran agradecer, sus muertos estaría contentos de una vela encendida y flores, aunque el viajero opina
que lo último que querrán los muertos será pasearse por sus tumbas y que por eso hay casas encantadas, edificios malditos y demás parafernalia del más allá…
El viajero disfruta reposadamente del regreso, no tan absorto en el paisaje como
en los pensamientos que se arremolinan y siente cansancio, no el cansancio de limpiar lápidas, para eso estaba el acompañante, sino por que echar de menos siempre es cansado cuando suspiras por la
lástima de que se fueran…
Llega el viajero a casa, ordena sus papeles, enciende un cigarrillo y deja que
el recuerdo se eleve con el humo mientras regresa a su rutina vital y sale de la retina del dolor de la ausencia mientras un saxo languidece, igual que la Cuenca Minera de paredes desconchadas, vía
de tren con paso a nivel y un soplo de aire de cementerio en el ambiente...
2011 junio 8
El viajero se levanta temprano y la noche de tertulia en el Savoy le pasa factura en forma de ojos irritados, cebollón neuronal y sueño.
Prepara la maleta sin olvidar un libro, su fiel amiga la radio y un par de mudas, pantalón y sudadera por si el frio leonés hace acto de presencia. La noche anterior ha mirado la información
meteorológica ,y como ocurre siempre, no le queda claro si hace mal o buen tiempo ya que el mapa televisivo pone en Asturias nubes con sol y lluvia, así es fácil acertar, y en tierras castellano
leonesas la ciudad de León queda en ese limbo entre icono e icono infográfico recurriendo al viejo sistema de asomarse a la ventana para ver qué día hace…
El viajero viaja en buena compañía con lo que un fin de semana viajando a la comunidad autónoma vecina se convierte, al menos en teoría, en una dulce “luna de miel”.
El plan de viaje es sencillo: ir a León ciudad, coger habitación y recorridos a pie hasta la catedral y casco antiguo con la perspectiva sorpresa para su acompañante de ir a visitar la Cueva de
Valporquero, que aunque es conocida por el viajero en su época de estudiante, es desconocida para su acompañante.
El viajero come ligero para evitar ese dulce sopor inducido por la monotonía de la conducción por autopista y la barriga llena,
disfrutando de la conversación con su acompañante y deleitándose con la belleza de sus ojos y su expresión a medio camino entre ilusión e intriga por conocer otro trocito de España lo que induce al
viajero a fantasear con dulces retozones de fornicio.
El viajero emprende el viaje con la ayuda inestimable de su GPS que marca una duración estimada de poco más de dos horas que nunca suele cumplirse porque el
viajero es prudente al volante y siempre disfruta de la autovía de montaña camino de León amén de que el coche no deja de ser un utilitario y su motor no admite grandes velocidades, aunque la
velocidad de crucero de 90-100 km/h la realiza sin problemas ni calentamiento del motor.
El viajero piensa que el invento de la autovía es un gran invento pese a su origen nazi y no puede evitar pensar que es una pena que la Autovía Minera no se
hubiera hecho décadas antes lo cual hubiera impulsado un desarrollo de la región más fuerte y menos vulnerable a las reconversiones pero mientras conduce camino de Mieres para enlazar con la Autovía
del Huerna no puede evitar que su mente viaje al recuerdo de su infancia cuando camino de Blimea iba con sus padres y los viajes por cortos que fueran siempre eran un descubrimiento de paisajes a
toda velocidad por las ventanillas del coche..
El buen tiempo queda atrás tras entrar en tierras de Castilla León y nubes grises y densas dejan caer sus primeras gotas que terminan en auténtico diluvio
torrencial que impiden ver el asfalto y el viajero reduce a cuarta y modera su velocidad porque no quiere morir absurdamente en la carretera junto a su acompañante.
Hace más de dos décadas que el viajero no pasa por León y observa con el estado de ánimo de la nostalgia de cuando era joven que el entorno urbano de La Virgen
del Camino ha cambiado para mejor y mira a su izquierda recordando cuando era soldado y le adiestraban en la base aérea de la localidad, coge la mano de su acompañante y su mente viaja al recuerdo de
las tardes de permiso y las noches sin dormir que no dejaban secuelas porque el viajero era joven, soldado y la vida era una incógnita.
El viajero conduce ya por la entrada a la ciudad y apenas reconoce el paisaje, con vía de circunvalación de dos carriles por sentido mientras espera que el GPS
le indique la presencia de un hotel, no ha hecho reserva por Internet porque al viajero le gusta, siempre le gustó, esa incertidumbre de encontrar posada que hace sentir una mezcla de ansiedad e
ilusión por acertar en la elección de hotel. El GPS lleva programado el centro de la ciudad y tiene la fortuna de encontrar un hostal a buen precio, con habitación libre para el viajero y su
acompañante con aparcamiento enfrente del mismo y a cinco minutos a pie del centro.
La habitación es confortable, de dimensiones ajustadas, televisión y wi-fi, pero aunque el viajero lleva su ordenador portátil presiente que tendrá pocas
oportunidades para usarlo, lo ha llevado por inercia y porque a veces el viajero necesita escribir durante la noche cartas en una botella a las estrellas, pero el viajero sabe que su acompañante
difícilmente entendería que prestara más atención al teclado que a ella.
El viajero y su acompañante, tras instalarse, caminan hasta la catedral y sus aledaños recordando el viajero que la catedral de León siempre le gustó por la
elegancia de sus líneas y la sobriedad de su interior. Al viajero le gusta que los aledaños de la catedral sean menos mercantilistas que en Santiago de Compostela porque, aunque no es creyente, sí
respeta las creencias ajenas y no deja de parecer un parque de atracciones que la gente ande de aquí para allá rumiando en susurros y disparando continuos flashes de cámaras violando la paz y
recogimiento de los templos catedralicios. En ese aspecto, la catedral de León permite apreciar la magnitud de la obra humana y respirar la densa atmósfera interior que proporciona la estructura.
Pese a todo, no resulta una visita completa, están oficiando una ceremonia de boda y las salas y capillas de la parte del ábside se hallan cerradas al público y las palabras del oficiante,
amplificadas por la megafonía, distorsionan el viaje interior del viajero y tras enseñarle la catedral, lo que se puede visitar, a su acompañante, decide salir al exterior ya que al viajero le
interesa más descubrir los secretos de piedra que los misterios de ningún dios que diga un sacerdote. El viajero es de la opinión de que la religión es sólo un negocio más y resultan demasiado
humanas las religiones para ser divinas.
Regresa el viajero y su acompañante por el casco viejo de la ciudad, callejuelas estrechas y amplias avenidas peatonales donde turistas y lugareños toman algo
en la terraza. Se nota que es sábado y la chavalería invade las calles.
El viajero siente el estómago pedir alimento y pese a las reticencias de su acompañante terminan cenando en la cafetería-restaurante del hostal. El viajero
pide un plato combinado y su acompañante melón con jamón. Pese a que al viajero le ha dicho su acompañante que no tiene mucho apetito, le termina cogiendo parte de su bistec a la plancha y la
mayoría de la ensalada sin que por ello el viajero no se sienta pleno y satisfecho.
Cae la noche de sábado y el viajero antes de dormirse no puede evitar recordar otras habitaciones de otros hoteles y hostales y le embarga esa dulce sensación
de sentirse fuera de la rutina y añora la burbuja que le aísla de lo terrenal pero cuya presencia es constante y el viajero termina por poner muy baja de volumen la radio para no despertar a su
acompañante, terminando por dormirse ya empezado el domingo…
El viajero ha dormido plácidamente aunque encuentra la almohada demasiado baja para su gusto pero agusto con su acompañante. Hace un día despejado y almorzar
entre la charla propicia ese estado de ánimo dominguero que invita a la siesta tras una opípara comida esperando que San Lorenzo, ¡cómo añora el viajero la playa del mismo nombre envuelto en la
burbuja!, deje de pegar tan fuerte.
Salen el viajero y su acompañante a pasear por las calles aledañas al centro y el rostro de la crisis económica muestra sus cicatrices en forma de locales
cerrados, casas en venta y negocios que se alquilan. Sin embargo el ambiente es tranquilo con gente chumando, jóvenes alborozados y guiris cenando en las terrazas.
Siente el viajero ese tétrico aíre de los domingos al oscurecer y le embarga un instante de felicidad al pensar que el lunes se prolonga
su fin de semana y piensa en aprovechar la mañana para visitar la cueva y regresar tras su visita…
El viajero y su acompañante se levantan temprano el lunes y abandonan la habitación aunque el viajero posa por última vez su mirada en la habitación como quien
se despide de un barco al zarpar preguntándose si volverá a verlo.
El viajero y su acompañante reponen fuerzas con un completo desayuno pese a que el croasán no es mucho de su agrado pero que entra bien con el zumo de
naranja.
Tras el desayuno, el viajero mete “Valporquero” en su GPS y una vez instalada su acompañante emprende lo que espera sea un trayecto de 50
km.
Dos horas y media después el viajero se caga en todos los santos y creadores del GPS cuando respira aliviado al ver a un lugareño en
aquel páramo solitario leonés donde le ha llevado el puto GPS.
El viajero pregunta al lugareño, mayor de piel curtida y anciano moribundo si fuera urbanita, sorprendiendo al viajero y su acompañante
con unos conocimientos de geografía leonesa digna de concurso televisivo de sapiencia geográfica, e incapaz de retener los datos decide, ante la mirada mezcla de hastío, pasmo y sopor de su
acompañante, meter la última localidad que cita el lugareño en el jodido GPS, re3zando para sus adentros que no le lleve a otro extremo de la comarca.
Finalmente, cuarenta kilómetros después, encuentra el viajero la localidad y aparecen de una puta vez indicadores de la cueva
emprendiendo el viajero un ascenso por parajes megalíticos vigilando la temperatura del coche ante la escalada por “curvas del coño”, llamadas así porque una vez que acabas su trazada curvilínea
dices “coooño”, llegando finalmente al lacustre entorno de la cueva.
El viajero se ve en la tesitura de decidir junto a su acompañante si escoger la excursión de corto recorrido que empieza dentro de una hora o esperar a las
16:30 hora zulú para la de larga duración, escogiendo finalmente la de corta duración y se toman un café mientras esperan.
El viajero tiene gratos recuerdos de sus anteriores visitas a la cueva y espera que su acompañante, que nunca ha visitado una cueva, se sorprenda ante la
magnificencia de la catedral de roca que es la misma.
Recordaba el viajero, o cree recordar, que hacía más frio en el interior del que siente, aunque la humedad es la recordada y la sorpresa ante la elaboración
fluvial de la bóveda sigue dejando paso a la admiración telúrica de creatividad de la naturaleza y el viajero sigue sorprendiéndose en la galería del cementerio con el bloque desprendido del techo
hace 500.000 años y donde se aprecia el rostro del llamado “fantasma” que realmente parece un fantasmagórico rostro.
El viajero emprende el regreso y al recorrer los parajes por donde le guía el jodido GPS le viene a la mente el pensamiento de que siempre fue algo gilipollas
y, como alguien suele decirle, que es algo capullo ya que la cueva queda más cerca de Asturias de lo que pensaba y se acuerda del rodeo que realizó desde león capital cuando si se hubiera dirigido en
dirección al puerto de Pajares desde un principio, hubiera llegado primero.
Pero el viajero está satisfecho, ha vuelto a un lugar de su pasado, ha impresionado a su acompañante con la visita a la cueva y pese a la niebla espesa y
lluvia que hubo durante el descenso del puerto quedará un buen recuerdo de su viaje.
El viajero mira el familiar paisaje asturiano mientras enciende un cigarrillo, cierra los ojos y deja que la reconfortante burbuja que le protege de la rutina
le empape mientras suena un blues…